Yu-Gi-Oh! no me pertenece, es obra total de Kazuki Takahashi, los estoy usando para expresar algo que no tengo porqué explicar pues a muchos les valdrá si lo pongo o no.
Palabras: 2820
Pareja: Ninguna.
Géneros: Tragedia, angustia, universo alterno (AU).
Advertencias: En este capítulo, ninguno.
Sinposis: Yugi Moto siempre ha sido el marginado, el odiado, el jamás tomado en cuenta por la mayoría de sus compañeros siendo solo tres de ellos quien le hablaban pero era feliz con ello.
Sin embargo, el mundo no es una máquina que concede deseos por lo que aquella felicidad que pudo sentir al lado de ellos se vio opacada de manera brusca y el pequeño tricolor se quedó, nuevamente, solo.
Aunque, después de cada tormenta viene la calma.
¿Podrá ser nuevamente feliz a pesar de todos los baches que tenga que pasar?
Dedicatoria: Sí, va dedicado a alguien. Este capítulo inicia una larga cadena de sucesos dentro del fanfic que, si bien son ficticios, me recuerdan a una persona. Espero y donde esté que pueda leerlo y sepa que sigue en mi memoria.
Nos vemos mañana.
Adiós.
Nunca digas esa palabra, te puede costar hasta tu más grande felicidad.
A un amigo
O peor.
A la persona que más amas en el mundo.
Yugi estaba con Joey y los demás. Todos platicaban cómodamente, su vida podría definirse como perfecta en todos los sentidos en que se viera a pesar de no ser así para dos de ellos y que solo uno hablara sobre tal tema.
Joey vivía con sus dos padres y su hermana pequeña pero él era objetivo de los golpes por la parte masculina de sus progenitores, golpes que recibía si se peleaba con su madre, si discutía con él, si algo le pasaba a Serenity o si le iba mal en la escuela. No obstante, allí tenía el apoyo de Ryo, Malik y Yugi, podía tener la perfección de una familia con ellos tres.
Y, de los cuatro, solo uno era tan reservado que no llegaban a comprender el que se hicieran amigos. Ese era el pequeño Yugi; rara vez accedía a salir del salón por gusto y hablar con ellos, prefería estar con los libros, imaginando grandes aventuras, imaginando lugares y tiempos exquisitos a su gusto. No obstante, salir de su encierro le reconfortaba pues padecía acrofobia (1).
Malik intentaba meter a Yugi a la conversación pero éste se conformaba con monosílabos o movimientos de la cabeza, especialmente si le preguntaban de libros ya que temía aburrirlos. Ellos no eran como él en el ámbito de la lectura, si hablaba, no podría parar hasta acabar si tenía suerte de terminar de narrar todo lo posible del libro específico que habían pedido. Sus amigos preferían hablar de otro tipo de temas que a él no le interesaban mucho. Algunos sí pero temía meter la pata respecto a lo que le preguntaran.
Escucharon la campana sonar y no hubo más remedio que regresar. Yugi se quedó hasta atrás, eran amigos pero no se sentía digno de caminar a su lado, sentía que él debía quedarse rezagado para que no entorpeciera la conversación fluida que ellos podían tener por horas.
Bajó el rostro para ver el incipiente pasto, esperando que se alejaran un poco más cuando sucedió.
Una de las incontables razones por las que no salía, era esa. La gran mayoría de sus compañeros jugaba fútbol y no medían la fuerza con la que pateaban el balón y él siempre salía blanco de uno o varios golpes en el rostro. Ésta vez, fue en la mejilla. De tan fuerte que patearon, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Sus amigos no se enteraron, jamás lo hacían cuando era hora de irse.
Suspiró y se levantó, caminando y sacudiéndose el uniforme por la tierra que había adquirido.
Sabía de sobra que ellos no se iban a disculpar, que solo se iban a burlar y regañar por recibir el balonazo así que se fue.
Entró al salón y se fue a su lugar, tragándose las groserías que ansiaba decir contra cada uno de esos, dizque, jugadores de fútbol pero de nada iba a servir decirlas, uno le odiaba con el alma, no entendía por qué lo hacía, solo sabía que lo hacía y la prueba era el largo historial de su infancia pero solo podía recordar algunas cosas del mismo, las más dolorosas. Sacudió la cabeza, era mejor enterrar el odio, era mejor ignorarlo porque, así, podía estar tranquilo.
