Notas importantes para la lectura:

1. Los epígrafes en cursiva son partes de un poema de Shakespeare Ap. Los diferenciarán porque están encerrados por las barras. He intentado mantener el orden original en el que fue escrita, pero por razones de estrategia he hecho algunos saltos. Al final lo dejaré en su orden original para que puedan disfrutarlo.

2. La historia salta del presente al pasado, son dos momentos que narro en paralelo pero los podrán diferenciar porque alterno siguiendo un orden: pasado-presente-pasado. Así, cuando encuentren un corte (señalado gráficamente por las barras) piensen que se ha cambiado el momento.

Espero no confundirlos demasiado.

La primavera vuelve


Después de algún tiempo aprenderás la diferencia entre dar la mano y socorrer a un alma y aprenderás que amar no significa apoyarse, y que compañía no siempre significa seguridad.


Secundaria P.S. 119, Hillwood

Cuando Rhonda Wellington Lloyd se enteró que su fiesta de graduación iba a ser en el apestoso patio de gimnasia de la escuela pública a la que todavía asistía, casi le da un síncope. Más que el horror de la perspectiva de asociar uno de los momentos más importantes de su vida con el olor a queso rancio, era la alarmante facilidad con la que todos parecían estar de acuerdo. Nadie, en toda la generación que se graduaría, había dicho una sola palabra. Nadie había hiperventilado. Ni un poco, ni un desmallo, ni siquiera un llanto o una salida dramática. Era lamentable. No podía creerlo y no pudo evitar enojarse cuando todos la miraron como si sufriera algún tipo de enfermedad mental cuando declaró que eso sencillamente no podía ser.

—Debe estar bromeando.

No estaban bromeando. Estaban todos hablando absolutamente en serio. Estaban todos absolutamente dementes, también, si creían que Rhonda heredera de los Wellington Lloyd (era la única con suficiente clase para mencionar sus dos apellidos) iba a apoyar la suela de sus zapatos en algo menos que mármol. Era su fiesta de graduación y tendría fotos que pudiera compartir en el futuro o que la enterraran en un vestido de poliéster. Solo pensarlo le dio escalofríos.

—Si me permite, director… —dijo mientras se levantaba y le arrebata el micrófono, —creo que como capitana de la escuadra de porristas es mi deber comunicar nuestro sentimiento de total rechazo a la perpetuación de esta idea cliché y absurda de tener la fiesta de graduación en un gimnasio maloliente decorado con flores irregulares de papel maché. Sin ofender, Katrinka.

Katrinka, recientemente elegida presidenta del comité de decoración, estaba demasiado conmocionada por ser el centro de atención como para manifestar algo diferente a la sorpresa. Se alborotó las trenzas mientras sonreía y saludó a su efímera audiencia.

—Por supuesto, director, no habría resaltado este problema si no tuviera en mente una solución inmediata. Como sabrá, iré a la universidad de Nueva York y el comité que me entrevistó señaló que mi mente ágil y mis habilidades sociales eran cualidades que buscaban en los nuevos ingresantes.

—¿Me hicieron venir a esta charada para escuchar a Rhondaloid presumir el ingreso a su única opción universitaria? —Helga comentó en voz alta, pero Rhonda sabía que no era el momento de digresiones, así que decidió guardar su enojo (mas no su venganza) y seguir con su discurso.

—Sugiero que tengamos la fiesta de graduación en el anfiteatro del Teatro Circular ya que no existen hoteles decentes en Hillwood que puedan servir de alternativa.

Su propuesta generó reacciones mezcladas. La mayoría estaba de acuerdo que tener la fiesta de graduación en un lugar distinto al gimnasio sonaba bastante atractiva y como expresó Stinky en voz alta: muy elegante; sin embargo, todos eran más o menos conscientes de que se trataba de una promoción que había estudiado toda su vida en escuelas públicas y reunir el dinero necesario para llevar a cabo la empresa sonaba, bueno, bastante imposible.

Cuando Rhonda no escuchó los vítores y aplausos que estaba esperando, rodó los ojos y tomó aire para agregar una pieza primordial de información.

