ºDISCLAIMER: Los personajes y serie no me pertenecen, son propiedad de la mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente el fanfic es de mi entera propiedad. No se aceptan copias, adaptaciones y/o plagio. Muchas gracias ;)

*¡He vuelto y, esta vez, como estudiante de MEDICINA! :')

Espero que les guste mucho este one-shot. ¡No se olviden de dejar un review si les gustó! Será mi premio 7u7

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Efecto mariposa

El edificio estaba siendo desalojado en estos momentos, siendo iluminado por la luz del atardecer. Podía oírse el chapoteo del agua al caer contra el suelo, señal de un grifo mal cerrado. El chirrido hastiante de las sillas al ser arrastradas por la cerámica, los golpeteos de los borradores contra el pizarrón... El nauseabundo aroma del aserrín con el que barrían el suelo al acabar la jornada escolar. Todo eso podía percibirse en el ambiente y se le sumaba el resonar de unos zapatos que recorrían, lentamente, los pasillos más recónditos del edificio.

Le habían pedido llevar unos papeles verdaderamente importantes a la dirección, ella asintió sin ganas ante el pedido del consejero estudiantil y se dirigió al pequeño despacho. No encontró a nadie y tampoco es que se fuera a molestar en recorrer todo el colegio así que tiró todo a la basura. No le importaba en lo más mínimo lo que aquellos papeles contendrían. Presupuestos, autorizaciones, solicitudes de ingreso e inclusive una planificación del año escolar. Aprovechó que solo quedaba el personal de limpieza en el lugar y que tenía una excusa —entregar unos papeles que claramente serían recogidos por el camión de la basura la mañana siguiente— para andar merodeando por ahí a pesar de haber pasado su hora de salida, así que se encaminó a quién sabe dónde. Solo quería desaparecer por un tiempo, por lo que sus pies la guiaron hacia allí. Hacia su soledad, hacia la oscuridad y abandono que en ese momento sentía su corazón.

Caminaba de manera pausada, pero persistente, haciendo que su caminar fuera tan paulatino como el ligero goteo que se producía en los baños deportivos. Sus ojos, ahora opacos, estaban perdidos en alguna parte, no en el edificio sino en sus recuerdos, tal vez.

La semana anterior o la anterior a esa... Bah, daba igual. Solo recordaba haber estado en clase de ambiente donde no solamente le metían presión a los jóvenes con argumentos como "La deforestación nos quita el oxígeno al dejar dióxido de carbono disuelto en el aire" o "Si el planeta aumenta sólo 6º más todos moriremos". No, no era solamente eso, también les hablaban de otras cosas... Como el efecto mariposa, por nombrar algo.

—Dicho teorema consta de que todo, absolutamente todo en nuestro mundo, está equilibrado de alguna manera y el más mínimo movimiento puede alterar todo el ecosistema. El aleteo de una mariposa en Rusia, por ejemplo, podría ocasionar un huracán en Canadá, Estados Unidos... ¡Cuba! —la desesperación con la que el profesor hablaba del tema contagiaba a todos de angustia, poniéndoles los pelos de punta. A todos menos a ella— Bueno, creo que es una de las maneras en las que podemos explicar el efecto invernadero. Todas las porquerías que el humano hace genera CO2 y eso...

Dejó de escuchar, por milésima vez en el año. ¿Para qué? Se ausentaría durante uno o dos meses y, en caso de estar presente en la evaluación, bien podría buscar el concepto en Internet. No tenía que preocuparse. Es más, ahora solo podía estar feliz. Inuyasha, por primera vez en su vida, le había dicho que permaneciera tres días completitos en su época... ¡Cinco días si así lo quería! Y lo mejor era que no salió de ella la idea sino del propio Inuyasha, parecía especialmente a gusto con la idea. Merecía un premio, ¿No?

Fingió tener malestar estomacal para poder irse temprano a casa, pero en lugar de eso se dirigió a uno de los mercados del centro de Tokio. Había oído que la cadena de ramen que tanto le gustaba al terco Hanyou había lanzado una serie de nuevos sabores por tiempo limitado. Compró los más novedosos y que sabía que mejor le sentarían a su paladar. No los que tenían más condimentados o los de cuatro quesos sino los que traían carne extra, fideos más gruesos, ¡Los que venían con un pedazote enorme de jamón escondido en el centro! Se gastó todo el dinero que traía en esa sorpresa. El dinero que a menudo se repartían entre los muchachos, luego de derrotar algún demonio de bajo categoría, todo se fue en ramen... Absolutamente todo. Pero su sacrificio valdría la pena al ver esa sonrisa socarrona, blanca como la leche y con un mortífero colmillo sobresaliendo de uno de sus costados.

