"La Planificadora de Bodas"
Por:
rotten pumpking
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La pequeña cafetería estaba vacía, a excepción de una atractiva mujer de cabello negro sentada junto a la cristalera. Una taza de café caliente reposaba frente a ella, aunque no parecía demasiado interesada en probarlo. Observándola desde la entrada, a Sakura le dio la impresión de que no era una clienta como cualquier otra. Dejó su abrigo en la puerta y se acercó despacio. A juzgar por su voz cuando hablaron por teléfono, se la había imaginado distinta.
—¿Li Meiling-san? —preguntó para asegurarse cuando llegó a la mesa. La mujer asintió con una sonrisa—. Mi nombre es Kinomoto Sakura, un placer conocerla.
—Llámame Meiling, por favor, que me haces sentir vieja —levantó la mano, atrayendo la atención de una mesera—. Ordené por ti, espero que no te moleste.
Enseguida dejaron en la mesa una taza de té y un plato con bizcochos. Sakura agradeció en voz baja antes de darle un trago a su bebida.
—Disculpa que te haya citado tan de repente, pero no dispongo de mucho tiempo y quisiera zanjar este asunto lo más pronto posible.
—No hay problema —sacó su libreta del bolso, lista para tomar notas—. Pero si me permites el comentario, eres la novia más centrada que he conocido.
Meiling estalló en carcajadas y por un instante todo rastro de preocupación desapareció de su rostro.
—Gracias por el cumplido, pero no soy yo quien se casa. Como te comenté por teléfono, este asunto debe manejarse con total discreción, así que me tomé la libertad de redactar un acuerdo de confidencialidad —le entregó un sobre manila celosamente sellado con cinta de seguridad roja—. Si deseas, puedes leerlo primero y discutimos detalles en otra cita, pero realmente preferiría solucionar el tema hoy mismo.
—Haré que lo revise mi abogado y te llamaré si es que me recomienda hacerle algún cambio. De todas formas, cuentas con mi silencio; es mí política personal y la de mi compañía también.
Meiling asintió, satisfecha, y le entregó una carpeta de considerable grosor con claros indicios de que era usada con regularidad.
—Allí encontrarás todos los pormenores, desde las medidas de la novia, hasta el diseño de las invitaciones. He incluido también una lista de posibles casas de moda dónde encargar el diseño del vestido, aunque si conoces de algún otro lugar, házmelo saber y yo lo discutiré con los novios. También quisiera pedirte que cualquier duda que tengas me la comuniques directamente. Aun así, en caso de que no pudieses contactarte conmigo, dentro encontrarás el número privado de la novia. Úsalo a discreción y mantenlo fuera del alcance de tus asistentes. La noticia se hará pública dentro de un par de semanas, así que prepárate para un ataque mediático. Todos los detalles están dentro del sobre, pero ya te llamaré cuando sea el momento. No es la primera vez que tu compañía trabaja con la prensa, ¿verdad?
Sakura negó.
—Hemos atendido a celebridades en el pasado, así que descuida, mi equipo y yo sabemos manejarnos con los reporteros. Pero dejando eso de lado, tarde o temprano la pareja tendrá que aparecerse en mi oficina, en especial si los medios quieren fotografías. Después de todo, son ellos los que se casan. ¿Cuando es la boda?
—Dentro de tres meses, pero no te preocupes, tenemos bastante trabajo por delante.
Meiling le ofreció una cansada sonrisa. Había algo casi triste en aquel gesto y Sakura se preguntó si tenía que ver con la boda.
—En cuanto al pago —continuó— me han autorizado a entregarte una tarjeta de crédito para todas las transacciones —se la dio y a Sakura le sorprendió ver su nombre ponchado en el plástico de color negro—. Dejo a tu consideración el precio, aunque no es necesario andarse con remilgos, mientras más caro y llamativo mejor. Ya luego se discutirá el precio final de tus honorarios, pero creo que puedes esperar más del monto que me sugeriste en primera instancia —consultó su reloj y soltó una maldición—. Tengo que irme, lo siento. Llámame lo más pronto que puedas sobre el acuerdo, y muchas gracias, Sakura. Estaremos en contacto. Ya he pagado la cuenta, considéralo un agradecimiento por cancelar todas tus reuniones de la mañana solo para verme. Hasta luego.
