Advertencias: De acuerdo, este fic se sitúa en el universo que todos conocemos y queremos pero con varias modificaciones debido a la existencia de la enfermedad mentada en el resumen. El juego de DR3 va a estar presente por lo que habrá muertes pero como soy menos sádica que Kodaka la Fundación no va a quedarse sin todos sus lideres. ¿Quién la palma y quien vive? Well, atrévanse a descubrirlo (?)
Parejas: Juzo/Munakata, Izayoi/Ruruka.
Disclaimer: Danganronpa no me pertenece, es una obra creada por Kodaka (creo), yo hago esto sin ánimo de lucro y bla, bla, bla.
1. Lo que se oculta.
Wish we could turn back time, to the good ol' days,
When our momma sang us to sleep but now we're stressed out.
Stressed Out; Twenty One Pilots.
"La enfermedad de Hanahaki afecta a aquellos que profesan un duradero amor unilateral. El afectado por la enfermedad empieza a experimentar el crecimiento de tallos y flores dentro de su cuerpo que expulsa mediante tos o vómitos. Si la enfermedad no es sustraída causa la muerte, sin embargo, el porcentaje de éxito de la operación es de un cinco por ciento".
Cuando Juzo escuchó a hablar por primera vez de la Hanahaki no entendió nada. No era más que un niño que veía la televisión junto a sus padres. Un niño que no entendía del todo bien qué era la muerte o por qué aquella enfermedad era tan terrible. Sus padres tampoco se lo explicaron en ese momento cosa que no comprendió hasta mucho más tarde, ¿qué clase de padre querría explicarle a su hijo que algo tan natural como el amor podía causar la muerte? No fue hasta que fue creciendo que pudo comprender la magnitud del desastre que esa enfermedad causaba y aunque hubiera querido evitar la información le hubiera resultado imposible. Aquella enfermedad tenía un índice de mortalidad superior al cáncer y era uno de los temas que más gustaba a los artistas dramáticos. Películas, series, libros, etc., la Hanahaki era un tema candente en el mundo del arte.
Sin embargo, no fue hasta su adolescencia que Sakakura descubrió la mayoría de las cosas que sabía respecto a la enfermedad y es que antes de esa época no le había interesado realmente el amor ni la puñetera enfermedad que estaba relacionada con él.
La Hanahaki era mortal si no se operaba, el índice de éxito de dicha operación era una soberana mierda y si no tenía éxito dicha operación las secuelas y efectos secundarios que el fracaso podía conllevar podían ser peores que la muerte. Los enamoramientos pasajeros no captaban el interés de la Hanahaki. Lo hacían los duraderos, aquellos que echaban las raíces en el corazón del afectado hasta que finalmente florecía en forma de calavera. Tampoco te mataba inmediatamente, de hecho, había un tratamiento que resultaba… obscenamente caro pero que aumentaba el tiempo que podías vivir enfermo. La gente pudiente solía realizarlo con la esperanza de perder sus sentimientos con el tiempo (y con ello la enfermedad) sin tener que someterse a la operación con todo lo que ello podía acarrear.
"El efecto secundario más deseable en el caso de que la operación resulte en fracaso es la pérdida parcial de la memoria (el paciente olvida a la persona que le causo de forma indirecta la enfermedad y todas sus memorias junto a esa persona). La amnesia total también puede suceder y, sin embargo, es un efecto deseable en comparación al más terrible. En este caso el paciente pierde parcial o totalmente la capacidad de sentir (ira, tristeza, alegría, etc). En el peor de los escenarios el paciente ha llegado a entrar en una especie de coma consciente".
Había leído de gente que lo había conseguido, pero al consultar estadísticas Juzo comprobó que era otro de esos porcentajes obscenamente bajos (tampoco es que hubiera podido costearse el tratamiento de caer enfermo).
El caso de la modelo Enoshima Junko era el que más seguido le vendría a la mente. La modelo había decidido someterse a la operación tras contraer la enfermedad. Su enfermedad despertó el interés de los medios de comunicación, así como el desenlace de su operación. El resultado fue desastroso. El preludio de una tragedia mundial. Solo que entonces nadie lo sabría. Nadie lo habría visto venir.
Sakakura Juzo conoció a su propio desastre mucho antes de si quiera oír hablar de Enoshima. En la Academia Pico de Esperanza. El presidente del consejo estudiantil. Munakata Kyosuke. Sakakura estuvo a punto de romperle la cara en más de una ocasión antes de convertirse en su mejor amigo, así como en el de Yukizome Chisa. El llamado trio de inseparables de la promoción del setenta y cuatro.
