Olaaaa! Bueno, estoy de nuevo akí liada con el primer fic que hice en solitario.

Antes que nada, me gustaría aclarar que esta actualización y final del fic, está dedicado a todos aquellos que me mandaron correos y reviews para pedirme que lo siguiera. Muchas gracias! Sí estoy de nuevo aquí con Promesas de Arena, mejorándola y acabándola, es gracias a vosotros!

Muchos de los que seguíais la historia, os habréis dado cuenta de que ha pasado de tener 17 caps a uno solo... xD... la razón, es que hace un tiempo, la leí entera, y la verdad, me resulto bastant mal escrita, con muchos errores tontos, sintácticos y las parejas secundarias, a las que le di muy poco protagonismo. Así, que lo que haré será corregirlo enterito, para así os guste más y disfrutéis más con ella.

En el primer capítulo, bastante cortito, será solo el prólogo que desencadenará la historia en sí. Por si no lo entendéis demasiado bien, se desarrolla justo después del asesinato de Yashamaru, en la Villa Oculta de la Arena.

Este fic es muy especial para mi, espero que la historia, os acabe gustando tanto como pretendo ; ).

Muchos bsos!

Prólogo

Estaré, junto a ti.

Es algo para dos.

No nos dentedrán

al confiar en nuestro amor.

Un destino que, para dos,

tenga un buen final.

Pon tu mano en la mía.

No te olvides nunca de mi amor.

¡Nunca!

El amor está en tu interior.

Solo no estás…

Una niña pequeña, de apenas cinco años, corría perdida entre las calles de una ciudad que no era la suya, por los ojos, escupía miles de lágrimas que acababan resbalando por sus mejillas, llegando a morir en su barbilla, cayendo finalmente al arenoso suelo.

"¿Por qué?" Sollozaba su destrozada conciencia "¿Por qué tengo que ser así? ¿Qué he hecho yo al mundo para que sea así de malo conmigo?"

Corría y corría, sin mirar atrás en ningún momento. Sus cortas piernecitas se movían a toda velocidad y sus pies, tropezaban de vez en cuando, arrojándola cada poco al suelo, donde gemía, se apartaba el largo flequillo de la frente, se levantaba, y seguiá corriendo. En sus oídos, aún hacían eco las últimas palabras que había escuchado por la boca de sus padres.

- Yo no tengo la culpa de haber nacido así… no la tengo… ¿Por qué entonces me odian?-. Preguntó con voz rota la pequeña, jadeosa por el cansancio.- Yo… no lo sé…

Apretó los puños con fuerza hasta hacerlos temblar y crujió sus dientes, produciendo un chirrido estridente en el interior de su boca. Escupió algo duro y de color blanco.

- ¡¿Por qué!

No lo entendía.

De pronto, un murmullo procedente a la calle contigua en la que aquellos momentos atravesaba, la hizo aminorar el paso, hasta llegar a detenerse. Frunció el entrecejo, y, a hurtadillas, se asomó por la esquina.

A pocos metros de ella, decenas de personas se arremolinaban en torno a algo o a alguien, unos, chillando despavoridos, otros, demasiado conmocionados para poder reaccionar.

- A sido él… ¿Verdad?- Preguntó alguien, temeroso.

- Sí… yo lo vi, como a una orden suya, caía muerto…- contestó otro, con el miedo claramente dibujado en cada una de sus palabras.

- ¡Hab… había venido a darme… una cosas rara dentro de un bote… decía que era medicina, pero se… seguro que era veneno!- exclamó aterrorizada una voz claramente infantil.

- Ese niño… es un monstruo… debería estar muerto, debería no haber nacido…

- No te preocupes, he oído decir que el Kazekage ha ordenado su ejecución. En este momento, las aves carroñeras de este desierto estarán devorando sus despojos…

La pequeña que espiaba dio unos pasos hacia atrás, impactada por lo que acababa de oír. ¿Un niño… había matado a alguien y ahora… iban a asesinarlo?

Retrocedió algo más, y pegó su estrecha y delgada espalda a la pared del edificio en el que se encontraba apoyada, muerta de miedo. Un monstruo… había oído que decían de aquel pequeño asesino, un monstruo…

Aquella palabra la golpeó como si fuese un mazo, dejándola sin respiración y con el corazón latiendo a mil por hora.

- Ellos… todos… son iguales…- fue lo único que pudo articular. Echó de nuevo a correr, si era posible, con más rapidez que antes.

Huía de aquellas personas, huía de sus palabras, huía de aquella horrible sensación que se apoderaba de ella cuando escuchaba aquel carácter maldito: … monstruo…

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La pequeña se detuvo, y tuvo que apoyarse en la barandilla de mármol de un tejado, para no caer al suelo, rendida por el cansancio y el dolor que le recorría todo el cuerpo.

Respiró hondo, y dejó que su vista se perdiera entre el mar de tejados de la ciudad.

