"EL ARMA MÁS PODEROSA" :CAPÍTULO 1

Probó por enésima vez. Nada, no funcionaba. Llevaba horas intentando que el conjuro surtiera efecto, pero lo único que había conseguido era desesperarse. Se pasó las manos por el pelo y volvió a mirar las letras de aquel antiguo libro que había encontrado de casualidad en un recóndito lugar de su mausoleo.

A lo mejor lo que fallaba era que estaba excesivamente nerviosa pero ¿cómo no estarlo? Todos sus planes se habían ido al traste sin saber cómo. De repente, sin que ningún hecho extraordinario hubiese ocurrido, el día del 28 aniversario del comienzo de la maldición que los trajo a todos a Storybrooke , esta se esfumó. Desapareció, devolviendo a todos los recuerdos de su vida pasada y trayendo de nuevo la magia.

Sonrió con desdén al recordar el momento en que Charming y la pedante de Snow se presentaron en su puerta, escoltados por una horda de enanitos y hadas que exigían su cabeza. Para su suerte, y para desgracia del resto, su magia había vuelto y habían sido incapaces de atraparla, además, Henry la defendió.

Le resultaba curioso el hecho de que el niño supiese quienes eran mucho antes que el resto, obviamente ella se lo negó hasta que la maldición falló, de hecho se pasó meses intentando convencer a Snow, alias Mary Margaret, de su verdadera identidad. Después del día en que salió todo a la luz, la relación con su hijo no había sido un camino de rosas, en realidad, ya hacía mucho que no lo era, el niño se le había enfrentado en multitud de ocasiones cada vez que alguien le hablaba de los actos que había cometido como la Reina Malvada.

Pero todo había cambiado, ahora Henry confiaba en ella y en su magia. Por eso necesitaba que el conjuro funcionase, necesitaba que su hijo la volviera a mirar como cuando era pequeño y necesitaba protegerlo de aquella que más dolor le había causado a ella misma en toda su vida, de Cora.

Casi se echó a reír cuando la comitiva "Charming" apareció hacía un par de días en su casa rogándole ayuda, estuvo tentada de cerrarles la puerta en las narices, pero cuando el nombre de Cora hizo aparición en el asunto la historia cambió.

Al parecer su madre no estaba muerta y venía directa a Storybrooke con un ejército que a saber de dónde lo había sacado. Al principio no creyó la historia, pero cuando los espejos de su casa mostraron a su madre retransmitiendo un mensaje para ella, no tuvo duda de que debía hacer algo para evitar su llegada.

Y por eso debía hacer funcionar el conjuro, para proteger a Henry y protegerse a sí misma. Si Storybrooke y sus habitantes salían ilesos serían beneficios colaterales.

Suspiró, respiró hondo y volvió a recitarlo. Nada seguía sin aparecer nada. La rabia se apoderó de ella, lo que hizo que el libro acabara estampado contra una de las paredes de su habitación.

Pensó en que tendría que volver a buscar entre sus viejos papeles, para que ver si encontraba alguna magia que les sirviera de ayuda, aunque cuando encontró las letras que hablaban de "el arma más poderosa" creyó que había dado en el quid de la cuestión, pero parecía ser que no.

Recogió el libro y fue hacia el armario para coger una chaqueta. Lo mejor sería visitar a Gold, no es que este fuese santo de su devoción pero no le quedaba más remedio.

Mientras se retocaba el maquillaje en el espejo del pasillo un golpe resonó en la planta de abajo, un golpe seguido de una especie de quejido.

Se armó con una bola de fuego en la mano y bajó cautelosamente los escalones, esperaba que ningún habitante de Storybrooke fuese tan estúpido como para atreverse a atacarla en su propia casa.

Parecía que el invasor estaba en la entrada, así que puso su cara más intimidante y bola de fuego en mano se dispuso a plantarle cara al suicida que se había colado en su territorio. Esperaba encontrarse a algún enanito, más bien, deseaba a que así fuese, así podría practicar unos cuantos encantamientos con él.

Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que los quejidos provenían de una rubia, de pelo largo y rizado, que se pasaba la mano por el trasero mientras observaba la estancia con una mezcla entre sorpresa y terror cruzando por sus ojos.

-¿Quién eres?- preguntó la dueña de la propiedad, antes de que la extraña pusiera sus ojos en ella.

La chica la miró con pánico dibujado en sus facciones.

-No, ¿quién eres tú y dónde se supone que estoy?- la rubia bajó la mirada hacia la mano de la otra mujer y abrió aún más, si es que eso era posible, sus ojos verdes azulados- Dios ¿estás sujetando fuego en la mano?

-Me resulta extraño que no sepas quién soy, puesto que esta es mi casa…- comenzó a decir dando vueltas alrededor de la intrusa. Lo cierto es que no la había visto nunca, se acordaría de esa postura desafiante que mantenía, a pesar de parecer asustada. Sí, estaba segura de que jamás se había cruzado con ella pero aún así tenía algo que le resultaba familiar. Le recordaba a alguien y no sabía a quién.

-Mira, yo lo siento mucho, pero no era mi intención colarme, si te soy sincera no tengo ni idea de cómo he llegado hasta aquí. – volvió a dirigir la mirada hacia el fuego- Pero…ya me voy, olvidamos el asunto y en paz- puso una mano en la puerta con la intención de abrirla.

-Ni se te ocurra, no nos hemos presentado debidamente- esto último lo dijo suavizando el tono, hizo desaparecer la bola anaranjada de su mano y la extendió hacia la rubia- Regina Mills.

La chica la miraba atónita.

-Em… Emma Swan ¡¿Cómo demonios has hecho eso?!- dijo pegándose contra la puerta.

-Vaya, vaya…¿eres nueva en Storybrooke?- esa debía ser la explicación para que se pusiese de esa manera ante una simple llamita.

-¿Storybrooke? ¿Qué es Storybrooke?

Regina entornó los ojos. Ya habían tratado el tema de que con la ruptura de la maldición eso podía ocurrir, gente de fuera podía entrar en el pueblo, lo cual era un riesgo para todos. No podía dejarla marchar.

-¿Dónde se supone que estoy?- preguntó de nuevo la rubia.

-Bienvenida a Storybrooke, señorita Swan.