CAPÍTULO 1

RECIBIMIENTO DE SANGRE

Shion y Dohko atravesaban los templos a gran velocidad. Ya se encontraban en el templo de Capricornio, muy cerca del palacio del Patriarca. Habían sido llamados por este para una misión importante. Dohko era el que más entusiasmado estaba de los dos.

- ¡Seguro que tras esto nos ascienden, Shion! – Exclamó ardiente. Su amigo lo único que hizo fue sonreír.

En los últimos meses no hacía más que hablarse de que la guerra santa contra Ares se acercaba y se necesitaba que todos los santos de Atenea estuvieran listos. También había un pequeño rumor de que algunos santos podrían alcanzar la posición de santos de oro. Dohko y su buen amigo llevaban mucho tiempo entrenando, pero seguían siendo simplemente unos santos de bronce.

Pero finalmente podría haber llegado el momento de que alcanzasen un puesto más alto. Aunque claro, nada se los podría asegurar. Atravesaron rápidamente el templo de Capricornio, el cuál estaba vacío. Era extraño, porque de hecho se habían encontrado el resto de templos del Santuario sin protección, lo que era bastante extraño.

- ¡Vamos, Shion! ¡Tenemos que darnos prisa!

- ¡Si!

Los dos aumentaron la velocidad y en poco tiempo alcanzaron el templo del Patriarca. Al llegar allí recuperaron un poco el aire. Habían corrido tan deprisa por las doce casas desde la zona de entrenamiento que habían acabado fatigados.

- V-Vale… ¿estás listo, Shion?

- Si, vamos.

Ambos empujaron las enormes puertas de la sala del Patriarca y entraron. Allí se encontraban, divididos en dos filas, los doce santos de oro. Bueno, a excepción de dos, el santo de Libra y el de Aries, que estaban arrodillados frente al trono del Patriarca. También había un santo de bronce al que reconocieron enseguida; se trataba de Velkan, el santo de bronce del Lobo. Era imposible no reconocer ese cabello blanquecino y su piel pálida por el que tanto resaltaba entre el resto de sus compañeros

Ambos tomaron posiciones detrás de estos tres santos, mostrando sus respetos al Patriarca y los 10 santos de oro que los rodeaban.

- ¡Shion y Dohko acaban de llegar, señor! – Anunciaron ambos al unísono.

- Bienvenidos, Dohko, Shion. Habéis sido rápidos. Bien, entonces ya estamos todos y podemos empezar. Cómo bien sabréis la guerra contra Hades está muy cerca, pero tenemos un problema. Según nuestros aliados en Asgard, es muy posible que Poseidón esté a punto de despertar. Y si eso pasa, nada nos asegura que no se pondría de lado de Hades para acabar con Atenea.

- ¿Poseidón? ¿Pero no estaba sellado por Atenea tras la última batalla? - Preguntó Dohko, sorprendido de oír nombrar a la deidad de los mares.

- Es tan solo una pequeña superstición de Einar, el representante de Odín. Pero no podemos dejarla pasar por alto. De modo que, partiréis junto con Velkan, y vuestros maestros para comprobar que todo vaya bien. ¿Os parece bien, Quinas? ¿Vega?

Quinas era el santo dorado de Libra. Era respetado por todos en el Santuario por ser quizás el segundo más fuerte de los doce caballeros dorado. Era muy sabio por su avanzada edad, 80 años. Las arrugas ya cubrían su rostro, pero se mantenía en forma que muy pocos eran los que podían hacerle frente en el combate. Vega, el santo dorado de Aries, era mucho más joven que su fiel compañero de Libra, pero ya curtido en muchas batallas que le habían hecho ganarse el respeto de sus compañeros. Tenía la piel oscura, aunque nadie sabía el motivo pues él ya había dicho que no era su color de piel natural. Su cabello rosado, que le llegaba hasta la cadera, era el motivo por el que le habían colocado el sobre nombre de "Vega el cerezo en flor". Aunque no le gustaba mucho, no le importaba.

- Creo que será un buen momento para que los novatos se pongan a prueba, señor – apuntó Quinas con una voz degenerada por la edad.

- Partiremos de inmediato – dijo Vega, sin levantar la cabeza para mirar al Patriarca.

Una hora más tarde Shion y Dohko, cargando con sus armaduras de bronce en sus cajas de Pandora, se reunieron con Velkan en la entrada del Santuario, que también llevaba su armadura guardada. Para su sorpresa, allí también estaba Kanade, el santo de plata de la Lira, que también cargaba con una caja de Pandora.

