-Pero ¿cómo pudo salir con él? –exclamó Harry amargamente. La idea de la Amortentia cruzó por su cabeza. No, no. No podía pensar de esa forma de James, su padre, a quien siempre había admirado sin dudar–. ¡Si lo odiaba!
-No, no lo odiaba –dijo Sirius intercambiando una mirada con Remus.
-Empezaron a salir cuando estábamos en séptimo año –le explicó Remus.
Una sonrisa de oreja a oreja surgió de repente de los labios de Sirius.
-Cuando con tu padre dejamos de ser unos imbéciles –Sus ojos parecían estar en otra parte– y a James se le desinfló la cabeza.
Harry se quedó callado.
-¡Pero él era un idiota!
Tanto Sirius como Remus rieron con fuerza.
-Todos lo éramos, Harry. Excepto Remus, él siempre fue mucho más sensato que nosotros.
-Ésa es una grandísima mentira –argulló Lupin mientras tomaba un gran trago de whisky de fuego–. Yo sólo me quedaba en un rincón leyendo, y nunca intervenía para detenerlos. Era un partícipe silencioso. Tu madre siempre me lo reclamaba –añadió, mirando a Harry–. Éramos prefectos.
-¿En serio? ¿Y los puso en detención alguna vez?
-Creo que encontraba más divertido embrujar a James por su cuenta –murmuró Sirius riendo nuevamente, con los ojos brillantes–. Además no tuvo muchas oportunidades. En sexto año James se volvió capitán del equipo de Quiddich.
-Y en séptimo Premio Anual junto con ella.
-¡¿Mi padre Premio Anual?! –Harry se atragantó con la cerveza de manteca–. Pero ¿cómo pasó eso? Es como... Fred y George con montones de MHB.
-En años de guerra uno cambia mucho –la mirada de Sirius se oscureció–. Crecimos a golpes. Teníamos qué.
-Pero nos acompañábamos mucho –añadió Lupin–. La guerra nos unió de repente, nos hizo distinguir aquello que importaba de lo que no. Justo como…
-Nos está sucediendo a nosotros ahora –completó Harry, asintiendo. Tenía la garganta un poco cerrada y un nudo en el pecho. Sirius le dio unas palmaditas suaves en la espalda y el nudo se hizo más liviano.
Advertencia
James se levantó temprano aquel día. Corrió las cortinas de la ventana y vio cómo el sol iluminaba el campo de Quiddich. Eran las siete en punto: el momento ideal para volar. Como ya había guardado todas sus cosas por la noche, salió disparado hacia afuera.
Mientras iba al campo pensaba en todo lo que había ocurrido pocos días atrás. Miró el cielo y le tomó un instante darse cuenta que no era el momento. Sólo bastó montar en su escoba, el viento pegándole en la cara, el sol un poco más cerca de sus ojos, el Bosque Prohibido alzándose en su inmensidad, el lago y su color azulado y el aleteo de la Snitch dorada para que todas las preocupaciones se deslizaran de su cabeza.
Tras un rato, se alegró de ver que justo debajo de él había una figura flacucha con cabello rubio, mirándolo con una mezcla de exasperación y diversión. Sonriendo, bajó con su escoba a toda velocidad y tiró de la corbata de su amigo.
-¡Eres un idiota, James! –exclamó Remus negando con la cabeza.
-¿Qué pretendes de mí, Lunático? –gritó James desde arriba, con voz teatral–. ¿Una charla increíblemente seria sobre lo que sucedió?
-Sabes que es exactamente lo que necesitas.
-No sé que se te subió a la cabeza desde que te nombraron prefecto –se burló James. Casi a la altura de la cabeza de Remus, se sostuvo con fuerza de sus piernas y se soltó, quedando de cabeza.
-Por hacer eso todo el tiempo tienes el cabello como lo tienes -replicó Remus paternalmente.
Pero James ya no lo escuchaba. Se contoneaba de un lado a otro, estirando las manos hacia abajo para tocar el pasto.
-¡Mira! ¡Puedo ir de cabeza, impulsándome sólo con mis pies!
Remus, ignorándolo, le hizo una seña para que lo siguiera hasta el lago. Su amigo, por supuesto, fue desde su escoba.
-Canuto dice que es fascinante –le dijo James con desdén. Con un salto ligero, bajó justo delante de Lupin.
-Es Canuto de quien estamos hablando.
-¡Ah, disculpa! He olvidado que estoy hablando con el hombre lobo prefecto, el estudiante que sigue la ley escrupulosamente.
-Cállate y siéntate.
Se colocaron debajo del gran sauce del lago y sacándose las zapatillas, se sentaron encima de sus gruesas ramas y metieron los pies en el agua helada.
-Voy a extrañar un poco esto –admitió James, mirando las ramas del árbol moviéndose al compás del viento.
-¿Quieres? –Remus le tendió tostadas y galletas–. Tomé algunas del Gran Salón antes de venir.
-Gacias –masculló James, ya con la boca llena.
Se quedaron en silencio por un momento, escuchando los ruidos de los pájaros tomando agua en el lago y marchándose rápidamente cada vez que uno de ellos hacía el más leve movimiento. Era un día húmedo y el calor veraniego empezaba a sentirse.
-Me siento extraño después de ayer –dijo por fin James–. Quejicus llamó a Evans...
-La llamó como cualquier Mortífago en entrenamiento llama a un mago o bruja con padres muggles –dijo su amigo amargamente.
-Pero aún así. Eran amigos desde la infancia. Y se lo gritó casi con odio. Todo está cambiando. De verdad me gustaría hablarlo con ella pero…
-¿Actúas como un imbécil cuando Lily está cerca? –sugirió Remus.
-Es que hay momentos donde nosotros podemos hablar como… –James pensaba cuál sería la palabra indicada– no lo sé, sin que ella quiera lanzarme un maleficio en la cara. Pero eso es cuando…
-Sí, cuando no tratas de impresionarla descaradamente –completó Remus nuevamente.
James le lanzó una mirada desconcertada.
-Tal vez.
Volvieron a quedarse en silencio, oyendo a lo lejos las voces de quienes habían terminado de desayunar y se disponían a dar un último paseo cerca del lago.
-Creo que estoy haciendo las cosas mal, ¿no? –exclamó súbitamente.
-¡Oh, tú crees! –exclamó Remus casi riendo–. ¿Por qué lo haces, de todas formas?
