Be there for you.

Charlie vació la segunda botella de whisky de fuego en menos de un minuto y con un sonoro golpe la dejó encima de la barra de la cocina. Sin esperar otro segundo más, fue en busca de la próxima. Media hora después, el hombre de treinta y un años se encontraba sentado en el piso de la habitación, con su rostro oculto entre sus piernas y sus manos halando sus rojos mechones de cabello. Dos sonidos eran lo único que se escuchaba en el pequeño apartamento de dos piezas: Uno eran los pequeños sollozos del hombre, el otro –un poco más alto e irritante– se escuchaba a una habitación de distancia, y era indiscutiblemente el llanto de un bebé.

A medida que el momento pasaba, los llantos del bebé y los de Charlie iban aumentando en sonido, desesperación y despecho. Cualquiera que conociera al muchacho y estuviese presenciado la escena, se encontraría sorprendido al ver que Charlie Weasley por fin había sido derrotado.

Él estaba hecho un desastre.

Tenía una barba pelirroja que bien podía llevar creciendo cinco días y su cabello estaba más largo de la costumbre. Llevaba unas prendas arrugadas, olorosas y llenas de suciedad, con manchas parecidas a sangre seca y tierra. A propósito, tenía dos nuevas cicatrices en su brazo derecho y era claro ver que él no había hecho el menor intento en curarlas o intentar desinfectarlas. En la cocina, no había ningún plato en la mesa o el fregadero. En cambio, la estancia estaba llena de botellas vacías y un fuerte olor a alcohol.

Los últimos seis días habían probado ser los peores en toda su existencia, y el hombre, que nunca se había enfrentado a una situación similar, no encontraba de qué manera luchar contra sus demonios, su tristeza y preocupaciones. No entendía cómo seguir adelante ahora, sin ella.

Charlie Weasley no era un hombre romántico, y menos del tipo que se enamoraba perdidamente de una mujer hasta el punto de convertirse un perro faldero. En sus días de Hogwarts, había sido el rompecorazones número uno y por muchos años estuvo seguro de que, de haber aceptado el trabajo como jugador de quidditch profesional, se habría convertido en el soltero más codiciado de la liga. Podía sonar arrogante, pero era la verdad. Charlie sentía cómo lo veían las mujeres y tenía un don para enamorarlas con una sola sonrisa. Y puede que una que otra vez se aprovechó de ello, pero hey, ¿qué podía hacer? Él no había pedido esos genes específicamente.

Por eso es que Charlie se sorprendió cuando Kallena respondió negativamente a su invitación a salir.

Y cuando rechazó la segunda.

Y la tercera.

E incluso la cuarta.

Para la quinta vez, ya Charlie sabía que se había perdido a sí mismo y que si Kallena le dijera que saltara de un barranco él lo haría solo para complacerla. Además, ahora se había convertido en una cuestión de orgullo; En sus treinta años, nunca lo habían rechazado y no iba a dejar que ella lo hiciera.

Por lo tanto, siguió insistiendo, trabajó duro para que ella lograse ver que él era una buena persona y que valía la pena intentar salir al menos una vez. Luego, Charlie sin querer cometió un error y deshizo todo lo que había avanzado en esos dos meses. O al menos, eso fue lo que sintió él. Y dos días después se sorprendió cuando Kallena lo invitó a salir.

Y si bien estuvo tentado a decirle que no solo por el puro placer de hacerla sentir como ella lo hizo sentir a él, Charlie no lo hizo. Porque él era un buen hombre y en tres meses se había enamorado de ella como nunca antes le había ocurrido con sus otras conquistas.

Congeniaron al instante, y salieron unas diez veces antes de que, en una borrachera, ella le confesara que siempre le gustó pero no quería verse como alguien fácil, y que algún obstáculo tenía que ponerle. Entonces, él le confesó que la amaba. Ella se inclinó y lo besó como si la vida se le fuera en ello. Y después de esa noche, el resto es historia.

Dos meses después, Kallena quedó embarazada y Charlie se sintió el hombre más feliz del mundo.

Al instante en que se enteró, invitó a Kallie –como él la llamaba– a vivir con él y al día siguiente al que ella se mudó, la sorprendió instalando dos cunas: una en el cuarto donde ambos dormirían y otra en un cuarto vacío, contiguo al de ellos. "Para cuando crezca y ya no necesite dormir con nosotros" Había explicado él con tono de obviedad cuando ella le preguntó el por qué de las dos cunas.

Y Kallena decidió no mencionar que pudieron simplemente cambiar la cuna de habitación, porque él se veía muy tierno y decidido y ella amaba ver lo muy feliz que la idea del bebé le hacía.

