DISCLAIMER: Digimon pertenece a Akiyoshi Hongo.


.:. Prólogo .:.

A Odaiba no se le había ocurrido mejor idea que recibirme con un temporal de viento y lluvia. Tal descarado comportamiento de su parte no solo me había causado un indisimulable mal humor, sino que me había dificultado horriblemente el poder conseguir un taxi —a pesar de encontrarme en el aeropuerto—. ¡Ya era difícil cargar con todo este equipaje usando tacos de quince centímetros! No necesitaba más problemas; gracias por esta (peor imposible) bienvenida, querida ciudad.

A pesar de que, sin lugar a dudas, los astros se habían alineado en mi contra, intenté serenarme dándome cuenta de que mi mala actitud no me sacaría más rápido de aquel lugar. Arrastré mi maleta hasta afuera, donde mi suerte empezó a cambiar y encontré un lugar donde la lluvia no alcanzaba. Revolví mi bolso de mano y busqué un cigarrillo. En ese momento recordé que mi encendedor se hallaba en el fondo de mi "pequeña" valija. Balbuceé unas cuantas maldiciones con el cigarrillo entre los dientes y taconeé el piso con rudeza. Pensé que tal vez la concentración de cólera en mi rostro conseguiría encender mi tubo de tabaco… por supuesto que eso no ocurrió. Indignada y sin nicotina, no sé cómo logré divisar un taxi libre el cual corrí y pude adelantármele a la anciana altanera que había roncado todo el trayecto del vuelo.

Una vez sentada en el interior del vehículo, conseguí serenarme bastante. El tráfico era de lo peor, como siempre; no obstante, fui capaz de entretenerme dibujando corazones y otras figuras en el vidrio empañado. No recordaba la última vez que lo había hecho y me hizo sentir tontamente feliz por algún rato. Aunque al estar frente a la casa de Sora, el verdadero motivo de mi visita me golpeó con agresividad, de la misma manera que el viento azotaba a los árboles en ese momento. Me cubrí la cabeza con mi cartera y toqué el timbre repetidas veces, observando la enorme residencia ante mí, era la primera vez que visitaba a Sora y a su pareja.

—¡Mimi! Tanto tiempo… —me saludó la dueña de casa, abrazándome. Siempre me han gustado los abrazos de Sora: son tiernos y memorables.

Luego de dejar mi equipaje en la habitación de uno de sus hijos, volví a la sala donde mi amiga me esperaba con té y galletas.

—¡Me alegra tanto que hayas podido venir! Y qué bueno que conseguiste un vuelo con tan poca anticipación —dijo, dándole un sorbo a su taza.

—Sí, de algo sirve Michael —susurré, corriendo un oso de peluche del sofá para poder sentarme.

—¿Y por qué no ha venido?

—Eso se acabó —solté sin más—. Tú entiendes cómo es…

Sora asintió; estaba al tanto que ella había pasado por lo mismo un par de años atrás.

—El matrimonio es complicado y el divorcio lo es más, sobre todo cuando tienes hijos.

—Sí, Nate está muy confundido y enojado. La manera en la que se dieron las cosas… En fin, no estoy aquí para hablar de mis problemas —enuncié, dejando de lado el detalle de que nunca había pronunciado el dichoso «sí, acepto».

—Mimi, vamos, si quieres contarme sabes que estoy más que dispuesta a escucharte —dijo dulcemente con ese aire maternal que siempre la había caracterizado; Sora era demasiado buena, a pesar de la poca comunicación que habíamos tenido en todo este tiempo, seguía siendo una excelente amiga. Yo por mi parte rodé los ojos y soplé por sobre mi taza. No había hablado del tema Michael con nadie, era demasiado vergonzoso y… patético.

—¿Dónde están tu hijos? —pregunté, notoriamente cambiando de tema.

—El bebé está durmiendo y el mayor está con su padre; mañana lo llevará para hacerle compañía al hijo de Taichi.

—¿Cómo está Taichi? ¿Y Hikari?

—Bastante mal, estuve hablando con él hasta un rato antes que llegaras.

