Infiel
Quisiera escribirle, mis hijos.
Infiel es aquel que no profesa la fe considerada como verdadera; es también aquel que rechaza principios centrales de una religión o no sigue ninguna.
Es, a su vez, la persona que realiza actos de infidelidad (del latín infidelitas). Una persona fiel es aquella que se comporta con lealtad, que mantiene un compromiso asumido o que ejecuta algo con exactitud. El individuo infiel, por lo tanto, hace exactamente lo contrario. En otros conceptos se utiliza la palabra «infiel» para referirse al cónyuge que rompe el pacto monogámico del matrimonio.
Podrías concluir con el concepto de infidelidad se refiere a las relaciones amorosas, a corto o largo plazo, establecidas con personas distintas del vínculo oficial que a menudo se mantienen en secreto por considerarse como una amenaza a la institución familiar. De acuerdo con el DRAE el vocablo denota el incumplimiento del compromiso de fidelidad o la falta de ésta. Por consiguiente, puede significar la carencia de lealtad o quebrantamiento de la misma hacia cualquier compromiso moral como la religión, la amistad, el matrimonio (situación que se conoce como adulterio) o cualquier otra relación amorosa o erótica.
Ya explicados dichos significados de palabra tan controversial solo puedo llegar a preguntarme: ¿No todos alguna vez hemos sido infieles? Y no hablo solo de la infidelidad amorosa, si no, de todo tipo de infidelidades que tengan que ver con la integridad de un pensamiento, posición, decisión o sentimientos. El humano es un ser cambiante, lo único constante en esta vida es el cambio, esto nos lleva a convertirnos en individuos inestables. ¿Pero qué ley sagrada regula el concepto de infidelidad? Pues, al ser individuos inestables, la infidelidad puede cambiar y mutar, lo que antes fue un voto de confianza, mañana puede ser la traición a la integridad moral. Entonces… ¿la infidelidad es un concepto que se aplica por el ojo en que se ve? ¿Qué tipo de infidelidades son peores o menos aceptadas? ¿No es cualquier posición que se contraponga a la anterior una infidelidad en sí? ¿No es amar y dejar de amar una infidelidad en sí? ¿O no es amar y no concretar porque ya se había dejado de amar antes? ¿Fui infiel a mi primer sentimiento y a la persona que estaba relacionada a el? ¿O fui infiel al segundo sentimiento y a la nueva persona que tengo en mente? ¡Es tan subjetivo!
Yo he sido una gran infiel en mi vida, me arrepiento de muchas de mis decisiones, de algunas infidelidades que cometí a sabiendas y de otras que omití por miedo y comodidad. Pero ya he vivido demasiado para dármela de moralista, quisiera por primera vez poder cometer una infidelidad que debí haber hecho hace mucho tiempo; se que no me van a comprender y me juzgaran como lo han venido haciendo estos últimos meses, creo que ya son unos jóvenes crecidos con buenos ideales y pueden separar las malas acciones, de las buenas, quisiera también con estas palabras conseguir un perdón que no se los pido porque no he cometido ningún acto fuera de la ley, más puedo comprender que esta decisión pueda conmover su corazón acostumbrado a verme como una madre devota al matrimonio. Quisiera poder cambiar de sus ojos el prejuicio, no es para pedir su aceptación, les seré sincera: No la necesito, no quiero más aprobaciones. Solo quisiera que algún día pudieran acercarse a mí sin una idea preconcebida. Esto va a ser una historia algo larga, tal vez un poco molesta por todo lo que les contare, pueda ser también que se desencanten de todo las mentiras que dije cuando estuve casada pero quiero hablarle sinceramente.
Mi infancia fue tranquila, eso creo, no tenía muchas preocupaciones, crecí en un pueblito de Okinawa, en una casa a las afueras. Papá era algo estricto e hizo gran hincapié enseñándome a tomar decisiones en momentos críticos, así como a siempre mantener mis promesas. La abuela, como saben, murió a una edad muy pronta así que yo tuve que tomar el papel de madre para Hanabi, solía sentarme a hacer las tareas con ella en mis horas libres, siempre lo hicimos frente al ventanal de la cocina, por esos días teníamos una larga mesa de madera pobre y no habían cortinas que taparan el paisaje, era un pastizal de hojas alargadas y gran cantidad de hierba mala, al horizonte empezaba el rio que se perdía entre el puente y el espesor de los arboles del pueblo. De vez en cuando los jovencitos que estudiaban en la preparatoria conmigo venían a jugar a nuestros terrenos, se colaban sin que mi padre se diese cuenta y tonteaban por la zona. Yo jamás les dije nada, tampoco tenía intenciones de cruzar palabra con ellos o salir para divertirme un rato, eso sí me agradaba verle volar cometas cerca del riachuelo. Allí fue cuando conocí a su padre, era, sin lugar a dudas, un mocoso bastante obstinante. Un creído. Kiba Inuzuka comandaba una pandilla de expedición hacia los sitios más alejados de la isla, siempre se pavoneaba frente a nuestra ventana. Por aquellos días Hanabi se emocionada más por su presencia que mi persona. Estudiábamos juntos así que cuando cruzábamos miradas (él en el monte y yo en la cocina) siempre nos saludábamos secamente con un agitar de manos, había algo en su manera de sonreír que me hacía pensar que quería seguir saludándome aunque yo ya me había cansado de verle. Era un chiquillo rarito. El resto del día lo pasaba tranquila observando las luces de las luciérnagas que coleccionaba en unos gigantescos frascos de mayonesa, fueron días despreocupados, mis únicas molestias eran las tareas de matemáticas y los deberes de limpiar, de resto los fines de semana tenía tanto tiempo de sobra que podía hasta ir al rio a bañarme. Cuando su padre descubrió que tenía esa costumbre, solía también ir a pescar a la misma hora y se hacía el que no me veía zambullirme en el agua, por esos días tampoco entendía de donde provenía ese comportamiento, aunque, estoy segura de que Kiba tampoco comprendía del todo.
