Hola a todos, aquí vuelvo con este One-short de drama…

Antes de nada, me gustaría hacer un agradecimiento especial a Rachel, una user de un foro que yo suelo usar, por editar la imagen de la portada para pintar la rosa de color azul, muchas gracias ;)

Y, volviendo al tema, aquí os dejo con este One-short, espero que lo disfrutéis ^^

Dedicado a lagenerala, porque creo que mi otro One-short te decepcionó un poco y quiero cambiar eso :3

La rosa del tiempo.

Era una tarde lluviosa, el cielo estaba tan nublado que cualquier esperanza de poder ver un rayo de sol era vana. El frío calaba hasta los huesos y las calles estaban vacías, como de costumbre.

Un viento gélido aullaba y recorría silenciosamente las destruidas calles de una ciudad cuyo nombre ya no era importante. Los escasos supervivientes de la masacre generada por Ganondorf estaban escondidos en sus casas o, en caso de no tenerlas, en las de sus vecinos, protegidos bajo un techo en ruinas y cubiertos por unas mantas ensangrentadas con sus propios fluidos color carmesí.

Temblaban y observaban el vacío, sus miradas, que reflejaban un profundo dolor y un trauma incurable, se perdían en el abismo de la locura. Sus cuerpos se movían de forma espasmódica cada vez que recordaban lo que llevaba sucediendo desde hace años.

Los más pequeños se cobijaban en cualquier recoveco y, los más afortunados, abrazaban el cuerpo, vivo o muerto, de sus parientes. Un osito de peluche descabezado podría ser mejor que un día en compañía de la soledad.

Lo que antaño fue un mercado ahora parecía más bien un matadero. Los cadáveres, que aún no habían sido apartados, plagaban el suelo. La sangre, ya reseca, se adhería a las losas como un tatuaje muy difícil de borrar.

Algún que otro valiente se atrevía a pasear por los puestos, buscando con desesperación algo para comer y peleándose con los perros salvajes, que en un pasado fueron dóciles y cariñosos.

El establo se encontraba vacío, las calaveras de los caballos y el heno podrido era lo único que daba indicios de que alguna vez hubo vida allí.

Los gritos desgarradores de aquellos que tras una ardua búsqueda descubren que sus familiares han muerto eran la banda sonora del lugar.

Una ciudad sin vida; una ciudad que había sido maltratada y desangrada hasta el final; una ciudad que mostraba la crueldad del antiguo gobernador.

Mientras tanto, a no mucha distancia de aquel destruido lugar, una gran infraestructura se alzaba por encima de todo y todos, un enorme castillo que antaño había sido la envidia del reino, ahora luchaba por mantenerse en pie. Sus paredes, en un pasado blancas, mostraban huellas rojas que decoraban las paredes, sirviendo de macabro recordatorio de todo lo que un día habitó en aquel lugar.

Solo una vida permanecía en el castillo, la joven princesa, Zelda, que preferiría estar muerta, al igual que todos los que se rebelaron contra Ganondorf.

Ella había visto caer uno tras otro a sus amigos, familiares y conocidos. Asesinados y torturados sin piedad, utilizados para experimentos y vendidos por los mercados más ocultos para fines secretos.

Se encontraba tumbada en su cama. Sus ropas, impolutas, contrastaban con las ensangrentadas y deshilachadas sábanas que trataban inútilmente de arroparla.

Llevaba puesto un vestido blanco largo con la parte superior de color rosa pálido. En sus telas estaban dibujados diversos símbolos sagrados, como la Trifuerza. Su cabello rubio se hallaba recogido en una hermosa pero deshecha trenza. Dos mechones de pelo estaban colocados delante de sus picudas orejas a modo de patillas. Su piel, pálida y tersa, estaba manchada con algo de sangre reseca y cubierta con heridas superficiales pero dolorosas. Sus ojos azules eran grandes, pero cualquier rastro de felicidad había sido borrado de ellos, dejando un par de lagos cristalinos cuya belleza se veía manchada por el dolor y el sufrimiento. Encima de su cabeza lucía una tiara de oro, que en un pasado había portado las joyas de su familia, pero que ahora mostraba los huecos vacíos en lugar de gemas preciosas. Calzaba unas botas marrones bastante cómodas que había tenido que coger de uno de los cadáveres que había por el castillo.

