Todo empezó en Grecia

- Todo empezó en Grecia, Mac...

Había sido la frase favorita de Stella desde que la había encontrado, tras seguirla medio mundo hasta el que había resultado ser su país natal.

- La civilización tal como la entendemos, la organización política, la ciencia, la filosofía. ¡Todo! Todo empezó en Grecia. El movimiento armonioso de sus manos acompañaba las palabras de Stella, como siempre solía hacer

Y no sabes hasta qué punto, pensaba para sí Mac Taylor. Desde que había llegado a Grecia y la había visto sentía que algo nuevo había empezado también entre ellos. La sorpresa en los ojos de Stella cuando le vio, la chispa de alegría con que sus pupilas resplandecieron, le fundió el corazón.

Los acontecimientos se precipitaron sin que tuvieran tiempo de hablar de ellos mismos... Cuando todo acabó con la muerte del profesor Papakota, la única referencia que Stella había tenido en su infancia, Mac sintió que a partir de ahora él tenía que hacerse cargo. Stella había sabido, por fin, dónde nació y quién era su madre, y ahora sabía también con certeza lo que había perdido. Cuando se abrazó a Mac llorando él supo que tenía que estar ahí para ella. El frío y racional Mac Taylor nunca se alegró tanto de una decisión tan precipitada como la que tomó cuando decidió seguirla a Grecia, para sorpresa de todo el laboratorio.

Stella se hallaba en tal estado de conmoción que no era capaz de pensar claramente, por lo que dejó que Mac tomara las decisiones. La primera, salir cuanto antes de Tesalónica. Pero no tenían por qué dejar Grecia. Al fin y al cabo él había tomado diez días libres, y teóricamente Stella estaba en permiso indefinido, ya que él no había tramitado la dimisión.

Al día siguiente de la muerte de Papakota tuvieron que ocuparse en declarar y dejar el papeleo policial resuelto. Stella se aseguró también de que el profesor y su hermano fueran enterrados en su panteón familiar, muy cerca del lugar donde los dos habían muerto, en aquellas tierras que una vez fueron suyas. Stella fue emplazada a entrevistarse en el plazo de unas semanas con los abogados del profesor en Nueva York, pues al parecer Papakota había depositado ante ellos su testamento y su fallecido hermano y Stella eran los únicos a quienes tal documento incumbía. Uno de los abogados la llamó por teléfono al recibir comunicación de la muerte y la adelantó que, con su hermano fallecido y ante la inexistencia de más familiares, Stella era la única heredera. Él mismo le había ayudado a redactar y legalizar el testamento y sabía que el profesor había acumulado un patrimonio nada despreciable, que incluía la propiedad de su casa de Nueva York y otra casa en Grecia, en la isla de Paros. Le dio a Stella la dirección de la casa y la animó a que fuera a visitarla, ya que estaba en el país. Sólo la ejecución del testamento faltaban para que, al fin y al cabo, ella fuera la dueña en un corto espacio de tiempo.

Así fue como en cuatro frenéticos días Stella supo que ella era en realidad griega de nacimiento, y además se acababa de convertir en dueña de una casa en Naoussa, en la isla de Paros. Naoussa, precisamente, el lugar donde ella había nacido. No podía ser casualidad.

El vuelo de Tesalónica a Atenas era corto, poco más de una hora, pero cuando se sentó por fin en su plaza, Stella sintió el cansancio acumulado de los dos días últimos, y de la noche anterior en la que los nervios de los acontecimientos del día no permitieron que conciliara el sueño, así que a poco de apoyar la cabeza en el respaldo de su asiento estaba ya dormida. Fue resbalando de lado hasta quedar apoyada en el hombro de Mac, y después en su pecho. Los rizos desparramados le hacían cosquillas en el cuello, y podía sentir su olor, siempre fresco. La puesta de sol era bellísima, sobre las nubes que tomaban un tono rosado, y el mar Egeo refulgía, plateado y quieto. Mac pasó un brazo protector sobre el costado de la mujer dormida a su lado, y ella se apretó más contra él.

El vuelo transcurría tranquilo. Cuando la azafata pasó a preguntar qué deseaban de cena, entre un menú de pasta y otro de ensalada. Mac eligió pasta.

- ¿Y su esposa, va a querer algo? Mac miró sorprendido a la amable señorita.

