Disclaimer: Reto "Una imagen vale más que mil palabras" perteneciente al foro "I'm Sherlocked".
El fanart no es de mi propiedad.
: / / . a r t / I - l l - - t h e - - o u t- o f - y o u - 0
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Sherlock enferma y sólo Moriarty tiene una cura. Tiene que separarse de John hasta que esté curado, es el trato. Pero puede que Moriarty tenga otras intenciones. ¿Qué ocurrirá cuando John descubra la verdad? Alternativa a lo ocurrido tras RF.
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- Lo prometiste - dice Sherlock apartando por un instante la mirada del microscopio.
- ¿Qué tienes allí, en ese apartamento pequeño y mugroso, que no tengas aquí? Ah, sí, ya sé, no contestes... a John - bufó Moriarty, que acababa de llegar de alguna de sus misiones.
- Fue un trato.
- ¿Y acaso no fue justo? ¿No estarías en una fosa de verdad ahora mismo si no hubiera sido por mí?
- Tres años. He estado encerrado tres años. Hoy cumple el trato.
- El trato, el trato... qué pesado. Te gusta la palabra... Tranquilo, cumpliré mi parte. Soy un hombre de palabra.
Sherlock enarcó una ceja como respuesta. Moriarty obvió el gesto.
- ¿Y qué le vas a decir a tu querido John, cuando te vea aparecer fresco como una rosa?
- Ahí es donde entras tú – sentenció el detective.
John, como en los últimos tres años, tres tristes e inacabables años, se encontraba mirando por la ventana, ausente. No, no se había vuelto loco, sólo era algo que le ayudaba a relajarse. Pensar, sólo pensar, que si su amigo volvía a este mundo podría verlo por esa ventana. Pero no pudo ver lo que ocurriría en un momento.
La puerta del salón del 221B se abrió, y con ello la desesperación de John cuando se giró.
- Tú - gritó a la vez que cogía su arma de la mesita. Desde el día RF no se separaba de ella.
Una razón nada desmesurada cuando entra en tu sala de estar alguien que, aparte de tener que estar - o más bien seguir - muerto fue el que provocó la muerte de tu mejor amigo.
- Moriarty - dijo escupiendo cada letra.
- Yo también me alegro de verte, viejo amigo. Pero no hablemos de mí.
El ex-militar le encañonó con la pistola como respuesta.
- Oh, no, no, no. Yo sólo te he traído el paquete. No mates al mensajero - dijo agitando los brazos en el aire. Y para mayor sorpresa de John, lo mejor - o peor - estaba por llegar.
- John.
Una sola palabra, su nombre, y su sangre se heló.
- Tú - dijo ahora con dolor y odio a partes iguales.
- Tú, tú, tú, te repites John - .
El mayor miró a Moriarty con verdadera ira en su mirada.
- Ok. Lo capto. Ya me voy - dijo este último, saliendo por la puerta como si nada.
- Tres años.
- John.
- Tres malditos años.
- Puedo explicártelo.
Ahora era a él, al desaparecido, al que apuntaba la pistola.
Pero Sherlock no dudó. Se fue acercando a su compañero, su amigo, su no sabía bien qué, hasta que el cañón estuvo en su pecho y los ojos de John muy cerca de él.
No disparó. Jamás hubiera podido. Bajó el arma, y con ella la cabeza, hasta enterrarla en el pecho de Sherlock. El más alto enlazó sus brazos sobre el cuello del soldado, atrayéndolo más hacia sí, aferrándose a ese vínculo. Y John abrazó su espalda con necesidad.
Sherlock acercó los labios hasta su oreja. - He venido para quedarme - dijo en un hilo de voz.
John no pudo soportarlo más, y un manto de lágrimas cubrió sus ojos, lágrimas que recorrieron sus mejillas, muriendo en el abrigo de Sherlock.
Temiendo perder el poco control que le quedaba, se apartó del detective, ante el notorio desconcierto de éste, y se fue a su habitación, lejos de tantos sentimientos.
Allí, en el centro de la sala, el moreno permanecía inmóvil, aún intentando comprender la conducta de su - no tan predecible como el resto - doctor. Y la sombra de una lágrima asomó en la penumbra. Iluso. Esa lágrima, cuan importante será para él, y aún no lo sabe.
John se pasó toda la noche dando vueltas en la cama, maldiciendo el momento, ése momento, en el que Sherlock apareció en su vida. Y maldiciéndose a sí mismo por maldecirlo. Porque, aunque un gran dolor invadía ahora su cuerpo, sabía que si dolía era por algo.
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Se levantó de la cama. No había pegado ojo y la cabeza le dolía horrores. El teléfono sonó, taladrándole el cerebro. Miró quién era. Sarah. Con tanta novedad había olvidado ir a trabajar. ¿Qué iba a hacer? Decirle, ¿sabes?, he olvidado que tenía que ir a pasar consulta... de nuevo. No, demasiadas veces en los últimos meses. Además, algo, o más bien alguien, era prioritario ahora mismo. Alguien, que por otro lado, no se escuchaba.
Dejó el teléfono sonar y salió al salón. Ya se inventaría una fiebre repentina o algo. Era médico al fin y al cabo.
El salón estaba vacío. Tristemente vacío, pensó. Como lo llevaba estando mucho tiempo. Quizá fue un sueño. Quizá nunca volvió, era el pensamiento en su cabeza. Y la tristeza, si alguna vez se fue, volvió a ensombrecerle.
Un gran estruendo, como de ollas cayendo, le trajo de vuelta. Provenía de la cocina. ¿Habrían entrado a robar?