—Hasta luego, Meiling, y descuida, que estás en buenas manos.
La vio marchar con una extraña sensación en la boca del estómago. Por algún motivo le daba la impresión de que acababa de meterse en un problema que no le concernía. Respiró profundo y sacudió vigorosamente la cabeza, alejando esos pensamientos de su mente. Se terminó con calma el té y los bizcochos, tratando de ganar tiempo y se marchó al rato, con el abrigo colgándole de los hombros. Al llegar a su auto, estacionado a unas cuantas cuadras de la cafetería, dejó escapar un estrangulado suspiro. Había esperado que la reunión con Meiling durase más tiempo, pero apenas habían hablado por veinte minutos. No tenía ninguna gana de regresar a la oficina, porque sabía que Tomoyo estaría esperándola allí con una bolsa de ropa y su cámara de video. Había tratado por todos los medios de convencerla de que por una vez en su vida dejase ese dichoso aparato a un lado, pero era imposible. Cuando a su mejor amiga se le metía algo en la cabeza, era imposible hacerla cambiar de opinión. Se subió en el auto y arrancó. No le quedaba más que aguantarse las horas por venir.
Encendió la radio con la esperanza de que algo de música calmase sus nervios. Se concentró en la melodía, cantando en voz alta, ignorando las curiosas miradas de los otros conductores a su alrededor. En cuestión de media hora estacionaba en el parqueo privado de un edificio de oficinas. Con las piernas temblándole como gelatina, se metió en el ascensor y pulsó el botón número seis. La primera persona en recibirla fue su asistente. Le puso un ramo de rosas blancas en las manos y se permitió el darle un breve abrazo. Luego, como si se hubiese dado cuenta de lo que hacía, comenzó a recitarle su agenda para la tarde. Sakura la escuchaba, pero no estaba prestándole atención. La puerta de su oficina estaba abierta y podía escuchar el eco de unas voces derramándose en el pasillo.
—Por favor, comunícate con Hiroshi y dile que lo quiero aquí este instante —¿Aquel susurro asustado era su voz? —. Gracias por las flores, Yuuka. Están preciosas.
Dejó a su asistente afanándose con el teléfono y salvó los dos metros que la separaban de su oficina en cuatro largas zancadas. Dentro, como ya se había esperado, estaba Tomoyo, jugueteando con su cámara. La dichosa bolsa descansaba cuidadosamente en la butaca de cuero junto a la ventana. A quien no se había esperado ver era a Eriol, su mejor amigo y novio de Tomoyo. Como siempre, lucía un elegante traje sastre de color negro, con una corbata azul oscuro, que combinaba a la perfección con el delicado vestido de manga larga que usaba su amiga. Desde que empezaran a salir, se les había hecho costumbre vestirse de forma más o menos parecida, luciendo en ocasiones prendas de marca y en otras los diseños de Tomoyo.
Estaban tan ocupados discutiendo, que ninguno se percató de la presencia de la castaña hasta que ésta puso las flores en un jarrón con agua y tomó asiento tras su escritorio. De inmediato, Tomoyo saltó a los brazos de Sakura, exprimiéndole el aire de los pulmones y cantándole al oído el feliz cumpleaños con esa voz tan melodiosa que tenía. Eriol fue el siguiente, pero tuvo la precaución de besarla en la mejilla y dejar los abrazos de felicitaciones para otro momento.
—Tu regalo —Tomoyo le puso la bolsa de ropa en las manos y de inmediato tomó su cámara para grabar las reacciones de la castaña—. Ve a cambiarte, quiero ver cómo te queda.