-¿Hacer qué?
-Ser un arrogante con ella.
-No lo sé. Supongo que porque es la mejor forma de… –Dubitó.
Se oyeron pasos yendo hacia allí. Cuando James distinguió la fuerte risotada de Sirius y los pasos torpes de Peter, giró y se incorporó con rapidez, olvidando completamente la conversación anterior.
-¡No puedo creer que lo hayas hecho sin mí! –gritó, tirándose encima de su amigo y empujándolo.
-¡Oh, mejor cállate! –exclamó Sirius, devolviéndole los golpes–. Tú nos abandonaste.
-¡Sólo tenías que venir al campo de Quiddich!
-Oh, lo siento, buscador estrella, olvidé tu entrenamiento. ¿Puedes darme tu autógrafo?
James se echó encima de Sirius con tanta fuerza que cayeron al suelo y comenzaron a rodar. Les bastó una patada accidental para derribar un hormiguero.
-¡Ah, ah, ah! –exclamó Sirius, tirado sobre la tierra con miles de hormigas subiéndosele alrededor–. ¡Quítamelas, quítamelas!
-¡Accio hormigas! –exclamó Remus con una sonrisa de oreja a oreja, alejando los insectos de su amigo.
-¡Aguamenti! –farfulló James, desternillándose de la risa.
-¡Tú maldito…! –gritó Sirius, empapado, apuntándole con la varita, sonriendo maliciosamente. James, sin tiempo que perder, saltó al sauce y empezó a treparlo. Sirius creó una soga con su varita y con mucha destreza se lanzó hacia una de las ramas más altas.
Peter tomó un pastel que tenía en el bolsillo y comenzó a comerlo, observando la escena sonriente.
-¿De qué estaban hablando? –le preguntó Remus, levantando el tono de voz para que se oyera más allá de los gritos de sus otros dos amigos–. ¿Qué habían planeado hacer?
-Oh –masculló Peter, con la barbilla llena de crema–. Cuando tú fuiste a hacer la patrulla, Marlene nos comentó que Mulciber había estado molestando a su prima de once años de Hufflepuff y le había quitado todos los Snickles que tenía para almorzar hoy en el tren.
-Ah. Y James y Sirius pensaron que era la oportunidad perfecta para molestar a Mulciber.
-Así es.
-¿Y qué hicieron?
Sirius le preguntó a Regulus cuáles eran los muffins preferidos de Mulciber y en dónde solía sentarse.
Les cayeron unas ramas con musgo y tierra de más arriba. Ambos levantaron la cabeza y se dieron cuenta que el duelo de Sirius y James se había trasladado a más de dos metros de altura, sobre ramas cada vez más finas. Remus limpió la tierra de sus hombros y volvió su mirada a Peter. El chico, zampándose el último bocado de pastel, prosiguió:
-Y llenamos los muffins de Mulciber con comida de la lechucería.
-Esta clase de planes son los que lamento perderme –murmuró Remus, lanzando una risa suave.
-Parece que están divirtiéndose a lo grande por allí –observó Marlene, señalando el sauce.
Las cinco se encontraban del otro lado del lago, jugando una partida de Snap Explosivo. Mary, Olive, Emma y Lily voltearon sus cabezas. James Potter y Sirius Black estaban lanzándose embrujos sobre una rama del sauce a dos metros de altura. La copa del árbol se contoneaba de un lado a otro con cada movimiento que hacían, y algunas hojas y ramas caían al lago.
-Pues esa rama no parece muy firme –murmuró Olive, risueña. Jugaba distraídamente mientras ojeaba una revista sobre Criaturas Mágicas en Gran Bretaña.
-Y no parece importarles mucho –dijo Mary, negando con la cabeza, algo preocupada– porque acaban de saltar a otra. Espero que no se lastimen.
-No lo harán –aseguró Emma, sonriendo. Parecía encontrar particularmente graciosa la escena–. Black tiene una soga, ¿ven?
-Cierto –dijo Marlene, apuntando con el dedo a Emma–. Y Potter tiene ese don de los Buscadores de escabullirse y hacer equilibrio fácilmente.
-¿Podemos volver a la partida de Snap, por favor? –dijo Lily, levantando un poco la voz con indignación.
-¡Oh! ¿Por qué ese malhumor? –preguntó Olive, volviendo la vista a su lectura.
-Por nada en absoluto. Sólo que mientras Potter y sus amigos no estén molestando a nadie, no me interesa en lo más mínimo lo que estén haciendo –dijo Lily, arrancando un poco de pasto.
Sus amigas intercambiaron una mirada. Marlene puso su mano encima de la de Lily. La chica tenía la vista en el suelo, y podían verse las ojeras de una pésima noche de sueño, tan inusuales en su semblante enérgico.
-Ey. Sabes que cuando quieras puedes escupir lo que tengas en la cabeza.
-Por supuesto que sí, Lils –dijo Olive suavemente, acercándose–. Más allá de lo poco que nos agrade Snape…
-Y nos agrada muy poco –agregó Emma, a lo que Lily le tiró un poco de pasto, esbozando una leve sonrisa.
-Sabemos que era tu amigo desde que eran pequeños –dijo Mary– y que fue quien primero te entendió cuando empezaste a hacer magia, te ayudó a enfrentar a tu hermana, y todas esas cosas.
-Y que se ha vuelto un Mortífago en entrenamiento y que eso debe doler –masculló Emma, con su característico tacto.
-¡Emma! –exclamó Marlene, frunciéndole el ceño.
-Está bien, Mar –murmuró Lily, arrancando más pasto con enojo. Unas lágrimas escaparon de sus ojos esmeralda–. De todas formas es la verdad. No tengo idea de cómo voy a hacer para pasar todo el verano en frente de su casa, con Mulciber, Crabbe y todos esos imbéciles.
-Entiendo tu incertidumbre –dijo Olive, apoyando su mano sobre el cabello pelirrojo de Lily y acariciándolo– pero no te desquites con el pasto.
-Y no tienes que pasar todo el verano allí –aseguró Marlene–. Cuando volvamos de Francia, puedes venir cuando quieras. Mi familia te adora.
Lily le dedicó una sonrisa, asintiendo y limpiándose la cara.
-Bueno –dijo un poco más animada–. Oli, si no sueltas esa revista y juegas una partida digna, se la tiraré al calamar gigante.