Iba a replicar, pero el sonido de una puerta abriéndose me hizo levantar la mirada. A continuación, la imagen de mi amigo Jou como dios lo trajo al mundo, únicamente cubriendo sus partes íntimas por una toalla rosada, hizo que el té se me saliese por la nariz. Sora se giró de inmediato; lo siguiente que escuché fueron gritos de reclamo por no haberle avisado de mi llegada, además de no sé qué lío por la escasez de toallas. Luego del esclarecimiento correspondiente entre la pareja, Jou apareció nuevamente —vestido, por supuesto— y, todavía algo sonrojado, me recibió con un abrazo. Siempre me han gustado los abrazos de Jou: aunque algo tímidos, saben transmitir contención.

El té y las galletas se acabaron rápido entre charlas nostálgicas. Hacía demasiado tiempo que no compartía con ellos. De cierta manera los envidiaba, cómo habían sido capaces de unir sus vidas pasados los años y ambos con hijos de otras personas. ¿Sería capaz de hacer lo mismo? Solo podía imaginarme lo mucho que me gustaría. ¿Con quién? Ese era el principal problema. Mis amores de juventud ya habían formado familia con otras mujeres que desconocía. Todo era perfecto en sus vidas, o al menos eso creía… El estar lejos por diez años había hecho que me perdiera cumpleaños, reuniones, aniversarios, acontecimientos especiales, penas, chismes (imposible no nombrarlos), entre tantas otras. Y si mi vida hubiera resultado como lo esperaba, lo más probable es que tampoco hubiera regresado ahora. Escapar. Eso era algo que no me enorgullecía conocer tan bien; una figurita repetida en mi álbum de vivencias. En el fondo, seguía siendo la misma egoísta de siempre.

La dulce voz de Sora indicándome que iría a preparar la cena me devolvió al presente. De inmediato le ofrecí echarle una mano, pero ella era demasiado buena anfitriona como para permitirme ayudarla. Con Jou fue igual, así que él y yo seguimos conversando. Me dio gusto verlo con su vida encaminada y que se le notara feliz; también fue un alivio que no me preguntara nada de mi horrible realidad. Creo que algunas cosas nunca cambian; Jou me conocía y sabía que si quisiera hablar de mí, hubiera empezado a hacerlo desde que crucé la puerta.

Luego de cenar, me dirigí a la habitación que previamente se me había indicado. Sora volvió a disculparse por el desorden —invisible a mis ojos— y antes de irse, me comentó que no habría velatorio y que debíamos ir directamente al Cementerio Central. Asentí suspirando y agradecí hacia mis adentros no encontrarme en esa situación tan terrible. No estaba preparada para perder a ninguno de mis padres, aunque lógicamente nadie lo está… Una vez acostada en la pequeña cama, mi única compañía era el viento feroz que silbaba en el exterior, haciendo que las gotas de lluvia se estrellaran con furia contra la ventana. En ese momento me alegró que a pesar de haber empacado en velocidad record, había traído un par de zapatos extra: negros, insípidos y de taco bajo, supuse que irían bien con un funeral; al contrario de mis tacos de quince centímetros estampados en imitación leopardo con los que había viajado, esos no eran zapatos para muerte, barro y lágrimas. Comencé a reírme sola ante la comparación, pero luego me puse seria de golpe, mirando al techo. No solo era la misma egoísta de siempre, sino que para colmo también superficial.


¡Hola!

Este es un nuevo proyecto (intento de Tragicomedia) hecho especialmente para mi querida Sybilla'song, quien me retó a este *piiip*, no diré el/los pairings por ahora (aunque ya varias lo deben saber). Esto es solo el prólogo, por eso es tan corto. Espero no tardar mucho con el primer capítulo y la idea es que no sean demasiados.

La historia está ubicada un par de años antes del epílogo utópico, pero no aparecerán los digimon. Ah y en parte es MI visión de algunos hechos (por eso Sora está con Jou).

Muchas gracias a todos los que lean y espero que te guste, querida C. :)

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