—El papá de Lorenzo, de Peapod y, por supuesto, el mío son inversionistas del lugar y estoy segura que nos dejarán el local completamente gratis. Así que podremos usar el dinero presupuestado en decoraciones decentes, comida agradable y una banda. Me encargaré personalmente de hacer los arreglos.

Ni Lorenzo, ni Peapod pudieron decir algo al respecto. La ovación general fue tan ruidosa y ardiente que ambos sonrieron nerviosamente mientras se dejaban arrastrar por la resaca de la popularidad de Rhonda. Ni el champagne más caro del mundo tenía suficientes burbujas para competir con esa subida estratosférica de devoción popular.

En menos de diez minutos, Rhonda había cambiado el destino de decenas de estudiantes. En menos de veinte minutos, organizó los nuevos comités. En menos de media hora, había decidido el tema y los colores. En menos de cuarenta y cinco minutos, había convencido a todos que tendrían que hacer una serie de tareas degradantes y dificultosas (en las que ella no estaba incluida como obrera, sino como guía espiritual) para reunir la cantidad de dinero que hacía falta para hacer el evento extra fabuloso. En menos de una hora, Rhonda era literalmente la chica más popular de toda la escuela (esperaba que cuando se corriera el rumor, ocupara el mismo lugar en el distrito).

—Arnold, querido, ¿te importaría encargarte del evento del lavado de autos? Siempre has sido excepcional para liderar a las masas.

—Eh… —Arnold no sabía cómo, cuándo, ni por qué, pero terminó asintiendo de todas forma—. Claro, ¿por qué no?

—Sabía que lo harías, tienes una excelente actitud. Si tan solo ese fuera un rasgo común entre todos los graduados… —Rhonda y todo su corro miraron a Helga.

—Si quieres reciclar, querida, estaré encantada de encontrarte el traje adecuado para que puedas sumergirte en la basura sin problema alguno. —Helga sonrió sarcástica y Rhonda arrugó el ceño.

Helga siempre había sido un dolor de muelas. Eran años y años de estrategias venidas a menos, de discusiones interminables y enfrentamientos abiertamente agresivos; sencillamente no se podía. Helga era un ser tan desasociado del esquema de la secundaria que no podía enfrentarla como a los demás. Helga requería inteligencia, manipulación, doble sentido y mucho cuidado. Todos la respetaban en algún nivel y ese respeto nacía del miedo. Helga podía enfrentarse al capitán de fútbol, al de básquet y al softball sin retroceder un paso, su fuerza era intimidante y agresiva, una contradicción en su apariencia que a pesar de ser ruda en todo el sentido de la palabra, todavía era bastante femenina. No era la más alta, ni la más baja, ni la más delgada, ni la más gorda, ni tenía menos espinillas, ni más trasero. Era Helga, un concepto en sí misma, la que hizo llorar a Samantha Adams (una de las chicas más bonitas de la escuela) y a Richard Davis (uno de los chicos más corpulentos de la escuela) en una misma semana. Era casi una leyenda de Halloween. A Rhonda no le gustaba el drama cuando la luz de los faros no la hacía brillar, así que siempre era muy meticulosa cuando intercambiaba palabras con ella.

—Me encantaría, pero como podrás darte cuenta, estaré muy ocupada tratando de mantener todo bajo control. —Rhonda dejaría de ser Rhonda si no pudiera tomar una oportunidad ventajosa y aprovecharla—. Lo haría con mucho gusto si decides hacerte cargo tú.

Helga estaba sentada en una de las butacas del fondo, con los pies apoyados en el respaldar de la que tenía delante, la gorra de béisbol que siempre usaba descansaba sobre su regazo y su expresión además de aburrida, era sarcástica.

—No.

Eso pensé. Rhonda sonrió.

—Entonces, no te molestará cumplir con esta pequeña tarea que todos estamos poniendo en tus manos, ¿verdad?

Helga arrugó el ceño.

—¿Pretendes que vaya por los basureros de la ciudad a recoger plástico?, ¿estás segura que la universidad de Nueva York te tomó el test psiquiátrico?

—Bueno Helga, no son necesarios los insultos. Como ves, todos están haciendo su parte. Lila no tiene que hacerlo, pero hará postres todo lo que resta del año para poder venderlos.