Antes de que alguna pudiera decir otra cosa, se oyó un fuerte 'crack'. Todas giraron la cabeza bruscamente.
-AAAAAAAAAAH
James Potter y Sirius Black estaban cayendo desde seis metros de altura directo al centro del lago. Girando sobre sí mismos y en una milésima de segundo, ambos gritaron:
-¡Aresto Momentum! –James comenzó a caer lentamente hacia el agua y se entretuvo haciendo piruetas.
-¡Incarcelous!
De la varita de Sirius salió nuevamente una soga, que se asió con fuerza a una rama resistente del árbol. Tras sostenerse bien, tomó a James, quien iba girando en el aire desternillándose de la risa, y ambos quedaron colgando de la soga a medio metro del agua.
Hubo un segundo silencio de todos los estudiantes que estaban alrededor del lago, hasta que uno por uno se levantaron y empezaron a silbar y a aplaudir.
-Eso –dijo Emma, tras lanzar un fuerte silbido– es tener talento.
-¡Oh, James, mi damisela en apuros! –exclamó Sirius, sosteniéndolo de la cintura. Algunos alrededor se habían tirado al suelo de la risa–. Es un honor haberte salvado.
James, sin decir nada, creó una flor con su varita y se la colocó a Sirius en la boca.
Hasta Lily no pudo evitar lanzar una risotada.
-¡Oh! –masculló Marlene, señalándola–. ¿Es eso lo que creo que es?
-¿De qué hablas? –dijo Lily con tono altanero, volviendo a estar seria.
-¡Te reíste de una broma de los Merodeadores! –dijo Olive suavemente, asintiendo.
-Oh, vamos. Sólo me reí de lo ridículos que son.
Balanceándose con la soga y sin usar sus varitas, James y Sirius aterrizaron en tierra firme con los brazos extendidos hacia arriba, como agradeciéndole al público. La gente alrededor volvió a aplaudir. Alrededor había unas cuantas chicas mirándolos risueñas. Lily bufó.
-Lo único que les interesa es llamar la atención, ¿ven?
-Hm…tal vez –replicó Emma–. De todas formas me agradan –Levantó la mano y gritó–. ¡Ey, Black, eso estuvo fascinante!
A Emma no le molestaban los Merodeadores; y ésa era un gran motivo de discusión entre Lily y ella. De hecho, su amiga tenía una especie de amistad con Sirius Black y se sentaba con él en algunas clases, cuando Remus Lupin caía enfermo.
Para la irritación de Lily, Black se acercó sonriendo satisfecho.
-¡Rogers! Nos lo debíamos. No podíamos no hacer nada el último día de clases después de todas estas semanas de rendir las MHB, ¿verdad?
-No es que en el desayuno no hayan hecho nada –argulló Marlene sonriendo.
Lily se extrañó aún más. ¿Marlene aprobando una broma de Los Merodeadores?
-¿Qué hicieron en el desayuno? –preguntó Lily ceñuda.
Sirius le sonrió con sorna.
-No hicimos nada que pueda molestarte, Evans. A no ser que te agrade Mulciber –añadió, poniéndose repentinamente serio.
-¡Sí, claro! Lily le hizo más maleficios mocomurciélago que tú, Black –la defendió Emma.
-¿Fuiste tú? –se sorprendió Sirius, tirándose el largo cabello negro para atrás, acalorado–. Recuerdo verlo escondiéndose por los rincones del castillo con la cara verde. Fue excelente.
-Gracias -agradeció Lily en pose altanera–. Bueno, ¿qué hicieron hoy, entonces?
-Marlene –Sirius la tomó por los hombros, sonriendo– nuestra gran cómplice, procederá a contarte.
Lily abrió los ojos como platos y levantó las cejas, observando escéptica a su mejor amiga. Marlene, mirándola con un poco de culpa, asintió y comenzó a explicar:
-Verás. Cuando Remus y tú fueron a hacer la patrulla nocturna tras la cena, yo fui a devolver unos libros a la biblioteca con Oli. En el camino, encontramos a mi prima, Lucy, llorando en el suelo.
-Tenía el suéter rasgado –añadió Olive, con un gesto de indignación muy poco típico de ella–. Y el tobillo lastimado.
-¡¿QUÉ?! Ese imbécil –exclamó Lily con fiereza–, ¿qué le hizo?
-Al parecer estaba aburrido y se había gastado todo su dinero en la última salida a Hogsmeade –explicó Marlene, algo ensimismada en su relato y con los ojos entrecerrados–. Y no se le ocurrió nada mejor que quitarle unas cuantas Sickles a la primera persona indefensa que se le cruzara. La acompañamos hasta la entrada de su sala común.
-Y cuando nos contaron a Mary y a mí, tomamos la decisión –agregó Emma, rodeando los hombros de Sirius con su brazo y despeinándole el pelo amistosamente– de pedirles un consejo a los mejores bromistas de todo Hogwarts.
Lily emitió un leve bufido y Sirius alzó las cejas.
-¿Y? ¿Qué hicieron? -inquirió, impaciente.
-Pues James tuvo la brillante idea de…decorar un poco el desayuno de Mulciber.
-¿Decorar? ¿Qué le pusieron?
-BLAAAAAAAAACK
El grito de Mulciber se escuchó a pesar de que estaba a unos cuantos metros, recién salido del Gran Salón, con la cara verdosa.
-¡Ups! –farfulló Sirius un poco alarmado–. Bueno, por su cara imaginarás…James había pensado ponerle alimento de la lechucería. Y digamos que todos estábamos de acuerdo al respecto…
-¡Canuto! –gritó James, tratando de localizarlo con la mirada. Tenía su escoba en la mano, listo para huir.
-¡Aquí, aquí!
-POTTEEEEEER
Mulciber encontró a Sirius con la mirada y se dirigió corriendo a toda velocidad hacia él. Sirius abrió los ojos.
-¡Apúrate, James! –Extrañamente tranquilo, prosiguió con su anécdota–: Pero como plan de último minuto, decidí volver a la lechucería para reforzarlo con otras cosas que pueden ser excelentes condimentos para personas como Mulciber…
-¡Oh, no, no, no! –gritó Mary, mientras Emma y Marlene se desternillaban en el piso. Lily lo miraba seria–. ¡No lo hiciste!
