Disclaimer: no, no soy jotaká, de modo que nada de lo que podáis reconocer me pertenece.
Lily voltea la cabeza hacia su izquierda de nuevo y fija su mirada sobre el enorme ventanal que preside el aula de Transformaciones. Afuera, la intensa lluvia no cesa. Las gotas, casi del tamaño de quaffles, repiquetean con fuerza contra los cristales, insistentes.
La pelirroja toma una vasta bocanada de aire y aguanta la respiración. Contrae el estómago con fuerza e intenta mantener la posición unos segundos. Pero resulta demasiado incómodo. Afloja el vientre paulatinamente, dejando escapar el aire desde sus pulmones. La opresión que siente en la zona baja del vientre es cada vez más molesta. Y ella cada vez lo soporta menos. Pero se niega rotundamente a abandonar el aula en mitad de la clase.
Se inclina ligeramente hacia delante, tratando de calmar algún que otro pinchazo. Es entonces cuando percibe un suave cosquilleo, que se origina en el borde de la falda y continúa recorriendo su cintura hasta detenerse en la cadera. Sus extravagantes iris, de un llamativo esmeralda, se dirigen a ese mismo punto. Una mano, observa. Y, seguidamente, una voz asquerosamente familiar llega hasta sus oídos desde el asiento de detrás.
–No te pongas nerviosa, Lily, recuerda que no sientes nada por mí.
James Potter, un crío inmaduro, arrogante, engreído y prepotente con delirio de grandeza.
–Evans, para ti, Potter –atrapa un pellizco de piel entre sus dedos y la retuerce sin compasión, consiguiendo que el joven retire la mano apresuradamente.
Ella sonríe con siniestro placer ante la mueca de dolor que cruza el semblante del moreno.
Pero no debe distraerse. Sabe que si se desconcentra y se relaja demasiado el resultado sería bochornoso para cualquier persona cuya edad supere los tres años. Savannah tenía razón, se reprocha, no es bueno beber tanto líquido de buena mañana.
Y las gotas continúan cayendo, imparables, abundantes. Porque aunque ella no las esté viendo, las oye estrellarse contra las paredes del castillo. Porque hasta la gota más minúscula retumba en su cabeza de forma sobrecogedora. Porque son ellas, precisamente, las causantes de que a Lily cada vez le sea más complicado mantener su esfínter contraído. Sí, se está meando y ya no lo soporta más.
Y es entonces, cuando Lily menos lo imagina...
Riiiiiiiiiiing.
... cuando el timbre anuncia el final de la clase.
Abre la mochila con una mano y con la que le queda libre barre por completo la superficie de su pupitre, dejándola libre de pergaminos y tinteros. Abandona el aula a una velocidad envidiable y se dirige a su principal y -tratándose de una ocasión así- paradisíaco destino.
Levanta la tapa del inodoro, se sube la falda hasta las costillas, las bragas en los tobillos, se sienta y, por fin, relaja la barriga. Se siente casi como en el Olimpo. Entorna los ojos y sonríe para sí, relajada, aliviada, y percibe como esa incómoda opresión desaparece de forma casi inmediata. Inclina la cabeza hacia atrás y la apoya en la fría pared. Abre los ojos y...
–¡Aaah! –un grito ensordecedor.
–Menudo aguante tienes, creía que alguien se había olvidado algún grifo abierto –la despeinada cabeza de James asoma por encima del tabique que divide cada uno de los inodoros en compartimentos individuales. Y sonríe, el muy engreído.
–¡¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí, Potter? –ruge la prefecta casi al borde de la histeria. Trata de ocultar parte de sus muslos tirando hacia abajo de la falda, presa de un súbito ataque de vergüenza. Su límpido rostro ha adquirido la misma tonalidad que su larga cabellera.
–No me has contestado a la nota –responde él simplemente, sin apartar la vista de ella y sonriendo con descaro.
Ella se muestra confusa y claramente incómoda. James se da cuenta y decide socorrerla.
–En el bolsillo de tu falda.
Lily lleva su mano hacia allí y descubre un fragmento de papel arrugado. Lo aplana para poder leer mejor el mensaje.
Eh, pelirroja, te concedo el privilegio y el inmenso honor de ser mi acompañante mañana durante la salida a Hogsmeade. Yo, James Potter, me comprometo seriamente a no mirarte demasiadas veces el culo.
Lily aparta la vista del fragmento de papel y clava una mirada fría, heladora, casi homicida, sobre los ojos castaños de él. Entrecierra los ojos e intenta exterminar a Potter con la mirada, ansía fervientemente hacerlo desaparecer, o que resbale y caiga de cabeza contra el suelo. Desea escupir algún insulto hiriente e ingenioso y aniquilar su engorroso orgullo de una maldita vez.
No obstante, apenas tiene tiempo de decidirse cuando la voz de James vuelve a inundar la estancia.
–¿Entonces, qué me dices, Evans? ¿sales conmigo? –él ensancha la sonrisa hasta límites insospechados–. Considérate una privilegiada.
–Creo que la respuesta es más que evidente ¿no, Potter? –la voz de Lily destila un matiz peligrosamente dulce.
–¡Por supuesto! Entonces ¿te parece bien mañana a las cinco?
–No pienso salir contigo ni hoy ni mañana ni pasado mañana –sisea fríamente, la paciencia ya agotada. Disimuladamente, desliza la mano hasta el interior de su mochila, que yace justo a su lado, y cierra los dedos entorno a la delgada varita.
–¿Eso quiere decir que el lunes sí saldremos juntos?
–¡LARGO DE AQUÍ! ¡Furnuculus!
Y el chorro de luz acierta de lleno.
Hi everyone!
¿Qué os ha parecido? ¿tomatazos? ¿ramos de flores? Debo reconocer que no estoy segura de haber transmitido correctamente la angústia y los nervios que se apoderan de nuestra pelirroja favorita en una situación como ésta.
¿Qué decís vosotros? ¡Opiniones y críticas por RR, please! Juro que suben el ánimo enormemente.
¡Besos con sabor a Merodeador! :)
Danna.