El cuerpo de la muchacha se sacudía de forma descontrolada, con espasmos que se veían acompañados por gemidos de dolor. Lloraba a lágrima viva, de vez en cuando suspiraba de forma entrecortada un nombre en particular, pero nadie respondía.

Estaba sola. Ni Impa, ni Rauru, ni su padre, ni siquiera un sirviente podía hacerle compañía. Todos habían pasado a mejor vida menos ella, sobre sus hombros recaía el deber de restaurar el reino tras aquella catástrofe, pero, en esos momentos, todo parecía imposible. Cualquier esperanza era rápidamente silenciada por el dolor de los recuerdos.

El asesinato cruel e inhumano de su padre; la tortura hasta la muerte de Impa; y la desaparición del espíritu de Rauru. Las cosas pintaban muy mal para ella y su futuro.

Y luego estaba él. Nunca lo había valorado tanto como en aquel momento, pero ya era tarde. Se fue y la dejo allí sola, un sacrificio más, decían, una vida por un reino, aseguraban. Pero… ¿acaso ella no le importaba a nadie?

Finalmente, se sentó en la cama y miró por la ventana, observando como las gotas chocaban contra el cristal de la susodicha y su anterior forma se desvanecía, convirtiéndose ahora en finos hilos de agua que se deslizaban hasta chocar contra el marco de madera y quedarse allí, estancadas.

La vida era tan efímera y cruel. Cualquier ser vivo es una mera marioneta de lo que dicte el destino, todo da igual. La guerra, los gritos, las lágrimas, las medicinas… nada. Ni siquiera el amor, una de las curas más poderosas, surtía efecto ante la muerte.

Morir… ahora no le parecía una perspectiva tan mala. Días atrás, lo habría dado todo por una nueva bocanada de aire, pero, en este momento, parecía dispuesta a abandonarse a la oscuridad en cuanto que tuviese la oportunidad.

Un resbalón por las escaleras, una inclinación excesiva frente a la ventana, un ladrillo mal colocado, un cuchillo afilado… Morir era tan fácil. Vivir, eso era lo difícil. Las personas de todas las razas luchan por mantenerse con vida para forjarse un lugar en el mundo, para demostrar que ellas han estado allí, pero ahora nada tenía sentido.

Él no estaba ni iba a estarlo. Nadie la acompañaba, todos ocupaban un lugar de mérito en el cementerio; todos menos el Héroe. El joven había pedido expresamente que, en caso de sucederle algo, fuese incinerado en la torre más alta del castillo para que, una vez convertido en ceniza, pudiera volar libre por todo Hyrule.

La princesa sonrió, recordando que cuando el chaval se lo había dicho, ella le había quitado importancia al asunto, negando rotundamente la posibilidad de su muerte.

Cuanto le hubiera gustado a la joven volver atrás en el tiempo para disfrutar la compañía de aquel tímido e inteligente chico.

Su ausencia parecía haber dejado un hueco en el castillo mucho más grande que cualquier otro golpe dado por Ganondorf o los suyos; su ausencia parecía haber destrozado interiormente a la princesa.

La lluvia continuaba cayendo, incesante, y la pobre muchacha dejo que su mente vagara por aquel momento, días atrás, en el que lo había perdido todo…

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Una bella e imponente torre se alzaba sobre Hyrule, estaba construida en piedra, destinada a soportar cualquier tipo de cataclismo. La magnífica infraestructura componía la parte oeste del Castillo de Hyrule, y era la segunda torre más alta; sólo aquella en la que se encontraban los aposentos de la princesa era mayor.