-Cornamenta no estaba de acuerdo conmigo –confesó Sirius–. Pero sí, de hecho lo hice.
-¿Que Potter no estaba de acuerdo contigo? ¿Por qué? –masculló Lily.
-Porque parece ser, Evans –dijo una voz arriba de ellos. James se había acercado montado en su escoba– que no soy tan desagradable como tú piensas.
-Oh –dijo Sirius, divertido por la escena–. Esa es una sutil forma de decirme que soy un cretino. Gracias, Cornamenta. Y de todas formas –añadió, mirando alternativamente a James y a Lily, quien parecía a punto de espetar algo– creo que Mulciber…
-¡Impedimenta! –exclamó Emma, apuntando a Mulciber, quien cayó al suelo antes de poder tirarse encima de James. Él aprovechó ese momento para subir a Sirius arriba de su escoba. Ambos se elevaron varios metros del suelo.
Rojo de ira, Mulciber se incorporó.
-¡Ustedes! –gritó, histérico–. ¡Malditos traidores de la sangre!
-Porqué no vas a lavarte la boca, Mulciber –dijo Lily lentamente, acercándose hacia él. Su furia había nacido repentinamente, y avanzaba por su garganta tan rápido como un trago de whisky de fuego.
-Tú -puntualizó Mulciber, mirándola con asco de arriba a abajo-: Mejor cállate y cierra la boca porque…
-¡¿Por qué qué?! –exclamaron Emma, James, Marlene, Sirius, Mary y Olive dirigiendo sus varitas hacia él. Emma se adelantó y le apuntó al cuello.
-¡Deténganse ya mismo! -McGonagall avanzaba a toda velocidad hacia allí-.¡¿Qué creen que están haciendo?! –exclamó, mirando cómo los dos muchachos y las cuatro muchachas apuntaban a Mulciber, que había retrocedido unos cuantos pasos.
-¡Estaban a punto de atacarme, profesora! -exclamó, abriendo los ojos de par en par.
-¡Oh, tú, pestilente rata inmunda! –gritó Emma, abalanzándose sobre él rápidamente y pegándole en la nariz.
-¡Rogers! ¡Está en presencia de la subdirectora del colegio! ¡Le solicito que se detenga ya mismo, o no dudaré en expulsarla!
-¡Ella no habría tenido la necesidad de golpearlo si Mulciber no hubiese amenazado a Lily! –dijo Sirius. Lily se sorprendió de que la llamase por su nombre.
-¡Y golpeado y robado a mi prima de once años! –exclamó Marlene.
-¡Esperen todos! ¡Cállense! –McGonagall respiró profundo, y extremadamente rígida, volvió a hablar–: Señor Black, no existe la necesidad de golpear a nadie. En ninguna situación, bajo ningún punto de vista.
-¿Ni aunque esa persona fuera un Mortífago en entrenamiento, profesora? –le preguntó James, ya con los pies en el suelo. La miraba fijamente a los ojos y parecía muy serio.
McGonagall se quedó helada.
-P-por favor explíquenme de dónde salen s-semejantes acusaciones –Volvió a respirar hondo. Parecía profundamente consternada–. Y de todas formas, la respuesta es no, Potter. No pueden golpear a nadie en ningún lugar, y menos en los terrenos del colegio –Sacó de su bolsillo una libreta–. Ahora vamos a lo que debemos hacer. Como ya no puedo sacarles puntos, tendré que tomar otras medidas. Usted, Rogers, se quedará en el vagón que está junto al conductor todo el viaje, con la profesora Wolfhard. No podrá comer nada del carrito. Eso incluye a todos los demás. Les daré las sobras del desayuno.
-Yo no puedo estar incluido en ese castigo, ¿verdad? –preguntó Mulciber con la voz algo chillona.
La profesora le dirigió una mirada fría y se quedó en silencio unos minutos.
-Como he dicho, señor Mulciber, todos recibirán el castigo. Y en cuanto a usted…le solicito que venga inmediatamente a mi oficina. Recibí una carta de una estudiante de primer año que me inquietó, y quiero hablar seriamente de su comportamiento si pretende regresar a este colegio el próximo año.
Marlene emitió un "¡sí!" en susurro. Cuando McGonagall estaba retirándose, Lily, alcanzándola, exclamó impulsivamente:
-¡Profesora!
-¿Sí, señorita Evans? –preguntó la mujer, apartándose un poco de Mulciber e indicándole el camino hacia su despacho.
-Más allá de todo…Debería escuchar lo que dijeron Marlene, Black y Potter –Lily se dio cuenta de que sus manos temblaban un poco–. Antes de que usted llegara, llamó a Potter y a Black traidores de la sangre. Y estaba a punto de amenazarme. Además…el jueves Snape –Con un nudo en la garganta y la voz temblorosa, intentó proseguir– me llamó Sangre Sucia. Y Mulciber, como usted sabe, amenazó a esta niña. No piense que son comportamientos aislados…
-No lo hago, Lily –susurró la mujer, súbitamente enternecida.
-Incluso corren los rumores de que ellos son… –Se le quebró la voz.
-Te aseguro que sé de los rumores sobre lo que pretenden hacer estos chicos cuando salgan del colegio.
-Por eso mismo. Sólo entienda. No crea que Emma golpeó a Mulciber porque sí. Quizás Black y Potter lo harían, no lo sé. Pero… se siente todo tan impotente desde nuestro lugar. No queremos que se salgan con la suya.
McGonagall la tomó del hombro y la miró a los ojos.
-Quizá podamos hacer algo con esa impotencia.
Lily le devolvió la mirada fijamente. Era extraño: parecía como si la profesora quisiera decirle algo.
-Sí –contestó– lo que sea.
-Lo harás. –susurró la mujer–. Debo irme. Espero que nos veamos pronto.
Le dio una palmada en el hombro y se fue con paso apurado. Lily se quedó allí, en el medio del jardín, observándola irse, mientras millones de preguntas se le amontonaban en la cabeza. Casi sin ser consciente de lo que hacía, volvió sobre sus pasos hasta donde estaban los demás. Mientras ella hablaba con McGonagall habían llegado Lupin y Pettigrew.
-Y qué bien que la niña le haya dicho a McGonagall sobre Mulciber –estaba diciendo Peter Pettigrew, sonriéndole a Marlene, quien le devolvió la sonrisa.