En cuanto todos los productos pasaron por la caja registradora sintió un extraño malestar. Su garganta se cerró, empezó a salivar y sudar en exceso, se sentía observada, perseguida. Tenía un mal presentimiento, eso era más que obvio. Tomó sus bolsas y salió corriendo hacia el templo, intentando deshacerse de aquel sentimiento... El mismo que se agravó en cuanto atravesó el pozo y contempló las almas de mujeres desoladas surcar el cielo nocturno. Dejó las bolsas en el césped y corrió hacia el árbol sagrado, hacia donde las luces la guiaban. Escondiéndose entre los arbustos al llegar y escuchar voces.

—¿Estás seguro de que no está aquí?

—Claro que sí, le di la semana libre.

—¿Semana libre? ¿Acaso es tu sirvienta como para darle permisos? —rio.

—Algo así... —sabía que, en el momento exacto en que se calló, hizo su típica sonrisa altanera, burlona.

Tragó saliva mientras se oprimía el pecho en un intento por soportar el dolor. Sabiendo que hablaban de ella.

—¿Y? —escuchó un ligero chapoteo, sabía que se trataba del sonido de la saliva en boca ajena— ¿Qué haremos esta semana?

—Mmm... Podemos ir a visitar a tu hermana, la vieja esa, si quieres, o seguir buscando algún pariente cercano de la bruja que te devolvió la vida. A lo mejor tenemos suerte esta vez —su voz era opacada de a ratos, seguramente por estar escondiéndose en el cuello femenino—. No sé cuánto tiempo aguantaré sin ti... Quiero ser feliz ahora, contigo, y formar una familia como planeamos hace cincuenta años.

—Shh, estás muy charlatán hoy, ¿Qué te ocurre? —canturreó— ¿Te lo ha pegado esa niña?

—Te aseguro que he hablado más contigo hoy que con ella en todo lo que llevo de conocerla.

Eso le dolió terriblemente, sabía que era verdad. Únicamente le hablaba con monosílabos y era ella quien iniciaba las conversaciones, no se había percatado hasta ese momento. Sintió astillas en su garganta y casi emitió un quejido por el dolor, casi.

—Entonces primero acaban con Naraku y luego me revives, ¿No?

—Exacto. Por eso necesito a Kagome con nosotros, no puedo permitir que te ocurra algo solo por rastrear unos fragmentos...

Duele.

—Cualquier buen perro es capaz de olfatear y encontrar lo que le pides. Si lo entrenas, claro —bromeó.

Duele...

—Y una vez que encuentre todos los fragmentos que perdimos por su culpa, unificarás la perla y podremos revivirte. No importa si es con ayuda de otra bruja o con la misma perla. Serás mía... Sólo mía.

¡Duele!

No lo resistió mucho más. Le costaba respirar, sus ojos picaban, sentía que su garganta era abierta por finas y alargadas cuchillas, su pecho se oprimía. No podía pensar claramente. Lo suficiente como para decirle que saliera de allí lentamente, sin advertirles de su presencia, pero no tanta como para impedirle lo que hizo a continuación.

Por alguna razón, durante el resto de su camino a través de la pradera, las serpientes la siguieron a ella. No parecían amenazantes, vigilantes o mandadas por alguien en específico. Más bien... Compañeras. Pululaban a su alrededor, iluminando su camino y haciendo ligeros círculos que hacían de aquel un espectáculo místico. Sus pies la llevaban lejos del árbol que, para ella, nunca más sería sagrado y las serpientes caza-almas estaban de acuerdo. Sus ojos rojizos parecían más brillantes, como los de una mujer que no ha parado de llorar en horas y su figura, menuda y sin gracia, también le recordaban a una.

Al llegar al pozo una de ellas, la primera en seguirla, se interpuso en su camino y voló cerca del frasco que guardaba en su bolsillo. Donde habían doce fragmentos en total, faltaban los tres de Koga y Kohaku, además de otros cinco que debían estar perdidos o en las manos de Naraku. Ambas se miraron a los ojos con profundidad infinita y entendió aquel mensaje a la perfección. Tiró el pequeño frasco tan lejos como sus fuerzas se lo permitieron, ninguna de las serpientes hizo amague de querer ir en busca de los fragmentos. Tenían tan poca importancia como para ella en ese momento. Los ojos inquisidores seguían posados en ella, empañados con profunda tristeza y desolación, reflejando los suyos propios.

Se sentó en el pozo, mirando fugazmente la bolsa que trajo momentos antes. La corrió con uno de sus pies y se relajó en el lugar, respirando hondo mientras dejaba que una solitaria lágrima rodara por su mejilla, aliviando momentáneamente la presión que sentía en su garganta —denotando su voz rota—. Las seis criaturas que la siguieron se colocaron en torno a ella y pasaron a su lado, una a la vez, haciéndole sutiles caricias mientras lloraban y dejaban salir agudos quejidos, imitando el llanto de una mujer. Sintió que algo era arrancado de su cuerpo, de manera desgarradora y brutal. Una pequeña luz resplandecía entre las diminutas patas de las serpientes caza-almas, lloraba, la luz lloraba y berreaba desesperadamente. Habían tomado la parte que le correspondía a su antecesora, lo sabía y no le importó, ya no quería nada que tuviera que ver con ella.