Pero en su interior se estaba desarrollando algo; una batalla tan feroz y encarnizada que parecía capaz de hacer temblar los cimientos de la propia Torre Oeste; una lucha entre el bien y el mal…

Un muchacho con el cabello rebelde y rubio subía rápidamente unas escaleras. Tenía un par de mechones de pelo por delante de sus orejas, actuándole como patillas, y el flequillo desordenado, casi cubriéndole sus ojos azul cielo. Aquel par de pupilar zarcas brillaban con valentía e inteligencia. La mente de su poseedor estaba centrada en un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre. Vestía un sayo color verde esmeralda, por debajo de este, llevaba una camisa blanca algo manchada por la tierra y la sangre de sus aventuras. Como capa intermedia, portaba una cota de maya, tan ligera con útil en situaciones extremas. Sus pantalones, de un tono marrón muy claro, casi blancos, eran elásticos y flexibles, permitiéndole una calidad de movimientos exquisita. Sus manos estaban protegidas por unos guantes color café que se cubrían hasta la mitad de los dedos para permitirle moverlos con libertad. Un par de botas, también color chocolate, ponían la guinda a su vestimenta.

Cruzando diagonalmente su pecho estaba la correa de una vaina para su espada, que ahora estaba desenvainada, ya que el joven se hallaba en constante alerta. Un escudo de color azul con los bordes metálicos protegía su espalda de ataques a traición, permitiéndole al chico no ir vigilando su retaguardia constantemente. Un pendiente en forma de aro adornaba su oreja, se trataba, nada más y nada menos, que del "pendiente ignifugo", regalo de los Goron en señal de amistad.

Su espada era un arma que imponía respeto con sólo mirarla: un borde afilado y letal, capaz de cortar al mismísimo contacto, una empuñadura de color azul con un enrevesado acabado y una especie de aura mágica que la envolvía, dotándola del misterio que ninguna otra espada podrá tener jamás.

Los ojos azules del joven escrutaban todo lo que había a su alrededor, cerciorándose de que no había ninguna trampa o enemigo escondido.

Las escaleras de caracol también estaban hechas de piedra, como todo en aquel castillo, y se hallaban protegidas por una alfombra de color rojo con adornos rosados que facilitaba y complicaba al Héroe por igual. Su aterciopelada superficie era capaz de silenciar sus pasos, pero, a su vez, le dificultaba el ascenso, reduciendo su velocidad.

El joven, tras más de media hora subiendo, no pudo evitar comenzar a jadear. Estaba cada vez más nervioso, y a su mente acudían pensamientos que le rogaban que se marchara de allí en ese mismo instante. Pero no podía hacerlo. La princesa Zelda, futura heredera al trono, estaba secuestrada por aquel loco, y él debía rescatarla aunque su vida se fuera en el intento.

-Maldita sea… -murmuró de forma entrecortada, deteniendo el ascenso durante unos instantes y apoyándose contra la pared para tomar algo de aire.

Su corazón se aceleró al instante cuando oyó una música extraña. Rápidamente, el muchacho se rehízo y apretó con más fuerza la empuñadura de su espada, llevando la mano derecha hacia el escudo.

La canción, en contra de lo que esperaba, no provenía de ningún nuevo enemigo, tan solo parecía música normal y corriente, tocada con el órgano.

El joven suspiró y se relajó ligeramente, con un nuevo y único pensamiento:

-Ganondorf, se que eres tú.

Aquella afirmación le provocó un escalofrío, ya que el poder escuchar aquel sonido significaba que estaba muy cerca de su objetivo.

Continuó subiendo, tratando de regularizar su respiración para no hacer mucho ruido, y, finalmente, llegó hasta una puerta de hierro roja, que tenía unos afilados pinchos sobresaliendo de su superficie.

Suspiró un par de veces hasta que reunió el valor suficiente para empujar la puerta. Tras intentarlo durante más de un minuto, Link se quedó mirando aquel extraño objeto que le separaba de su querida princesa y del secuestrador que la tenía en su poder.

