LÁGRIMAS DE UN CLÉRIGO

Siempre hay un gran momento para cada gran hombre o mujer, uno del cual pueda se pueda hacer alarde siempre o tal vez uno para conmemorarlo en cada recuerdo. Esta mañana, el padre de la iglesia se levantó tembloroso y lleno de una extraña desolación jamás antes percibida en todos sus años de servicio como católico, entendía que su deber era guiar almas en busca de salvación para así aportar un granito de arena a la gran causa; sin embargo, después de tantos años de haber sido testigo de bodas, matrimonios, bautizos y toda clase de actividades parroquiales que no hacían más que producirle una algarabía inmedible, hoy atendería una misa muy en particular, una hecha no para festejos sino para congojas. Tendría que realizar oraciones para un funeral, y vaya que este era en extremo doloroso.

Se enteró hace dos días acerca del incidente, se hallaba tomando un vaso de agua como acostumbraba hacer antes de vestirse para su próxima misa, una mujer de la misma parroquia con el rostro desfigurado por la tristeza le entrego una carta la cual ella misma hubo de escribir pues no supo encontrar manera alguna de decírselo mediante palabras. El padre podía ver la enorme angustia de su acólita, imaginó desde entonces ser testigo de noticias desalentadoras, abrió el pedazo de papel doblado, sus ojos pasaron las líneas, no podía imaginárselo, leyó y releyó dichos escritos hechos con un lápiz corriente, preso del asombro dejó caer su vaso pues sus manos no le respondían, el objeto se hizo añicos al impactar contra la superficie de madera.

Sintió náuseas y deseos de querer maldecir, tuvo que retenerlas para evitar pecar, peor muy dentro suyo sabía que ya lo había hecho. No le importó salir con dirección hacia una determinada casa, tan solo pidió ser reemplazado de manera zoza, no estaba como para dar explicaciones. Sus piernas se transformaron en sus vehículos camino hacia esa pequeña casa japonesa, tropezó un par de veces pues lágrimas empezaban a cubrir sus grandes ojos marrones, apresuró el paso por poco impactando con una anciana la cual ni bien lo vio corriendo agachó la cabeza pues sabpia perfectamente lo que iba a encontrarse. Aquel clérigo llegó empapado de sudor a su destino, la casa mostraba sus miedo, estaba adornada con arreglos florares fúnebres en toda la entrada y un toldo negro como la noche servía para dar paso a quienes desearan entrar a darle consuelo a la infeliz familia. Aún obstinado, apretó ambos puños con fuerza, no pidió permiso alguno para adentrarse a esa construcción, había demasiada gente vestida de luto mirando cualquier sitio que no fuese a los padres del infortunado; la madre reconoció de inmediato a ese sacerdote, rompió en llantos. Fue eso lo que hizo a dichoso padre comprobar su gran temor. No recordó la última vez que se sintió de esa manera con tantos deseos de gritar o de maldecir, mirando su pequeño rosario que le colgaba del sudoso cuello se preguntaba cuál era el quid de ser un católico en servicio si tremenda desgracia colmaría su futuro ahora.

Dos días luego, fue este mismo sujeto quien se ofreció para ser quien dirija el sepelio de quien siempre vivió encariñado, alguien tan joven y lleno de vida. Eran las 11:00 am en punto y toda la iglesia, aunque pequeña, estaba repleta de amigos, familiares, conocidos, compañeros del instituto; la muerte de este personaje fue en extremo violenta cuando el vehículo en el cual viajaba terminaría por caer sobre un acantilado para luego estallar, ni siquiera pudieron encontrar su cuerpo pero las autoridades dijeron a la familia, quienes en un principio se reusaban a creerlo, que lo único que pudieron rescatar de tremenda explosión fueron muestras de sangre sobre los asientos los cuales dieron resultado positivos para revelar la identidad de ese pobre muchacho. En señal de respeto y dolor, los padres decidieron que de todas maneras realizarían un entierro (con ataúd vacío al menos) con el fin de darle oraciones a este difunto.