-Y hablando de McGonagall, ¿qué fue toda esa charla? –le preguntó Emma a Lily, frunciendo las cejas.
-Sólo algo de los exámenes, nada que tenga importancia –respondió Lily rápidamente. No tenía interés en hablar frente a los Merodeadores.
-Hay que reconocer que todo salió bastante bien –admitió Sirius, ignorando la interrupción–. Estuviste bien al escribirle a la niña, Cornamenta.
-Gracias, Canuto. Un placer tu reconocimiento después de tan arduo debate –dijo James mirándolo con sorna. Sirius sonrió y lo empujó.
-¿A la niña? –Marlene giró hacia Sirius y James–. ¿A qué niña? ¿A Lucy?
-Sí. Después de organizar nuestro maravilloso plan –comenzó a explicar Sirius, gesticulando con elocuencia– Cornamenta pensó que quedaba algo pendiente. Nosotros podíamos vengarnos del idiota de Mulciber, peeero…
-Lucy iba a quedarse sin decir una sola palabra, sin tomar partido –completó James, encogiéndose de hombros–, ¿y qué sentido tenía todo si ella no se enfrentaba a él, si no hacía nada al respecto sólo por miedo?
Lily lo observó con sorpresa.
-¡Por supuesto que tenía sentido, Cornamenta! –exclamó Sirius indignado–. ¡Darle su merecido a Mulciber!
-¡Oh, Black, no interrumpas este increíble momento! ¡Potter nos está mostrando algo que no tiene desperdicio! –dijo Emma, mirando fijamente a James.
-¿Qué cosa? –preguntó él.
-Que hay una persona madura escondida adentro suyo –dijo Marlene, riéndose.
-Pues está muy bien escondida -murmuró Lily.
James la miró, frustrado. Antes de que pudiera replicarle, una enorme sombra se dibujó en el pasto.
-¡Hagrid! –dijo Olive con alegría, abrazándolo.
-¡Hola, chicos! –los saludó Hagrid alegremente, yendo a pasos agigantados hacia ellos–. ¿Contentos de volver a casa?
-No sabes cuánto –murmuró Sirius amargamente, mientras todos asentían.
-Qué bien –dijo Hagrid, que no había oído a Sirius–. Oigan, la profesora McGonagall está ocupada con un chico en su oficina y me pidió que les avisara a todos que vayan a recoger sus cosas para ir a los carruajes. Debo irme a una reunión con los centauros.
-¿Con los centauros? –se extrañó Mary–. ¿Por qué?
-Siempre es mejor ir más allá de la comunidad de magos y brujas –les confió Hagrid–. Y por cómo está todo…–Tragó saliva muy fuerte, visiblemente nervioso– Bueno, mejor me voy. ¡Que tengan buen viaje!
-¡Adiós, Hagrid! –saludaron los nueve al unísono.
-Qué extraño, ¿verdad? –comentó Olive.
-No creo que tenga nada de extraño –intervino James con tono serio–. McGonagall también estaba preocupada, ¿no lo notaron?
-Tienen porqué estarlo –dijo Remus taciturno. A su lado, Marlene asintió apesadumbrada.
Emma miró a sus amigos un tanto consternada. Lily la notó algo incómoda.
-Bueno… ¿En qué estábamos?
Mary y ella intercambiaron una mirada. Ambas sabían lo que le sucedía a su amiga: desde que había empezado a salir con Jane, quien se había recibido ese año como Auror, Emma estaba preocupada casi todo el tiempo. Las noches de vigilia que Jane tenía que cumplir, la muchacha las pasaba dando vueltas en su cama y se levantaba antes de que saliera el sol, malhumorada y sudorosa, usualmente ausentándose en las clases, esperando la lechuza que le confirmara que su novia estaba bien. Esos días Lily la sentía vulnerable, impotente. Emma perdía su humor característico y se volvía frágil.
-James nos estaba mostrando su lado tierno –recordó Marlene, mirándolo burlona.
-Yo soy tierno, Mckinnon –le dijo el chico en tono de burla, aunque parecía un poco avergonzado mientras asía su escoba–. Si me permiten, iré a visitar a nuestros amigos de las cocinas para que nos provean de comida decente. ¿Vienes, Canuto?
-Encantado. Quizá hasta podamos pasar también por la lechucería para llenar algún otro muffin y dejárselo a Mulciber en el compartimento donde los de Slytherin dejan su equipaje, ¿verdad? –dijo Sirius, casi risueño.
Mientras ellos iban rumbo a las cocinas, los otros siete se encaminaron a los dormitorios. Con un último vistazo a la ventana de su cuarto, Lily se despidió internamente de Hogwarts y se dirigió hacia los carruajes con sus compañeros. Siempre extrañaba a sus padres, pero el castillo se había convertido su hogar. Al pensar en su casa, no pudo evitar sentir un peso en el pecho: ya casi ni se hablaba con su hermana…y ahora tampoco con Sev.
Sev, repitió para sus adentros. Una mezcla de rabia y angustia le nubló la vista. Pero muy en el fondo, ella se lo esperaba. Cuando no estaban juntos, su amigo pasaba el rato con Crabbe, Goyle, Mulciber, Avery y Rosier.
Sentía la cabeza embotada cada vez que se preguntaba de qué hablaría con ellos: ¿Estarían reuniéndose en secreto con…? No, ni siquiera quería pensarlo.
-Ey, Lily –susurró Mary–. ¿Estás bien?
-¿Hm?
-Estuviste muy callada hoy. Sobre todo teniendo en cuenta que tenías a Potter cerca.
-¿Potter? –repitió Lily–. ¿Y qué diablos tiene que ver Potter?
-Precisamente que cuando él está presente sueles… –Mary la miró a los ojos fijamente, esbozando una especie de sonrisa–. Nada, nada.
-¿Que suelo qué?
-Alterarte –dijo Emma en voz alta.
-Sólo un poco –añadió Olive con gentileza.
-Porque Potter puede alterar a cualquiera, ¿quizás? –farfulló Lily, parándose. El carruaje se había detenido en la estación de tren–. Si lo único que le importan son sus amigos, sus partidos de Quiddich y llamar lo suficiente la atención como para que la mitad del colegio lo aplauda y él se consagre como el rey de los…
Al salir se detuvo en seco. Frente a ella estaba James arrodillado, hablando con una niña unos cuantos años menor que ellos. Lily la reconoció: era Lucy.
