¡Buenas!

Presento este nuevo fic, inspirado en diversas canciones de autores clásicos, describiendo momentos de los caballeros de oro. Capítulos cortos, sin embargo.
Espero que os agraden estas escenas y disfrutéis de las canciones.

Sin más, me despido, que disfrutéis del primero, dedicado a Saga.
**DISCLAIMER: personajes pertenecientes a Masami Kurumada. Fic sin ánimo de lucro**


Sarabande

Personaje: Saga, como Patriarca.
Canción: "Sarabande", de George Frederick Handel.

La figura se alzaba sobre las aguas tranquilas de la terma, aquel lugar reservado especialmente para el Patriarca. Antiguamente utilizado para la ablución previa a presentarse frente a la diosa.

El agua limpia y purifica.

Expía los pecados.

"Tú las contaminas con tu presencia"

El caballero de Géminis abrió los ojos súbitamente ante las pesadas palabras que retumbaban en su cabeza.

"Podrás haber tomado el control sobre mi cuerpo y mis acciones, mas no lo harás sobre el resquicio de mi santidad dorada. Jamás lo permitiré"

Un esbozo de sonrisa se dibujó en sus labios. Recogiendo esa agua limpia entre el cuenco que sus manos conformaban. A pesar de ello, el agua se escapaba huyendo de aquellas manchadas de pecados, imposibles de lavar.

Dióse media vuelta, queriendo enfrentarse a un ser de naturaleza etérea, gritando su nombre para exorcizar aquella sala.

Los ojos de bruma sanguina rebuscaban en cada rincón el fantasma, sin hallarlo.

"Soy yo"

— ¿¡Dónde te escondes, maldito!? ¡Acabé con tu vida, pero te empeñas en seguir a mi lado! ¡Los muros de este templo emparedarán tus palabras para siempre!

La quietud de las aguas se agitó con virulencia, desatando una tempestad dentro de aquel recinto.

"No soy quien crees que soy. Esa visión quimérica que te acompaña desde que decidiste expatriarla a un rincón de tu alma, que sin embargo sigue latiendo"

Un segundo de latencia, para darse cuenta, al fin, de quién era esa voz.

—Soy yo…

Breves instantes donde la forma benevolente de Saga recuperó su reino en aquella cárcel de piel suave, de músculos torneados, de fuerza desmedida de origen divino.

Los ojos retornaron blancos y prusianos, que recorrieron la superficie acuática para cerciorarse de que el control era suyo de nuevo.
Sediento de paz, salpicó el agua sobre su cuerpo como si buscara la bendición de ellas y que aquella parte oscura se quedara para siempre encerrada en aquel fluido.

Las gotas se arrastraron sobre la piel, dibujando a su paso el contorno de aquella figura desbocada. Cada poro exudaba pecados, infinitos bajo el mandato de su otro yo.

Las manos arañaban, en un intento de exfoliar. Surcos encarnados surgían sobre el cuerpo. Cada músculo se contraía al paso, los pectorales ribeteados por pezones endurecidos, los bíceps tensos que se afanaban en potenciar el impulso para salpicar el agua sobre el cuerpo, el jadeo constante de esfuerzo hacía subir y bajar la nuez, los abdominales marcados que se contraían a cada inclinación, los cuádriceps y los gemelos amarrándose al fondo de mosaico. E incluso el músculo de placer se erguía insolente, buscando el éxito de aquella ablución.

Rabia, frustración, vorágine de sentimientos encontrados que encarnizaban una lucha interna en aquel medio líquido.

Los mechones de cabello pegados a su espalda, el flequillo revuelto a su cara, semblante de desesperación desatada. Testigo mutante de color de la guerra que saldría con alguien victorioso.

— ¡Vete de mi cuerpo!

"¡NUNCA!"

Grito desgarrador al tiempo que sus manos se llevaban las manos a las sienes.
La guerra había terminado y había un vencedor.

Las piernas flaquearon y cayó de rodillas. El agua cubrió su cuerpo hasta el pecho, lamentando la derrota, mientras su lado oscuro se alzaba victorioso, recuperando su aspecto físico, de esclerótica sanguina e iris acerado.

La marioneta se irguió, recuperando la sonrisa ladina, forzada por el titiritero maquiavélico que manejaba los hilos.

Salió de la terma, dejando a su paso un reguero. Vistió las túnicas sagradas de un rito macabro de suplantación.

Ajustó el yelmo dorado a su cabeza, sumiendo su rostro en la oscuridad y el misterio.

Riéndose de la derrota de su yo benévolo, traspasó las cortinas que cerraron el telón a aquella trágica obra.