Le costaba mucho iniciar su perorata, trataba de buscar las palabras correctas antes iniciar; hizo una pausa para recordar cómo fue que le conoció; su madre era una gran amiga, le conocía desde que ambos asistieron a la secundaria aunque nadie daría crédito que algún día este muchacho se convertiría en un sacerdote. Fue por esa razón que le pidió ser él quien le bautizara y así fue; con el paso de los años este chico creció y por alguna razón caprichosa encontró en este hombre de Dios a un gran amigo, compañero del cual debería de despedirse ahora.

-Hermanos y hermanas…- ya era momento de decir algo, si él mismo no mostraba fortaleza, menos lo harían la pobre familia…-la soledad será nuestra mejor compañía y la tristeza nuestra más grande alegría; ninguno puede entender los designios del Altísimo; pero lo que es seguro, es que nuestro gran amigo era un hombre cuya fe le hará salvo ante los ojos de nuestro señor. Unas gruesas lágrimas cayeron desde sus ojos, su voz comenzaba a sonar entrecortada, pasó cuanta saliva pudo y apretó los puños con toda su fuerza para darse aliento. –como nos dice Salmos 77:2: "En el día de mi angustia busqué al Señor, y en la noche mi mano se extendía sin cansarse; pero mi alma se negó a ser consolada."- No podía evitar sentirse abrumado con tanto duelo, fue en ese mismo momento cuando se arrepintió de haber escogido un camino de fe, era muy tarde como para dar un paso atrás. –Su cuerpo ha partido, pero aquella carisma propia de sí nos acompañará eternamente a cada uno de nosotros, tengamos el consuelo hermanos, que nuestro hijo está en la gracia de Dios ahora y que en este mundo nuestras vidas no son más que pasajeras. Tarde o temprano cuando el día llegue, volveremos a verle.- breve pero conciso, pidió un poco de agua, bebió tan rápido como si hubiera estado perdido en un desierto y hubiese sido encontrado hace poco; estiró sus grandes manos para iniciar las oraciones correspondientes mientras oía como la muchedumbre repleta comenzaba a quebrarse y llorar abiertamente. Mantuvo sus ojos cerrados para evitar que aquella fe se esfumara, si los abría no haría otra cosa más que unirse a esos lamentos, debía refugiarse en Dios más que nunca.

Ese fue el primero de los pasos, tan solo su primera prueba como clérigo; ahora llegaba el momento más penoso, darle entierro. No se sintió con fuerza como para decir algo, simplemente pidió rezar en silencio y tras echar agua bendita sobre su ataúd, este comenzó el descenso para luego ser cubierto por tierra; los llantos esta vez fueron desgarradores, tuvo que salir de ese lugar, se refugió en una pequeña caseta ubicada a unos cuantos metros del cementerio, se arrancó los vestidos con furia. Mucha ira en su interior. En breves minutos debería volver para dar el final.

Una cálida mano temblorosa se dejó sentir en toda su espalda mientras este ser lloraba de una buena vez por todas. Giró su cabeza para ver a una chica sujetarle el hábito, esta tampoco podía hablar y tan solo pudo abrazarle con fuerza para cuando este giró. Todo era comprensible, era conocedor de esa gran amistad entre ambos. Se miraron buscando darse respuestas, pero llorar fue mejor alternativa, pasó el tiempo necesario y nunca imaginó que un caluroso abrazo fuese tan reconfortante pues ahora era momento de finalizar esta tan infeliz situación.

Se acercó con paso firme mirando un punto fijo para evitar hacer contacto visual con cualquier invitado que pudiera quitarle su concentración, la tierra ya estaba cubriendo todo, sus pies pisaron el sensible piso recién removido y antes que pudiera sentirse flaquear por quien sabe qué número de vez, rio dejando estupefacto a muchos. –Solamente cuando el sol deje de brillar mi fe se habrá esfumado, hoy te digo hasta pronto mi gran amigo, permite que podamos vernos nuevamente, te recordaremos como ese díscolo joven, holgazán a veces pero de gran corazón….descansa en paz Tai Yagami- estiró sus dedos para rociar por segunda vez esa agua bendita.