Pidiendo paciencia a los cielos, Sakura arrastró los pies hasta el baño al otro lado de la estancia. Desde que estaban en primaria, Tomoyo se había aficionado de hacerle ropa a la medida y luego grabarla y fotografiarla. Hasta dónde sabía, su amiga tenía más de diez años inmortalizados en cinta, desde los pomposos y llamativos disfraces que usaba en primaria y los elegantes vestidos y trajes que le confeccionaba después. Su armario estaba repleto de ropas hechas por Tomoyo, y aunque le parecía algo excesivo, le agradecía el gesto. Se ahorraba un dineral en ropa y siempre parecía salida de una revista de moda.
Cambió sus pantalones y camisa por un vaporoso vestido de color marfil que le llegaba justo a la rodilla. Un pequeño botón se cerraba en su nuca y la mayor parte de su espalda quedaba al descubierto. Se contempló un instante en el espejo. Tomoyo le había atinado al modelito por primera vez en mucho tiempo. Era más de su estilo que el de ella, y le sentaba como un guante. Ni siquiera tenía que cambiarse los zapatos. Metió su ropa en la bolsa y salió del baño. Afuera, Tomoyo ya la esperaba con la cámara. Y a pesar de que se había enfrentado a ella durante toda su vida, todavía se ponía nerviosa.
—¡Estás preciosa! —chilló la pelinegra, radiante de felicidad—. Nadie te quitará los ojos de encima esta noche.
—Gracias, Moyo —lo decía de corazón, pero esa cámara estaba acabando con ella—. ¿Podrías dejar de grabar un rato, por favor? —no estaba por debajo de rogar.
Tomoyo negó con fuerza.
—Ya hemos pasado por esto, Sakura, deberías estar más que acostumbrada.
La castaña rodó los ojos, pidiendo paciencia a los cielos. Eriol, que se había mantenido en un discreto segundo plano hasta el momento, decidió martirizarla también, repitiéndole lo guapa que estaba. Y Tomoyo no podía estar más contenta.
—Kinomoto-san, Hiroshi-san ya llegó —su asistente metió la cabeza por el resquicio de la puerta, salvándola de la montaña de elogios en la que estaban enterrándola sus amigos—. ¿Lo hago pasar?
Sakura asintió, aliviada. Unos momentos después un hombre de cabello castaño con aspecto severo entró en la oficina. Saludó a Sakura y a Tomoyo con una respetuosa reverencia y a Eriol le estrechó la mano, un gesto que se salía por completo de su gama de interacciones.
—¿En qué puedo ayudarla, Sakura-san? —preguntó, directo al punto.
—Es un acuerdo de confidencialidad, me lo entregó una clienta —le puso el sobre en las manos—. No lo he leído todavía, pero imagino lo que dice. De todas formas, quisiera revisarlo contigo y si consideras que está todo correcto, lo firmo.
—¿Le parece ahora mismo?
—Por supuesto, pero vamos a la sala de reuniones —se encaminó rápidamente a la puerta—. No sé cuánto tiempo nos lleve, pero pueden esperarme si quieren. Lo siento.
—Tu tranquila, aquí nos quedamos. Todavía tengo que peinarte —sonrisita maliciosa.
Sakura tragó en seco y cerró de un portazo.
—¿Enserio tenías que traer esa cosa aquí? —le preguntó Tomoyo, ligeramente irritada.
—Mi clienta vendrá a retirarlo, lo necesita de urgencia —repuso, a la defensiva—. ¿Dónde están? Se está haciendo tarde.
—Ya llegarán, dales tiempo.
Estaban de pie frente a la fachada de un elegante restaurante en el centro de la ciudad. Había anochecido hacía poco y las calles comenzaban a llenarse de adolescentes y oficinistas exhaustos. En más de una ocasión, los transeúntes se habían detenido en seco a contemplar a Sakura con evidente fascinación. Los típicos comentarios acerca de su estatura tampoco se habían hecho esperar. Y ella no podía hacer más que morderse el labio inferior y ocultar su vergüenza lo mejor que podía. A su lado, Tomoyo no se perdía detalle. Y es que su amiga lucía realmente hermosa con ese vestido y el abrigo con capucha que le cubría la cabeza. El largo cabello castaño le caía en cascada hasta la cintura y sus brillantes ojos verdes estaban enmarcados en una llamativa combinación de sombras negras y plateadas.