—¿Y cómo es que Lila puede cocinar y yo tengo que ir a buscar basura?

—Las tareas se asignan de acuerdo a las habilidades de cada uno…

—¿Quieres que te arranque las uñas?, porque eso es lo que haré si no cierras el pico.

Rhonda ensanchó su sonrisa, podía sentir el poder en sus manos. Ni siquiera las leyendas podían enfrentarse a la voluntad del pueblo y, en esa ocasión, el pueblo estaba de su lado.

—Podría reubicarte en otra categoría, ¿qué te parece auxiliar en el cementerio?

Helga se levantó y fue como si la tensión se hubiese convertido en una gran tonelada de rocas. Tiró su gorra sobre la butaca mientras avanzaba hacia los escalones, hacia donde estaba Rhonda. Rhonda no tenía miedo, no tanto miedo. Podía sentir el miedo en los demás, pero también sentía la convicción de la idea que había puesto en sus cabezas; solo tenía que mantenerse calmada para que los demás no desistieran.

Con cada paso, haciendo eco en el silencio, todos sentían el corazón en la garganta. Helga nunca lloraba, nunca estaba triste, nunca tenía miedo, nunca nada de nada; ¿serían capaces de enfrentarse y derrotar a alguien que avanzaba a pesar de la clara desventaja?, la respuesta era obvia: sí, claro que podían. Podían, sí señor. Podían y lo harían y mientras eso pasara, seguirían preguntándose: ¿podremos?

—Rhonda, —cuando Arnold habló, todos dieron un respingo— tengo una idea.

—Arnold, querido, creo que Helga tiene algo que decir, ¿por qué no esperas tu turno? —Rhonda le lanzó una mirada de muerte. No iba a dejar que la oportunidad de derrotar a Helga se escapara de sus manos.

—Helga podría ayudarme. —Insistió—. Gerald está a cargo del evento deportivo y yo necesito ayuda. Así Helga también estará contribuyendo, tienes equipos, ¿no? Nadine y tú encargarán el mobiliario. —Se volteó y miró a la rubia—. ¿Qué dices, Helga?, ¿hacemos equipo?

Rhonda sabía que Arnold sabía de sus intenciones. Helga sabía que Arnold sabía de las intenciones de Rhonda y que Rhonda sabía que ella sabía todo eso. Arnold sabía que todo el asunto era muy incómodo y prefería a Helga que a Eugene como compañero de equipo; él no sabía nada de lo que Rhonda o Helga pensaban, ¿por qué tendría que saberlo de cualquier manera?

—¿Por qué…?, bueno, eh… —Helga balbuceó por cinco largos segundos, si alguien se dio cuenta (todos lo notaron) hicieron un acuerdo espiritual para pasarlo por alto—. Claro, anótame Rhondaloid, Helga Pataki va a ayudar en el lavado de autos.

—Arnold, qué generoso eres, ¿estás seguro de lo que dices?

¿Estás seguro?

—Sí, creo que haremos un excelente equipo.

—Claro, evidencia del pasado nos dice que ustedes se saben compenetrar. —Comentó sarcástica y con la quijada rígida. Rhonda también se levantó—. Bueno, pero no queremos pensar en lo decepcionados que vamos a estar todos si lo arruinan, ¿verdad? —Fueron sus últimas palabras antes de irse del auditorio, con el mentón bien en alto. Su séquito personal la siguió en tanto los demás se dispersaban a sus propias actividades, como liberados del canto de la sirena.

Arnold arrugó el ceño, si se lo preguntaban, eso había sonado a amenaza.

—No puedo creer que se haya atrevido a amenazarnos. —Dijo Helga incrédula—. Debería agradecer que no la dejara calva.

—¿Qué?, ¿eso fue una amenaza?

Helga le lanzó esa mirada. Esa mirada, la que reservaba exclusivamente para él, la que decía: eres un pelmazo ciego y es un desperdicio perder mi tiempo tratando de explicarte. Las miradas de Helga eran muy elocuentes y si eso no bastaba, ya tenía su lengua para dejarlo todo claro y limpio como el cristal. Arnold luchaba con todas sus fuerzas, pero siempre lograba hacerlo sentir idiota.

