Renuncia: todo de Hajime Isayama.
n.a: según lo canónico la serie se ubica en la Edad Media, o algo remotamente parecido, pues la tecnología del equipo de maniobras no concuerda ¿? En fin, es casi sacrilegio decir que Shakespeare vivía entonces pero qué más da, por algo es ficción lol, hago alusión a él con algunos fragmentos de sus obras. Las poesías que recita Christa son de Pablo Neruda, a quien también traje mágicamente del futuro.
Finalmente, este fic participa en el AI 2013 de LiveJournal; va para CattivaRagazza.
«Tú eres mi sangre, yo soy tu piel».
Jaime Sabines.
¿Ymir, en serio vamos a estar juntas? preguntaba a la luna, a veces, cuando estaba sola. La veía brillar allá, donde no alcanzan a llegar sus manos, tan majestuosa, tan perfecta y se echaba a reír, con nerviosismo, por tan absurdo cuestionamiento.
No, claro que no era la respuesta.
Que ambas fuesen chicas no tenía nada que ver, con tanto miedo por los Titanes de fuera la gente no le tomaba importancia a las nimiedades de dentro. No obstante, el problema también era ese.
El mundo no intervendrá de alguna forma para separarnos, no lo necesita. Basta con que lo visitemos, y muramos en batalla.
Sí, un paso en falso era equivalente a la derrota. La derrota era equivalente a la pérdida. La pérdida era equivalente al sufrimiento. Y el cariño se quedaba lejos, sin atreverse a tocar corazones, a perecer por ello sin un motivo valido.
Un soldado lo suficientemente listo sabría que enamorarse no es una opción, no ahí, no en esas circunstancias. Pero Ymir había dicho... lo había dicho.
«Cuándo todo esto acabe, cásate conmigo».
¿Alguna vez acabaría?, ¿llegarían a recuperar su libertad, venciendo a todos los Titanes?
Le gustaría decir que sí con seguridad, que como la Diosa que todos creían que era podía conocer el futuro, asegurando que vivirían. La cuestión es que no llegaba a más que una simple humana. Ni Diosa, ni Esperanza ni Salvación. Solo una persona, común.
Una que quería casarse.
Si estuviésemos dentro de un libro, podría ser diferente, podríamos ser felices.
O bien tendrían un final más trágico, como la historia de una desdichada pareja que aquel dramaturgo —como se hacía llamar, pese a que Christa no tuviese idea de su significado, seguramente se relacionaba con el drama, de algún modo— contaba para entretener a las masas, para otorgarles un poco de fantasía entre tanta fatalidad.
Eso habría estado bien. No tenía conflicto alguno con sacrificarse en pos del amor.
— "¡Alma de mi alma! ¡Condenada sea mi alma, si yo no te quiero, y si alguna vez dejo de quererte, confúndase y acábese el universo!" —citó con voz queda, siempre mirando fijamente la luna. Hizo memoria un momento—. "Esposa mía, quise besarte antes de matarte. Ahora te beso, y muero al besarte..."
Los celos infundados, ah, qué bellos resultaban a esas horas altas de la noche. Él había actuado impulsivamente, acabando con la vida de su único amor para luego suicidarse al enterarse muy tarde de la verdad. No era un cuento de hadas, sin embargo, parecía encandilar a la gente con una facilidad casi morbosa. Christa recordaba haber perdido el sentido del tiempo al escucharlo la primera vez, mientras paseaba por el mercado, pocos días antes de la graduación.
Pensó que en un mundo plagado de destrucción y miedo un amor así brillaba como lucero casi extinto, aún sin final feliz.
Las historias de terror no los tienen, diría Eren más adelante al borde de la desesperación, aunque Christa nunca se enteraría.
Seguía vagando en una tierra de Nunca Jamás, dónde los niños podían ser niños, no cargaban con la existencia de otros sobre sus hombros y eran capaces de amar a quien les placiera, sin necesidad de preocuparse porque éste siga respirando al día siguiente, rezando para que sus piernas y brazos sigan en el lugar que deben ocupar.
— "Morir es dormir... y tal vez soñar" —murmuró Christa, y sí, el dramaturgo con sus hermosos personajes, quiénes poseían más humanidad que ellos mismos, tenía la razón. Lo que esperaba tras las puertas del otro mundo asustaba, asimismo colmaba a uno de paz. Como en los sueños—. "El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes de que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza".