No quería ser su reencarnación, ni su alma, su recuerdo... En estos momentos quería ser: Nadie.

Los demonios le hicieron una sutil caricia en el rostro a modo de despedida y la dejaron caer delicadamente en el pozo. Él no había parado de suplicarle e incluso exigirle que se quedara a su lado por siempre, pero ahora tendría que faltar a su promesa, una promesa que habría cumplido sin replicar de no ser por las circunstancias. Pero finalmente lo dejaba, no solo, pero lo dejaba.

Espero que seas feliz, Inuyasha. Que la vida te devuelva todo lo que me diste, para bien o para mal.

Ella era, sin duda, una mujer desdichada y llena de tristezas. Le robaron su alma, sí, pero también le quitaron lo que quedaba de la perla sabiendo que aquel que la posea solo tendría desgracias en su vida si no pedía el deseo correcto. Significaba que la libraban de una carga, de una posible muerte durante la búsqueda y, de paso, le daban un motivo a Inuyasha y Kikyo para que no fuesen a buscarla. Pero, por si todo esto no funcionaba, se aseguraría de sellar el pozo del otro lado.

Y así lo hizo. Al despertar lo selló con collares sagrados, pergaminos, flechas y campos. El pozo, que tantas aventuras y desventuras le había traído, al fin había sido inhabilitado. Sus ojos perdieron brillo, su cabello se crispaba y se tornó opaco. No solo su mente estaba en una especie de trance sino también su cuerpo, no tenía energía suficiente para hacer otra cosa que no fuese respirar.

Sintió algo extraño en el rostro, volviendo ligeramente a la realidad, captando su entorno pero sin detener su avance. Había pasado del tercer piso al segundo y así consecutivamente hasta llegar al subsuelo donde pudo encontrar las puertas que daban al área de mantenimiento, encargadas de dar electricidad y calor al establecimiento. Pasó al lado de una caldera oxidada, las telarañas enormes y espesas se pegaron a su cabellera, pisó una rata muerta y otra le rozó el tobillo. Su espalda dio contra el frío metal de un canal de ventilación y se dejó caer contra él, atontada.

Sufría mucho, no diría que no. Se sentía desolada, sin sentido, una tonta por haber tenido ilusiones donde nunca las hubo... Inclusive podría decirse que se sentía traicionada, al igual que Kikyo el día en que murió. Una de sus manos rebuscó algo en su falda mientras las lágrimas brotaban silenciosamente de sus ojos. Un brillo metálico iluminó ligeramente el lugar, había tomado una trincheta del escritorio que había en dirección. Recordó esos ojos dorados que tanto amaba, que no eran suyos, y su corazón latió fuertemente para luego calmarse al recordar los rojizos que reflejaban el sufrimiento del alma de tantas mujeres y que, a su vez, trataban de consolarla.

Si ella no hubiera buscado a Buyo esa mañana, no habría conocido a Inuyasha.

Si no hubiera rescatado a ese niño, no habría fragmentado la perla de Shikon.

Si no hubiera insistido en subir esa montaña, ella no habría revivido.

Como bien decía el efecto mariposa, un pequeño cambio en el ambiente podía generar un terrible caos.

Si no hubiera vuelto antes de lo previsto al Sengoku, ella no se habría suicidado…

En todo caso, el ligero pululeo de una shinidamasu puede generar una tragedia.

FIN

Adoro, amo, escribir este tipo de fanfics. Son mi naturaleza, mi elemento... No sirvo para escribir finales felices porque tengo que pensarlo mucho pero estas temáticas, en cambio, salen de mi corazón y fluyen libremente.

Estaba en clase de ambiente mirando un documental sobre los 6º que amenazan la Tierra cuando mencionaron el "efecto mariposa". Recordé que tenía un proyecto con esa temática (este proyecto) y que no pude llevarlo a cabo por cobardía, además de que me robaron el celular donde tenía anotada dicha idea.

¿Les ha gustado? ¿Han llorado o han sentido angustia? Veo que mi fic anterior les ha gustado mucho ("Muñeco de nieve") por lo que espero que este les guste más aún ;)

¡Déjenme un REVIEW si les he sacado aunque sea una lágrima! 7u7

Pd: No he vuelto a escribir "¡Otra vez!" Porque ya no recibo más reviews lo que me tiene muy deprimida :s creo que hago algo mal por lo que necesito repensar la historia...

¡Un besote!