NOTA DE LA TRADUCTORA

Versión original en inglés: FanFiction (/s/5945340/1/)

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¡Disfrútenlo!


Resumen: Alemania yace derrotado y solo después de la batalla de Berlín... pero no todos le han abandonado.


El 2 de mayo de 1945, la batalla de Berlín llegó a su fin. La ciudad estaba casi demolida. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania sufrió más de dos millones de bajas civiles. Seis millones de hombres, mujeres y niños inocentes fueron asesinados como resultado directo de las políticas nazis. Cerca de seis millones de soldados alemanes fueron asesinados. Alemania se rindió oficialmente el 8 de mayo de 1945.


Los gritos eran insoportables. Tenían varios días retumbando en sus oídos. Las ráfagas de disparos, el estruendo de los tanques y las ensordecedoras explosiones de bombas le rodeaban; pero, de alguna manera, todo lo que Alemania podía escuchar eran los gritos. Cada uno le desgarraba las entrañas y le arrancaba una parte de él, hasta que no fue más que dolor, miseria, culpa y esa agonizante impotencia que le despedazaba el alma.

Le dolía respirar. Le dolía moverse. Le dolía yacer allí entre los escombros, con el fuego volando sobre los cielos y el sonido de los gritos de su gente en sus oídos. El olor a humo flotaba pesado en el aire y tosió, una vez, y eso también le dolió. Colocando su mano sobre su boca, sintió la sangre de sus pulmones derramándose por sus labios. Cerró los ojos. Tal vez se estaba acercando al final. Medio esperaba que así fuera; al menos entonces ya no le dolería nada más.

Alemania hundió sus dedos en los escombros a su alrededor; aferrándose a los restos de piedra y ladrillo, sintiendo lo que quedaba de aquellos hermosos y fuertes edificios que alguna vez adornaron esas calles. Su ciudad yacía en ruinas a su alrededor. Su país estaba destrozado. Estados Unidos y Rusia lo habían conquistado y destruido, y ahora toda Alemania estaba a su merced. Apretó los dientes y aplastó los escombros con tal fuerza que pudo sentir cómo cortaban sus guantes y se incrustaban en su piel. No pudo detener el avance de los aliados. No pudo salvar a nadie. Estaba tan indefenso ahora como lo había estado bajo el mando del maníaco que lo había forzado a este caos y quien había muerto finalmente, de la forma más cobarde, en Berlín. Alemania estaba imposibilitado, en agonía y completamente solo. Y no podía evitar sentir que se lo merecía.

Alemania no quería estar allí. No se suponía que todo terminara así. Pero, de alguna manera, supo desde un principio que así sería Cerró los ojos fuertemente, pero no pudo luchar contra las lágrimas que se le escapaban. Lloró por su gente. Lloró por los civiles cuyos gritos le rodeaban. Lloró por los que habían muerto a manos y en su nombre de su nación. Lloró por los años de derramamiento de sangre, terror y horrores que jamás imaginó posibles. Lloró por todo eso.

Los gritos se silenciaban paulatinamente y Alemania temía lo que eso significaba. El cielo rojo parecía oscurecerse mientras el suelo giraba lentamente debajo de él. Pensó en Japón, en su batalla continua en el Pacífico, y se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta su propia destrucción. Pensó en Prusia, se preguntó dónde estaría y en lo que pensaría si pudiera ver a su estoico hermano menor llorando en el suelo. Y pensó en Italia, Italia que se había ido, Italia, quien había sido todo y se había llevado todo y había destruido todo. Repentinamente, Alemania se sintió cansado, tan cansado que apenas podía pensar. La sensación de caer al vacío comenzaba a tomar control de su cuerpo cuando escuchó a alguien gritar, un grito agudo y frenético que disipó la neblina que envolvía su cerebro.

"¡Alemania!"

Los ojos de Alemania se abrieron de par en par y él jadeó, casi ahogándose con la sangre. Había estado soñando. Debió haberlo soñado. No podía ser posible que él estuviera ahí. Pero ese grito se escuchó otra vez, desesperado y perforador, al borde de la histeria.

"¡Alemania! Alemania, ¿estás aquí? Por favor, por favor, dime que puedes oírme, dime que estás aquí, ¡por favor, Alemania!"