Metió las manos a su mochila y sacó su libro de Química junto a la libreta de la materia. Además, sacó su lectura actual Night School Persecución e hizo como si nunca le hubieran golpeado, ignorando lo mejor posible el golpe.
Solo existía para sus amigos y maestros. Era curioso porque el grupo apenas y lograba llegar a las veinte personas pero así sería toda la vida: invisible y gustaba de serlo. Tenía sus ventajas: nadie le veía pero también era su desventaja. Cuando hacía algo bien, nadie lo notaba pero no le dolía, se había acostumbrado desde niño pero cuando se equivocaba, todo mundo deseaba abofetearlo por eso, todo mundo le criticaba y jamás se disculpaban aun cuando se viera que fue un error el que estuviera mal, que en verdad estaba bien.
La última hora quedó libre. Su maestro tuvo una emergencia y tuvo que salir. Los cuatro amigos se quedaron juntos. Yugi tenía su mochila lista para llevársela. Nadie iba por él, debía volver a casa solo. El horario marcaba que la salida era a las dos de la tarde y ningún alumno abandonaba la institución mientras no llegara la hora estipulada.
Malik, Ryo y Joey hablaron de cosas sin sentido, bromeando sobre la muerte que debería ser dada a algún personaje que odiaran. No obstante, sí se habían dado cuenta de lo inflamada que Yugi tenía la mejilla, le habían preguntado por lo mismo pero mintió; cuando habían formulado la pregunta, ya intuían la respuesta pero él mintió para decir y aludir a la torpeza propia. Su amigo era torpe, no lo iban a negar, pero por un tropiezo normal no generaba dicha inflamación, menos cuando era contra una columna de la cafetería ya que se hubiera rasgado la piel del pómulo.
Había algo que sus amigos ignoraban de su cuerpo y que Yugi había hecho todo lo posible por ocultarlo. Especialmente sobre el corazón. Siempre rezaba porque nunca le diera en la escuela, porque le diera llegando a su casa donde sería más fácil de evadir. Así había permanecido un tiempo, un largo periodo donde nunca supieron sobre ello… hasta ese día.
Comenzó como una pequeña molestia que pudo delegar un tiempo pero ésta fue creciendo y creciendo y creciendo hasta llegar a un punto insoportable. Se disculpó de manera atropellada antes de salir corriendo con rumbo al baño, no quedaba muy lejos, era una bendición en verdad. Una vez allí, llevó la mano al pecho, lugar donde atacaban los dolores. La mano libre la llevó a la boca para ahogar un grito que estaba naciendo y que escapó tan solo abrió la boca.
Poco a poco, el dolor de su pecho fue menguando. El dolor era muy agudo que no podía encontrar comparación. Lo único bueno es que era el único dentro del baño, la secundaria tenía pocos alumnos y eso lo agradecía en aquel momento. Quitó la mano de su boca y suspiró al ver sus dientes marcados con mucha fuerza sobre su mano, no podría explicar con razones de que casi se sacara sangre pero iba a ocultarlo lo mejor que pudiera.
Se levantó y salió del lugar para regresar al salón donde solo sus tres amigos habían notado su ausencia.
A la hora de la salida, Yugi era el primero en irse tan solo los maestros los liberaba. Las razones eran desconocidas para sus amigos pero sacaban teorías y solo algunas llegaban a tocar un punto de la verdad. Éste día no era la excepción pero Joey, Ryo y Malik le atraparon antes de que abandonara la escuela, pidiéndole que se quedara.
Titubeó un momento antes de acceder. Llegar tarde a casa un día no lo iba a matar, su madre jamás lo sabría. Fueron a la mata de mango —nombre que todo mundo le daba aunque era un árbol con más de 100 años—, se sentaron en la misma banca donde habían desayunado y platicaron alrededor de diez minutos antes de que Joey tuviera que irse debido a que le habían ido a buscar —padres sobreprotectores con Serenity había dicho una vez— por lo que se levantó y despidió de los otros tres.
—Adiós, Joey —fue la despedida que Yugi dijo al rubio una vez se separaron. El rubio le sonrió una vez más antes de subir al auto de su mamá. El tricolor lo vio irse, alejándose cada vez más de la escuela.
El pequeño cambió su semblante de alegría por uno de tristeza y melancolía. Todo mundo podía ver de dos formas el que se fuera solo. La primera era que los padres confiaban en uno mismo y la segunda, que ambos estaban absortos en el trabajo que ignoraban a sus hijos.