El trio de inseparables.
Hasta que Juzo comprendió demasiado tarde para su propio corazón que era él quien sobraba en aquella extraña alianza que se había formado entre ellos.
Porque él se había enamorado perdidamente de Munakata.
Pero Munakata solo tenía ojos para Yukizome.
El descubrimiento de su orientación sexual no fue bien recibido para su cabeza. Los homosexuales tenían el dudoso honor de ser los segundos en el podio de victimas que la Hanahaki se cobraba. ¿El primer puesto? Irónicamente lo ostentaban las adolescentes. Juzo lo vivió de primera mano cuando una muchacha de su promoción enfermó. Ver como la vida era consumida día a día por culpa del amor fue algo que se grabó en su cabeza hasta que finalmente la muchacha dejó de aparecer por clase poco antes de la graduación.
Durante su trabajo de jefe de guardia de seguridad en la Academia llegó a sus oídos que iba a celebrarse su funeral. Se preguntó cuánto tiempo llevaría enamorada de la persona que sin comerlo ni beberlo le causo aquello a su cuerpo. Se preguntó si aquello mismo iba a sucederle a él. Si acabaría en la misma situación. Si su vida se convertiría en un suplicio agónico por culpa de una enfermedad prácticamente incurable.
Quiso creer que sus sentimientos por Munakata eran más débiles que eso.
Se equivocó.
—¿No deberías decírselo de una vez? —recordaba haberle preguntado a Yukizome. Sus ojos se encontraban clavados en la figura de la mujer que estaba preparando alguna clase de comida.
Él siempre fue un idiota.
—¿Decirle el qué? —preguntó ella fingiendo una demencia de la que obviamente no era participe.
Un maldito imbécil.
—Venga ya, no te hagas la tonta conmigo, Yukizome —Juzo tenía la vana esperanza de que saberlos juntos por fin haría que sus sentimientos se extinguieran—. A este paso terminaras enferma, ¿es eso lo que quieres?
—A veces eres realmente desagradable, Sakakura —ella hizo un puchero. Él bufó molesto—. Quiero estar segura de que siente lo mismo, Sakakura. Si enfermo después de decírselo porque al final no siente lo mismo… Solo le causaría dolor. No me lo perdonaría a mí misma.
Y él no pudo contradecirla.
A pesar de que en el fondo era obvio lo que Munakata sentía por ella.
Pero lo que Yukizome temía era lo mismo que él.
Causarle dolor a Munakata por unos sentimientos de los que él realmente no era culpable.
Juzo siempre supo que no llegaría a viejo. Tener la casi certeza de que iba a morir por culpa de un amor unilateral no lo tranquilizó. Porque su amor no se extinguió cuando Enoshima Junko decidió joderle la vida con sus chantajes, no lo hizo cuando vio como Yukizome y Munakata revoloteaban alrededor del otro sin dar el paso final mientras él se sabía el tercero en discordia, tampoco desapareció cuando el mundo se fue a la mierda y todo se convirtió en caos.
Todo por una puta operación mal realizada que había provocado que Enoshima no pudiera sentir nada más que desesperación. Según sus propias palabras solo se sentía viva cuando experimentaba ese putrefacto sentimiento. Él, por su parte, no se sintió vivo cuando los primeros pétalos atoraron su garganta y le hicieron sentir la desesperación del conocimiento de una muerte prematura.
Para él la idea de confesarse simplemente sonaba ridícula así que lo ocultó. ¿Qué sentido tenía hacer que las personas que más amaba en el mundo se sintiesen culpables por lo inevitable? Munakata no iba a amarle solo porque él estuviera enfermo y tampoco quería que Chisa enfermase por su culpa (tampoco creía que fuera posible). No le quedó más remedio que aceptar lo inevitable e intentar olvidar con alcohol los pétalos blancos de las camelias que su cuerpo expulsaba cuando le venía en gana.
Kimura fue la primera en averiguarlo. En un examen médico rutinario. A pesar de que ella era una "simple" farmacéutica a veces no le quedaba más remedio que encargarse de esos asuntos por la falta de personal. La Hanahaki no aparecía en los análisis lo cual hubiera sido mucho menos embarazoso que lo que ocurrió en realidad. Ninguna persona debía encontrar agradable que le vomitaran encima por mucho que se trataran de un montón de pétalos de camelia blanca.
