Inuyasha no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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Un fanfic de Randuril

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El príncipe de hielo

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Desde su oficina en el duodécimo piso de la torre Taisho, Sesshomaru podía observar el vasto bosque de cemento de Tokio. El sol se ocultaba lentamente tiñendo de naranja las paredes lisas y reflectantes de los rascacielos, dotando a la gran urbe de un halo fantástico, casi como si estuviera fuera de la realidad. Sesshomaru barrió la ciudad con los ojos una vez más a través del amplio ventanal. Erguido, con la espalda rígida, las manos en los bolsillos de su traje y el largo cabello plateado recogido en una elegante coleta baja, casi parecía un antiguo guerrero meditando antes de la batalla. Y quizás, en ese otro mundo que imaginaba a través de la luz del atardecer, en aquel mágico Tokio que parecía de otra era, sí estaba a punto de librar una extraordinaria guerra contra un poderoso enemigo.

Ahora, sin embargo, en aquel preciso momento en el Tokio contemporáneo, la batalla se libraba dentro de su corazón.

Cerró un instante sus ojos inhalando aire. Aunque se encontraba agitado, como siempre pudo controlarse para que su rostro no mostrara la menor emoción. Esa era una táctica que había copiado de su padre, Inumaru Taisho, y que le era de mucha utilidad en sus numerosas reuniones de negocios manejando la presidencia de la empresa familiar.

De a poco el sonido de la voz de su medio hermano volvió a penetrar en sus pensamientos y recordó que se encontraba en ese momento en la habitación. Había logrado ignorarlo durante algunos minutos fingiendo mirar por la ventana, pero ahora que la voz había conseguido traspasar sus barreras no podía dejar de oírlo.

Su hermano por parte de padre, que también se llamaba Inumaru pero al que todos le decían simplemente Inuyasha —un apodo que se había ganado desde muy pequeño por su mal carácter y la cara como de perro que ponía cada vez que se enojaba— estaba en ese momento soltando alguna perorata de las suyas. No le había prestado mucha atención desde que había entrado. En realidad, ellos eran tan diferentes que nunca se habían llevado como verdaderos hermanos y solo de más adultos habían aprendido a tolerarse y llevarse con decencia por el bien del resto de la familia. Sesshomaru nunca había perdonado del todo a su padre por abandonar a su madre, Irasue, una mujer de la alta sociedad de Tokio, por la simplona madre de Inuyasha, Izayoi. A la propia Izayoi nunca había querido conocerla, ni siquiera cuando la mujer enfermó gravemente e Inu Taisho quiso que los hermanos se acercaran un poco. El pequeño Inuyasha iba a perder a su madre y necesitaba ser confortado por su hermano mayor, así le dijo su padre. Sesshomaru se llenó de ira, ¿qué diablos tenía él que ver con la enfermedad y la muerte de esa mujer que había separado a sus padres? ¡Qué insolencia pedirle algo como eso!

Aún al recordarlo Sesshomaru apretaba la mandíbula con fuerza mascando la rabia que sintió en ese momento. Al final, su padre, al que él siempre había admirado por ser un hombre poderoso, inteligente y digno, resultó ser un simple mortal, débil a la carne, seducido por la más simple y baja de las mujeres. Qué vergüenza tanta degradación, qué triste terminar sus días atado a una moribunda. Cuánto rechazo e impacto le causó al joven Sesshomaru ver a su padre con los ojos mojados y el rostro demacrado apenas sosteniendo en brazos al pequeño Inuyasha durante el funeral. Estaba irreconocible, ¿quién era ese hombre? Era un simple extraño para él, se había alejado completamente de él y del mundo que compartían.

Cuando meses después Inu Taisho también falleció, según muchos decían de pena por perder a su querido amor, Sesshomaru lo odió todavía más por olvidarse de todo, por abandonar a sus dos hijos por una vulgar mujer que ya ni siquiera existía. Un poco de su ira se volcó en su medio hermano, pero luego Sesshomaru se sintió simplemente vacío y dejó de importarle todo lo demás. Al final había logrado entenderse con Inuyasha y hasta Irasue se había apiadado del pequeño y por fin se había resignado y entendió que el amor de Inu Taisho no le fue robado, sino que había acabado mucho antes de que su esposo conociera a Izayoi.