—No, Arnold, fue una sugerencia. —Rodó los ojos y fue hasta la butaca donde había estado sentada. Hizo una pausa breve, estaba agachada recogiendo su mochila, por eso casi no la alcanza a escuchar—. Gracias.

Arnold se acercó.

—¿Cómo?

—Que nos estaba amenazando, zopenco.

—Eso no.

—¿Qué cosa?

—Dijiste gracias.

Helga se sonrojó. Era una tonalidad leve, rosa, sobre la piel que cubría el puente de su nariz y sus mejillas. Era bochorno, nervios, atrapada en el acto. Arnold sonreía cuando ganaba, no sabía exactamente por qué, pero cuando sucedía era el mejor momento del día.

—¿Te gusta señalar lo evidente para poner en marcha tu cerebro o solo lo haces por deporte?

—A pesar de que es evidente, Helga, es un hecho poco común. —Contestó con facilidad—. Me alegra que estés agradecida conmigo.

—¿Ah sí?

—Es normal que cuando uno se siente agradecido, intente devolver el sentimiento.

—Llámame fenómeno.

—Solo quiero que prometas que ayudarás.

—¿Eso te hará sentir muy agradecido?

—Así es.

—Transmite ese agradecimiento en bocadillos y te acompañaré.

—Eso suena a soborno.

—Estoy segura que encontrarás una palabra más amable para describirlo. —Se colgó la mochila en un hombro y se puso la gorra—. Ahora mueve tu trasero al campo que las semifinales son en dos semanas.

—Eso no suena muy agradecido.

Helga se detuvo abruptamente, se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Azul eléctrico que brillaba mezcla de burla y diversión, libre y lleno de energía. Helga decía tantas cosas con sus ojos, tantas cosas que no podía decir en voz alta, tantas y tan pocas, como si esperara que ambos se complementaran (ojos y boca) para transmitir un solo mensaje.

—Lo estoy, Arnoldo. Lo estoy.


Comenzarás a aprender que los besos no son contratos, ni regalos, ni promesas.

Comenzarás a aceptar tus derrotas con la cabeza erguida y la mirada al frente, con la gracia de un niño y no con la tristeza de un adulto y aprenderás a construir hoy todos tus caminos, porque el término mañana es incierto para los proyectos y el futuro tiene la costumbre de caer en vacío.


Teatro Circular, Hillwood

—¿Dónde estás? —Helga tenía una mano en su cintura y otra en el celular que pegaba a su oreja. Se veía muy alta con los zapatos de tacón que se había puesto, muy alta en su vestido negro y con el cabello recogido. Parecía enfadada, sonaba furiosa, daba vueltas en su lugar y hacía retumbar el piso con su fuerza—. Termínalo ya, es un contrato no un acta de matrimonio. Se supone que debo… ¡Ah rayos!

Helga miró la pantalla para darse cuenta que se había quedado sin batería. Resopló enojada con el celular, con ella misma por olvidar la batería, con el mundo por esos momentos irritantes y con los zapatos que le obligaban a sentirse tan incómoda. Buscó con la mirada hasta que encontró una banca junto a una maceta. Se dio cuenta que tenía exactamente la misma tonalidad con que la habían pintado el año en el que fue su fiesta de graduación. Era exactamente la misma banca, también, en la que se había dejado caer cuando los zapatos eran insoportables y el calor en el rostro no le había permitido ver más allá de la vergüenza. Sonrió con nostalgia, pasó las yemas de sus dedos sobre la superficie rugosa y dejó descansar su mente en los recuerdos.

El Teatro Circular todavía era un lugar mágico. El jardín, su segundo lugar favorito, estaba rodeado de farolas de luz amarillenta y las flores se abrían a la primavera en su gama multicolor. Era la fiesta de la estación, tan amigable como la noche que se abría en un cielo despejado. Alzó la mirada para confirmar que las nubes se habían ido y que la Luna colgaba en un halo de luz que se reflejaba en el agua de la fuente. Se sentía ligera, liberando su mal humor a regañadientes, recordando lo pequeña que había sido a los diecisiete y lo fuerte que se sentía a los veintisiete. Lo admitiría para sí misma, Rhonda había tenido razón en cambiar el lugar de la fiesta, si hubiese tenido que asociar su nostalgia al gimnasio de la escuela, nunca hubiera sido tan poético.