-¡Mar! –exclamó la niña, yendo corriendo a abrazar a su prima.
Marlene le devolvió el abrazo y alzándola fue hasta donde estaba James.
-¿Y de qué estaban hablando ustedes dos? -les preguntó.
-Sólo le agradecí a James por haberme animado para decirle a la profesora McGonagall sobre Mulciber –comentó Lucy, sonriéndole de oreja a oreja al chico.
-¿Así que te ayudó? ¿Cómo? -inquirió Marlene nuevamente, sorprendida.
-Me escribió una carta. Y me dijo que el miedo no podía paralizarme. Así que no lo hice.
-Una actitud muy Gryffindor, Lucy –sonrió James.
La niña le devolvió la sonrisa.
-¡Y me dio tres Galleons para almorzar hoy! –A lo lejos, se oyó la voz de McGonagall llamando a los de primer año al tren–. Debo irme. Gracias, James –dijo abrazándolo.
-Cuando quiera, señorita. ¡No olvides de mandarle un saludo a tu padre de mi parte!
-Eso fue muy dulce, James –dijo Marlene tímidamente, dándole unas palmaditas en la espalda.
-¿Cómo conoces al tío de Marlene? –preguntó Olive, curiosa.
-Es un buen amigo de mis padres –respondió James, lanzándole una mirada fugaz a Lily.
-¿Entramos? –le preguntó la muchacha a sus amigas súbitamente, avanzando rápidamente hacia la puerta y pasando por alto a James.
Él suspiró y la observó irse.
-¡Cornamenta! –se oyó la voz de Sirius–. ¡Ven a ayudarme con algo!
Encogiéndose de hombros, James fue con sus amigos y las cuatro chicas empezaron a caminar hacia el andén.
Cuando estaban a punto de subir al tren, la profesora McGonagall las alcanzó.
-Rogers, ve al primer vagón. La profesora Wolfhard te está esperando –Emma las saludó con una visible resignación en su mirada–. En cuanto a ustedes tres, la señorita Evans y los señores Pettigrew, Black, Lupin y Potter…a los dos últimos compartimentos. Y aquí –dijo la mujer, entregándole a Mary un recipiente que la chica miró con desagrado– están sus almuerzos y algún bocadillo para que coman por la tarde. El Snap Explosivo, el ajedrez y cualquier otro tipo de juego están prohibidos para ustedes hasta que termine el viaje. Díganles a la señorita Evans y al señor Lupin que deben patrullar a las dos de la tarde. Que tengan buen viaje.
Y sin más, fue a detener a dos chicos de cuarto año que se habían lanzado embrujos de piernas gelatinosas. Mary, Marlene y Olive entraron al tren y caminaron hasta el anteúltimo vagón.
-¿Y Lily? –se extrañó Olive.
-Debe haber ido al baño –respondió Marlene–. Aquí están su abrigo y sus cosas.
Lily salió del baño tras enjuagarse la cara y empezó a caminar apresuradamente por el pasillo. Un poco antes de llegar se cruzó a Black y a Potter pasándose una bola de agua con sus varitas, haciendo piruetas para lanzársela al otro cada vez con más fuerza.
-Creí que estábamos castigados.
James se dio vuelta hacia ella y le sonrió.
-¡Evans! Tanto tiempo sin verte. Veo que recuperaste tu humor usual.
-¿Humor usual? -repitió ella, y su tono de voz se volvió inusualmente agudo.
-¡Voy al compartimento! –se excusó Sirius con rapidez, dejándolos solos.
-Oh, sí. Con el tono altanero, la mirada decidida y todo eso.
-Pf –masculló Lily, escrutándolo–. No pretendas que me conoces, Potter. McGonagall dijo que no podemos pasear por los pasillos.
-¿Y qué estás haciendo tú?
-Yo…vengo del baño. Y soy prefecta.
-¿Quieres comida? –preguntó James repentinamente.
-¿Qué?
-Tomamos unas cuantas provisiones que nos dieron nuestros amigos de la cocina –le explicó el chico, tomando del bolsillo de su túnica un recipiente y mostrándoselo.
Lily soltó un bufido y se cruzó de brazos, acercándose a él y fulminándolo con la mirada.
-¿Qué?
-¿Es que acaso no puedes soportar un solo castigo como cualquier otro estudiante del colegio? ¿O siempre tienes la necesidad de sobrepasar las reglas y mostrar qué tan impune sales al respecto?
Antes de que James pudiera replicarle, advirtieron tres sombras detrás de ellos. Eran Crabbe y Goyle, dos muchachos de su año, y Rosier, quien había terminado séptimo año el día anterior.
-¿Qué hacen todavía paseando por los pasillos? –murmuró Rosier, mirándolos con desprecio. El tren estaba a punto de arrancar.
-No deberían estar por aquí si están castigados.
-Y en estos tiempos es mejor estar…bien protegido, ¿no?
-¿A qué diablos te refieres, Rosier? –masculló James rápidamente sacando la varita–. Si crees que voy a tener miedo de cruzarme en este tren a imbéciles como tú…
-Yo tendría más cuidado con ese vocabulario, Potter –dijo Crabbe adelantándose unos pasos y poniéndose nariz contra nariz con James. A pesar de que Crabbe era dos veces más ancho que él, no retrocedió.
-¿Y por qué le haríamos caso a las indicaciones de un idiota como tú, Crabbe? –dijo Lily, colocándose en el medio, lanzándoles a los tres chicos una mirada asesina.
-Oh –dijo Goyle, sonriendo. Rosier y él ya estaban alejándose hacia el otro compartimento–. Sólo era un aviso.
-Y Potter –Rosier esbozó una sonrisa maliciosa–. Mantén tus ojos cerca de ella. Gente así…
-¡Cierra tu sucia bocota, Rosier! –gritó James. El tren se estaba alejando de la estación de Hogwarts.
-Podría necesitar que protección…un día como hoy.
-Te aseguro, Rosier –dijo Lily con mucha calma– que no necesito que nadie me proteja. Y te sugeriría que no estés rondando por los pasillos –añadió, cuando Goyle, Rosier y Crabbe estaban cruzando al otro compartimento– he aprendido unos cuantos nuevos maleficios en el último tiempo, y todavía no encuentro a quien echárselos.