—Entremos, por favor —pidió la castaña unos minutos después, cansada de tantas miradas—. Tomoyo —insistió.
—Está bien, está bien, aunque es una pena privar a la ciudad de tu belleza —comentó con falsa gravedad.
Sakura suspiró, aliviada, y entró al restaurante. De inmediato, un maître se acercó a ellas y tras tomar sus abrigos, las guio hasta un apartado al otro extremo del local. Habían dispuesto una mesa para diez personas, decorada con rosas blancas y girasoles para darle un poco de color. Las ubicó más o menos hacia el centro de la mesa y tras presentarles a los meseros que las atenderían esa noche, se marchó de regreso a la entrada. Enseguida, uno de los muchachos llenó sus copas con vino y se retiró hacia las sombras por una puerta ubicada a su costado.
—Me había olvidado de contarte, la última novia que atendiste me envió un ramo de lilas hace unos días —dijo Tomoyo con una sonrisa—. Parece que realmente quedó contenta con nuestro trabajo. ¿Te envió algo?
—Una caja de chocolates, flores, una tarjeta de agradecimiento y el álbum de fotos de la boda. Me pidió que escogiera las mejores para enviárselas a su familia en Europa.
Tomoyo soltó una risita ante el evidente bochorno de su amiga. Durante los últimos cinco años Sakura había manejado una exitosa compañía de bodas que se había hecho famosa de la noche a la mañana. Como se tomaba su trabajo bastante a pecho, ella manejaba personalmente las bodas grandes, mientras sus asistentes se encargaban de celebraciones más modestas. De la misma forma, supervisaba cada uno de sus proyectos y se aseguraba de que las familias involucradas, pero especialmente los novios, se sintieran a gusto y completamente satisfechos. Llegaba a tal punto por complacerlos, que ya eran varias las ocasiones en las que los había acompañado en viajes a todas partes del mundo a buscar cosas para la boda, así como se encargaba de organizar las despedidas de soltero, e incluso planearles la luna de miel. Así que era de esperarse que todas esas novias que la habían vuelto loca durante meses con las invitaciones, el vestido, la lista de invitados, le enviasen cosas en señal de gratitud o que tiempo después del matrimonio se pusieran en contacto con ella para pedirle su opinión en toda clase de materias. Tomoyo trabajaba en aquello también, diseñando vestidos de novia sacados de cuentos de hadas, pero tenía que reconocer que la ropa era nada sin los preparativos. Sus clientas decían que hacían un equipo envidiable, y a juzgar por su éxito, debía ser cierto.
—Este nuevo proyecto es bastante grande, por lo que veo —soltó Tomoyo un rato después—. Lo digo por el acuerdo de confidencialidad. ¿Son famosos?
Sakura se encogió de hombros.
—Todavía no lo sé. Mi clienta me dio una carpeta con toda la información, todo está planeado de antemano, pero quieren que yo me encargue de organizarlo. La prensa está involucrada. Estaba pensando en recomendarte a ti para hacer el vestido, si es que no tienes otros trabajos por completar.
La pelinegra lo pensó unos instantes.
—Tal vez pueda separar tiempo en unas semanas, pero por ahora estoy atorada con el desfile del mes que viene. Lo que me recuerda —añadió en un tono que levantó todas las alarmas mentales de Sakura—, que no me has dado una respuesta todavía. Hace días que dejé el contrato en tu oficina.
Sakura se llevó una mano a la nuca de forma instintiva. Se le había olvidado por completo que Tomoyo le había pedido que formase parte del desfile como modelo de apoyo. La verdad era que no quería, pero no se atrevía a decirle que no a su amiga. Tomoyo hacía por ella lo que fuera. Respiró profundo, se lo debía.
—Lo firmaré el lunes —cedió a la final y encogió en su silla cuando Tomoyo se puso a chillar de la emoción.
La melodía de un teléfono interrumpió aquel momento. Sakura reconoció el número de Meiling en el identificador y salió rápidamente del apartado. Como habían acordado, la pelinegra la esperaba en la puerta principal, enterrada en un grueso abrigo de color negro.