—Debería quitarme los zapatos.

—Deberías, aquí nadie podrá verte.

La voz soltó alarmas en su cabeza. Las mismas palabras, el mismo lugar, el tono, la noche, la banca y la Luna. Sintió el viento soplar en su nuca y se irguió como movida por un torrente. Diez años de ausencia se habían reducido a un comentario que retumbó en el pasillo. Helga alzó la mirada y se encontró con su sonrisa, con su bronceado inusual, con sus ojos verdes y con sus rizos como doradas hebras de maíz. Era curiosa la manera que tenía la mente de soltar de pronto, como si no quisiera, pedazos de información olvidada.

—Tú… estás aquí… Arnold.

—¿Te gusta señalar lo evidente para poner en marcha tu cerebro o solo lo haces por deporte?

—¿Qué?

Arnold soltó una carcajada y Helga arrugó el ceño.

—Lo siento, es solo que esperé mucho tiempo para decírtelo, ¿sabes? Siempre buscaba la oportunidad, pero tú no sueles… bueno, ya sabes.

—Buenas noches a ti también, zopenco.

—Buenas noches, Helga. —Le contestó cuando estuvo más calmado. Parecía bastante alegre y se sentó en la banca antes de que pudiera reaccionar—. ¿Cómo has estado?

Helga lo miró, su mente había dado un giro de 360 grados en el baúl de sus recuerdos. Su vida, todo ella, pasó por sus ojos en una milésima de segundo. Las cosas buenas, las malas, las que todavía no podía decidir si eran buenas o malas y esa noche, en ese momento, en ese preciso instante, como si la estuviese resumiendo. Helga se dio cuenta que era feliz.

—Bien. —Dijo pensativa—. Muy bien, en realidad.

—Me alegro.

—¿Y tú?, ¿cómo has estado, Arnold?

—Bien, también. Creo que la última vez que estuve en Hillwood fue en el último año de secundaria.

—¿Sigue viviendo en San Lorenzo?

—No, ya no. Estuve ahí unos años, pero luego me mudé a Boston. Me dijeron que también estuviste ahí, ¿es verdad?

—¿En San Lorenzo? —Dice sardónica, pero su tono es ligero, como una broma—. Viví ahí unos años, pero creo que durante tu estadía en la selva. Ahora vivo en Italia.

Arnold abrió los ojos, sorprendido.

—¿Italia?, vaya, pensé que todavía estabas en América.

—Fue un accidente. En realidad quería establecerme en Paris, pero… ahora vivo en Liguria. Es completamente espantoso, no sé hablar italiano y siempre que quiero marcharme, salgo a ver el mar y cambio de opinión por completo.

—¿Cómo puedes vivir ahí si no hablas el idioma?

—Soy muy expresiva. —Alzó una ceja—. Un escritor no necesita socializar demasiado.

—Leí tu último libro.

—¿En serio?

—En serio, —le dirigió una mirada cálida—, los he leído todos. Es una de las promesas que más satisfacciones me ha traído.

Helga había recibido muchos elogios a lo largo de su carrera. La escritura era el espacio que se abría para ella sola, sin términos medios, siempre en la excelencia. La tinta vertida en las miles de historias que se formaban en su cabeza era rica y explosiva, tenía talento y no era simplemente el talento, era el reconocimiento de lo extraordinario. Ella sabía que era buena; sin embargo, cuando Arnold se lo dijo lleno de seguridad aplastante, fue exactamente igual a esa mañana de otoño en la que su editor le comunicó que iba a ser publicada. Arnold la miraba, a ella, a su talento. Arnold, por fin, realmente estaba mirándola.

—Diría que intentas ser amable, Arnoldo, pero yo también sé que mis libros son excelentes.

—¿Entonces me firmarás alguno?

—Ah, así que eso era lo que querías.

—Desde el primer momento.