- ¿Tú también vienes, Kanade? – Preguntó un asombrado Dohko.

- Si. He oído que en Asgard hay un virtuoso del arpa, y me gustaría que me dejará hacer una pequeña competición con él, para descubrir cuál de los dos es mejor.

- Vaya… se nota que eres un gran fanático del arpa – comentó Shion, viendo que el motivo de este para viajar al reino de Asgard era bastante más egoísta que el del resto del grupo. Pero no veía mal que, teniendo en cuenta que pronto estallaría una gran guerra, algunos pudieran olvidar los problemas que tenían a su alrededor.

Los dos santos de oro llegaron al lugar de encuentro. Vega cargaba con las dos cajas de las armaduras de oro, lo cuál no era para nada una sorpresa. A pesar de que Quinas mantenía una corpulencia envidiable, la edad no perdonaba y tenía que guardar sus fuerzas por si debían librar alguna batalla.

- Bueno, creo que no hace falta que os diga que debemos comportarnos en el reino de Asgard. Aunque sean nuestros aliados, son un pueblo muy orgulloso. Velkan viene con nosotros como signo de relación entre ambas tierras.

- Un momento… ¡¿Velkan es de Asgard?! – Exclamó Dohko, pues era la primera vez que lo oía.

- ¿No lo sabías? – Velkan no mostró sorpresa de que su compañero de armas no lo supiera. No es que fuera un secreto que hubiera ocultado durante los 10 años que llevaba en el Santuario, pero no eran muchos los que se habían interesado por su pasado.

- P-Pues no… ha sido una sorpresa.

- En fin, ya sabéis lo que hay que hacer – Quinas recuperó el hilo de la conversación – Debemos investigar si de verdad Poseidón está despertando o no. Si es el caso, hay que impedir su resurrección. ¡En marcha!

El viaje duró cinco largos días. Durante el viaje no tuvieron muchos problemas, salvo cuando tuvieron que cruzar el mar con una enorme tormenta. El viaje también les sirvió para estrechar algunos lazos entre ellos. Shion y Dohko se llevaban muy bien con sus maestros, pero rara vez habían tenido la oportunidad de hablar con Velkan o Kanade. Kanade les deleitaba de vez en cuando con alguna de sus melodías, mientras que Velkan les costaba cosas sobre su tierra natal.

Finalmente llegaron al reino de Asgard. Aunque Quinas lo consideraba una falta de respeto, Velkan aseguró que sería mejor que llevasen puestas sus armaduras para su reunión con Einar. Así, todos se pusieron sus respectivas armaduras y fueron a la sala del trono. Tuvieron que esperar por más de dos horas hasta que el representante de Asgard hiciera acto de presencia.

Era increíble lo joven que era. Podría tener poco más de doce años, aunque ya caminaba con el porte de todo un señor. Su cabello gris claro era una seña de identidad de los representantes de Odín de la familia Polaris. Se decía que cuando un miembro de la familia nacía con los cabellos de ese color, es porque era un enviado del Dios Odín. Sus ojos violeta miraban a sus invitados. El que estaba más adelantado era Velkan, al que recordaba vagamente en su niñez, con los dos santos dorados a su espalda y otros tres detrás de estos.

Al lado de Einar de Polaris se encontraba su mano derecha, Sigurd, del que se decía que era el guerrero divino de Asgard más fuerte del reino. Un poco más alejados del trono, se encontraban otros guerreros divinos que cubrían sus rostros con unas túnicas.

- Primero de todo quiero darle el pésame por la muerte de su madre, Einar-sama. Me sentí desolado cuando me enteré.

- Muchas gracias Velkan. Me alegra ver que en el Santuario te han cuidado bien durante estos años. ¿Y bien? ¿Puedo saber cuál es el motivo de vuestra visita?

Dohko y Shion se quedaron sorprendidos de la pregunta, y aunque no podían verlo, sus maestros también lo estaban. En el caso de Velkan, permanecía inmutable ante la pregunta.

- Mi señor Einar, nos informaron de que sentisteis de que Poseidón podría estar despertando. Por eso nos ha enviado el Santuario, para comprobarlo.

- ¿Poseidón? Mmmmm… no recuerdo haber sentido nada extraño en la entrada del templo submarino. ¿Tu sentiste algo, Sigurd? – Miró a su fiel guerrero, que se limitó a negar con la cabeza – Me parece que fue una falsa alarma. Lamento que hayáis hecho el viaje en vano, santos de Atenea – dejó caer la cabeza sobre su mano derecha.