—El frío no es lo mío —dijo a modo de saludo, y entonces, como si le hubiesen borrado la memoria, parpadeó varias veces, atónita—. Estás preciosa, Sakura. ¿Celebras una ocasión especial?
—Mi cumpleaños —le entregó el sobre—. Todo está en orden, así que comenzaré con los preparativos el lunes.
—Felicidades, y muchas gracias por tomarte el tiempo de atenderme —realizó una corta reverencia—. Me pasaré por tu oficina algún día de la siguiente semana. Que tengas un feliz cumpleaños; buenas noches.
Meiling no había llegado todavía a la esquina, cuando un hombre se materializó junto a Sakura. Tenía el cabello negro, los ojos oscuros y una seductora sonrisa. La castaña dio un respingo del susto, pero se le pasó rápidamente al reconocer a su hermano.
—¿Trabajando a estas horas, monstruo? —preguntó Touya, chasqueando la lengua—. Vas a envejecer de manera prematura si sigues así.
—Cállate y no me llames de esa forma.
—Pero es cierto, si ya tienes arrugas —le pinchó una mejilla y se hizo a un lado para permitirle a su acompañante saludarla.
La expresión de enfado se derritió del rostro de Sakura cuando su mirada se posó en Yukito. Cuando estaban en primaria, Sakura se había enamorado perdidamente de él. Le había confesado sus sentimientos y Yukito la había rechazado con amabilidad, explicándole que estaba enamorado de alguien más. En ese entonces no le interesaba, pero cuando años después él y su hermano habían hecho pública su relación, le había parecido lo más maravilloso del mundo. De todas formas, no podía evitar el aura soñadora que la embargaba cada vez que lo veía. Ya no estaba enamorada de él, pero seguía encantada con su presencia.
—Feliz cumpleaños, Sakura-chan —Yukito le besó la frente y le puso un paquetito entre las manos—. Espero que te guste tu regalo.
—Muchas gracias, Yukito.
No habían entrado todavía al restaurante, cuando los demás invitados llegaron. Allí estaban Chiharu y Yamazaki, recién casados, Naoko y Rika, junto a Terada, quien había sido su profesor durante toda su vida de estudiantes y después de unos años le había propuesto matrimonio a Rika, dejando de lado la abismal diferencia de edades. Eriol cerraba el grupo, llevando entre los brazos un ramo de girasoles y un pequeño paquete envuelto en papel azul. Se acercó a la castaña y la atrapó en un abrazo.
—Este es mi regalo —le entregó las flores y el paquete—. Feliz cumpleaños, Sakura.
—Gracias, Eriol, y gracias a todos por venir. Vamos adentro.
Una vez todos estuvieron sentados en sus respectivos lugares, dieron por iniciada la celebración.
—Nunca tuve tiempo de agradecerte por todo tu trabajo, Sakura —dijo Chiharu mientras los meseros preparaban la mesa para el plato principal—. Tuvimos que irnos tan rápido y llegamos hace sólo unos días. Te lo compensaré.
—No es necesario, me alegra que me hayas escogido a mí para planear tu boda —le dio un sorbo a su copa. Ya comenzaba a marearse. Era la tercera que se tomaba en espacio de media hora—. ¿Cómo les fue en su luna de miel…?
Diversas conversaciones se sucedían entre los presentes. Entre bocado y bocado, todos se pusieron más o menos al día con sus respectivos ritmos de vida. Esa era la primera vez que se reunían todos en meses. Incluso a su hermano, que vivía a pocas cuadras de su casa, lo veía muy de vez en cuando. Con Tomoyo y con Eriol era con los únicos que mantenía contacto regular y eso porque su trabajo estaba lindado al suyo.
Finalmente, tras dos horas de charla y varias botellas de vino, llegaron al postre. El chef en persona llevó hasta el privado su pastel de cumpleaños, una torre de chocolate de tres pisos cubierta en fondant blanco y decorada con flores de azúcar soplada. Entre las risas de sus amigos, y bajo la atenta cámara de Tomoyo, Sakura cortó el pastel y repartió el dulce entre todos los presentes. Luego de comer se tomaron un par de fotografías, más por insistencia de Tomoyo que de la propia cumpleañera y se dio por concluida la cena.