—Tiene que ser una broma —había murmurado ella—. ¿¡Desde cuando estás así!? —el chillido de Kimura le impidió perder la consciencia. El tiempo suficiente como para vomitar encima de alguien por error; quiso decir, pero cuando abrió la boca lo único que consiguió fue escupir más de aquella lenta angustia.
—Lo siento —murmuró cuando por fin paró y no sin cierta dificultad. Le ardía la garganta. Seiko le miró apenada y él no se sintió con fuerzas suficientes como para pedirle que no le mirara de esa manera tan lastimosa. Era tan patético que lo extraño era no recibir constantemente ese tipo de miradas. Y él, alguien en exceso orgulloso, habría hecho cualquier locura para no recibirlas.
—¿Munakata y Yukizome lo saben? —fue la única pregunta que ella le hizo antes de empezar a rebuscar entre los cajones. No le preguntó de quién estaba enamorado, no le sugirió que se operase (aunque tal y como estaba el mundo encontrar un cirujano cualificado para llevar a cabo la operación sería un milagro), tampoco le reclamó que no se lo hubiese contado antes.
—No —respondió él. Ella le puso un bote de pastillas en la mano.
—Vas a empezar a tomarlas. No eliminan por completo la tos y la… ya sabes… —el tallo; quiso aclarar—. Pero retrasa su crecimiento y baja la necesidad de tu cuerpo de expulsar las flores. Una pastilla cada seis horas. Vendrás a verme cada vez que se te acaben. Inmediatamente —ordenó—. Hablo en serio, Sakakura. Saltarse una sola dosis del tratamiento puede tener un efecto nefasto para tu cuerpo.
—¿Cómo por ejemplo? —suponía que no estaba de más saberlo.
—Como te he dicho las pastillas retrasan el crecimiento. S-si dejaras de tomar bruscamente cualquier dosis tu cuerpo se resentiría y el tallo crecería a un ritmo acelerado durante varios minutos. Con la enfermedad en un estado primerizo podría ser una experiencia muy desagradable, pero en un estado avanzado… —dudó—. Podría causarte la muerte por asfixia en el peor de los casos. En el mejor supongo que uno de los peores momentos de tu vida.
Él solo torció el gesto de sus labios formando una mueca de desagrado ante la idea.
—¿Cómo es que la tienes? Creía que el tratamiento era sumamente costoso.
—Las fabrico yo misma —informó—. Aunque ahora tendré que hacer más dosis.
—¿Más enfermos? —Sakakura no preguntó quién o quiénes.
—Aunque la Hanahaki no afecte a los desesperados el amor del resto de mortales no desaparece solo porque el mundo este podrido —farfulló ella en respuesta. Suspiró—. No es un secreto o quizá es uno de esos secretos que todo el mundo sabe. Hace un par de meses Fukawa Touko vino a preguntarme cómo conseguir el tratamiento. Supongo que ha sido una suerte para ti ya que por ello he podido dártelo tan pronto —lo miró de soslayo al decir aquello.
—Sí… supongo que ha sido una suerte… —él no se sentía afortunado.
Kimura Seiko se convirtió entonces en su farmacéutica, en su amiga y en su confidente.
Fue por ella que averiguo que la cura más eficaz para la Hanahaki no era la operación sino… caer en la Desesperación. Una solución sublime; pensó destilando veneno. Salir del corredor de la muerte para meterse en Guantánamo. Ni Fukawa ni él estuvieron lo bastante locos para intentarlo. No fue lo único que aprendió de Kimura con respecto a la enfermedad. Resultaba que la Desesperación curaba la Hanahaki y a su vez ningún desesperado la había contraído por lo que se barajaba la teoría de que no podían contraerla. No podían sentir la desesperación de estar muriéndose por amor y por ello mismo cuando descubrían a una persona afectada iban hacia ella como las polillas a la luz.
Sakakura lo encontraba lo suficientemente desagradable como para no dejarse usar como cebo (además eso significaría delatarse ante Munakata y Yukizome).
Había otra especie de cura. La enfermedad se extinguía cuando la persona amada moría. Sakakura ya lo sabía antes de que Kimura se lo dijera (aunque ella había sido más técnica y había dicho algo sobre el olor, las feromonas y la psicología que no había entendido) pero la sola idea de que Munakata muriera antes que él le retorcía el estómago y estrujaba su corazón. Había oído de situaciones donde amigos y/o familiares habían asesinado para salvar al enfermo. Nunca había escuchado el caso de un afectado por la enfermedad que asesinara a su persona amada y aunque sabía que había algunos sucesos documentados la idea le resultaba repulsiva. Prefería morir él antes de que algo malo le pasará a Munakata por mucho daño que aquello le estuviera causando.