Nunca nos hablamos. Ni siquiera en el colegio. Yo era una persona muy callada así que el resto del salón no me tomaba mucho en cuenta, luego de salir de clases iba a buscar a mi hermana que me había esperado sentada a las puertas del preescolar, cuando llegaba ella me abrazaba y besaba como si se tratase de mamá. Hablábamos de nuestro día y nos reíamos juntas, solía papá darme dinero para que le comprase un helado de menta que se lo embarraba en toda la cara. Yo prefería irme liviana. Los últimos días que recuerdo de helado fueron los de primavera, sonaban las ranitas de fondo cuando caminábamos por la maleza y mi hermana se quejaba de que le jalaba demasiado el brazo y no podía comer su helado por culpa de mi desafuero. También había en el fondo un sonido de chicharras que se había quedado estático y empezaba comerse todo el silencio, poco a poco se hizo difícil pensar y tenía que cerrar los ojos para recobrar la cordura. Decidí meterme por un camino de maleza que era un atajo para llegar a la casa y así escapar de las chicharras cuando vi una sombra entre tanto ramaje. Tenía más o menos mi edad, tal vez algo mayor, por su cabello amarillento supuse que no era del Japón, parecía estar haciendo algo con sus manos, como tejiendo con las duras hojas del maíz. Decidí no detenerme por su presencia y burle desviando mis pasos más cerca del riachuelo. Hanabi se encontraba más entusiasmada por tan inusual visita, me hacía varias preguntas de porque su cabello era de ese color, más yo solo podía desviar su poco disimulo comentando que aún hacía frío para estar en primavera.
De repente unos pasos fuertes llenaron el silencio de todo la llanura y una voz ahogada, asustada, nos grito desde la lejanía:
— ¡Niñas! ¡Niñas! ¡Esperen, por favor!
No nos movimos, solo pudimos ver su sombra reflejada como un gigante sobre el pastizal, cuando estuvo a unos metros de nosotras se detuvo a descansar, botaba grandes bocanadas por la boca y la nariz, una estela de aire caliente le rodeaba el rostro. Luego de unos segundos, se levantó repentino, asustándome y me sonrió.
— Gracias a dios que las consigo. ¡Estoy perdido!
Yo estaba realmente desconfiada cuando empezó a explicarse, sin embargo, Hanabi me soltó la mano y se acercó para escucharle con mayor fijeza. Tenía los ojos de un gran azul y una sonrisa gigantesca, jamás había visto a alguien con una sonrisa tan amplia, ni siquiera Kiba. Se reía mientras se explicaba y despeinaba su cabello cuando se sentía avergonzado. Llevaba consigo una sudadera naranja y unos bluejeans, estaba sucio y tenía las mejillas raspadas.
— Soy nuevo aquí, como pueden ver, mi abuelo vive al otro lado del río; le dije que iba a dar un paseo para ver si casaba alguna lagartija o sapo pero de repente me encontré en este sitio. ¡No sabía que había un lugar así! Es muy lindo, aunque algo solitario. ¿Qué hacen ustedes por aquí? ¿No les da miedo? A mi sí, ahora no se por donde debo meterme para regresar, mi abuelo va a usar esto como una gran burla. ¿Me podrías decir el camino?
— No — recuerdo haber contestado. Él me miró extrañado, cuando nuestros ojos se encontraron tuve que apartarlos me daba demasiada vergüenza el pensar que compartiría mirada con un chico de mi edad. Empecé a caminar luego de llamar a Hanabi. Había una gran cantidad de rocas cerca del riachuelo. Volvi la mirada sin querer verle al rostro— Ven con nosotras, mi padre sabrá que hacer contigo, seguro te llevara a tu casa.
El resto del recorrido lo hizo agradeciéndonos. Tenía una marcada forma capitalina de hablar, era muy emocional y parlanchín. Varias veces me hizo saltar del susto cuando se desparramaba a reírse. Hanabi le agradaba su forma ruidosa de ser, así que tenía montada una gran fiesta con él. Yo aproveche que aún quedaba camino para llegar a la casa y saque un libro que había pedido prestado en la biblioteca de Mark Twain.
— ¿Dónde queda su casa? — me preguntó.