—¿Tienen planeado seguir celebrando? —preguntó Yukito a la castaña, dándole el último bocado a su tercera ración de pastel.
—Iremos a un bar con unos amigos de Eriol —intervino Tomoyo, adelantándose a Sakura—. Están todos invitados, si es que quieren acompañarnos.
Todos los presentes se excusaron con evidente cara de pena.
—No se preocupen, ya habrá tiempo de reunirnos otra vez —les aseguró Sakura, un tanto incómoda por la repentina tensión en el ambiente.
Touya y Yukito fueron los primeros en irse, pero no sin antes prometerle que irían a verla al día siguiente junto con su padre, que regresaba esa madrugada de uno de sus viajes de excavación. Naoko los siguió al poco tiempo, alegando que tenía trabajo al día siguiente. Le entregó a Sakura su regalo, un libro de color negro con un tétrico bosque en la portada.
—Son recopilaciones de leyendas urbanas —le dijo con una sonrisa—. Lo escogí especialmente para ti.
Sakura frunció el ceño, pero le agradeció de todas formas. Acababa de cumplir veintiocho años y todavía les tenía miedo a los fantasmas. Rika y Terada, que le regalaron una nueva agenda, se marcharon después. Chiharu y Yamazaki fueron los últimos en dejar el restaurante.
—Espero que te gusten, son unos pendientes que compramos en París —le entregó la pequeña cajita—. Hasta luego, Sakura, gracias por invitarnos.
Solo quedaban Tomoyo y Eriol, que habían dejado el privado por unos minutos. Aprovechando el momento, Sakura abrió el regalo de su hermano, una elegante cadena de eslabones de plata con un pequeño pendiente de diamante. Se notaba a leguas el acertado toque de Yukito, porque Touya no era de los que se tomaba el tiempo de comprarle joyas a nadie. Por último, abrió el regalo de Eriol. Un precioso broche con forma de espada, con un rubí incrustado en el mango. Guardó todos sus presentes en el bolso y reunió las flores que le habían regalado a un lado de la mesa.
—Sakura, ¿estás lista?
La aludida asintió y siguió a su amiga hasta el auto. Tomoyo puso las flores a buen recaudo en el asiento trasero, mientras que la castaña pescaba dentro de su bolso por su billetera. El resto de sus pertenencias las metió en el baúl y se subió de un salto. De camino al bar pasaron por el departamento de Sakura, dejando las flores y los regalos. Era casi media noche cuando Eriol estacionó en un parqueo público al otro extremo de la ciudad.
El bar quedaba a pocas calles de allí. Dentro, el lugar estaba repleto. Caminar era casi imposible y para hacerse escuchar por encima de la música había que gritar. Hicieron una parada en la barra para ordenar sus bebidas y luego se lanzaron en busca de los amigos de Eriol. Los encontraron al otro lado de la pista, sentados a una pequeña mesa abarrotada de alcohol. Eriol hizo las presentaciones y de inmediato uno de sus amigos se ubicó a un lado de Sakura, mientras los demás gruñían en clara derrota. Al parecer habían estado planeando ese momento a detalle. La castaña le lanzó una mirada suplicante a su amiga, pero Tomoyo le guiñó un ojo y se aferró más a su novio.
No le quedó más remedio que sentarse a la mesa y unirse a la conversación.
Si dejaba de lado los inútiles intentos de los amigos de Eriol por llamar su atención, debía admitir que estaba pasándolo bien. Hacía tiempo que no iba a un lugar como aquel y vaya que le había hecho falta. Con la cantidad de proyectos que tenía últimamente, se le hacía imposible salir a celebrar con sus amigos porque la mayor parte del tiempo la pasaba pegada a su escritorio, afinando detalles. Sacudió la cabeza y alejó esos pensamientos. Estaban allí celebrando su cumpleaños, tenía que concentrarse.