Y después de haberle traicionado por culpa de Enoshima Junko empezaba a pensar que quizá se merecía todo lo malo que pudiera pasarle.
Las pastillas le permitieron, por otra parte, respirar por un tiempo, sin embargo, la Hanahaki avanzaba implacable dentro de su sistema. Así que mientras él seguía muriéndose por un amor unilateral el mundo continúo girando (y yéndose al demonio). Las cosas no mejoraron para él. Sus sentimientos no atendían a la lógica, su mente no escuchaba a la razón y su maldito amor no se extinguía por más que intentaba arrancarlo de raíz de su ser. A pesar del tiempo extra que había obtenido gracias a Kimura no estaba logrando los resultados deseados (y él no podía más que culparse a sí mismo por no tener la fuerza de voluntad suficiente como para poder avanzar).
—Lo siento. No hago más que hacerte perder el tiempo —se disculpó con ella aquel día de camino a la importante reunión que iba a llevarse a cabo para juzgar a Naegi Makoto por lo acontecido con los remanentes. Guardó el pequeño frasquito que acababa de darle en uno de los bolsillos ocultos de su chaqueta.
—No me haces perder el tiempo —replicó ella—. Ya sabes que quiero que vivas, Sakakura.
—Lo sé —guardó silencio—. Pero siento que al final solo te he hecho perder el tiempo —insistió. No estaba mejorando. Nada había cambiado y en el fondo sabía que se estaba acercando a su inexorable final. Solo esperaba que cuando llegase el momento estuviese solo porque no debía ser agradable ver como alguien moría asfixiado. Ni siquiera le deseaba eso al imbécil de Naegi por mucho que le odiase con toda su rabia por haber logrado lo que él no. Se aseguró de que la forma del bote no era visible antes de ponerse en marcha.
Incluso con las pastillas cada vez le costaba más mantener oculta la tos delante de los demás. Una reunión como la que iba a realizarse no era más que una maldita pesadilla para él y el miedo a ser descubierto le impedía disfrutar en su totalidad de los fracasos cometidos por la falsa esperanza de los novatos (porque Munakata era la única y verdadera esperanza, joder). Miró la hora y calculó cuando le tocaba la siguiente dosis. Aún tenía tiempo y esperaba que la reunión tampoco durase demasiado (¿cuánto se podía tardar en condenar a alguien?). Él no sabía que las cosas iban a torcerse. En un primer momento, la reunión transcurrió como había esperado. Discusiones por todas partes. Era inevitable. Era lo que siempre pasaba. La esperanza no dejaba de ser algo personal y cada uno la interpretaba como le daba la gana.
Por supuesto, él se puso de parte de Munakata. Además, odiaba a Naegi Makoto y todo lo que él representaba, ¿por qué iba a defenderle? Cuando las cosas se pusieron un poco violentas tuvo que refrenarse por su maldito cuerpo y porque repentinamente las cosas se habían puesto feas en todo el maldito interior del edificio. Sakakura se tapó la boca cuando un ataque de tos le atacó y se comió los pétalos antes siquiera de que amenazaran con revelarse ante los ojos de los demás.
—Sakakura, ¿estás bien? —la voz preocupada de Yukizome le alcanzó y él solo consiguió asentir débilmente con la cabeza. Su amistad distaba mucho de parecerse a la que habían mantenido en el pasado a pesar de todo el cariño que él aun le guardaba a la mujer. Yukizome había cambiado. Suponía que él también lo había hecho.
Y entonces todo se fue a la mierda.
Por culpa de ese puto oso.
Primero fue el gas que los durmió a todos, después el descubrimiento de aquel extraño brazalete en su muñeca y luego la lámpara de araña cayendo antes de que el jodido Monokuma terminase si quiera de hablar. Bandai Daisaku fue la primera víctima de aquel retorcido y supuesto espectáculo. Sakakura estaba harto de oír a ese puto oso hablar, estaba harto de sus reglas, de sus intenciones y de cualquier cosa que estuviera relacionada con Enoshima. Quería aplastar a Naegi como la maldita pulga que era para terminar de aquella vez con aquella situación. Porque estaba convencido de que él era el responsable.