-¡Levántala, atontado! –chilló una vocecita aguda por encima de él.

El joven alzó la mirada, y se encontró con Navi, una pequeña hada azulada que le estaba acompañando durante su viaje. La criatura tenía un carácter gruñón y tiquismiquis, pero había demostrado ser una amiga de verdad, y ayudaba a Link siempre que lo necesitaba.

El muchacho obedeció a su acompañante, colocando ambas manos por debajo de la puerta, aprovechando un pequeño espacio que había, y ejerció toda la fuerza que tenía, tratando de elevarla.

Los resultados fueron inmediatos, y la puerta se comenzó a levantar muy lentamente.

Link maldecía por lo bajo aquel extraño sistema para abrir puertas, pero pudo terminar de hacerlo con rapidez, se apresuró a pasar dentro de la habitación, se aseguró de que el hada ya estaba tras él y dejó caer el pesado hierro que había levantado.

Se llevó la mano derecha a la espalda, aplicando fuerza sobre la zona dolida y jurándole odio eterno a aquellas puertas.

De pronto, escuchó una carcajada grave y sonora proveniente de un hombre. Link se enderezó al instante, buscando a Ganondorf con la mirada.

-¿Este es el Héroe del Tiempo? –preguntó la voz, con notable desprecio hacia el muchacho-Alguien que no es capaz ni de levantar una puerta, ¿cómo va a ser capaz de vencerme?

La mirada del joven se deslizó por la habitación: era un cuarto enorme, seguramente la sala del trono, estaba construido y sujeto por grandes pilares de piedra maciza, pero la estancia estaba vacía, lo único que la ocupaba era un enorme órgano que casi alcanzaba el techo. Una figura oculta bajo una capa oscura arrancaba las notas del instrumento, y otra persona se hallaba encerrada dentro de una jaula que estaba sujetada al techo. Los barrotes de esta parecían estar imbuidos en algún tipo de magia, ya que brillaban con una luz morada y fantasmagórica.

-¡Vamos, Ganondorf, no hemos subido media hora de escaleras para verte tocar un piano! –gritó la "amable" Navi, mostrando un gran odio hacia el usurpador.

-Se llama órgano –susurró Link, corrigiendo a su pequeña amiga, la cual soltó un resoplido cansado.

Otra nueva risotada llenó el ambiente, y, en esta ocasión, Link empezó a sentirse humillado. Apretó la empuñadura de su espada con la mano, agarró el escudo y caminó hacia el hombre con los músculos tensos, listo para esquivar cualquier ataque.

-¡Link, vete! –pidió una voz femenina.

El muchacho alzó la vista, viendo a la princesa Zelda encerrada tras los barrotes.

-Cierra el pico –espetó el hombre, chasqueando los dedos con rabia.

Una onda de energía morada recorrió la jaula, e, instantes después, se escuchó un gemido de dolor de la princesa.

-¡Déjala en paz! –exigió Link, preocupado por la joven y molesto con Ganondorf- Tu batalla es contra mí, no contra ella.

El hombre se incorporó de la silla y se volvió hacia Link, esbozando una sonrisa pérfida.

Un escalofrío recorrió la columna vertebral del Héroe. Aquel era un villano realmente temible e intimidante: se trataba de un hombre joven, con el cabello de color rojo y los ojos carmesí. Su nariz picuda y el brillo de aquel par de carbones encendidos que tenía por ojos le daban un aspecto verdaderamente terrorífico. Vestía con una armadura completamente negra, a excepción de algún adorno de color dorado que dibujaba intrincadas filigranas sin sentido en sus ropas. Sus botas parecían ser resistentes, pero a la vez pesadas, y eran igual de oscuras que el resto de su vestimenta.

Portaba una gran espada que tendría una longitud equivalente a las piernas del Héroe del Tiempo. No llevaba escudo, ya que tenía una total confianza en sus capacidades como espadachín y mago oscuro.

