Bueno, esto es lo que sale si pasas todo el día en un restaurante, sin internet y con tu notebook como única compañía. Ah, y de yapa está el hecho de que el Juan (cocinero) a todo le pone ají y pimienta.
Disclaimer: No, no, ¡no, maldición! LatinHetalia no me pertenece *se hace bolita y llora* Ah, además, la idea me vino con una imagen que tengo, no sé quién la hizo, pero está México tratando de morder a Chile para ver si sabe a... bueno, a chile xD
― ¿Oye Manu, puedo morderte? ―Preguntó Alejandro ya borracho, acercándosele peligrosamente
Chile todavía no estaba muy curado, pero igual se sentían esas copas de más, y no le resultaban tan incómodas las fletas insinuaciones de sus acompañantes, como tampoco los apartaba con tanta violencia como de costumbre. De hecho, ni siquiera lo intentó.
― ¿Qué chucha? ―Inquirió riendo, esperando que se tratase de una broma y haciendo ademán de querer sacarse al mexicano de encima.
― ¿Puedo morderte? Quiero comprobar algo…
― ¿Qué wea?
― Tu sabor… ¿sabrás a chile? ―Murmuró demasiado feliz y cariñoso llevando sus labios al cuello del chileno y exhalando con sensualidad.
Manuel se estremeció, y en medio de un instante de lucidez lo apartó con rudeza. Estaba rojo hasta las orejas, y muy, muy nervioso. ¿Por qué se ponía así? Puta la weá, a lo mejor había tomado mucho ya… pero no, él no solía curarse con un par de chelas y unas piscolas… eso no pasaba. Entones, ¿qué chucha le pasaba?
― Ya pues wei… déjame probarte, Manu ―susurró en su oído.
Un delicioso escalofrío le recorrió la espalda. Sí. Definitivamente estaba borracho. ¿Por qué si no le parecerían excitantes las insinuaciones del norteamericano? Absurdo.
Una mano intrusa se coló por debajo de su camisa, sorprendiéndolo. En un abrir y cerrar de ojos se encontraba atrapado entre los brazos de su amigo. Una mano traviesa jugueteaba con los botones de su camisa, y la otra acariciaba su espalda deliciosamente. El primer botón fue desabrochado con los dientes, a lo que le siguió una lengua juguetona recorriendo su pecho medianamente expuesto. No se sentía con las fuerzas suficientes como para poder soltarse de su agarre, pero estaba entrando en pánico. Esas caricias le estaban gustando peligrosamente, y todavía seguían en pleno bar, a la vista de todo el mundo.
Pero cuando la música cambió, algo en él también lo hizo.
Empezó a sonar un conocido tango que trajo consigo imágenes y sensaciones fugaces e intensas, imposibles de pasar por alto dada la situación en la que se hallaba. Llevó sus manos a los hombros de Alejandro solo para terminar sintiendo como alguien lo arrastraba lejos por él.
― Perdoname, ché, pero vos no podés hacer esto ―dijo un rubio manteniendo al peligroso borracho lejos de su víctima―. Solo yo tengo el derecho.
Lo último pareció haber sido dicho a modo de queja, y le provocó a Chile ganas de disculparse. Cosa que, lógicamente, no hizo, pero sí se ruborizó mucho (bueno, más de lo que ya estaba). Pasados unos segundos en donde Argentina no hizo más que dirigirle una mirada intensa y malhumorada al castaño, decidió agarrarlo por la muñeca y llevarlo a la pista de baile.
― ¡Hoy me vas a tener que compensar por todo eso, ché! ¿Por qué lo dejaste ir tan lejos? Incluso parecía que ibas a aceptarlo ―lloriqueó Martín.
― Iba a quitármelo de encima, aweonao.
― ¿En serio?
― Obvio ―desvió la mirada, dudando todavía de si confesar aquello―… ¿cómo se te ocurre que iba a aceptar a alguien más con la voz de Gardel sonando de fondo? Aweonao… ―repitió aferrándose con fuerza al argentino.
No fui capaz de resistirme y tuve que poner ArgChi al final. En realidad, esto partió como un encuentro entre México y Chile (andaba con las ganas por otra historia que estoy escribiendo, en donde lamentablemente no los puedo hacer pareja, solo buenos amigos), pero luego escuché un tango y me arrepentí.
¡Besos, y muchas gracias por leer! Ojalá les haya sacado al menos una sonrisa, si no fue así, háganmelo saber.