Nada iba a quebrarlo, pero el ver a la hermana menor de su difunto compañero le hizo admitir cuan débil era; tan solo pensó que iba a necesitar un tiempo para darse aliente o tal vez para asistir con alguno de sus mentores católicos que pudieran darle palabreas respectivas que le permitan continuar con su misión como hombre de Dios.

Miró luego a la madre de ese gran chico, recordó haber vivido profundamente enamorado de esa mujer durante muchos años, y aunque nunca pudo ser sincero con ella, sufrió cuando el padre de este muchacho terminara siendo su enamorado en la escuela y años después sería su esposo. Cuando preso de melancolía quiso abandonar la ciudad para encontrar consuelo en el extranjero un ya octogenario padre le pidió leer un versículo, uno de paz. Fue ahí cuando entendió que su deber era ese, ser un mensajero de paz; pasaron los años y decidió ser como ese anciano sacerdote, y así lo fue. Por gracia del destino, el fruto de esa hermosa pareja fue siempre muy pegado a él, sabía perfectamente que como siervo de la iglesia le estaba prohibido tener familia, pero ante solo Dios admitió querer a este castaño como a un hijo.

Dentro de sus memorias pudo escarbar la ocasión cuando un aun niño Tai le dijo una vez que era un escogido, y que gracias a ser amigo de un padre de la iglesia esto le permitiría salir siempre vencedor; aquel clérigo nunca pudo entender tales palabras y nunca supo nada acerca del secreto que ese muchacho guardaba, pero imaginó que un mensaje de paz solo podría provenir de él. –Siempre serás un muchacho elegido para mí, Tai- mientras daba grandes pasos para retirarse, fue sujeto una segunda vez, ahora era el padre de ese chico quien intentaba a toda forma mostrarse fuerte. –Gracias por todo, padre-

-Puedes llamarme Itsuki, no hay porque ser tan formales-

-Por favor amigo, ora por mi hijo, yo no sé si pueda soportar esto, si algo me pasara…-

Desplegó su ira en un solo acto, aquel padre llamado Itsuki sujeto con violencia la camisa negra de aquel hombre mientras le miraba con ojos amenazantes de romperse en llantos. –Tu familia te necesita fuerte Susumo Yagami, Yuuko y Kari merecen tu valor. Tu hijo siempre fue admirado por tener una valentía formidable, ahora es deber tuyo ser padre y amigo o de lo contrario no le dejarás descansar en paz- un deseo de golpearlo se apoderó de su cuerpo y mente, pero sus principios pudieron más, esta etapa era la negación. Se separó de aquel sujeto y le dio un tremendo abrazo; era conocedor que si un hombre o mujer reprime sus penas entraría en depresión irreversible, no quería que eso suceda. Lentamente fue testigo como ese gran hombre lloró como un niño. No pudo evitar ver como el viejo Shinobu, abuelo de aquel niño, dejaba caer una rosa de color blanco sobre la sepultura de su nieto, de alguna manera u otra ello encontrarían la paz, aunque eso signifique muchos años de duelo.

Fueron todos invitados a la casa de los Yagami, eran amigos y familiares sentados sobre pequeñas sillas adornadas con material de duelo correspondiente. Ninguno podía entablar una conversación normal, tan solo decían y murmuran cosas para darse aliento o recordando alguna que otra travesura de ese muchacho quien en vida fue el mayor hijo de la familia Yagami; su hermana una simpática muchachita de tan solo catorce años había preferido irse a descansar sin importar que apenas cursaban las 6 de la tarde, todos eran conocedores de cuan inseparables eran ambos hermanos y una tragedia como esta llevaría muchos años en cicatrizar en el delicado corazón de Kari, pero lejos de quedarse en su habitación llorando amargamente este destino y presa de un impuso desconocido tomó su digivice el cual guardaba siempre entre los bolsillos de su mochila y abrió la puerta desde su ordenador, tan solo la compañía de su fie e inseparable amiga era lo único que necesitaba en momentos como este aunque para ser sincera consigo misma desconocía si incluso ella pudiera quitarle el amargo sabor de tanta pena.

