Grecia se revolvió entre las sabanas. Estaba incomodo. Hacía tan solo unos días había estado enfermo, y los efectos de la fiebre no se habían ido del todo aún.

Algo estaba mal con el, no hacía falta profundizar mucho en el tema para darse cuenta. Sus vacíos ojos celestes no reflejaban el mar y su apatía acrecentaba con los días. Estaba enfermo, muriendo como su madre, cuyas ruinas ya no servían para entretenerlo.

La noche estaba por terminar, se veía el amanecer reflejado en el mediterráneo. Los amaneceres, que solían ser tan restauradores ya habían perdido sentido en sus noches de desvelos.

Se sentía desfallecer, ¿Qué pasaría si yo desapareciera? ¿Alguien me echaría de menos?

Estaba claro que Grecia era un país histórico, había pasado guerras y crisis y seguía estando allí, reconstruyendo su antigua época. Pero el solo era un país más. Con los años, Heracles se había vuelto alguien cerrado y poco sociable. Pronto sus viejas amistades, e incluso enemistades, dejaron de acercarse a él, dejándolo solo con su mar mediterráneo.

Estaba solo, lo sabía, pero ciertamente costaba admitirlo. No sabía ya como estaban los demás países y había faltado a la ultima reunión. Había cavado su propia, estaba perdido, solo y vacío.

Siguió pensando en sus penas, ahogándose en sus pensamientos. No iba a decir "esto es tan injusto", ya que no era cierto. EL se lo había buscado lenta e inconscientemente.

Unos golpes en la puerta cursaron el intranquilo silencio de aquel momento...

Desanimado Heracles se acercó a la puerta de su casa ¿Quien sería?No se imaginaba que clase de persona iría a verlo en plena madrugada a él.

Abrió la puerta sin más, no le importaba que algún otro país lo veía en aquel estado, ya no le importaba nada.

-Hola...- un tímido gatito lo saludó bajando la cabeza.

Grecia creyó que estaba soñando, o que aquello era producto de su locura. Ante el había un japones, Kiku, para ser exactos. Con sus rasgos gatunos y su rostro impasible, ahora atravesado por una mueca de tristeza.

-Vine porque... me sentía solo.- Explico sonrojándose.

Heracles no lo pensó, tan solo lo hizo. Como si una fuerza superior lo moviera abrazó al japones son todas sus fuerzas, quedando arrodillado a su altura y enterrando el rostro en su pecho. Por otro lado el moreno se quedó estático.

Ninguno de los dos fue capaz de decirlo. Que eso era lo que necesitaban. Deshacerse de sus penas con otro, alguien que los comprendiera.