En el quinto mes, Charlie recibió un aumento y aunque el dinero nunca había sido importante para él, su dicha creció y decidió que esos ingresos extra se irían para comprar una nueva casa en la que vivirían ellos tres, por lo que fue al banco y abrió una cuenta de ahorros, donde le dijo a Kallena que había guardado la mitad de su nuevo sueldo como saldo inicial. Y el día siguiente, Charlie también se apareció con dos regalos; Uno era para el bebé, un tierno peluche de colacuerno húngaro, y el otro era para Kallena: Un anillo de compromiso con la inscripción "¿Quieres salir conmigo?"

Una de las noches durante el octavo mes, Kallena se despertó por un dolor de espalda, y apenas se levantó de la cama para ir en busca de una pastilla, la muchacha rompió fuentes. Charlie nunca había conducido un carro muggle tan rápido, pero no quiso tomar riesgos y negarle pronta atención médica a Kallena y el bebé. Después de cuatro horas, Charlie descubrió que habían tenido una niña. Y por enésima vez desde que estaba con Kallena, se sintió la persona más feliz del mundo.

La llamaron Minna, como el parque en donde fue la primera de Charlie y Kallena. Minna tenía los ojos azul quebradizo de su madre y el cabello pelirrojo anaranjado de su padre, no podía dormir sin el peluche de colacuerno húngaro que le había regalado su padre y no pasaba cinco minutos sin reír.

Ahora, Minna tenía seis meses y no paraba de llorar, como su padre.

Hacía seis días que Minna no veía a su madre y era entendible que empezara a angustiarse. Además, Charlie apenas la atendía para darle de comer, bañarla y cambiarle el pañal, pero nunca lograba quedarse más tiempo luego de eso, pues apenas veía sus ojos comenzaba a llorar desconsoladamente.

El infierno había empezado el veintisiete de Noviembre, cuando Charlie y Kallena dejaron a Minna en el centro de cuidado de niños que tenía el Círculo de Dragones para sus trabajadores. Ese día, a Kallena le tocaba trabajar con un dragón peligroso y Charlie le recordaba una y otra vez el protocolo, además de comentar varias veces de que prefería tomar su lugar. A Charlie le tocaba trabajo administrativo esa mañana. Ante las insistencias, Kallena simplemente se rió y le dio un largo beso en los labios, luego le dijo que lo vería en el almuerzo y fue a los vestuarios para prepararse.

A las nueve de la mañana, sucedió lo impensable.

Charlie estaba revisando el presupuesto para alimento en el momento que la alarma se disparó, y ni siquiera se detuvo a pensar en los protocolos y cambios de vestuario cuando ya había salido al patio de control a ver que estaba ocurriendo. No se sorprendió al ver que el dragón había logrado soltar uno de sus grilletes y que Kallena –junto a otros dos trabajadores– estaba intentando aplacarlo.

Él la llamó, y mientras corría a su lado le dio instrucciones de que se fuera. Y ella se hizo la que no escuchó. Y Charlie entendió, pues una de las cosas que lo hacían amar tanto a Kallena era su pasión por su trabajo y su testarudez. Entonces, Charlie no le insistió más y simplemente confió en las habilidades de su prometida.

Sin embargo, Charlie debió tomar en consideración la fuerza del dragón en cuestión.

Él se estaba concentrando en atestar uno de los hechizos apaciguadores al corazón del dragón pero este se lo hacía difícil, pues se movía sin control. Charlie no dejó de intentar, hasta que escuchó el grito de su amada. Y cuando volteó, se encontró con la peor visión que había tenido en toda su vida. Se atrevía incluso a decir que era peor que la imagen de su hermano, Fred, muerto en el suelo del Gran Comedor de Hogwarts. Las zarpas del dragón habían atravesado el costado izquierdo de Kallena y ahora su pequeña rubia rumana estaba tendida en el piso, cubierta en sangre y temblando. Charlie inmediatamente corrió hacia ella, y no vio lo suficientemente rápido la zarpa del dragón que venía hacia él. Sin embargo, se había quitado justo a tiempo para que la criatura solo le alcanzara a dar en el brazo. Pero ni siquiera sintió dolor, y lo siguiente que hizo fue tirar de una vez por todas un hechizo de sueño, que en el momento justo dio en el blanco. Y Charlie maldijo a cualquier Dios, Merlín e incluso Dumbledore que existía en el cielo, porque por qué rayos no pudo asestar ese tiro antes.

Logró llegar a Kallena, y una vez se arrodilló junto a ella y la tomó entre sus brazos, entendió que aunque la llevasen al hospital, no había nada que hacer. Su amada estaba más pálida de lo normal y la vida se le escapaba por los ojos. Charlie inundó su mirada, y podía jurar que escuchó un último "Te amo" antes de que la muchacha lentamente dejara de moverse en sus brazos.

Entonces, Charlie Weasley finalmente se había dejado superar por las circunstancias.

Los siguientes cinco días habían sido como si él en verdad no existiese. Su vida ahora consistía en llorar, alimentar, bañar y limpiar a Minna, ser miserable y ahogarse en alcohol. El hombre estaba tan metido dentro de su pérdida, que ni siquiera se dio cuenta cuando la puerta principal se abrió con un fuerte "Alohomora" desde el otro lado.