La angustia y la amargura casi le cagaba la vista, y el miedo por el mañana el hacía temblar de arriba abajo. A ella, a quién aún le quedaban unos días para cumplir seis años. Entornó sus ojos almendrados y deseo acabar con todo, olvidar a todos, deseparecer para siempre y no sentirme nunca más así de sola.

Aquella barandilla estaba tan baja y aquel tejado tan alto…

De pronto, el sonido de unos pasos le hizo despertar de la ensoñación en la que se había sumergido, y, bruscamente, se volteó, quedando cara a cara con una pequeña figura envuelta en la oscuridad, iluminada únicamente por la luz de la luna.

- ¡Oh! Per… perdona… yo… pensaba que no había nadie… ya… ya me voy…

Era un niño. A pesar de que había poca luz, la pequeña de cinco años pudo vislumbrar los finos rasgos de aquel que tenía frente a ella.

Bajo una mata de cabello rojo y revuelto, se encontraba la forma de una extraña herida, aún sangrante, inundando con su flujo parte de la cara del muchacho, haciendo isla en aquellos grandes ojos verdiazules, rodeados de enormes y oscuros cercos, que hundían aún más la expresión que el niño dejaba ver en su triste rostro. Su piel, pálida y suave, estaba recubierta por una finísima capa de arena, como si el pequeño hubiese atravesado el desierto a gatas. Sus manos, crispadas, no se estaban quietas, y apretaban con fuerza su pequeño y débil pecho, como si le doliese una enormidad.

La niña observó observó como él esbozaba una debilísima sonrisa, casi desfallecida, y se apresuraba a darse la vuelta para marcharse.

- ¡Eh! ¡Espera!- exclamó, al tiempo que lo sujetaba por el poncho color marrón que lo cubría.- No te vayas…

- ¿Qué?- el pequeño muchacho alzó una mirada llena de incertidumbre, sin creer lo que acaba de escuchar.

- Tienes sangre en la cara…- la pequeña alzó la mano, para apartarle aquella cortina roja que cubría su rostro.

- ¡Oh!- el niño se apartó, impidiendo siquiera que las yemas de los dedos de la niña le llegasen a rozar su piel.- ¿Esto? No… no es nada… solo una heridita pequeña…

- ¿Heridita pequeña? ¡Pues a mí me parece bien grande!- replicó ella, señalando acusadora la cicatriz sangrante.- ¿Cómo te la has hecho?

El pequeño ensombreció su expresión.

- Eso a ti no te importa.- Le espetó, molesto de pronto.

La niña se cruzó de brazos, también enojada por la reacción del chico.

- ¡No te enfades! Yo sólo quería ayudarte…- comentó, haciendo un mohín.

- No necesito tu ayuda, gracias. Ni la tuya ni la de nadie.

Volvió la cabeza, dispuesto a marcharse. Dio unos pasos hacia el frente, con sus ijos verdosos clavados en las tejas, pero, cuando volvió a alzarla, se encontró de nuevo con la niña frente a él.

- ¡¿Eh!- se volvió, sorprendido. Tras su espalda, no se hallaba nadie.- ¿Cómo te has podido mover tan rápido?

La pequeña se encogió de hombros, como si no le diese importancia.

- No sé, a mí siempre me ha resultado fácil.

El pelirrojo entornó la mirada, y fue cuando descubrió que, de la espalda de la pequeña, brotaban un par de alas emplumadas, blancas como la nieve, iguales a las de los cisnes. Abrió sus extraños ojos de par en par, con el pánico en la mirada reflejado.

- ¡Uah! ¿Qué es eso?- exclamó, señalando con un dedo tembloroso las dos extremdidades cubiertas de plumas.

- ¿Esto?- la pequeña miró sus alas por encima del hombro- es algo que siempre he tenido, creo. Bueno, papá dice que es algo especial que sólo puede hacer los que son de mi familia.

El verdiazul comprendió.

- Una barrera de sangre…- murmuró, pensativo.- Entonces… tú eres una kinouchi ¿No?

La niña asintió alegre con la cabeza.

- Sip eso dicen mis padres que soy. Aunque…- Bajó la vista, tornando torva su expresión- creo mis padres no están muy contentos de que lo sea.- Clavó sus grandes ojos en los de el pequeño, que se estremeció entero, al ver aquellas pupilas que reflejaban esa horrible mirada. Una mirada, que reflejaba tristeza, una tristeza tal… que daba pavor el observarla.

- ¿Por qué no están contentos?- preguntó titubeante, el pelirrojo.

- Dicen que debería haber nacido como tú, siendo un chico. Y que, al hacerlo como niña… - se rascó la cabeza, como si ni ella misma estuviese segura de lo que en realidad le habían dicho- bueno, sucedería algo muy malo.

- ¿Algo muy malo?

- Sí… dicen que, si despierto del todo… algo terrible ocurrirá.

El pequeño, dejó escapar de sus labios un quejido, al recordar lo que había sucedido apenas una media hora antes. Despertar. Aquella era una palabra cruel. Era la palabra que desencadenaba un desastre.

