CAPÍTULO 1:
El grupo caminaba por un sendero montañoso, y como siempre, sus componentes estaban inmersos en su interminable búsqueda de los fragmentos de la joya y de Naraku.
Inuyasha, como siempre, iba a la cabeza del grupo, siguiendo un rastro que le marcaba su olfato.
No estaban muy animados.
Llevaban días siguiendo una pista, y nada, no habían encontrado nada. Comenzaba a ser desesperante, ya que el viaje comenzaba a ser monótono y aburrido. Sólo unas oportunas peleas y algún que otro "siéntate" rompían con esta monotonía.
Sin embargo, no lo pasaban muy mal. El simple hecho de estar todos juntos, haciendo lo mismo que habían hecho siempre, era sumamente agradable.
Pronto llegaron junto a un riachuelo, y por petición de las chicas y del pequeño Shippo, se detuvieron a descansar.
Inuyasha no había puesto reparos, y los demás lo miraron interrogantes.
El muchacho sólo se encogió de hombros, soltó un "¡Keh!" y dijo:
- De todas maneras ya está anocheciendo. Acamparemos aquí.
Los demás enseguida volvieron a lo suyo. Encendieron una fogata en un claro y depositaron sus pertenencias en torno a ella.
Los chicos estaban sentados al lado del fuego, charlando sobre la ruta a seguir en cuanto amaneciera, cuando la voz de Kagome reclamó su atención:
- Nosotras vamos a bañarnos al riachuelo, nos llevamos a Shippo.
A Miroku se le iluminó súbitamente el rostro.
- Yo podría acompañaros, dos hermosas damas no pueden quedarse solas...
Calló en cuanto percibió la mirada fulminante de Sango. Si las miradas matasen, ahora él estaría más que muerto.
- Ni se te ocurra seguirnos o espiarnos, a no ser, claro, que quieras probar el sabor de mi boomerang.
Miroku se quedó helado. A veces Sango daba verdadero miedo.
- Mejor que no lo intentes, monje- dijo un aburrido hanyou.
- Que os quede claro que eso vale para los dos- aseveró Kagome- Sí, también por ti, Inuyasha. No me mires así. Puedo decir "siéntate" todas las veces que quiera.
Inuyasha se dio de bruces contra el suelo, y ahora parecía algo enfadado.
- ¿Sabes, Kagome? Deberías tener más cuidado con lo que dices. Todavía no he hecho nada para que me sientes.
Kagome se quedó momentáneamente estática. Normalmente, Inuyasha se liaba a gritos con ella después de haberlo sentado, y más si lo había hecho sin razón. Esta vez, sin embargo, había hablado con un deje de frialdad en su voz. Se recuperó en seguida, no obstante.
- Esto ha sido solo una pequeña demostración de lo que os pasaría si os atrevéis a seguirnos- la muchacha habló con severidad, y su voz sonó amenazante. Cuando se volvió para hablar con Sango y Shippo, sin embargo, su voz sonó dulce- Bien, nos vamos. ¡Un baño relajante nos espera!
Echaron a correr en dirección al riachuelo, y Shippo, antes de seguir a las muchachas, sacó la lengua con gesto burlón a los dos chicos.
El efecto del hechizo ya había terminado, pero Inuyasha no intentó perseguir a Shippo para pegarle por su descaro. Se incorporó y comenzó a alejarse del claro.
-¿Eh, adonde se supone que vas? Ya has oído lo que han dicho...- le reprochó Miroku, pero no pudo terminar.
- No es eso, monje pervertido- cortó Inuyasha, visiblemente molesto- Yo no soy como tú.
El monje levantó las manos en gesto de disculpa, y luego centró su atención en la fogata que se consumía lentamente frente a sus ojos.
Inuyasha se alejó bastante del campamento, pero tuvo cuidado de no alejarse demasiado. Entre la espesura, pudo entrever como la última uña de sol se ocultaba en el horizonte. Esperó, sin muchos ánimos, apoyado en un árbol de corteza gruesa y seca, a que el sol desapareciera totalmente del firmamento. Fue entonces cuando su pelo plateado se volvió negro azabache; sus lindas orejas de perro desaparecieron, siendo reemplazadas por unas orejas humanas; sus garras desparecieron, y sus ojos ambarinos pasaron a ser oscuros.
Levantó las manos y se las miró, con impotencia. Lanzó un suspiro resignado. Nadie sabía como odiaba las noches sin luna.
Sus amigos no se habían dado cuenta de que esa noche no habría luna, puesto que desde hacía ya algunos días, el cielo había estado siempre muy encapotado, incluso esa noche.
Alzó la mirada al cielo, para ver, que al igual que los demás días, un manto gris cubría el cielo nocturno sin piedad, impidiendo a sus ojos humanos ver mucho en medio de aquella oscuridad.