Fulminándola con la mirada, Rosier asomó la cabeza:
-¡No son simples amenazas, Evans! ¡Ya verás!
-Vámonos. No les hagas caso –dijo James elevando el tono de voz para que no se oyeran los gritos de Rosier.
-No lo hago –murmuró Lily, cortante.
-Me gustaría verte lanzándole uno de esos nuevos maleficios a Rosier –comentó James sonriendo, mientras caminaban por el pasillo.
-Estaba pensando en lanzarte uno a ti también, Potter –masculló Lily. El chico, ensimismado, no la oyó–: ¿Qué te ocurre? No te habrás quedado pensando en las amenazas de esos idiotas, ¿verdad?
James volvió a dirigirle su atención, pero aún parecía enfrascado.
-No por esos idiotas en sí –murmuró–. Es que jamás los había visto tan…
-Seguros –completó Lily asintiendo. Habían llegado a la puerta de ambos compartimentos–. Lo sé. Ahora que lo dices…
-¡Lily! –exclamó Marlene, acercándose hasta donde estaban ellos–. ¿Por qué tardaste tanto? Estábamos empezando a preocuparnos por ti.
-Sólo nos cruzamos con nuestros adorables compañeros de Slytherin cuando Evans salía del baño –dijo James. Al oír su voz, el resto de los Merodeadores también salieron de su compartimento.
-No te hicieron nada, ¿verdad, Lily? –preguntó Mary apuradamente, levantándose de su asiento y yendo hasta donde estaba su amiga.
-No, estoy bien –aseguró la chica–. Sólo que hicieron... algunas amenazas extrañas.
-Sí, como cada vez que nos los cruzamos en los pasillos, en las clases, en los partidos de Quiddich… –dijo Olive, restándole importancia.
-No. Pero esta vez hubo algo diferente.
Entraron al compartimento de las muchachas mientras Lily y James les relataban lo ocurrido. Sirius y él iban pasando patas de pollo y jugo de calabaza que habían conseguido de la cocina, cosa que al principio a Lily no le agradó, pero después, con la cercanía de la hora del almuerzo, se reconoció a sí misma que no podían pasar todo el viaje comiendo pastel de limón y pan duro del desayuno.
Cuando terminaron de contar el breve encuentro, un silencio de unos segundos reinó en el compartimento, mientras todos cavilaban para sus adentros.
-¿'Un día como hoy'? –repitió Marlene.
-Exacto –apuntó James, zampándose de un bocado la pata de pollo–. Extraño, ¿verdad?
-Eso y 'No son simples amenazas' –murmuró Olive. Hasta ella, con su característica actitud serena, parecía un tanto alarmada–. ¿Qué están tramando?
-Nada bueno –auguró Remus.
-¿Volvemos a nuestro compartimento? –preguntó Peter. Tenía la voz un poco temblorosa y miraba constantemente detrás suyo. Era quien estaba más cerca del pasillo–. Hay más espacio para sentarnos.
-¡Oh, vamos, Colagusano! –exclamó Sirius con impaciencia–. Si tenemos miedo de Crabbe, Goyle y Rosier no sé qué nos queda. Somos los mejores estudiantes de nuestro año…
-Habla por ti mismo –murmuró Peter, algo avergonzado.
-Como siempre, la modestia es algo que te caracteriza, Black –dijo Lily, mirándolo levantando las cejas.
James le echó una ojeada. No lucía enojada, sino más bien ¿divertida? Esbozó una sonrisa y ella lo miró fugazmente.
-¿Y tú de qué te ríes?
-¿¡Acaso uno no puede sonreír en estos días!? –Ella lo miró con los ojos entornados–. En fin. Colagusano tiene razón, necesito espacio para estirar mis piernas. ¿Vamos?
Una vez se fueron, Lily soltó un leve gruñido. Marlene la miró casi riéndose.
-¿Y ahora qué problema tienes con Potter?
-Nada, nada –dijo Lily, tomando el diario y apoyándose contra la ventana–. Sólo que necesita "espacio para estirar sus piernas".
Marlene y Mary intercambiaron una mirada significativa.
-¿Y?
-Se cree el gran jugador estrella de Quiddich.
-¡Oh, vamos! –dijo Marlene inclinándose hacia ella–. Sólo dijo que quería estirar sus piernas, ¿qué hay de malo con eso? No sé porqué te irrita tanto. Estuvo bastante decente hoy.
-Oh sí –murmuró Lily con tono sarcástico–. Sin mencionar que hace sólo dos días hizo que todo el colegio viera la ropa interior de Snape –Se sorprendió a sí misma llamándolo por su apellido.
-Pero eso fue después de que te dijera…ya sabes cómo –intervino Mary.
-¿Y? –Lily se encogió de hombros, dejando el diario a un lado–. Vamos. No podemos pensar que lo hizo como un acto heroico y desinteresado.
-¡Claro que no! Mira, Potter no es una persona que nos agrade especialmente a ninguna de nosotras –continuó Marlene. Se notaba que estaba haciendo un gran esfuerzo para elegir sus palabras con cuidado–. Es un cretino que la mitad de su tiempo se divierte molestando a otros. Pero…
-¿Pero qué?
-Que quizás la otra mitad del tiempo no sea tan cretino como tú piensas –intervino Mary–. Como Snape cree.
-Exacto. Gracias, Mary.
-¡Pero cómo pueden estar diciendo esto! –Lily no daba crédito a sus oídos–. ¡Si maltrató a Severus desde el primer día que nos conocimos en este tren!
-Es Snape, Lily –la corrigió Marlene.
-Y Lils –dijo Oli suavemente sacando los ojos de su revista–. No es que Snape haya sido muy agradable que digamos con nadie que no sea de Slytherin. Después de todo ¿no dijo eso de tener músculos en vez de cerebro, cuando James contó que quería ir a Gryffindor?
-Sí –dijo Mary–. Luego de que sucediera todo esto entre Snape y tú, terminamos hablando con Peter y Remus al respecto. Y tampoco es que Snape haya sido un terroncito de azúcar, ¿no lo crees?
Lily se calló súbitamente y bajó la mirada. Cada vez que mencionaban a Severus sentía que el estómago se le estrujaba. Pero sólo bastó recordar la escena del lago para que la furia se le colara entre los huesos.