Terminado todo en aquella casa, Sora logró llegar a la propia acompañada de su madre, ambas caminaron sin decirse ninguna palabra hasta su destino, esa señora de unos aproximadamente 42 años entendía lo que su hija estaba viviendo ahora por eso mismo se dedicó a prepararle un poco de té casero mientras aquella se cambiaba en silencio en su cuarto. Pasaron diez minutos y Sora nunca se hizo presente, la madre optó por llevarle dicha infusión, estaba a punto de abrir la puerta cuando logró oír como esta jovenzuela lloraba amargamente, no tardó en entrar para verla morder su almohada para evitar ser escuchada.

-Será recordado por todos nosotros hija-

-Voy a extrañarlo demasiado mamá-

-Sé que lo harás, pero recuerda que a él siempre…- prefirió mantenerse callada, hace pocos días atrás fue el mismo Tai quien sonriendo como de costumbre pudo conversar con ella en la tienda de flores de la cual era dueña, miraba un tanto más despistado que de costumbre pensando en cada cosa que pudiera decir para no sonar inapropiado; es más hace tan solo dos días que había logrado salir de una operación pues sufrió de apendicitis y aunque fue intervenido a tiempo, quien diría que podría ser un presagio a su desgracia venidera. Para ese día, un castaño joven de cabellera alborotada había perdido a esa mujer venderle un gran arreglo floral con la excusa de ser regalo para su madre pues deseaba hacerle un presente antes de viajar con un grupo de compañeros para jugar su deporte favorito contra grupos de otros institutos. Los muchachos ya habían partido antes pues esa cirugía le impidió viajar con ellos, pero en vista de su evolución saludable y de tener un compañero que se ofreció en conducir hasta donde se realizarían los juegos, este tuvo el permiso de viajar tanto como por padres como por su doctor. Pero esa misma tarde algo nervioso quiso hacer eso; la señora Takenouchi le dijo que podía escoger cualquier y se las daría como regalo sin cobrarle nada, pero tanta fue su insistencia durante varios minutos que terminó por acceder, misteriosamente le pidió mantener el arreglo floral hasta para cuando regresase sin saber lo futuro.

Ahora esa madre sintió una sospecha que toda madre posee, un instinto; por eso prefirió no comentar nada en lo absoluto imaginando ser ese regalo ya comprado no para la señora Yagami sino para su propia hija.

-Me vienes siguiendo desde hace mucho ¿verdad?-

-Ni siquiera en medio de tanta tristeza dejas de ser un niño inteligente, portador del conocimiento-

Al oírle decir eso, Izzy sintió un extraño presentimiento. Había caminado cerca de veinte minutos luego de asistir al velorio al cual nunca imagino estar presente, pero pudo percatarse de algo siguiéndole los pasos mientras este avanzaba en dirección propia; tras haberse detenido para comprobarlo pudo sentir un miedo enorme al ser testigo de tales palabras, alguien sabía de su secreto y posiblemente el de los demás.

-Pareces asustado muchacho-

-Quién eres, revélate cobarde-

-No es momento para hacerlo, ahora que el emblema de su líder se ha perdido no hay nada que pueda detenerme, aunque incluso con la ayuda de ese inepto hubiera sido capaz de alcanzar mis metas-

-No te atrevas a mencionar a Tai de esa manera infeliz- estaba furioso, miraba a todas partes pero nada parecía estar en aquel lugar, nada salvo esa voz.

-Si fuera tú, me cuidaría las espaldas-

-A qué te refieres con eso maldito- ya no hubo respuesta, en un primer instante imagino estar oyendo voces o querer oírlas productos del trauma emocional de haber perdido a un gran amigo, pero no parecía ser el caso. Sintió un remordimiento enorme presionándole su pecho, quiera o no y en pleno duelo debería alertar a todos acerca de esto.

Hola a todos, este es un nuevo fic el cual quise haber podido iniciar antes pero por motivos de tiempo me era imposible. Espero les haya gustado el primer capítulo; trataré de dar lo mejor que pueda para crear una buena historia y si tuvieran alguna duda o sugerencia acerca de los capítulos me gustaría que me las dijera para poder darle mayor sentido o recalcar puntos que pudiera estar olvidando. Sólo me queda dar gracias por darte el tiempo amigo lector de pasarte por este nuevo fic…..