Fue espontánea, la risa. Helga rodó los ojos unos segundos apenas antes de soltar una carcajada, Arnold la siguió de buena gana, divertido por lo ridículo del asunto. La complicidad que durante la secundaria siempre se disfrazaba de antipatía, podría instalarse en la libertad que daba la madurez. Ni Arnold ni Helga podían señalarlo con exactitud, pero aunque habían pasado muchos años y nunca habían sido amigos en el sentido estricto de la palabra, todavía podían reírse de una broma sin chiste. El silencio fue acaparando el momento, pero ya no parecía una amenaza, sino una invitación.

—Extrañé Hillwood, ¿sabes?

—Yo también.

—¿Qué es lo que más extrañaste?

—A Phoebe, siempre extraño a Phoebe, aunque ya no vive aquí. Extraño el árbol que estaba fuera de mi habitación, las escapadas de los miércoles a las luchas, a veces también extraño pasear por el muelle o por el puente del Tina. Extraño cosas que también hay donde vivo, pero creo que es porque siempre las estoy comparando.

—Yo extraño la escuela… Y antes de que digas que soy aburrido, no son las clases lo que extraño. —Se defendió—. Extraño las proyecciones de películas cuando los maestros faltaban. Extraño los almuerzos, cuando encontraba a Gerald y los demás se unían. Extraño el patio, el campo Gerald y mi vieja habitación. Es difícil regresar y darte cuenta que las cosas han cambiado.

—¿Te sientes como un extraño en tu propia ciudad?

—Cuando recién llegué, sí, por un momento.

—No vayas a pensar que estoy intentando animarte o algo por el estilo, pero hay muchas cosas que siguen igual. El viejo Pete todavía tiene la casa del árbol, el Chez Paris está intacto y creo haber visto un cerdo correr en algún lado.

—Jamás se me ocurriría pensar que estás intentando ser la optimista, Helga.

—Bien, porque no lo soy.

—¿En serio viste un cerdo?

—Hay una fiesta en algún salón de este Teatro y tú estás aquí, perdiéndotela conmigo. Eso tampoco ha cambiado.

Arnold sonrió.

—Lo sé, Helga.


Después de un tiempo… aprenderás que el Sol quema si te expones demasiado. Aceptarás; incluso, que las personas buenas podrían herirte alguna vez y necesitarás perdonarlas. Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma. Descubrirás que lleva años construir confianza; y apenas unos segundos destruirla, y que tú también podrás hacer cosas de las que te arrepentirás el resto de tu vida.


Casa de huéspedes, Hillwood

—Aquí están, Helga. —Dijo Arnold mientras entraba a su habitación y cerraba la puerta con su pie. Traía sodas y chucherías en una bandeja que intentaba equilibrar. Helga estaba echada en el piso, varios libros abiertos a su alrededor, la mirada fija en un párrafo que estaba leyendo.

—Arnoldo, deberías dedicarte a los documentales, lo tuyo no está en las metáforas. —Sentenció.

Arnold arrugó el ceño.

—No creo que esté tan mal.

—Está muy mal.

—¿Por qué?

—Intentas explicar tu propia metáfora, la literatura no funciona así. —Había tomado un plumón rojo con el que estaba marcando en los bordes de su tarea recién impresa. Tenían que escribir un guion para la clase de Teatro y no se había acordado hasta el último momento. Su semana había estado ocupada en organizar el lavado de autos con lo que había dejado de lado casi todo lo demás. Se suponía que Helga venía a ayudar a organizar, pero siempre terminaban hablando de cualquier otra cosa y ese día tocaba criticar sus habilidades artísticas, aparentemente.

—¿No intentan los escritores explicarse todo el tiempo?

—No así. Repetiste emocionado veintitrés veces en una hoja.

—Estaba muy emocionado.

—Sí, se nota. —Rodó los ojos.

—Tú no entiendes, la chica que le gusta apareció.

—Es una idea muy romántica, me pregunto cuántas veces la han utilizado en Hollywood.

—Eso no importa, el amor siempre es distinto. —Hablar de su idea era incómodo, especialmente cuando la conversación era con una de las personas más cínicas que conocía, pero perder con Helga era definitivamente peor—. No lo entiendes porque nunca te has enamorado.