Se sentó en el suelo y apoyó su espalda contra el tronco del árbol.
No tenía ganas de regresar al campamento con sus amigos, no en esa forma, en la que se sentía tan vulnerable.
Y menos aún esa noche, precisamente en ese lugar. Sentía que el corazón le hacía daño en el pecho, y sus lágrimas clamaban por salir y deslizarse, suaves y cálidas, por sus mejillas.
"Malditos sentimientos humanos" maldijo interiormente, con frustración. En su forma hanyou no se habría sentido así, y podría ocultar mucho mejor sus sentimientos que en aquel cuerpo humano se dibujaban nítidamente, como si se tratase de un libro abierto.
Pero tenía que contenerlos, impedir que sus lágrimas aflorasen. Al fin y al cabo, solo sería durante una noche.
Haciendo de tripas corazón, se levantó, al principio vacilante, y se dirigió al campamento.
Kagome y Sango charlaban tranquilamente, sentadas sobre una roca más o menos lisa que había en el riachuelo, mientras Shippo jugaba y chapoteaba, salpicando agua en todas direcciones. A las chicas no les importaba este hecho.
La temperatura del agua era sumamente agradable, y darse un baño en ese remanso de aguas cristalinas era relajante y gratificante.
Kagome sentía como el agua fluía a su alrededor, relajando y reparando su cuerpo y su alma de manera amable, curando con su pureza su maltrecho y adolorido cuerpo.
Sango, a su lado, parecía estar pensando exactamente lo mismo, mientras dejaba escapar un suspiro de alivio y felicidad.
- Que bien que hayamos encontrado este pequeño paraíso en medio del caos ¿cierto?- inquirió Sango, con los ojos cerrados, para abandonarse a un completo estado de calma y tranquilidad.
- Sí, es una suerte- afirmó Kagome, no muy animada.
Su amiga captó un deje de duda y tristeza en el rostro habitualmente alegre de Kagome. Se enderezó completamente y apoyó una mano en el hombro de su amiga, cariñosamente, dándole a entender que ella escucharía todos sus problemas y la ayudaría a solucionarlos si estaba al alcance de su mano, como buena amiga y compañera que era.
- ¿Qué ocurre? Sabes que puedes confiar en mí- la animó.
Kagome pareció dudar durante un momento, y Sango no le urgió. No quería presionarla.
Finalmente, la muchacha del futuro comenzó a hablar, al principio insegura, pero adquiriendo confianza a medida que hablaba.
- No se si te has dado cuenta... pero, ¿recuerdas cuando senté sin querer a Inuyasha?
- ¿A cuál de las veces te refieres?- preguntó Sango inocentemente.
Kagome agachó la cabeza ante esta pregunta, haciendo que varios mechones de cabello azabache ocultasen parcialmente su rostro. Parecía algo dolida, pero también parecía sentirse algo culpable.
- Sé que soy estúpida porque hago las cosas sin pensar...-murmuró, apenas audiblemente, aún con la cabeza gacha. Se sentía realmente estúpida, además de culpable. El chico no había hecho nada, ¿por qué había tenido que sentarle? Además... la reacción de Inuyasha la dejó helada, haciendo que se incrementase su sentimiento de culpa, haciendo que apareciese una preocupación.
- No me refería a eso- se apresuró en corregirse Sango, al ver la reacción de su amiga. No había dicho eso con tal intención.- Me refiero a que... Bueno, muchas veces se lo merece, y otras, sencillamente...¡Oye! No puedes pasarte toda la vida intentando controlarte al hablar, cualquiera puede cometer un error.
Kagome alzó lentamente la cabeza, no muy convencida. No creía que lo que hacía tuviese excusa. Prefirió dejar sus sentimientos a un lado, y comentarle lo que tenía intención de explicarle, no otra cosa.
- Bueno... Volviendo al tema de antes. Cuando senté a Inuyasha justo antes de venir al río... no gritó como lo hace siempre. ¿No... no notaste ese tono en su voz?- preguntó Kagome, temerosa.
Sango la miró algo aturdida, y luego comprendió.
- ¿A... a qué tono de voz te refieres?- preguntó cautelosamente. También ella lo había notado, pero no le había dado mayor importancia. En cambio, para su amiga, ese era un tema muy delicado.
Kagome apartó la mirada, y de pronto parecía absorta en mirar su reflejo en el agua. Tragó saliva, una, dos, tres veces. Luego volvió a clavar su mirada en la de Sango.
- Su voz sonó... fría- explicó. Su voz tembló ligeramente cuando pronunció la última palabra.
Sango la miró apenada.
- Quizás solo esté enfadado por algo- comentó, no muy convencida de sí misma.