—¿Vamos a bailar? —preguntó Tomoyo, un rato después.
Eriol se levantó de un salto y arrastró a su novia a la pista. Sakura se quedó allí, en medio de cinco hombres, sin saber muy bien que hacer. Finalmente, el tipo que se había parado a su lado ni bien llegó, le hizo el favor de alejarla de la mesa. De todos los presentes, era el menos intenso y el más atractivo, aunque no le llamaba mucho la atención. Se ubicaron junto a Eriol y Tomoyo y comenzaron a bailar, al principio despacio, casi sin moverse y luego, contagiados del entusiasmo a su alrededor, más rápido. Al principio todo marchaba bien, hasta que el tipo deslizó la mano por su espalda, dejándola descansar en su cadera. Sakura lo miró fijamente, una silenciosa advertencia de que se dejase de estupideces. Pero parecía que el alcohol se le había subido a la cabeza y no tenía ninguna intención de cooperar. Un par de roces indecorosos después, Sakura decidió que había tenido suficiente. Se disculpó con su pareja de baile y se alejó de allí a toda velocidad.
Para cuando llegó a la barra, se le había pasado el asco y el malgenio. Así era ella, no podía enojarse con nadie sin importar lo que le hicieran. Respiró profundo y se obligó a olvidar el incidente. Se pidió un vaso de agua y ocupó un taburete vacío. Desde allí podía ver a Eriol y Tomoyo bailando en el centro de la pista, perdidos en su mundo. De repente, se sintió sola. Ninguna de sus relaciones había durado mucho, pero su falta de éxito no se debía a mala comunicación o falta de química. La culpa la tenía ella sola, por ser de esas insufribles soñadoras que creían en ese ser conocido como: "el indicado." Lo único que ella pedía era un hombre que la amase con toda el alma. El físico le traía sin cuidado, siempre y cuando el tipo fuese un caballero de cuento de hadas. Pero ella no quería al príncipe, sino al soldado.
Se terminó el agua e imitando al hombre a su izquierda, enterró la cabeza entre los brazos. Sufriendo por un amante desconocido a sus 28 años. Era patética.
—¿Mal día? —le preguntaron.
—Mala asociación de ideas —corrigió, inconsciente.
—He estado allí.
En el breve silencio, Sakura cayó en cuenta de que hablaba con un desconocido. El hombre a su izquierda le sonrió. En cualquier otra circunstancia, se habría sentido incómoda, pero en ese instante necesitaba de una distracción. Cualquier cosa para no pensar en tonterías.
Le devolvió la sonrisa.
—Tú sí que has tenido un día terrible —comentó, señalando los múltiples vasos frente a él.
—No te imaginas —se acabó su whisky y pidió otro—. ¿Estás sola?
—Por el momento. Mi nombre es Sakura.
—Shaoran; un placer conocerte —le dio un sorbo a su bebida—. Entonces, ¿qué haces aquí?
Sakura lo miró unos instantes antes de responder. Le daba la impresión de que era el alcohol en el cuerpo de Shaoran el que hablaba con ella. Tenía toda la pinta de ser alguien bastante reservado.
—Celebrar mi cumpleaños.
—Felicitaciones. Déjame invitarte un trago. ¿Te gusta el whisky?
—Prefiero el ron.
Shaoran asintió e intercambió unas palabras con el bartender. Unos minutos después le entregó a Sakura una cuba libre. Le dio un trago y agrió el gesto.
—Mucho limón.
El castaño soltó un suspiro.
—Queda comprobado que hoy nada me sale bien.
—No es tu culpa —la amargura en la voz de Shaoran era palpable—. ¿Quieres hablar de eso?
Shaoran guardó silencio.
—Dicen que hablar con desconocidos es una buena forma de solucionar un problema. Nuestras opiniones son imparciales —añadió, cohibida.
Shaoran le clavó la mirada, ponderado si era una buena idea descargar su amargura en una mujer a la que acababa de conocer, mucho menos siendo tan atractiva. Finalmente se decidió. No haría más daño, total ya estaba jodido.