Al apartamento ingresó una bruja alta, de cabello negro y ojos cafés, que vio a todos lados antes de fijarse en la puerta abierta de la cocina y lo poco que se veía del pelirrojo a través de ella. Con paso rápido se dirigió ahí y una vez entró, su cara paso de sorpresa a indignación a enojo.

– ¡Charlie! ¿Qué carajos…?

El hombre, que ni la había notado entrar, alzó el rostro lentamente y la miró con confusión– Ménica… ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?

Ella soltó un pequeño insultó en una lengua inteligible en el estado ebrio de Charlie y se apresuró a sacar su varita de nuevo– Entré con un maldito alohomora y vine porque tu vecina llamó diciendo que estaba preocupada porque la bebé no dejaba de llorar. ¡Aguamenti! –Apenas terminó de hablar, un chorro de agua salió de su varita directo al rostro del pelirrojo. Él, furioso, se paró de inmediato y le gritó.

– ¡¿Qué crees que haces?!

– ¡¿Acaso me escuchaste, Weasley?! – Contestó ella, en el mismo tono de voz y casi con la misma furia. –Tu hija está llorando desde hace dos horas y ni siquiera pareces inmutarte. –Ya no destilaba enojo, ahora su voz sonaba más preocupada, amigable, suplicante. Charlie no pudo sostenerle la mirada.

–No puedo verla. No puedo ver a ningún lado. Hay demasiados recuerdos, Ménica, hay demasiado Kallena en este lugar –Fue un susurro, una pequeña confesión que lo afectó más de lo que esperaba. El hombre empezó a llorar de nuevo.

– ¿Y qué vas a hacer? ¿Borrar sus recuerdos? ¿Borrarla de tu vida? No me jodas, Weasley. –Si bien Ménica lo entendía, tenía que ser fuerte con él. Hacerlo entrar en razón.

Charlie se partió en dos. Sus rodillas golpearon el suelo y los sollozos ahora fueron más desgarradores. Sin detenerse a pensarlo, abrazó a Ménica por las piernas, en un intento de aferrarse a algo real.

– ¿Qué voy a hacer, Ménica? –Lloró. – ¿Qué voy a hacer sin ella? No puedo ver a mi hija a los ojos, porque me rompo. No puedo alimentarla porque lloro al ver la lecha y acordarme de Kallena. No puedo dormir en mi casa sin sentir su esencia. Era mi vida, Ménica, ¡Mi vida! ¿Cómo se supone que siga viviendo si mi alma se fue con ella?

Ahora Ménica también estaba llorando, y no encontraba la manera de decirle a Charlie que ella estaba tan perdida como él, y que no sabía cómo seguiría su vida sin su mejor amiga viva, pero que tenían que intentarlo.

Suavemente, la mujer se soltó de su agarre y le dijo que volvería en un instante. Charlie siguió en la misma posición, haciendo lo mismo, y solo se detuvo cuando una pequeña mano haló su pelo. Charlie alzó la vista, y se encontró con aquella mirada que había aprendido a amar. Inmediatamente, la voz de Ménica inundó el apartamento.

–Weasley, no sé si alguna vez te dieron clases de biología, pero cuando una mami y un papi se aman y hacen un bebé, este obtiene mitad de la vida de cada padre. Así que, Weasley, te presentó a una pequeña parte de tu alma que sigue aquí, y una pequeña parte de…de…–Su propia voz se cortó, pero siguió adelante–. Una pequeña parte de Kallena. Mientras esta pequeña esté por aquí, puedes seguir viviendo sin problemas, pues tendrás a Kallena retratada para siempre.

Charlie se quedó en silencio un rato, sin siquiera emitir sollozos. Se limitó a ver a su pequeña. Sus ojos, tan parecidos a los de su madre, estaban rojos e hinchados de tanto llorar, y sin embargo seguían teniendo esa chispa de curiosidad y diversión que siempre las caracterizaron a ambas. Charlie dejó escapar un sollozo entre alegre y desgarrador.

Con más lágrimas saliendo de su rostro, arrebató al bebé de los brazos de su amiga y con la voz temblorosa, le habló. – Estoy seguro de que tu madre estaría a punto de golpearme por haberte descuidado. –Y Minna rió, y a Charlie le pareció que Kallena intentaba mandarle un mensaje a través de esa risa que se parecía tanto a la suya propia.

Y entonces, Charlie lo supo. Ellos estarían bien. Él cuidaría a su hija, y mantendría viva la imagen de Kallena.

Porque mientras Minna estuviera ahí, no había razón para estar despechado. Después de todo, Ménica tenía razón: Charlie había logrado quedarse con al menos mitad de su alma y mitad de su vida, y estos dos elementos eran suficientes para revivir a su amada.