Disclaimer: ¿Te suena un Hufflepuff borde que odiaba a Harry Potter? ¿Una niña odiosa amiga de Draco Malfoy o el colegio de magia donde se desarrolló todo? Es normal, los creó J.K. Rowling y le pertencen.
Aclaraciones importantes: En principio esto iba a ser un one-shot, pero a medida que escribía me he dado cuenta de que me estaba quedando demasiado largo y sobre todo, que eran demasiadas escenas diferentes. Así que, aquí, a riesgo de caer en mi inconstancia, subo el primer drabble del que será un pequeño conjunto de ellos. Mucho más largos que éste (que es una introducción cutre pero necesaria). De hecho, tengo escritos el segundo (que subiré justo ahora) y a medias el tercero. No serán muchos más, y todos tendrán relación unos con otros y orden cronológico. Y serán Pansy/Zac, por supuesto.
Más cosas (mis notas de autoras van a ser más largas que el capítulo); este fic es un regalo de no-cumpleaños para Metanfetamina. Sé que voy con retraso, pero ya sabes que las estrellas llegan siempre tarde. O algo así. Y si habéis tenido la suerte de leer Mortífago, reconoceréis en todos los personajes Slytherin su toque. Es decir, que más que de Rowling, Pansy es suya. Y casi todos los Slytherins que salgan, también.
(Zac, por suerte, es mío. Muajajaja).
Espero que te guste, maja. Si no, siempre puedes criticar, que alivia tensiones. Sea como sea, ¡es un buen regalo!
Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic. Tic.
Zacharias Smith nunca ha sido un chico paciente.
Puntual hasta el extremo, odia que le hagan esperar más de dos minutos. Aunque también odia llegar tarde y que ya haya alguien allí. En ambos casos, esboza la mueca fastidiada que es tan típica en él, y que a Susan le gusta denominar: «la cara de buldog».
Así que, fruto de la desesperación, golpea nerviosamente la mesa con el dedo índice y mira a su alrededor. Han quedado en el Caldero Chorreante, y ya lleva esperando cuatro minutos. Cuatro minutos. Cuatro puñeteros minutos de su preciado tiempo en el que podría haber hecho cualquier otra cosa.
«Espero otros cuatro y me largo», se dijo cada vez más cabreado.
Diez minutos después, sigue allí. Frustrado, nervioso y con la boca torcida en ese gesto de desdén tan suyo. Esperándola.
Hace mucho tiempo que no se ven. Y todavía más desde que dejaron de hablarse. Pero, joder, cuando le llegó la invitación a la boda supo que necesitaba verla.
Un momento. Hagamos un inciso. Antes de continuar con esta historia, debemos remontarnos en el tiempo.
Once años atrás.
