Las cosas nunca han sido sencillas en mi vida. Quiero decir, al menos no del todo. Era una persona seca, que tenía difícil lo de relacionarme con los demás. No, las relaciones nunca fueron lo mío. ¿Qué más? A parte de que no llamaba la atención el el ámbito de lo que se dice la personalidad, tampoco llamaba la atención en el ámbito físico. Desde luego era una mujer fuerte, como todas aquellas que me rodeaban, pero no era tan bella como otras, por lo que no ldestacaba.

No tenía sentido de la orientación, como dicen que es típico en las mujeres, pero para mí eso iba no se cuántos pasos más arriba. Quiero decir que no era capaz de encontrar algo ni aunque lo tuviese en frente. Una y otra vez, por mucho que buscaba, nunca encontraba. Supongo que me había pasado siempre con todas las cosas de mi vida. No tenía muchos amigos, y los pocos que tenía no se podían considerar lo suficientemete cercanos como para confiarles nada. ¿Mi familia? Bueno, hacia bastante tiempo que no tenía ninguna relación con ellos. No es que eso fuera nada extraño en el lugar dónde había nacido, así que iba dentro de los rangos normales. De hecho, la mayoría de características que te he mencionado hasta ahora iba dentro de los rangos normales de la sociedad en la que vivía, donde cada uno miraba por su propio bien, y cada persona se anteponía a sí misma a la seguridad de los demás. Y aunque hubiera alguna excepción, desde luego esa no iba a ser yo.

Ni siquiera había tenido hijos aún, y ya rozaba la veintena. La mayoría de mujeres en Vegetasei tienen hijos a partir de los dieciséis, y ya han encontrado a su pareja. Yo, no. Porque a parte de no tener nada especial, al no tener relación con mis padres, no podían asignarme ningún compañero. Estupendo, porque eso me convertiría en la primera mujer Saiyan que pasaría sola el resto de sus días.

Tampoco me convenía pensar demasiado en ello y ocupaba mi tiempo en otras cosas. Cosas que se reducía prácticamente a luchar, e intentar hacerme lo mas fuerte y útil que pudiera. Para que así entonces esos cabrones me mandaran a alguna misión y poder ver mundo y hacer algo más que estar encerrada prácticamente todo el día en un lugar donde el cielo estaba siempre rojo, y el horizonte, oscuro.

Aunque tampoco podría decirte que el salir al exterior a destruir y todo lo demás era un plato de buen gusto. Quiero decir, sí, me gustaba, pero no me gustba la gente para los que lo hacíamos. Frieza pagaba bien, y como vivíamos en una especie de sistema económico en el que partíamos de una base en la que prácticamente todos teníamos lo mismo excepto las personas con un título importante, como la familia real, y todos sus allegados, casi todos los demás vivíamos de manera muy parecida, a excpción de que cada uno era envíado a hacer una cosa diferente, generalmente dentro de un escuadrón. Salíamos, hacíamos lo que teníamos que hacer, y volvíamos en busca de más trabajo. Nos remuneraban lo justo, fuera el trabajo más fácil o más difícil, así que tampoco tenía mucho sentido esforzarse demasiado.

Todos los días iba a entrenar para poder llevar a cabo dichas misiones. Era una especie de rutina, me levantaba temprano, me lavaba, e iba corriendo a los enormes valles que servían de entrenamiento, que estaban hechos una mierda, y me cansaba hasta la hora de comer, comía lo que los demás no me quitaban, y volvía a entrenar hasta cierto momento, cuando el Sol dejaba de brillar en el horizonte. Luego me reunía con alguna gente de los entrenamientos o que simplemente conocía de la rutina que todos seguíamos, y hablábamos y comíamos y reíamos.

¿Cuándo se rompió mi rutina?

Pues cuando un día termine de entrenar más tarde de lo que debería. No me importaba demasiado, pero al parecer sin darme cuenta había sadquirido un imperceptible control del tiempo, y cada día hacía las cosas en el mismo orden y espacio. Menos ese.

Termine tarde, cuando las reuniones se habían acabado y los hombres regresaban con sus hembras y sus retoños, posiblemente para alimentarles...y hacer más hijos.

El caso es que me quedé sola en el pabellón donde la gente comía y hablaba, y me senté en una de las mesas a descansar. Entonces, un soldado de tercera clase, como yo, entró en el pabellón. Al no ver a nadie más que a mí se sentó a mi lado. Eso era algo bastante nuevo, porque en general, si no conocías a alguien de coincidir varias veces con él o de estar en el mismo escuadrón, los saiyans no somos muy...sociables.

Tenía el pelo negro, una mata de pelo revuelta, alborotada, y que caía en puntas hacia todos lados. Su piel era morena, signo de hacer trabajos no muy deseables bajo el Sol común de los planetas ceranos, o incluso algo más lejanos que un soldado de tercera clase común. Sus ojos eran duros, negros como el carbón, nada fuera de lo común, pero su sonrisa mostraba cierta amabilidad atípica de ese lugar.

Era un saiyan interesante, y bien formado.

-Creía que era de los únicos que venían a este lugar a partir de esta hora. ¿Tu también tienes turnos de noche? -preguntó, algo serio pero no demasiado estricto.

-No, de hecho, termino mi turno un poco antes de que el Sol se vaya. Por lo visto, hoy me he retrasado-respondí, en mi tono usual.

-Pues me va a venir bien. Esto se puede hacer muy aburrido a veces. Aunque no se por qué, pero tengo la sensación de que no eres una excepcional conversadora...-dijo, con una sonrisa.

-Vaya,buen observador, me extraña que no tengas un rango más alto.

Pareció atónito durante unos momentos, para luego sonreír de nuevo.

-Eres rápida, ¿eh? Soy Bardock. ¿Qué te parece si hacemos un trato? Tú te pasas por aquí un poco más tarde de tu hora cada día, cuando yo estoy...y yo te comparto la mitad de mi menú. ¿Qué dices? Así, no me aburriré.

-Me llamo Jena. Te diría que estoy encantada de conocerte, pero no quiero adelantar acontecimientos. Aunque si me das la mitad, supongo que es más de lo que me queda cuando esos puercos de clase dos se llevan toda la comida. Supongo que trato hecho.

-Muy bien -dijo mi nuevo conocido -hasta mañana pues. Intenta no plantarme. Puede que no lo parezca, pero me ofenden mucho esas cosas -dijo Bardock, levántandose de la mesa y comenzando a caminar.

Me costó admitir que eso era lo más interesante que me había pasado en mucho tiempo.