- Ella no... iba a decir que ella no era su esposa, pero lo pensó mejor, al fin y al cabo qué le importaba a nadie... Ella no sé si despertará, pero en tal caso tráigale una ensalada, por favor.

Stella se desperezó suavemente al despertarse con el ruido de bandejas y cubiertos que estaban siendo servidos. La azafata llegó en ese instante.

- Menú de pasta para el caballero... y dejó la bandeja en la mesilla abatible que Mac había preparado cuando Stella recuperó su posición en su asiento. Y menú de ensalada para la señora. Su esposo lo pidió para usted... Pero lo podemos cambiar si lo desea.

Aún no muy consciente Stella asintió.

- Ensalada está bien. Y mirando de pronto a Mac, despierta de repente al darse cuenta de lo que la chica había dicho... ¿Mi esposo lo pidió? Una risa la animó de pronto, haciendo feliz a Mac, que no la había visto en su cara desde hacía demasiado tiempo. La azafata asintió. - -- ¡Qué bien me conoce!, continuó Stella y pasando una mano por la mejilla de Mac depositó un suave beso en ella. La azafata les miraba sonriente. Se había fijado en ellos al entrar. Qué buena pareja hacían, y cómo se veía que él estaba pendiente de ella en todo momento y de todos sus movimientos. Que entre esos dos había "química" se veía desde lejos. La joven pensaba, al verlos abandonar el avión una vez llegados felizmente a la capital, que ojalá algún día ella pudiera encontrar alguien que la mirara como ese hombre de ojos azules miraba a la esbelta mujer de la melena rizada...

Stella no quiso que Mac ocupara una habitación distinta, se sentía más segura con él cerca, de modo que una de dos camas le parecía perfecta. Mac no había disfrutado de vacaciones en los últimos ocho años, por lo que había decidido que su estancia en Grecia sería a lo grande, como superando ocho veces las expectativas de unas vacaciones normales, por las ocho vacaciones no tomadas. Se había dirigido directamente al Hotel Grande Bretagne, en la plaza Sintagma. El lujo del hall había dejado a Stella boquiabierta, y la habitación que les habían asignado era impresionante. La caída del turismo norteamericano desde los acontecimientos de las Torres Gemelas se había dejado sentir en Grecia, sobre todo en los hoteles de lujo, de modo que un pasaporte americano hacía poner a todos lo empleados en formación... por ver de recuperar a la que fuera su mejor clientela.

Mac se sentía inseguro ante la perspectiva de compartir la habitación... porque cada vez le estaba costando más mantenerse alejado de Stella, y no tocarla... y de lo único que tenía ganas era de abrazarla y hacer que todas sus penas se fueran y ella volviera a ser la mujer de la eterna sonrisa, de la risa, como ella siempre solía ser. Verla triste le partía el corazón, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por cambiar eso.

Pero esa noche no hubo ningún problema, apenas salió del baño con su camisón y su bata y se tumbó en la cama, Stella se durmió, por fin tranquila y profundamente. Cuando Mac salió a su vez, vistiendo únicamente sus boxers, ella ya no le vio, lo cual le produjo cierto alivio. Stella no había tenido tiempo ni de taparse, así que él se encargó de poner las sábanas sobre ella, e incluso se atrevió a besarla en la cabeza.

- Buenas noches, corazón, felices sueños. Ella respondió con un suspiro, completamente dormida, pero de alguna manera consciente de que estaba a salvo porque él estaba allí.

En los dos días siguientes tenían previsto ver los monumentos de Atenas, y después Mac ya había decidido que harían un crucero de cuatro días por el Egeo, saliendo de El Pireo para llegar hasta la costa turca y ver también la joya de Éfeso. En ese tiempo, esperaba convencer a Stella de que debían visitar Paros, y la casa que iba a ser suya, algo a lo que ella era reticente. Mac sabía que era por miedo de lo que pudiera encontrar allí sobre su pasado, pero también sabía que no podían abandonar Grecia dejando atrás tantos cabos sueltos, ahora que por fin tenían alguna información. Convencer a Stella sería su siguiente tarea.

¿Conocéis la estatua de Poseidón que se puede admirar (y nunca mejor dicho) en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas?. Echadle un vistazo (se encuentran fácilmente imágenes en Internet) antes de leer el próximo capítulo, porque vamos a tener a un Mac desconocido por su descaro en competencia con este espléndido ejemplar de dios en forma de hombre