Durante un instante, solo hubo silencio, roto al poco, por los suaves aleteos de la pequeña, que, elevándose en el aire, se posó junto al verdiazul, sonriendo con tristeza. Sin titubeos, extendió sus manos, y rodeó con sus brazos la cabeza del pequeño.

El pelirrojo, al sentir aquel tacto tan cálido, no pudo evitar que un estremecimiento lo recorriese de parte a parte, sacudiéndolo como el río lo hace en un junco. Cerró los ojos, sin saber que hacer, y esperó a que aquel medio abrazo acabase.

Poco a poco, transcurrido un minuto, aquella sensación de calidez fue desapareciendo, y, cuando el niño se sintió igual de frío que siempre, comprendió que el gesto de cariño había llegado a su final.

Abrió los ojos, y se sorprendió al sentir algo su frente. Se llevó la mano a ésta, y con las yemas de los dedos, la recorrió, extrañado.

La pequeña, frente a él, se echó a reír, y se señaló a su manga de la blusa desgarrada. Había utilizado aquel trozo de tela para vendar la frente del pelirrojo.

- ¿Ves? Así la herida no sangrará más.

El pequeño sintió de pronto, como los ojos comenzaron a arder como brasas, y su cuerpo se echaba a temblar, convulso de extrañas emociones. Se dobló sobre sí mismo, agonizante de dolor. La cabeza parecía querer partirse en dos.

- ¿¡Qué! ¡¿Qué te pasa?- exclamó la niña acercándose a él, con la preocupación bien marcada en su cara.

- Es solo… que el corazón me duele…- levantó la vista, y clavó su expresión, aunque contorsionada por el infierno que estaba sufriendo por dentro, falsificada por una máscara de felicidad.- Igual que a ti… ¿No?

A la pequeña se le dilataron sus pupilas, dándoles el aspecto de un felino espiando en la oscuridad. Se llevó la mano a la boca, ahogando un gemido.

El pequeño se incorporó a duras penas, y, con sus manos secas como papel viejo y raído, agarró con fuerza las cálidas de la niña, casi con violencia.

- ¡Prométeme algo!- casi gritó con voz rota.

- ¿Qué…?- ahora la voz de la pequeña no era más que un débil murmullo.

- A ti… también te duele el corazón por que te sientes sola ¿Verdad?

La niña sintió ganas de soltar la mano de aquel niño, y alejarse de él, para no volver a verlo nunca más, pero junto a aquella repulsión, otro sentimiento que jamás había sentido le ataba aún más fuerte a él, haciendo entrelazar los morenos dedos con los blancos del pequeño.

- ¿Cómo… cómo lo sabes?

- Porque yo también siento lo mismo.- Dijo entonces, apretando aún la oscura mano de la niña.- Porque yo también estoy solo…

Esta vez, ella no fue capaz de responder.

- ¡Hagamos una promesa!- repitió de nuevo el niño, aferrándose aún más a la pequeña.- ¡Prométeme que, si algún día estamos igual de solos que hoy, nos encontraremos, pase lo que pase! Así… a ninguno de los dos le dolería el corazón…

A la pequeña se le encendió la mirada y asintió, frenética.

- ¡Sí! ¡De acuerdo!- exclamó afirmativamente- ¡Si algún día nos sentimos otra vez solos, nos buscaremos y estaremos juntos! ¡Siempre juntos!

Alzó el dedo meñique, y lo unió con fuerza al del pequeño.

De pronto, unas potentísimas luces surgieron de aquella pequeña unión, plateada y dorada, se unieron, difundiéndose una en otra, algo, casi insoportable, indescriptible, el resultado de la fusión de dos Chakras con demasiado poder. Los pequeños, a la vez, sintieron como el corazón parecía derretírseles por dentro, gracias al ardor que sentían en sus pequeños cuerpecitos, y, agonizantes, vieron como sus vidas escapaban de ellos sin saber por qué. Y de pronto, del mismo modo en que aquella oleada de poder había surgido, desapareció, dejando a ambos pequeños en el suelo, moribundos, separados un metro de sí, con las manos rozándose.

La pequeña fijó lentamente sus pupilas en las del pequeño, perdidas en lo imperdible.

- Vale… siempre… juntos…

Bueno, hasta aquí llega el prólogo de Promesas de Arena, no demasiado largo, pero espero que os guste igualmente. Como habréis visto lo que ya habéis leído esta historia, no lo he cambiado demasiado, pero algo más adelante, veréis los cambios. Por ejemplo, deseo meter una Navidad por medio en la que volverá un personaje muy importante (Los que ya habéis leído la historia os imaginaréis quién es… xD!)

Mmm… creo que ya no queda mucho más por decir, sólo, que el trozo de canción que daba inicio al capítulo es el tema principal de la película de Escaflowne. En cada uno, pondré un trozo de alguna que esté, de alguna manera, relacionado con el capítulo.

En fin, ya no queda nada más qué decir! Solo espero que os haya gustado, y que si queréis, dejad algún que otro review... no sabéis lo que anima, de verdad, y además, no os cuesta ni tres minutos... ya sabéis... apretad el botoncito de la izquierda!

Muchos bsos!

RiMi.