— Más allá de la hondonada, es muy linda, faltan unos cuantos minutos para llegar — explicó Hanabi que estaba sobreexcitada.
— ¿Siempre hacen este recorrido caminando? ¡Vaya! Yo iba y venía en bicicleta desde mi colegio en Kioto.
Parecía que aquellas palabras iban destinada a mí, pero no levante los ojos de la lectura y el silencio se esparció por todo el lugar. Cuando empecé a sentir que el terreno comenzaba a subir, guarde el libro y monte mi bolso sobre uno de mis hombros. La subida costaba mucha energía física y determinación, cuando llegabas a la cima podías ver la cara a la perfección.
— Desde el lado del puente es más fácil llegar— explicó Hanabi mientras se reía. El chico venía subiendo con ambas manos apoyadas a las rodillas, el aire salía como un gemido de cansancio, cuando nos miró tenía toda la cara roja. Tuve que reprimir una carcajada, se veía realmente gracioso, los capitalinos podían ser tan debiluchos cuando se los proponían.
Recuerdo haberle servido uno de los ponquecitos que horneaba para Hanabi, se lo devoro rápidamente. Siguió hablando hasta por codos mientras preguntaba muchas cosas sobre la vida en Okinawa, solía hablar mucho de Kioto. Sobre sus amigos, su casa y su bicicleta. También nos preguntaba si nosotras teníamos una. Le contestamos que no.
— Voy a estudiar en la primaria de por aquí, me imagino que ustedes también están allí. ¿No? — comentó.
— Yo no, pero Hinata sí — Hanabi me sonrió con su boca desprovista de dos dientes— ¡Tienes tanta suerte, Hina!
— Espero que nos llevemos bien — susurró él sonriente.
— Claro — ese día no entendí porque me había sonrojado tanto por algo tan tonto como pensar que iba a tener un nuevo compañero de clase. Fue tanta mi vergüenza que recuerdo haber hecho esa tonta pregunta: ¿Y no vives en Kioto? Dijiste que vivías allí.
— Vivía — respondió sin dejar de sonreír— Pero mis padres fallecieron hace unos meses ya, no puedo seguir viviendo en Kioto, así que me mude con mi abuelo.
No conseguí que palabras decir, era muy niña, había producido seguramente una molestia en él pensé varias veces y me atormente con esa idea por muchos días. Una persona que había quedado huérfana no podía decirlo con tanta facilidad, lo hacía a propósito para que aprendiese a no meterme en los asuntos ajenos. Recuerdo que trame algo tan complejo por lo molesta que estaba conmigo misma y la gran imprudencia. Hice una larga reverencia que casi hago que pegara contra el piso.
— Lo siento, de verdad.
Pude escuchar el sonido de un puesto que se mueve y alguien que titubea. Al mismo tiempo la casa se lleno del cierre de una puerta, los pasos grandes de mi padre llenaron toda la sala, se pudo oír como colgaba su chaqueta y bastón, cuando entró a la cocina estaba tratando de aliviar el dolor de uno de sus brazos. Encontrarme a mí en medio de una reverencia y a el joven intruso semiparado en su mesa, le hizo fruncir el cejo.
— ¡Papá! — Hanabi corrió a abrazarle.
— Buenos días — susurró mi padre mirando fijamente al forastero.
— Mil disculpas — se apresuró a dar una larga reverencia— Siento venir a su casa sin permiso, soy nuevo en el pueblo, me acabo de mudar y también perder, gracias al cielo conseguí a sus hijas subiendo para acá, me invitaron…
— ¿Eres?
— ¿Cómo dice…? — él se encontraba realmente cohibido, no había la sonrisa que nos había mostrado antes en su rostro, se mantenía serio y con el cejo fruncido.
— ¿Cuál es tu nombre, muchacho?
— Naruto Namikaze.
— Claro, de los Namikaze — mi padre se había llevado el vaso a la boca produciendo un largo silencio en la cocina— ¿Estás donde Jiraiya, no? Te llevare de inmediato.
Nos despedimos rápidamente, sin poder intercambiar casi palabras. Mi padre lo apuro hasta el punto que ni Hanabi pudo despedirse. Nos quedamos a las puertas de la casa mientras veíamos a la camioneta partir. Estoy segura de que toda mi historia comienza desde ese día, desde el momento en que padre y Naruto Namikaze se asomaron a mi vida. He vivido con una gran disyuntiva desde aquellos tiempos, sobre lo que es correcto, conveniente y lo que uno desea. Hay momentos en donde parece que darse por vencido fue la mejor decisión, más bien, pueda costarte varios momentos felices. Eso sí, no puedo arrepentirme de nada de lo que he escogido, ni siquiera de las equivocaciones que tuve ese día, no puedo pensar hoy en que debí haberle dicho cuando fui tan descuidada, tampoco que debí invitarle a comer y que debí hablar con él, antes, cuando estaba más adolescente estuve meses recriminándome decisiones. ¿De eso se trata la madurez? Dejar de vivir en que pudimos haber cambiado del pasado y vivir más bien de ese pasado equivocado o no, siempre se puede ver correcto.