Todos parecían haberse acostumbrado a aquella situación. Todos siguieron adelante. El único que parecía cargar con las cicatrices todavía era Sesshomaru, aunque no le permitía a nadie acceder a su intimidad, al fondo mismo de su corazón, que hervía todavía con las emociones que tuvo que contener durante años.

—¿Vas a ir a la graduación de Rin sí o no? —preguntó Inuyasha—. Ya sabes que la señora Irasue no me dejará tranquilo hasta saberlo.

Rin.

Sesshomaru abrió los ojos. Aquel nombre era lo único que podía traerlo devuelta de los recuerdos y de las ensoñaciones. Volvió sus ojos hasta la imagen de Inuyasha que se reflejaba en el gran ventanal y de inmediato se giró.

—Quita los pies de mi escritorio —le ordenó con frialdad.

Inuyasha se sentía demasiado cómodo. Estaba recostado en el respaldo de la mullida silla con las manos entrelazadas sobre el abdomen, las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y los pies descansando en el borde del escritorio de su medio hermano.

Sesshomaru dio un paso amenazador, sin quitar las manos de los bolsillos de su pantalón. Inuyasha bajó las piernas y se incorporó de mala gana. Sesshomaru, sin embargo, siguió avanzando. Inuyasha sopesó la posibilidad de una pelea. Ambos se miraron a los ojos, el dorado contra el dorado, ese rasgo que compartían y habían heredado de su padre además del cabello plateado (que Inuyasha había, en opinión de Sesshomaru, menoscabado cortando y tiñendo de un vulgar y predecible negro).

En el último instante Sesshomaru giró con elegancia y se deslizó detrás de su escritorio, ocupando su amplia y confortable silla. Se sentó sin dejar de mirar a su hermano a los ojos, apoyando los antebrazos en el escritorio y empujando la silla hacia adelante con la fuerza de su cuerpo, acomodándose. La tensión entre ellos no decreció de inmediato, Inuyasha casi levantó el labio mostrando los dientes como un auténtico perro, acomodándose también en su propia silla frente a Sesshomaru.

El poderoso presidente de la empresa Taisho alzó una de sus cejas de color negro con ironía. Parecía preguntar a su medio hermano si estaba seguro de querer pelear con él allí, en su oficina, en su territorio. Al final bajó la mirada como si Inuyasha fuera un insignificante mosquito que lo molestaba y se concentró en los papeles acumulados sobre el escritorio.

—Dile a mi madre lo que te plazca —dijo Sesshomaru con la contundente frialdad que lo caracterizaba—. Ya veré yo lo que hago con mi tiempo después.

Inuyasha soltó un suspiro mezcla de fastidio y aburrimiento.

—Hasta Kagome va a estar ahí, no seas tan terco —insistió Inuyasha—. Y no quiero que la señora Irasue me fastidie con…

—¿Kagome? ¿Quién es Kagome? —preguntó Sesshomaru en tono aburrido, sin alzar la vista de sus papeles. Tomó un bolígrafo de la mesa y comenzó a garabatear anotaciones en cada una de las hojas que revisaba.

—Kagome Higurashi, mi novia —respondió Inuyasha cortante—. La conociste hace semanas.

—Ah. La enfermera —sentenció Sesshomaru con un palpable desprecio.

La nueva conquista de su hermanito era una mujer de buen ver, aunque demasiado escandalosa y prepotente para su gusto. Muy diferente a Rin. Pero por lo menos, siguió pensando Sesshomaru, alejando aquellos otros pensamientos de su cabeza, ya nadie tenía que soportar a Inuyasha deprimido y violento porque su antiguo amor, Kikyo, lo había dejado por un tipo con un doctorado y se había marchado a los Estados Unidos con él. Era necesario aguantar un mal menor por librarse de un mal mayor, pensó Sesshomaru.

—Sí, la enfermera —recalcó Inuyasha—. ¿Algún problema con eso?

Ya comenzaba a mostrar los dientes como un perro cascarrabias, aunque su medio hermano no lo notó porque no se molestó en alzar la cabeza mientras le hablaba.

—Estoy ocupado, Inuyasha —dijo Sesshomaru—. Si ya no tienes nada que decir puedes irte.

Inuyasha puso los ojos en blanco y dejó caer los hombros. A veces deseaba poder sacudirle la frialdad a su hermano de un buen puñetazo, derribar ese muro que había levantado a su alrededor con los años y mostrarle un poco cómo era el mundo y todo lo que tenía para ofrecer, y hacerle entender que las emociones no eran una enfermedad contagiosa de las que debía huir, que si las enfrentaba sería todavía más valeroso. Lástima que desde adolescente había aprendido que Sesshomaru era un poco más fuerte que él y nunca había podido derrotarlo en un encuentro cuerpo a cuerpo.