Todos sus dedos llevaban un anillo cada uno, antiguas joyas que pertenecían a la familia real de Asgard. Sin embargo, a Velkan le llamó la atención uno en concreto. Un anillo que brillaba sobre el resto y que parecía mucho más nuevo.

- ¿Os importaría que pudiéramos echar un vistazo a la entrada del templo? – Preguntó Quinas – Nos gustaría estar seguros de que no sucede nada antes de regresar al Santuario.

- Por supuesto, os acompañaré personalmente hasta la entrada del templo submarino.

Se dirigieron hacía allí siguiendo al caballo del joven representante de Asgard y escoltados por tres de los guerreros divinos de este, que seguían cubriendo sus rostros tras una capa. Los llevaron hasta la desembocadura de una cascada. Dohko se acercó al precipicio para ver la enorme caída que había hasta abajo. No es que los santos de Atenea tuvieran que preocuparse mucho por eso, pero no le gustaría caerse por ahí.

- La entrada está abajo. Tendréis que descongelar la cascada y abrir la puerta. Aunque, teniendo al santo de dragón eso no debería ser un problema, ¿verdad? – Einar miró hacía Dohko que vestía la armadura de bronce del dragón. Este le respondió con una sonrisa provocadora.

Claro que no le iba a resultar un problema. Durante sus años de entrenamiento tuvo que cambiar el curso de la cascada de los 5 picos en múltiples ocasiones. Para él, eso sería un juego de niños.

- No obstante, ¿por qué no nos habéis llevado directamente a la puerta? ¿Por qué traernos hasta el lugar dónde cae la cascada? – Preguntó Velkan mirando al señor de Asgard.

Todos lo miraron entonces. Tenía razón. En varias ocasiones por el camino se encontraron con bifurcaciones que claramente descendían hacía el lugar donde se encontraba la puerta del templo. Entonces, ¿por qué los habían llevado hasta ahí?

Los guerreros divinos que acompañaban a su señor saltaron en el aire quitándose las túnicas y lanzaron una serie de ráfagas de energía. Shion no tuvo tiempo de activar su muro de cristal para protegerlos a todos. Sin embargo, Quinas si que tuvo el tiempo suficiente de parar los ataques con uno de los escudos de la armadura de Libra.

- ¿Qué significa esto, señor de Asgard? ¿Entendéis que este ataque es una declaración de guerra contra el Santuario?

- ¿Declaración de guerra? Oh, no. Es solo un preámbulo de lo que os espera, santos de Atenea. El tiempo en el que el Santuario es quien tiene el dominio de la tierra se ha terminado – Sonrió remangándose y dejando al descubierto su mano derecha, en el que relucía un pequeño anillo dorado – Einar sonrió divertido mirando hacía Quinas.

- ¡Quinas, apártate de ahí! – Le avisó Velkan.

Pero fue demasiado tarde. Einar apuntó el anillo hacía el santo dorado de libra y una poderosa ráfaga de energía salió disparada hacía este. Si Quinas pensaba que su escudo le iba a proteger estaba muy equivocado, puesto que la ráfaga de energía atravesó el escudo y su armadura, causándole una herida grave en el pecho.

- ¡Maestro! – Gritó Dohko al ver como este se arrodillaba. Iba a ir en su ayuda, pero uno de los guerreros divinos le lanzó una ráfaga de energía que le obligó a protegerse tras su escudo del Dragón. El guerrero divino se sorprendió al ver que este no había recibido ningún daño – Maldito seas…

Los otros santos querían intervenir, pero los guerreros divinos se pusieron delante de su señor, protegiéndolo. Quinas estaba en muy mal estado. Ese ataque no le había atravesado el corazón, pero si que le había golpeado muy cerca. No paraba de escupir sangre y sus fuerzas le abandonaban.

- Mierda… no debimos bajar la guardia… - aunque era algo obvio, Shion no pudo evitar hacer el comentario ante la situación en la que se encontraban.

Ni los santos de bronce ni el de plata sabían muy bien como actuar. Pero Quinas miró hacía atrás dirigiéndole una mirada a su compañero dorado. Vega entendió el mensaje y se preparó para lo que iba a venir.

Quinas hizo arder su cosmos y golpeó con fuerza el suelo tras él. Este se partió en mil pedazos y sus compañeros cayeron por el acantilado, hacía la desembocadura de esa enorme cascada congelada. Mientras caían, Dohko pudo ver como su maestro se despedía de él con una sonrisa, antes de girarse para plantar cara a los tres guerreros divinos que iban hacía él. Lo último que oyó fue el grito de su maestro al recibir los golpes de sus enemigos.

- ¡Maestroooooooooooooooooooooooooooooooo!