Gustaba mucho escuchar los sonidos de los huesos de sus víctimas quebrarse. Con el mínimo esfuerzo, aquél demonio podía destruir lo que deseara, no había nada que pudiera interponer su brutalidad, no había nadie que pudiera interponerse ante su bestialidad.

Odiaba a la raza humana, ver los rostros de otros competidores tanto como de la gente que albergaba su día a día le enfermaba, quería que Orochi volviera a nacer y creara un nuevo mundo, uno donde parásitos de dos patas no contaminaran el bello paisaje que un espacio terrenal les podía brindar, cobrar venganza por lo ocurrido cientos de años atrás.

Yashiro constantemente se confundía respecto a ellos cuando cierta voz empezó a molestarlo, a la gente que llegó a conocer tenían personalidades distintas, una forma de ver las cosas diferente pero, lo único que los ponía en el mismo saco era esa motivación por lograr un objetivo. Lo aprendió cuando daba conciertos en el grupo "CYS", multitudes de personas aclamaban sus nombres, juntándose grupos inimaginables. Le parecía bastante interesante la actitud de dichos seres.

A pesar de que sus destinos estaban sellados en un bajo infierno, parecía no importarles, vivían como si el mañana no existiera. En catástrofes pudo notar este actuar, individuos uniéndose ante la tragedia, sacando cuerpos de escombros, salvando a otros, siendo útiles, arriesgando sus existencias para ayudar a otros.

Ellos eran los culpables de la destrucción de la tierra, con sus guerras... sus enfermedades... crímenes... el simple hecho de que existieran los hacía culpables del deterioro del globo.

Habían cosas que el rey no comprendía, sentía cosas que no entendía. Su pecho dolía, su cabeza parecía querer estallar ante las incógnitas que le presentaba su hambre de conocimiento, tanto que llegaba el punto en el que se sofocaba, caía al suelo y apretaba su cuello para que la sensación desconocida dejara de atacarlo.

No podía ser compasión.

Mataba sin tenerla, de hecho mostraba indiferencia, en algunos casos satisfacción.

No podía ser piedad.

Mostraba poca de ella, si lo hacía era para dar finales rápidos debido a su actuar con maldad.


Una noche Yashiro decidió permanecer a solas, se adentró a un gran departamento: era una habitación acogedora, dejaba que la oscuridad de la noche devorara el lugar, poco se apreciaba de ella, alguno que otro mueble de madera como cajones o una pequeña mesa se alcanzaban a distinguir. Cayó abatido a su cama, pensaba en el ayer, ¿realmente hacía lo correcto? le debían mucho a Orochi, su vida, sus almas, su existir, pero, ¿era necesaria tanta masacre?.

No podía dormir, tomó una guitarra y tocó de ella, gustaba mucho de una tonada, "Tears" se llamaba. Prendió las luces de su refugio, esto para poder distinguir las cuerdas y seguir con la melodía. Se desesperaba al no conseguir respuesta, al pensar en eso fallaba. Arrojó con fiereza el objeto de madera rompiéndose al chocar contra la pared, dando origen a una grieta.

El sonido fue bastante fuerte, tanto que un vecino de un apartamento contiguo tocó repetidas veces la puerta de Yashiro, preguntando qué había ocurrido ya que era rara esa clase de actividad, más en horas muertas. Nanakase se quedó callado y esperó a que se fuera, estaba seguro que si atendía el llamado, iba a hacer que esa persona se arrepintiera hasta de haber nacido.

Una vez el sonido cesó, el japonés se paró de la cama y se dirigió a la cocina a beber algo de café, necesitaba algo caliente en la boca, creía que eso podría relajarlo. Pasaron los minutos hasta obtener su preciado líquido, comenzando por tomarlo. El sabor era dulce, le gustaba.

Daba vueltas alrededor de una mesa pensando, no sabía en qué, solo eran imágenes y palabras aleatorias, nada claro.

Quizás hacer ejercicio sería lo ideal, tal vez ir a tocar a un bar local lo era también, hacer muchas cosas podían despejar su mente o quizás empeorar la situación implantando dudas mayores y, ocasionando una pérdida de concentración considerable.

Yashiro por un momento quedó tan hundido en sus pensamientos que dejó caer la taza, acariciaba su cabeza y sonreía, le daba gracia ver los trozos de porcelana esparcidos en el suelo, así mismo también le daba cierta satisfacción ver parte del café derramado, la forma que dejó en el azulejo le recordó mucho a una mancha de sangre. Estaba ya muy acostumbrado a ella, incluso su pasado y su futuro estaban ligados a ella.

Su cuerpo se paralizó, estaba atónito ante esa imagen, sólo él sabía qué clase de maldades vagaban por su mente, los planes futuros que tendría cuando los Tesoros Sagrados pensaban que él había muerto como sus aliados y su dios.


Otro torneo podía empezar años próximos a 1997, con toda la destrucción que hubo y, de que él se haya separado de sus amigos eran impedimentos para conseguir su plan y despertar a esa deidad celestial de blancos cabellos. Su reputación quedó bastante dañada, CYS dejó de existir, pronto la gente al enterarse de quiénes fueron los integrantes y la clase de aberraciones que hicieron en ese torneo, esperaban que todo rastro de ellos desapareciera de la faz de la tierra, pasó bastante tiempo, varios meses desde aquella terrible derrota para que la gente olvidara sus nombres.

Quizás en otra vida lograría cumplir lo que su creador les encomendó. Le pedía perdón cada noche por su debilidad, ni con todo el poder de miles de hombres pudo dar a luz a quien traería un mundo mejor.

Yashiro Nanakase ya no caminaba entre las personas, sólo era un hombre sin nombre, sin identidad, sin pasado que deambulaba por ahí.

¿Realmente merecía ser libre?