Rose se miró al espejo una última vez más. Estaba en el baño del expreso a Hogwarts, convertido a nocturno, luego de los peligros que significó que los mortífagos lo interceptaran en la segunda guerra. Se lavó las manos con rapidez, ya que la pequeña ventana hacia el exterior dejaba entrar una brisa fría.
Por encima de su cabeza, la luz de la vela comenzó a parpadear y luego a consumirse a una gran velocidad, hasta disolverse completamente. La chica observó y un poco asombrada, cortó el agua, para disponerse a salir de aquella pequeña habitación de baño oscura. Apenas tocó el pomo de la puerta, un fuerte remezón la pilló de improviso y la lanzó contra la pared. A lo lejos, se escuchó un fuerte chillido y bajo sus pies sintió cómo el tren dejaba de andar.
Rose, asustada, giró el pomo de la puerta, pero esta no se movió. Lo volvió a hacer, con más fuerza, pero fue inútil.
—Rayos. ¿Por qué justo ahora? —Dijo entre dientes, malhumorada.
Se acercó a la pequeña ventanilla de la habitación, esperando ver qué sucedía que pudiera detener al expreso. Su rostro se enfrió totalmente tras apenas asomar su pecosa nariz. Fuera, la niebla rodeaba casi todo lo visible, pero la pelirroja pudo notar que se encontraban en un puente colgante muy antiguo, en un vacío que se perdía en la oscuridad. Con el silencio a su alrededor, pudo escuchar una corriente muy fuerte de agua bajo ella, parecía que el puente colgaba sobre un río.
Se alejó de allí y arregló su cabello frente al espejo, haciendo una coleta alta mientras tarareaba. No era la primera vez que el tren se detenía así, ya fuese por errores técnicos o porque algún estudiante bromista quebraba todas las ventanas de un compartimiento o prendía fuego a sus libros de texto. Estaba recordando una anécdota especialmente divertida, cuando, por el reflejo del tocador, divisó de reojo una mano sobre su hombro. Blanca, esquelética, sucia y de uñas largas, negras como la noche. Exactamente igual a la que salía en la película que había visto con sus abuelos maternos una semana antes de volver al colegio.
Pegó un salto en su lugar y observó de nuevo, ya no había nada.
—Hubiera jurado... —Murmuró, contrariada. —No, debió de ser mi imaginación.
Negó con la cabeza, divertida. No era la primera vez que se imaginaba cosas luego de ver una película muggle. Siempre terminaba dándole vueltas a las cosas y parecía verlas por todas partes. Ella era la de la imaginación activa, no le hacía bien ver tanta televisión. No como a Hugo, su hermano menor, que podía pasar noches enteras viendo películas en la casa de sus abuelos. Distraída, le dio una patada suave a la puerta, esperando que se abriera. Suave y con el ruido de un cerrojo que se abre, la puerta dejó pasar a Rose.
Ella, con el ceño fruncido por lo sucedido, se apresuró al pasillo esperando poder encontrar el vagón que compartía con Albus.