Estaba convencido.
Hasta que contempló con horrorizada incredulidad cuál era su acción prohibida.
Las palabras relucieron en su brazalete y él se dejó caer en una de las sillas que rodeaban la larga mesa.
Tomar cualquier tipo de medicación.
Sakakura sintió que repentinamente le habían extraído toda la rabia del cuerpo para reemplazarla por un sentimiento conocido y al mismo tiempo detestado. Resignación. Estaba muerto. Aquella era su sentencia. Siempre había sabido, en realidad, cuál era su destino, pero saber que si no lograban salir rápido de allí era más que probable que terminase muriendo en unas horas lo hizo todo más… real. Más pesado. Sabía que tenía que sacar a Munakata y a Yukizome de allí. Sabía que al menos tenía que intentar salvarles a ellos, sin embargo, en aquellos momentos en su cabeza la idea de que realmente iba a morir ese día le tenía congelado.
Y algo más.
Un pensamiento desolador.
Era imposible que Naegi Makoto supiera que estaba enfermo.
Porque a pesar de la bondad de Kimura ella jamás habría confiado en un recién llegado lo cual eliminaba de la ecuación al detestable sequito de la persona a la que más había odiado después de sí mismo y Junko. Lo cual dejaba como únicos candidatos posibles a las personas de confianza de Kimura y no podía decírselo ni a Munakata ni a Yukizome.
Porque iba a morir, porque iba a reconocer delante de sus amigos que les había ocultado aquel hecho durante demasiado tiempo (otra mentira más a la lista de interminables, ¿qué más había dado en su momento?) y no quería. A pesar de que uno de sus pies se había metido de lleno en la tumba y estaba arrastrando al resto de su cuerpo no quería reconocer la verdad ante ellos.
No quería que estuvieran a su lado, no quería ver sus caras llenas de preocupación y tristeza en sus malditos últimos momentos de vida.
No quería que le vieran morir.
—Kimura… —murmuró y la buscó con la mirada. Ella… Ella no podía ser. Hubiera sido muy estúpida dejándole semejante pista en la muñeca. Sakakura sabía que no era la persona más inteligente del planeta, pero incluso él podía hacer esas malditas conexiones, sin embargo, el problema de eliminar solo a seis personas (porque obviamente Yukizome y Munakata NO eran los culpables) de la lista de probabilidades era que aún quedaban otros siete posibles responsables y no era precisamente algo fácil de asimilar ya que no quería creer que ninguno de ellos había organizado toda aquella locura. No quería creer que alguno de ellos estaba en la maldita Desesperación porque… porque había… Munakata había puesto tanta fe en aquello que la sola idea de que su sueño se convirtiera en cenizas le hacía querer confesar todos sus pecados para ayudarle.
Pero…
Iba a ser un perro egoísta hasta en el final, ¿no?
Se sintió sucio. Lo suficiente como para decidir que si se acercaba el momento y aún no había averiguado quien era el responsable de todo aquello le diría la verdad a Munakata. Solo… solo necesitaba un poco de tiempo. Podía hacerlo. Con la ayuda de Kimura podría conseguirlo. Ni siquiera estaba escuchando las discusiones que se desarrollaban a su alrededor. Yukizome trataba de calmar los ánimos y parecía que tres bandos se habían formado y él no formaba parte de ninguno de ellos porque sus ojos estaban clavados en la mujer que discutía con Izayoi y Ando. No podía permitir que se alejara de él. Necesitaba conseguir una distracción. Algo con lo que sacar a Seiko de allí para interrogarla lejos de miradas indiscretas.
Repasó la habitación con la mirada hasta que sus ojos le traicionaron desviándose hasta la figura de Munakata. Su corazón se retorció dolorosamente al ver a Yukizome a su lado un poco detrás de él. Cerró los ojos y apretó los parpados mientras se reprochaba a sí mismo su debilidad.
Iba a sacarlos de allí.
A ambos.
Era lo que Munakata merecía.
Era lo que él le debía.
Y pagaría aquella deuda con su vida y su sangre si era necesario.
NdA: El fic va a estar constituido de tres partes. Esta primera y otros dos capítulos que tengo escritos ya pero que necesitan de constante revisión porque soy una maniática. No creo que la estructura cambie a menos que yo al corregir me ponga a escribir de la nada otro capitulo (cosa que puede pasar porque soy un puto caso perdido). En fin.
Nos leemos.