Cuando Helga lo miró fue como si el cielo se hubiese abierto, el azul de sus ojos alcanzó un brillo eléctrico y tormentoso que había visto muy pocas veces. Se quedó inmóvil, suspendido en el escrutinio y en el silencio pesado que acompañaba las nubes de tormenta. Se quedó quieto y fascinado, envuelto en esa sensación inexplicable de tener la completa atención de esa amenaza latente. Solo, estático, indefenso en el ojo del huracán que levantaba las entrañas de la tierra a su paso.

Helga agitó la hoja que tenía en su mano y comenzó a leer en voz alta. Su voz, sorprendentemente, salió suave, como una caricia.

"Estás aquí, no puedo creer que estés aquí.

Volví por ti, por nosotros.

Te amo, con tus inseguridades y defectos, te amo.

Yo también te amo."

Sintió que la sangre se acumulaba en sus mejillas, en su cuello, en todo su rostro. Helga no había sido deliberadamente sarcástica, pero sí intencionalmente cruel. Las inflexiones de su voz, todavía calma, se habían redondeado perezosamente en el diálogo final. Así, suelto y sin contexto, sonaba burdo y hasta ensayado; no estaba defendiendo su orgullo, pero Helga siempre tenía que tocar donde las cosas se volvían personales. Era injusta de ese modo.

Antes de que pudiera contestar, Helga estaba leyendo de nuevo.

—Estás aquí, no puedo creer que estés aquí. —Repitió mirándolo, hizo una pausa—. No es increíble que estés aquí, puedes estar aquí cuando quieras, puedes venir todos los días de la semana y este lugar seguirá siendo este lugar, incluso sin ti. —Su voz subió un tono—. Pero estás aquí, conmigo. No puedo creer que estés conmigo.

Arnold se hundió en su asiento.

—Volví por ti, por nosotros. —Dijo de nuevo—. Volví por mí, porque te necesito. Volví porque vale la pena regresar si vas a estar conmigo. Volví porque es más fácil alcanzar lo imposible que imaginarme una vida en la que no estés. Volví porque es aterrador pensar cuán fácil es adentrarme en una vida en la que no estás.

Helga seguía hablando, seguramente inventando, creando sobre la marcha. La hoja temblaba en su mano, pero no era lógico en lo absoluto. Todavía no se acababa el verano, ¿quién podía temblar en verano?

—Te amo, con tus inseguridades y defectos, te amo. —Recitó, con energía—. Con mis inseguridades y a pesar de mis defectos, te amo. Te amo porque no puede ser otra cosa más que amor cuando te miro y las mariposas en el estómago se convierten en escalofríos, cuando el sol deja de brillar y comienza a arder, cuando el día se acaba y tú continúas, cuando llega la desesperanza y nace la alegría. Te amo, porque soy incapaz de no hacerlo.

Los ojos, siempre sus ojos, que encienden su voz y la transforman.

—Yo también te amo. —Susurró y dejó la hoja a un lado.

Arnold se puso de pie, confundido, con el corazón retumbando en sus orejas, con la alarma de que algo estaba sucediendo aunque no lo comprendiera. Tenía que hacer algo, tenía que entenderlo, tenía que preguntar y saber y estar seguro que esa era una tarde normal y que Helga seguía burlándose de él.

—Helga…

—Yo nunca me he enamorado, Arnold, pero puedo escribir mejor que tú.

Helga se agachó a recoger sus libros, sin mirarlo ni una sola vez el resto de la tarde.


Continuará...


¡Lo quiero a todos!, sé que mi ausencia ha sido muy larga, podría contarles todas mis peripecias, pero les resumiré el asunto en palabras claves: graduación, trabajo y más trabajo. Espero que me sepan comprender, entiendo que todos tenemos responsabilidades por nuestra cuenta, pero me ha sido increíblemente difícil encontrar tardes libres. Lo único bueno del asunto es que tengo avanzadas muchas cosas. Quiero agradecerles por su apoyo incondicional, he leído todos y cada uno de los mensajes y reviews que me han llegado y sin ellos, no estaría publicando. Como siempre que desaparezco, vengo con un experimento, esta es una idea que me ha dado vueltas desde algún tiempo y espero que les guste. Es un fic de tres partes, así que estaré publicando el final muy pronto. Esperen actualizaciones los siguientes días (y el final de algunos fanfics, ¡por fin!).

Gracias infinitas a todos. Espero que disfruten la lectura.

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