Kagome centró su mirada en el pequeño Shippo, que ahora intentaba pescar una carpa con sus manos desnudas.
- ¿Tú crees? ¿No será más bien... qué al final ha elegido a Kikyo?- la muchacha retuvo las lágrimas que luchaban por salir, sin mucho éxito- Quizás piensa que soy tonta, y teniendo a una mujer como Kikyo...
- ¡No digas estupideces!- cortó Sango, de pronto enfadada. Luego se calmó, y volvió a hablar, esta vez sin alzar la voz- Aunque no lo admita, se ve a la legua que te quiere. Como te he dicho antes, quizás haya algo que le molestó, o esta enfadado por alguna razón. ¡Sólo Kami sabe en que piensa ese cabezota!
- Sí, puede que tengas razón. Pero... ¿y si no es así?- preguntó Kagome tristemente.
- ¡Claro que es así! Anda, no le des más vueltas a este asunto, o te volverás loca intentando entenderle.
- Gracias, Sango- dijo Kagome, algo más animada.
- No hay nada que agradecer.- sonrió Sango.
Miroku esperaba pacientemente el regreso de las chicas, con las manos alzadas ante el fuego, para entrar en calor.
Escuchó unos pasos que se acercaban lentamente hacia él. Se giró en la dirección de la cual provenía el sonido y pudo ver como la figura de Inuyasha emergía de entre las sombras.
El monje volvió a centrar su atención en el fuego en cuanto le reconoció, mucho más tranquilo.
- Ah, Inuyasha, menos mal que eres tú. Las chicas y Shippo aún no han vuelto, y lo cierto es que comenzaba a preocuparme. ¿Por qué no vamos a asegurarnos de que están bien?
- Ni lo pienses, monje- respondió la voz de Inuyasha desde su derecha.
- Venga ya, solo será un momentito. No tienen porque darse cuenta...- giró la cabeza para mirar a su compañero, y se sorprendió un poco cuando lo vio- ¡Oh! Con que hoy hay luna nueva... No me había dado cuenta.
Inuyasha se cruzó de brazos y maldijo en voz baja.
- Ya, nadie se ha dado cuenta porque desde hace algunos días no se ve en que fase está la luna.
Miroku alzó la mirada al cielo, y pudo comprobar que su amigo tenía razón.
- Sí, es verdad. Hace algún tiempo ya que está así.
Inuyasha no dijo nada. Miroku se le quedó mirando un rato, y una idea le vino a la cabeza. El rostro se le iluminó.
Esa noche Inuyasha sería un humano, y por lo tanto no podría resistir la tentación ¿eh?
Ya lo tenía todo planeado.
Puso su voz más seria, y llamó la atención de su compañero.
- Inuyasha- llamó.
El muchacho se volvió hacia él, inquisitivamente.
Miroku carraspeó varias veces, para darse un aire importante y de seriedad.
- Mientras no estabas, me pareció escuchar algo en aquella dirección. Será mejor que vayamos a ver qué es, ¿no te parece?- dijo señalando un sendero oculto entre la espesura, desviado solo un poco más a la izquierda del que habían tomado las chicas y el pequeño kitsune.
Inuyasha lo miró dubitativo. No sabía si creerle o no, pero tampoco sabría si era verdad a no ser que fuesen a ver. Como humano, sus sentidos se veían drásticamente reducidos.
- ¿Estás seguro?- inquirió, no muy convencido.
El monje pareció exageradamente dolido por su falta de confianza.
- ¿Crees que mentiría con algo tan serio?- preguntó con incredulidad.
Inuyasha le dirigió una mirada significativa.
- Pues la verdad es que, tratándose de ti, me espero cualquier cosa...
- ¡No puedo dar crédito a mis oídos!¿Dónde se ha visto que se desconfíe de su mejor amigo?- Miroku realmente estaba montando un espectáculo, y sus gestos eran algo exagerados, al igual que sus palabras.- Me decepcionas, Inuyasha...
- Oh, está bien.- cedió.- Iremos a ver qué es, pero solo porque no soporto que te pongas tan pesado.
El monje sonrió satisfecho, y le incitó para que se diera prisa en seguirlo. Inuyasha soltó un suspiro resignado, y se internó en la espesura justo detrás de Miroku.
Ambos caminaron durante varios minutos por un sendero apenas visible a causa de la creciente oscuridad que se cernía sobre ellos y la abundante vegetación que crecía casi por todas partes. Mirara a donde mirara, Inuyasha solo podía ver árboles con tupidas ramas, que ayudaban a hacer aquel lugar mucho más oscuro y un tanto siniestro.
De vez en cuando se topaban con alguna rama que sobresalía un poco del suelo, y varias veces estuvieron a punto de caer a causa de ellas.