—Trabajas demasiado —comentó.

—Alguien tiene que hacerlo —replicó Sesshomaru levantando la cabeza para mirarlo por primera vez. Sus ojos daban ese reflejo dorado que hacía huir despavoridos a los accionistas que se atrevían a contradecirlo en las juntas de la empresa, pero Inuyasha también había aprendido a ser inmune a eso y lo miró aburrido.

—Podría ayudarte si me dejaras —dijo—. Así quizá llegarías a tiempo a cenar cada noche.

—¿Qué sabes tú de mi hora para cenar? —Sesshomaru frunció ligeramente el ceño—. Además, nunca te has interesado en la empresa, ¿por qué ahora?

—Si me interesara tampoco me dejarías participar.

—No eres apto —sentenció Sesshomaru con brutal honestidad—. Pero si insistes no puedo detenerte, como heredero tienes tantas acciones en la compañía como yo.

—Quizá insista —tanteó el terreno Inuyasha.

—Quizá te haga una tentadora oferta por tus acciones —replicó de inmediato Sesshomaru, implacable, con la mirada de un tiburón tras su presa—. ¿Quieres hablar de negocios, hermanito?

Inuyasha se encogió de hombros.

—Nah. Eso no es lo mío —respondió al final con tranquilidad.

—Lo sabía. ¿Para qué me fastidias tanto? —preguntó Sesshomaru impaciente, y volvió a sus papeles—. Por cierto, ¿qué es lo tuyo últimamente?

—La fotografía —respondió Inuyasha—. Quiero entrar al negocio de los audiovisuales, conocí a un amigo, Miroku, y voy a asociarme para producir algunos cortometrajes.

—Ya.

Sesshomaru no le hizo ni caso. Desde que había terminado la preparatoria, Inuyasha había cambiado de carrera al menos seis veces, ya no podía seguirle el ritmo a sus ocurrencias.

—Si algo te pasara tendría que asumir tu puesto, ¿lo sabías? —inquirió Inuyasha de pronto.

—Preferiría arrancarme los ojos con unas tenazas —replicó Sesshomaru serio, levantando la mirada hacia él.

—Estás demasiado tenso, ¿por qué no te relajas un poco? Trabajas demasiado, no te tomas vacaciones, vives encerrado en estas lujosas paredes sin ver el mundo real. ¿Hace cuánto que no sales con una mujer? Podría presentarte a algunas chicas y…

—¿Insinúas que las mujerzuelas con las que sales están a mi misma altura? —preguntó Sesshomaru con frialdad.

—¿Qué…? —Inuyasha se quedó completamente descolocado por un momento, luego comprendió que en el grupo de las «mujerzuelas» también entraba Kagome, puesto que salía con ella en ese momento. Entonces se puso de pie con violencia, empujando la silla hacia atrás—. ¿Qué dijiste? —le preguntó enseñando los dientes.

Apoyó las manos en el escritorio y se echó hacia adelante amenazador. Sesshomaru levantó la cabeza con parsimonia, casi aburrimiento, sin cambiar en un ápice la pétrea expresión de su rostro magnífico. Los hermanos se miraron de nuevo a los ojos, el oro de Inuyasha se fundía por la ira volviéndose líquido, mientras el dorado de Sesshomaru relucía como el hielo.

—Atrévete a repetirlo —dijo Inuyasha en un susurro grave que podría haber aterrorizado a cualquier otro hombre, pero no a Sesshomaru.

—¿Qué diantres quieres? ¿Por qué me estás molestando hace tanto rato? ¿Qué te importan mis asuntos? —preguntó Sesshomaru con una calmada frialdad. Pero Inuyasha creyó ver en el fondo de su dura mirada una chispa de auténtica curiosidad, y eso relajó sus músculos y evaporó su furia de inmediato.

—Quiero que pases más tiempo con la familia —dijo—. Me preocupo por ti.

—¿Y por qué lo harías? —dijo Sesshomaru haciendo un gesto, restando importancia al asunto.

—Porque eres mi hermano.