-Tan caballeroso como siempre, Héroe de poca monta –se burló Ganondorf, haciendo una leve reverencia que mostraba de todo menos respeto-. No te preocupes, hay suficiente para los dos –añadió con tono sarcástico.

Link frunció las cejas y tragó saliva, intimidado por el hecho de que Ganondorf no estuviese ni un poco asustado por su presencia, ya que, según las profecías, el Héroe del Tiempo acabaría con su reinado de oscuridad.

-Me sorprende gratamente que los sabios hayan tenido la cortesía de mandarme la pieza de la Trifuerza que me faltaba –opinó, soltando una carcajada y comenzando a caminar hacia Link-, y encima me la entregan en bandeja de plata.

-Tendrás que pasar por encima de mí para conseguir la Trifuerza –amenazó el muchacho, tratando por todos los medios de conseguir que Ganondorf dejase de acercársele.

-Ni lo dudes, que sepas que este será el último día de tu existencia –profetizó el usurpador, sonriéndole con indiferencia.

-Si yo muero, tú te vendrás al infierno conmigo –aseguró Link, retrocediendo un paso para aumentar las distancias.

-Eso, amigo mío, lo dudo en demasía –se limitó a responder, llevando la mano hacia la empuñadura de la espada, sonrió con ganas, parecía estar deseando de iniciar la batalla-, pero no voy a rechazar tu reto –añadió, desenvainando su arma y comenzando a correr hacia Link.

La batalla había comenzado, y ahora nadie podía pararla.

El joven no se esperó la primera embestida, así que tuvo el tiempo justo para esquivarla.

Ganondorf soltó una carcajada:

-No sabrás ni coger una espada, pero reflejos te sobran.

Link gruñó, agarró su arco, que estaba sujeto en su espalda, y sacó una flecha del carcaj, apuntando a su rival sin decir ni una palabra.

El sonido de la flecha rasgando el aire fue lo único que se escuchó durante unos instantes, pero, un poco después, cuando Link ya creía que su ataque había funcionado, vio que Ganondorf tenía el brazo estirado y la palma abierta, de ella salía una ligera columna de humo. Casi por instinto, miró al suelo, viendo el montoncito de cenizas que momentos antes había sido su flecha.

Acto seguido, la mano de su rival comenzó a brillar de forma fantasmagórica. Link se le quedó mirando, con una mezcla de curiosidad y temor, hasta que una bola de energía morada salió volando directa a él.

Tardó unos instantes en reaccionar y tratar de esquivar el ataque, los suficientes para sentir un dolor agudo y molesto en su pierna derecha. Observó la zona afectada, viendo, para su horror, que la pernera del pantalón había quedado totalmente achicharrada, y su pierna no había logrado salir ilesa: una superficial pero gran quemadura cubría toda la zona dañada.

Link soltó un grito de dolor y se derrumbó en el suelo, incapaz de apoyar su pierna. Otra risotada hizo acto de presencia, y Ganondorf comenzó a burlarse de lo débil y torpe que era su rival, mientras tanto, actuando con total sigilo y discreción, el muchacho cogió una de las dos pociones que tenía en su cinturón, y le dio un leve trago, sintiendo un bienestar instantáneo.

Su rival le estaba dando la espalda mientras que hablaba, así que Link aprovechó la situación y, sin decir ni una palabra, recogió su arco del suelo y disparó su segunda flecha.

El proyectil impactó de lleno en el brazo derecho de Ganondorf, atravesándolo de lado a lado.

Un alarido indicó a Link que había dado justo en el blanco, pero su rival, lejos de volver a quejarse, se volvió hacia el Héroe del Tiempo con una sonrisa malévola.

-Buen disparo –admitió, mirando fijamente a su adversario y arrancándose la flecha del brazo sin hacer ninguna mueca de dolor.

Link tragó saliva y tuvo que respirar hondo antes de perder la compostura, ¿acaso la flecha no le había hecho nada?

El joven se incorporó y miró a Navi, desesperado por su ayuda. La pobre hada negó con su cabecita.