Sonaban muy bonitas ambas razones pero, para Yugi, no era ninguna. Hubo un tiempo en que su familia fue feliz; hubo un tiempo en que podían hacerle de cosas pero nunca le importó porque tenía el apoyo y cariño de dos personas que le querían desde que había nacido, que le habían criado con amor pero aquellos días habían acabado.
Tomó una combi que le dejara lo más cercano a su hogar, lo más posible.
Antes, cuando niño inocente, le llevaban a la escuela pero debía regresar solo aunque no le importaba pues alguien le esperaba en casa o estaba llegando cuando él llegaba, en casa, en su único hogar. Ahora él era responsable de sí mismo, si comía, si vivía, si estudiaba y demás cosas.
Normalmente, tenía muy poco dinero para su transporte pues o iba en combi y no comía o comía y se iba caminando más de cuatro kilómetros, por eso estaba rayando el primer nivel de desnutrición. De que comía, comía pero era más un desafío si lo lograba llevar algo a la boca, algo de alimento y agua.
Bajó en la parada de su hogar y luego comenzó a caminar. Lo más cercano que podía parar era en la carretera del fraccionamiento. Debía caminar por una preparatoria de, al menos, una hectárea de largo, luego un parque que daba con la primaria y, de allí, debía tomar otra cuadra más para poder llegar a la calle de su hogar y caminar otros siete metros para quedar en el portón del mismo. Tal vez la distancia le molestase en algún tiempo pero ya no lo hacía, al menos no desde que había tenido que caminarse seis veces los cuatro kilómetros desde su casa hasta su escuela y de vuelta.
Al llegar al portón de su hogar pero ya no podía llamarlo así por lo vivido. Entró y fue a su habitación para quitarse el uniforme, ponerse un conjunto de pantalón y camisa de algodón y relajarse antes de comenzar con todo.
Era viernes, significaba que debía hacer comida para él solamente. Llevó la mano a su abdomen, no tenía hambre y, aunque tuviera, tendría que aguantarse, no había nada en el frigorífico. Además, estaba haciendo algo de tiempo, tenía que lavar toda la ropa de la semana, su madre no podía tocar nada, su hermano era muy delicado y su padrastro nunca tocaría una muda de ropa, él debía lavar, planchar y tener aseada la casa, avisar cuando ya no había comida pero ¿de qué servía? Ellos jamás de los jamases iban a escucharle.
Soltó un profundo suspiro. Era viernes, no iba a hacer la tarea en aquel momento, quería escribir pero no podía por todos los quehaceres que le esperaban. Se incorporó y comenzó a trabajar, usando la lavadora aunque su madre le hubiera expresado con bofetadas que no debía usarla, que debía lavar a mano toda la ropa.
Esa mujer ni sabía si se había usado la lavadora o no. Si había comido o no, si había ido a la escuela o no. En un tiempo sí lo había sabido, se había preocupado por él y le había dado el amor de una madre pero, desde que había regresado con su padrastro, todo había cambiado.
Había terminado a las cuatro de la tarde, no había sido mucho. Su hermano había sido misericordioso esa vez y no había hecho nada contra él en la mañana, como dejar todo desarreglado, como poner tachuelas en el piso o alguna de sus bromas típicas.
Fue a su habitación y sacó una libreta forrada con dos hojas de color verde oscuro. La libreta había sido para un proyecto escolar pero no logró el cometido por carencia de fotos, era un álbum pero las únicas fotos que había tenido, habían sido quemadas o rotas por su madre para eliminar una evidencia. Se lo habían calificado y se lo quedó al final del año escolar y, por obra del destino, había sido utilizada. Nunca la llevaba a la escuela por razones muy obvias: a todos les llamaría la atención que él comenzara a escribir y desearían leerla. El ser que le odiaba se burlaría de él por escribir ese tipo de historias.
Si solo fueran con temática heterosexual.
La historia se inclinaba hacia los homosexuales. La pena le llegaba por un mundo hipócrita. Las razones estaban de más.