La sencilla respuesta, tan honesta y bobalicona como solo Inuyasha podía ser, dejó a Sesshomaru pasmado. Abrió la boca apenas un instante, luego la volvió a cerrar, apretando los labios, como si así pudiera retener cualquier muestra de debilidad.

—Reúnete con nosotros para la graduación de Rin —insistió Inuyasha—. Luego habrá una pequeña celebración en la casa de tu madre, vamos, Sessh.

—No me llames con ese desagradable apelativo —sentenció Sesshomaru, con tanta frialdad que tuvo la fuerza de un rugido.

—¡Deja de poner peros! Estoy haciendo todo mi esfuerzo —se quejó Inuyasha—. Pero no pienso andar detrás de un idiota mucho tiempo. Lo hago por la señora Irasue, porque la respeto y la aprecio, pero ya es suficiente. Estás bastante grandecito.

Inuyasha se dio media vuelta para marcharse, pero antes de llegar a la puerta de la oficina volvió un poco sobre sus pasos, ante la atenta y calculadora mirada de su medio hermano.

—Rin ya se gradúa, cumple dieciocho el próximo mes —dijo.

Sesshomaru intentó mantenerse frío y desinteresado, pero su mandíbula se tensó.

—¿Entonces? —preguntó con aire señorial.

—Ya no estará mal visto —dijo Inuyasha dándose media vuelta y caminando de nuevo hacia la salida.

Sesshomaru palideció. ¿Qué intentaba insinuar con eso? ¿Qué palabras absurdas eran esas? Quiso preguntarle, tomarlo por el cuello y zarandearlo hasta que escupiera la respuesta, pero se mantuvo firme, con la espalda recta en su silla, los ojos clavados en la espalda de Inuyasha, apretando los dientes.

Lo mataría si quería insinuar que…

Inuyasha se detuvo con la mano en el picaporte de la puerta y volteó la cabeza.

—Más vale que te vea mañana en la fiesta de Rin o vendré a buscarte y te llevaré a la fuerza —dijo con autoridad—. Te arrastraré del cabello si es necesario.

Los ojos de Sesshomaru refulgieron. Por un ápice de segundo le pareció reconocer a su padre en los gestos y las palabras de Inuyasha, en la manera en que torcía la boca y arrugaba apenas los costados de los ojos.

—Maldición, Sessh, solo queremos salvarte —indicó Inuyasha.

¿Queremos? Aquella denotada multitud le supo a Sesshomaru a vinagre. ¿Qué intentaba decir? ¿Quiénes querían?

—¿Y de qué me salvas exactamente, hermanito? —preguntó Sesshomaru usando toda su habilidad para fingir un tono de aburrimiento.

—De la soledad —respondió Inuyasha en un susurro casi poético.

Su medio hermano se quedó de nuevo estático, incapaz de entender lo que le ocurría. O lo que ocurría a su alrededor. Tragó saliva.

Inuyasha abrió un poco la puerta para salir, pero pareció pensarlo mejor y de nuevo se giró hacia el escritorio.

—Ah, pero más vale que te cases primero con Rin antes de intentar nada —dijo—. Ya sabes, tienes que poner el ejemplo como hermano mayor.

Le cerró el ojo a Sesshomaru en un gesto de extrema valentía luego de soltar palabras tan fuertes, y salió rápido cerrando la puerta a su espalda. Entonó luego en un silbido una canción que estaba de moda en la radio, y Sesshomaru pudo escuchar desde su despacho el suave chiflido como si le estuviera traspasando los oídos.

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Continuará

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Notas: En una historia anterior de Inuyasha alguien me comentó que debería escribir un SesshomaruxRin, y la verdad nunca me había interesado esa pareja ni esos personajes, no me provocaban ganas de escribir sobre ellos. Pero justamente por eso, porque no eran una opción, lo tomé como un desafío, siempre estoy retándome a mí misma como escritora y esta era una oportunidad. Por otro lado, se me ocurrió esta pequeña historia donde podía tratar a la pareja, y en un ámbito de universo alterno era más fácil.

En esta historia hice que Inuyasha fuera solo un apodo familiar y que el personaje se llamara Inumaru (como su padre en este fic) porque siempre me parecía extraño que una persona pudiera, de hecho, llamarse así en una historia que está ambientada en la época actual.

Esto es en realidad un one-shot pero quedó tan exageradamente largo para ser una historia de un capítulo que decidí cortarla en partes más fáciles de leer y las publicaré diariamente.

Espero que lo disfruten.

Romina