—¡Sakura!
Una tromba de cabello negro se materializó junto a ellos. Sakura dio un respingo, derramando la mitad de su vaso sobre la barra.
—Tomoyo —susurró aliviada—. ¿Te divertiste?
Los ojos de Tomoyo se iluminaron, pero entonces cayó en cuenta de que su amiga no estaba sola. Saludó al desconocido con una pequeña sonrisa.
—En realidad venía a decirte que ya nos vamos. Eriol bebió demasiado.
La castaña soltó una risita. Su mejor amigo no tenía tolerancia al alcohol. Se pasó una mano por el rostro y desocupó el taburete.
—Lo siento —se disculpó, aunque no estaba segura del porqué—. ¿Quieres que te lleve a tu casa? —ofreció, impulsiva—. No te ves muy bien.
—Tranquila, vendrán a recogerme, pero gracias por el ofrecimiento.
Sakura no se quedó muy convencida, así que hizo lo lógico en esa situación. Le pidió al bartender un lápiz y garabateó su número de móvil en una servilleta.
—Si quieres continuar con esa conversación, llámame. Nos vemos.
Y salió disparada hacia la entrada.
—¿Qué fue eso? —preguntó Tomoyo mientras llevaba a su novio al estacionamiento.
—Hice un nuevo amigo.
—Sí, de un hombre guapísimo. Y le diste tu número. El privado —recalcó.
—Estábamos teniendo una importante conversación que se vio interrumpida.
—Ya, ¿y de qué hablaban?
—Malas asociaciones de ideas.
Para entonces habían llegado al auto, así que Tomoyo tuvo que guardarse todas sus preguntas hasta que se pusieron en marcha. Y aun así, Sakura se negaba a responder. No quería hablar de Shaoran no pensar en él, pero irónicamente hacía todo lo contrario. No podía sacarse de la cabeza sus ojos claros, ni su cabello castaño, ni la postura de su cuerpo. Le había prestado más atención de la que creyó en un principio y eso la ponía nerviosa.
Su mente tuvo un descanso cuando vio la puerta de su edificio. Se despidió de Tomoyo apresuradamente y bajó del auto. Pero sus pensamientos cobraron fuerza en el corto viaje en ascensor hasta el cuarto piso y no se fueron hasta que entró en su departamento. Era un condicionamiento mental en el que había trabajado por años. Nada que la inquietase pasaba por esa puerta. Se quedaba en el pasillo la noche entera y a la mañana siguiente volvía para atormentarla. Se desvistió en el rellano, llevándose sólo el bolso. En ropa interior se metió bajo las cobijas, clavó la mirada en el techo y maldijo su suerte. A la mierda su condicionamiento. Allí estaba a las tres de la mañana, en su cama, fantaseando con un desconocido de ojos claros. Respiró profundo y se acomodó, tratando de conciliar el sueño. Estaba quedándose dormida, cuando escuchó su móvil. Lo pescó del bolso y se sorprendió al ver que había recibido un mensaje de un número desconocido.
"Gracias, Sakura. Te llamaré la próxima semana. Shaoran."
Corto, al grano, conciso. Maldijo una segunda vez y lanzó el teléfono al suelo.
Muchas gracias a quienes se aventuraron a leer esta historia, espero que el primer capítulo haya sido de su agrado. Es el primer fanfiction que publico, pero no el primero que escribo. Gracias de nuevo por pasarse por aquí. Cambiando radicalmente de tema, quisiera aprovechar para hablar sobre mi ritmo de publicación. Tengo una vida bastante ajetreada, demasiado trabajo y mucho estudio, así que en los pocos ratos libres que tengo, me pongo a escribir. Usualmente tengo listo el borrador del capítulo en dos semanas, pero me lleva otras dos darle forma y corregirlo. De todas maneras, dejémoslo en que no tengo una fecha específica de publicación pero pueden contar con que terminaré la historia aunque me lleve algo de tiempo. Por favor, dejen sus comentarios y sugerencias, me encantaría leerlos. Y gracias, otra vez. Nos leemos en el siguiente capítulo.
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