Miroku parecía saber perfectamente por donde iba, e Inuyasha le siguió sin preguntar.
Pronto llegaron a una zona más despejada, pero que les permitía ocultarse de la vista de las criaturas que estuvieran a una cierta distancia. En ese lugar la visión mejoraba un poco, ya que los árboles se distanciaban más unos de otros y las amplias ramas ya no cubrían sus cabezas.
Miroku pasó debajo de unas ramas algo bajas, llegando a un lugar que hubiese servido muy bien para observar sin que el enemigo se diese cuenta de la presencia de los espías.
Enseguida Inuyasha comprobó que era exactamente para eso que Miroku quería llegar a ese lugar. Desde su escondite podía vislumbrarse a la perfección un pequeño remanso de aguas termales. Sin embargo, eso no era lo único que ofrecía aquella extraordinaria vista.
"Casualmente", Kagome, Sango y Shippo se encontraban bañándose en aquellas aguas termales.
Inuyasha le dirigió una mirada asesina al monje.
- ¿Con que escuchaste un ruido muy sospechoso en esta dirección, eh?- preguntó algo sarcástico, conteniendo las ganas de golpear al monje hasta reventar.
Miroku ni siquiera volteó a verlo. Su mirada seguía fija en las muchachas que disfrutaban de un agradable baño, sin saber que eran espiadas por un monje pervertido.
- Vamos, no me digas que no te tienta echar un vistazo- seguía sin apartar la vista de las muchachas, y su voz lo delataba. Estaba disfrutando de lo lindo.
El muchacho de largos cabellos azabaches le dirigió un mirada cargada de desaprobación.
- Yo no soy un pervertido- aseguró, girando la cabeza hacia otra dirección.
- Bueno, tú te lo pierdes- dijo el monje, encogiéndose de hombros. Si Inuyasha no quería aprovechar la ocasión, él no le obligaría. Pero, desde luego, él no pensaba perder semejante oportunidad.
Inuyasha volvió a girarse hacia el monje, y lo sujetó por el cuello de la túnica, tirándole hacia atrás.
- ¡Eh! ¿Pero se puede saber qué haces?- inquirió el monje, entre sorprendido y molesto.
- ¿No creerías en serio que iba a dejar que te aprovechases de ellas, no?- Inuyasha intentó parecer sorprendido- Por una vez, compórtate como un hombre.
Miroku se libró de su agarre, dándole un empujón. Inuyasha cayó de espaldas sobre el pasto.
- ¡Vamos, no seas aguafiestas!
- ¡No grites, nos van a descubrir! ¡Vayámonos de aquí de una buena vez!
- ¡No pienso dejar pasar una oportunidad como esta!
- ¡Pues lo siento, pero no puedo permitir que te quedes aquí!
- Bueno, ¡¿pero a ti que te importa?! No será acaso que... ¿te gusta la señorita Kagome?- ahora había un brillo de picardía en los ojos del monje.
Inuyasha enrojeció hasta la raíz del cabello. Agradeció en silencio por que estuviese tan oscuro, para que el monje no se diese cuenta.
- N-No... no es eso.- tartamudeó- ¿Cómo se te ocurre pensar eso?
- Oh, por lo que veo, es eso- murmuró el monje para sí mismo, mientras asentía con la cabeza.
- ¡Te he dicho que no es eso!- dijo tapándole apresuradamente la boca a Miroku, rojo y nervioso a más no poder.
Miroku apartó su mano, y esbozó una sonrisa traviesa.
- Por Buda... ¡Pero si te has puesto como un tomate!- exclamó, divertido.
- Para nada...-intentó pararlo Inuyasha.
- A Inuyasha le gusta le señorita Kagome, a Inuyasha le gusta la señorita Kagome...- empezó a canturrear, esquivando al mismo tiempo a un furioso y avergonzado Inuyasha.
En un intento de esquivar un puñetazo directo a la cara por parte de Inuyasha, Miroku pisó la parte baja de su túnica, y cayó hacia atrás. Inuyasha, que en ese momento se disponía a pegarle otro puñetazo, perdió también el equilibrio, y ambos cayeron por una pendiente del terreno.
Desgraciadamente para ellos, cayeron justo en frente de unas sorprendidas y furiosas Sango y Kagome.
- ¡Par de pervertidos!- fue el grito enfurecido de una conocida voz femenina para ambos.
A los dos se les heló la sangre en las venas, y al alzar la vista su temor no disminuyó.
Las dos muchachas se hallaban ahora cubiertas por unas toallas, y se veían listas para cualquier cosa. No hacía falta ser adivino para saber que estaban furiosas.
- Esto... podemos explicarlo- tartamudeó un nervioso y aterrorizado Miroku.
CONTINUARÁ...