-Lo siento, Link, pero no puedo ayudarte, su aura oscura me impide acercarme –se disculpó con su voz aguda.

El muchacho soltó una risita nerviosa y desenvainó su espada, presto para pasar al ataque directo.

Ganondorf no perdió ni un instante, y cargó otra esfera de magia que lanzó directamente contra Link. El joven, consciente de que esquivar no le serviría de nada, golpeó casi por inercia el ataque, devolviéndoselo, para sorpresa de ambos, a su emisor.

La bola de magia chocó contra Ganondorf, el cual fue incapaz de moverse, y soltó un grito de dolor, cayendo al suelo de rodillas, paralizado por su propio hechizo.

Link no perdió ni un instante, y salió corriendo hacia su rival, golpeándole fuertemente con la espada y atravesándole el pecho limpiamente.

Un alarido ahogado fue lo único que el Héroe recibió por respuesta, acto seguido, Ganondorf cayó al suelo, aparentemente muerto.

La jaula en la que Zelda estaba encerrada perdió su brillo morado y desapareció, dejando a una sorprendida y asustada princesa en el aire.

La pobre muchacha cayó al suelo, soltando un grito de terror, pero Link reaccionó con rapidez, corriendo hacia ella y logrando cogerla en brazos. El impacto de la caída casi provocó que el joven perdiera el equilibrio, pero, finalmente, fue capaz de mantenerse en pie.

Zelda le sonrió, agradecida, y miró fijamente a los ojos azules del Héroe. El chaval, por su parte, le devolvió la mirada y se sonrojó ligeramente.

-¿Ya ha terminado todo? –preguntó la muchacha, sacando a Link de sus ensoñaciones.

El muchacho se percató de como tenía sujeta a la princesa, así que se apresuró a soltarla con delicadeza en el suelo. Acto seguido, echó un vistazo al cadáver de Ganondorf, que estaba comenzando a formar un charco de sangre morada bajo su propio cuerpo.

-Creo que sí –contestó, dudando un poco porque la batalla había sido demasiado fácil.

-Bien, entonces creo que es el momento de volver a casa –susurró la princesa, tendiéndole la mano derecha a Link y dedicándole una de sus sonrisas más cariñosas para calmarlo.

El joven se sonrojó aún más, y, justo cuando iba a tomar la mano de Zelda, una enorme piedra cayó junto a él, partiéndose en minúsculos trocitos y golpeándolos a ambos.

-¡¿Pero qué…?! –comenzó a gritar el muchacho, envolviendo a la princesa en un abrazo para protegerla del siguiente impacto que se producía justo después del primero.

La joven observó el lugar, asustada, pero mantuvo la calma. De pronto, se dio cuenta de que el cuerpo de Ganondorf había desaparecido. Rápidamente, se separó de Link y lo cogió de la mano, comenzando a correr hacia la salida del cuarto.

-¡Es él! –le aclaró la muchacha ante la mirada perpleja del chico- ¡Ganondorf sigue vivo! –agregó, terminando de confundirle.

El chico aún no comprendía muy bien cómo había sucedido aquello, en teoría, su rival estaba muerto, ¡el mismo lo había atravesado! Finalmente, las piezas de su puzle mental encajaron: no es que la batalla hubiera sido fácil, sino que aún no había comenzado.

Continuará…

Este fic ha sido reeditado, ya que no pensaba dividirlo en dos partes, pero he visto la gran longitud que tenía y seguro que eso intimida, así que aquí está la primera parte y sólo tenéis que clikar para leer la segunda :3

Ya aprovecho y agradezco los review recibidos con aterioridad: lagenerala, gracias por el comentario, ya lo arreglo ^^; P.Y.Z.K, no sé si alegrarme o entristecerme de que te haya hecho llorar xD, al menos lo habrás disfrutado; P.M, no sé qué tienen tus mensajes, pero siempre me resultan alentadores, muchas gracias por comentar ;)

Un saludo a todos y a todas, nos vemos en la segunda parte, dejen review, por favor :3