En los últimos meses de su amistad, se percató luego, había decidido pasar por alto muchas cosas: como aquella vez en la que se había encontrado a Sev y a Mulciber en el séptimo piso ya entrada la noche, sosteniendo una Mano negra y podrida que iluminaba el pasillo. Desde un principio, ella advirtió que no se trataba de un objeto común y corriente; parecía haber sido cortado por alguien. Por algún motivo, la piel aún lucía fresca. Al preguntarle a Snape, con un escalofrío, de dónde la habían sacado, recordó cómo éste se había tensado, con la excusa de que la habían hallado en una mazmorra y la estaban probando. Asegurándole a Lily que no sabía de dónde provenía y confiándole que iba a destruirla, ella los dejó ir. Toda esa semana tuvo pesadillas y un remordimiento que no la dejaba conciliar el sueño. Jamás le había contado a nadie lo sucedido.
-Lils –exclamó Olive, abrazándola, tras minutos de silencio–. Quizá hemos sido demasiado bruscas.
-Olivia, tú no podrías ser brusca aunque quisieras –repuso Mary esbozando una media sonrisa, y volviendo su mirada a Lily–. Pero tal vez tengas razón. No deberíamos haber hablado de Snape cuando todo es tan reciente.
-Es cierto –murmuró Marlene asiéndole la mano-. Lo siento.
Lily les sonrió y negó con la cabeza.
-No, está bien. Ustedes no tienen la culpa. Yo soy la idiota… Hay algo que no les he dicho, ¿saben?
Mientras se le escapaban algunas lágrimas, contó lo sucedido con Severus y Mulciber unos meses atrás. Sabía que sus amigas no la iban a juzgar…pero con cómo estaba todo fuera del colegio. Había cada vez más desapariciones, asesinatos de muggles, magos del Ministerio actuando extraño (se encontraban bajo el maleficio Imperius, se decía). Y ella había dejado escapar a dos chicos de su edad con una Mano misteriosa, en el medio de la noche. ¿Y todo por qué? Porque había decidido confiar en quien creía que era su mejor amigo.
Cuando terminó el relato, subió la vista. Sus amigas la miraban con una mezcla de compasión y susto.
-Podemos hablar luego de esa Mano. Pero creo –murmuró Olive– que necesitas dejar de pensar en todo esto por un rato. Ven –le señaló su regazo.
Lily se apoyó sobre las piernas de su amiga y cerró los ojos. Mientras le hacía caricias en el cabello y masajes en los hombros, por su cabeza pasaron millones de imágenes y pensamientos entremezclados hasta que finalmente cayó dormida.
Se despertó cuando el sol estaba dando de lleno en el compartimento y el calor subía. Estaban pasando por campos con caballos y ovejas, y a lo lejos se veían bosques frondosos. El cielo era azul y un suave viento le despeinó el cabello cuando asomó su cabeza por la ventanilla, sonriendo. Sobre el compartimento de la izquierda también había una cabeza asomada, que estaba además sacando las manos y jugueteando con algo. Tenía el pelo alborotado y unos anteojos.
-¡Evans! –exclamó James. Estaba jugando con su Snitch–. Es bonito aquí, ¿no?
Lily asintió, pensando: no le parecía una persona tan desagradable allí. Se escuchaba el ruido de los rieles del tren y se olían todo tipo de aromas de plantas diferentes. Abrió más la ventanilla y sacó los brazos para que se chocasen contra el viento. Sintió un cosquilleo en un brazo: la Snitch volaba alrededor de ella.
-¡Oh, no, ven aquí! –farfulló James, estirando el brazo para alcanzarla.
-No puedes estar ni un viaje en tren sin jugar con esto, ¿eh? –comentó Lily, tomando la pelota hábilmente y observándola. Había que reconocer que era bonita, con su color dorado y fría al tacto, las delicadas alas plateadas y los grabados dibujados –. La atrapé rápido, ¿eh, Potter? Si me va bien con la Quaffle quizás podría pensar en robarte el puesto.
-¡Oooooh! –exclamó James, sonriendo y apuntándola con el dedo–. ¡Pero mira quién es la modesta ahora! Puedes venir a las pruebas de Quiddich si quieres, Evans. Estaré encantado de recibirte cuando sea capitán.
-Eres un presumido. ¿Y sabes qué? –añadió, mirando la hora en su reloj: las dos en punto–. Creo que la conservaré mientras vaya a hacer mis labores de prefecta. A veces se vuelve aburrido y necesito algo que me entretenga.
Sin más, pasó la cabeza y los brazos por la ventanilla y volvió a su compartimento.
James, con una mezcla de diversión y confusión absoluta, tardó unos segundos en reaccionar.
-¡No! ¿Qué? ¡Espera!
Volvió a su asiento de sopetón, con lo que Sirius, profundamente dormido, se sobresaltó y le lanzó un pedazo de pastel que James esquivó ágilmente.
-¡Haz menos ruido o te tiraré jugo de calabaza, Cornamenta!
-¡Evans! –gritó James sonriendo divertido. Abrió la puerta del compartimento de las muchachas, pero Lily ya no estaba allí.
-Se fue hace unos segundos –dijo Olive, soñadora. Había vuelto a leer su revista.
-¡Se llevó mi Snitch!
-¿Eso hizo? –preguntó Marlene extrañada.
Repentinamente, una fuerte ráfaga de viento entró por la ventana del compartimento. El sol se había ocultado entre dos grandes nubes de forma súbita. James frunció el ceño.
-Qué extraño –murmuró. Con un mal presentimiento, tomó su varita con fuerza–. Ya vengo.
Comentarios:
-Sigo sin entender cómo usar esta página -encima está todo en inglés- pero acá va la introducción de esta historia que escribí hace unos años. Tengo algunos capítulos guardados, pero no tiene sentido subir todo junto y editarlo si otros no lo están leyendo (ése es el fin de subirlo acá, supongo). Así que si les gusta, pongan follow/fav y agrego los demás de a poco.
-Si escribieron otras historias de HP o de loquequieran, pásenlaaaas
Al respecto del argumento:
-Cambié un poco la conversación que habían tenido Harry, Sirius y Lupin en el quinto libro: siempre quise que fuera más larga y que le contaran más cosas de sus padres.
Creo que no me queda nada más para decir. Disfruten, cualquieeeerrr comentario es bienvenido -salvo los barderos, todos tenemos un ego que queremos conservar (?).
Salu2