Se sentía un poco estúpida recitando tanta palabrería sinsentido a un público inexistente, con Ymir en su mente y no a su lado. Tendría que buscarla, decirle «Ymir, quiero que estemos juntas, pero lo que yo quiera no importa. Tengo miedo, y no sé por qué. Quizás la promesa de ese día no fue más que una broma, quizás no vale la pena luchar por ti».
Puras mentiras.
Parecía irreal, no obstante, había soldados dispuestos a sacrificarse por los demás. Por alguien especial, único. Ellos ponían a esa persona por encima de todos, por encima de sí. Christa anhelaba seguir su ejemplo.
Tristemente sus palabras subían al cielo y su afecto se quedaba en la tierra. Las palabras sin afecto nunca llegaban a oídos de Dios, según los clérigos. Lo que causaba gracia, suponiendo que el tal Dios escucha a sus hijos por igual, sin distinción alguna.
Es por eso, por eso me gustaría irme. Correr descalza entre las hojas perfumadas de un libro, admirando el sepia de sus palabras, viajando entre tantas maravillas, con ella, siempre con ella.
Porque el amor que nace de tan débiles principios, impera luego con tanta tiranía. Y Christa, consciente de ese hecho, prefería acabar con todo antes, siquiera, de que el egoísmo consumiese el sentimiento inmaculado que yacía en su pecho.
Alzó la vista un segundo, para bajarla, observando las hojas de otoño crujir bajo sus pies. Esbozó una sonrisa amarga.
— Si fuese igual al dramaturgo podría inventar mil y un historias, con nosotras como protagonistas. Y todas acabarían bien. O podría ser una poetisa, si no ocupara la mayor parte del día en entrenar.
La poesía también le gustaba.
Pero con versos bonitos no le salvaba la vida a nadie, y con una espada sí. Así estaban las cosas. No había tiempo para cuentos, canciones o rimas, ni para bodas o velos de tul, pulcramente blancos.
«Cuándo todo esto acabe, cásate conmigo».
Dio unos cuantos giros, tambaleándose ocasionalmente, recreándose frente a un padre que recitaba la biblia, con repiques de campanas adornando el aire y sus amigos sonriéndole, esparcidos entre las butacas de la Iglesia.
No había desdicha. Sólo Ymir, sonriendo de igual modo.
No había pánico. Sólo Ymir, sosteniendo su mano.
No había gritos. Sólo Ymir, entreabriendo los labios, pronunciando un «Sí, acepto».
— "Y en mi cielo al crepúsculo eres como una nube
Y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces
Y viven en tu vida mis infinitos sueños".
No, no iría a buscarla esa noche, probablemente tampoco las siguientes. Era muy cobarde para eso; interpretaba el papel de damisela en apuros, y como tal, el derecho de ir a su lado no le fue concedido. Todo dependía de Ymir, siempre había sido de ese modo.
Cabe la posibilidad que lo dijera en broma, como una jugarreta malvada contra mí se dijo pero no, no lo creo. Ella es sincera, voy a confiar.
Y como invocada por sus deseos, los ojos de Christa se iluminaron y corrió hacia ella al verla de brazos cruzados, cerca de la entrada a los dormitorios de las chicas, sin disimular su alegría.
Había decidido que se esforzaría por sobrevivir al máximo, para ir codo a codo, recitando declaraciones que nunca saldrían de su boca, hasta que todo terminara.
— ¿Keith-san nos necesita, ha ocurrido algo?
Ymir negó.
— Se está enfriando. Tu cena —aclaró—. Vamos —y la cogió de la mano, con algo de terquedad, como al ejecutar una tarea que no resultaba de su agrado. Christa soltó una risita al notar lo cálido que era su contacto. La mirada que le dedicó antes de darse la vuelta y guiarla tuvo un atisbo, pequeño, casi imperceptible, de disfrute. Ymir también estaba feliz, junto a ella. Por ella.
Y puede que la sensación embriagadora de sus manos entrelazadas; o la luna, que brillaba más que en noches anteriores; tal vez el simple hecho de vivir el momento, fue lo que la incitó a decir:
— "Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto."
Por encima del hombro Ymir la miró. En silencio.
Las historias de horror no tienen finales felices, afirmaría Eren con contundencia, él no siempre tenía la razón; entonces ellas, como Otelo y Desdémona, como Ofelia y Hamlet, como aquellos personajes, esencia del drama, por consecuente de la acción y el caos, debían ser la excepción a la regla.
— Yo también me alegro de que vivas, Christa.
Era su historia, después de todo.
Una que apenas estaba comenzando.