La voz de Italia atravesó a Alemania como un cuchillo. El dolor del abandono lo inundó una vez más. Italia había tomado su decisión. Él lo había dejado por los aliados. Se había ido sin siquiera mirar atrás, sin siquiera explicar. Había tomado lo que quedaba del corazón fracturado de Alemania y lo destrozó. No. Alemania debía estar soñando. Respiró profundamente, pero la sangre se acumuló en sus pulmones y tosió violentamente, doblándose del dolor que quebrantaba su cuerpo. Tomó aire desesperadamente y su visión se oscureció por un momento. Cuando finalmente pudo respirar, Alemania abrió los ojos y vio que Italia caía de rodillas ante él. Alemania lo miró fijamente, todavía incrédulo.

"Oh Dios, Alemania... oh Dios, Ludwig." Italia se inclinó sobre él y le limpió la sangre de la boca con manos temblorosas.

"Estoy soñando," dijo Alemania. Sonó como un susurro contra los dedos tibios de Italia.

"¡No, no, no lo estás! ¡Estoy aquí! ¿No puedes sentirme?" Italia cogió una de las manos de Alemania y se la llevó a los labios. "Estoy aquí contigo."

"Feliciano," suspiró Alemania con incredulidad. Nunca lo había visto tan delgado. Estaba vestido con un uniforme colmado de tierra, su cabello sin lavar hecho un desorden Se veía exhausto. Se veía aterrorizado. Se veía como la cosa más hermosa que Alemania jamás había visto. Alemania tragó con dificultad. "Te fuiste."

"Tenía que hacerlo." La voz de Italia se quebró. "Oh Ludwig, ¡no tuve elección! Tú... ¡tú debes entender eso mejor que nadie!" Los ojos de Italia brillaban a la luz de los incendios cercanos. Besó la mano de Alemania y la sostuvo contra su mejilla.

"¿Qué haces aquí?" Alemania observó a Italia con ojos nublados.

"Tenía que encontrarte. Tenía que saber que estabas bien," dijo Italia, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Alemania intentó reírse. Nada salió de sus labios. "Italiano demente. Hay cientos de lugares donde te necesitan más que aquí."

Italia negó con la cabeza, determinado. "No. No los hay."

Alemania luchaba contra las sombras que ensombrecían su visión. "Todo se ha ido, Feliciano." Trató de aclarar su garganta, pero eso no lo ayudó a alzar la voz más allá del susurro. "Es inútil. No creo que yo..."

"Eso no es verdad," interrumpió Italia, reforzando su agarre en la mano de Alemania.

"Mi gente..."

"Es fuerte. Como tú. Y también podrán superar esto. Estarás bien, Ludwig." Italia sonrió y por un momento lució como antes, cuando solía cantar y reír y lograba que los días fuesen más brillantes, antes de que todo se volviera un infierno. "Sobrevivirás a esto. Estarás bien."

Alemania quería creerle. "Está oscureciendo."

Italia jadeó. "Eso… eso es sólo porque necesitas dormir," le dijo, un leve rastro de histeria reprimida en su voz. Llevó su mano libre hacia la frente de Alemania y le arregló el cabello. "Duerme, Ludwig. Yo me quedaré contigo."

"Nada de esto se detiene. ¿Por qué lo hacemos?" El cielo se iluminó de repente con la luz de otro bombardeo. Fue casi hermoso. Italia sólo acarició el cabello de Alemania en silencio. "Deberías irte a casa," dijo Alemania, aún aferrado a la mano de Italia y esperando desesperadamente que no lo hiciera.

"No te dejaré otra vez. No importa nada más ahora. Yo sólo quiero estar junto a… a quien yo…" Italia se interrumpió. "Necesito estar contigo. Duérmete."

"Ya nada duele." La oscuridad lentamente se adueñaba del cielo rojo.

"Eso es sólo porque estás cansado. Duerme. Yo me quedaré contigo."

"Italiano demente." Alemania cerró los ojos. Ya no podía escuchar los gritos. Pero podía sentir la mano de Italia, tibia y firme, apretando la suya, mientras se dormía sobre los escombros y las bombas seguían cayendo del cielo.


Fin