Todos somos iguales es lo que dice la gente, lo que dice Derechos Humanos pero ¿en verdad lo somos? ¿Por qué un homosexual tiene que pagar por algo que no fue su decisión? ¿Por qué los fanáticos religiosos los tachaban de poseídos por el diablo? ¿Por qué la gente tachaba a los homosexuales enfermos que necesitaban atención médica inmediata para regresarlos al buen camino? Estaba furioso por un artículo que había visto hacía unas semanas, el que una mujer decía que ellos eran pecadores por sentirse atraídos por personas de su mismo género, que las mujeres debían ser golpeadas por sus maridos porque era lo correcto y quién sabe qué más basura había dicho. Simplemente tenía ganas de preguntar sobre el tema y lo que tenían que contestar, las excusas que daban (como el hecho de que el hombre debe estar con la mujer para fines reproductivos), las veces que cada uno de los homofóbicos cantinfleaban (2) para desviar la atención del tema central.
Tomó una gran bocanada de aire para calmarse. Siempre había tenido la duda sobre la reacción de su familia ante su historia. Si lo tomaría a pecho o si lo ignoraría. Si lo internaban en busca de una cura para que no se volviera homosexual o si lo dejarían sin prestar atención.
Se sentó en el comedor con su lapicero en mano y escribió. Había prolongado por demasiado tiempo la escena sexual entre sus personajes porque lo sentía muy prematuro pero no más. Una alegría más a una perfecta vida.
—Los finales felices no existen —se murmuraba siempre. Por más perfecto que pudiera ser la vida, terminaba mal. Los cuentos con el "y vivieron felices por siempre" le parecían absurdos—. El amor en verdad no existe, solo es atracción temporal, se agotará y uno quedará solo. El amor no existe, si sufres, es mucho dolor acumulado, no es culpa de esa persona. El verdadero amor no existe, las relaciones siempre llegarán a su final, siempre terminarán, cuando uno muere es porque se harta de todo, contando esa persona. El verdadero amor no existe, ni siquiera el de Romeo y Julieta, porque de haber sido verdadero, Romeo no se hubiera matado por ella, habría vivido porque sabía que ella así lo habría querido.
Ya tenía el final de la historia, solo faltaba llegar al mismo. Y no había final feliz ni amor verdadero.
La historia no estaba dirigida para nadie, solo para él porque se había creado y cada día que pasaba creaba más y más y más.
Escribió hasta que dieron las seis y media de la tarde, a esa hora, escondió la libreta en su habitación, el único lugar seguro. Su familia llegó minutos después de haber acomodado su libreta. Ellos llegaron felices, sonriendo de oreja a oreja pero Yugi estaba infeliz. Su hermano mayor era el hijo de aquel hombre y de su mamá, ella lo había abandonado —al mayor— cuando él nació. Sus padres tenían anillos en los dedos y había supuesto que estaban casado.
¡Qué mentira más grande!
La verdad radicaba en que ambos eran amantes. Su padre viudo y sin hijos y su madre casada con ese hombre. Escapó bajo la excusa de tener que trabajar, un viaje de trabajo. El resto era de fácil deducción: habían tenido relaciones sexuales sin protección y él había sido el producto. Antes, nunca había sospechado el que su madre se fuera y regresara tiempo después. Lo comprendió con la muerte de su padre.
Veía a esa familia feliz. Su madre esperaba otro hijo. Él era adoptado y tenía que hacerle de muchacho agradecido porque le dieran un techo en el cual dormir. Su hermano lo despreciaba por pensar que era de la calle. Su madre ya lo había olvidado, era solo su hijo bastardo pero jamás admitiría que era obra de una aventura.
Solo los vio bajar del carro, él entro a su habitación, cerrando con seguro la misma sin encender la luz en ningún momento y tirándose a la cama de manera inmediata. Solo así lograba mantener algo de su dignidad intacta. Así evitaba que su hermano le presumiera las cosas que le eran compradas por sus padres, porque él era un niño de la calle que sus padres odiaron y abandonaron por la deformidad que era.
El estar de aquella manera también le ayudaba a controlar el asco que crecía de vez en cuando; además, le ayudaba a poder recordar a su padre.
Yo misma me había dicho que no iría a subir ningún fanfic de este fandom nuevamente debido a problemas anteriores pero creo que éste merece la pena lo quiera yo o no. De alguna manera, creo que después de pasar un tiempo en el fandom de HTTYD (How To Train Your Dragon o Cómo Entrenar a tu Dragón). Veré si vale la pena seguir publicándolo, si no, creo que podré borrarlo o posponerlo indefinidamente.
Matta nee~
