¿Nunca sintieron enamorarse de un lugar?
Todos los personajes le pertenecen a Hidekaz Himaruya.
.
.
.
Único. Esa era la palabra perfecta para describirle, así como a los sentimientos que le despertaba. El solo recuerdo de un aroma, un roce sobre su piel, un murmullo; le eran inexplicables las sensaciones que en él generaba. La memoria de tiempos pasados; el soplido del viento que traía consigo un sentimiento de plenitud; las olas que con su ensordecedor rugido le retumbaban en el pecho hasta despertar los latidos de su corazón; el calor del Sol pesándole sobre la piel; las gotas que alcanzaban hasta lo más alto, tocándole en una suave caricia. Y la vista, desde lo alto de aquella bestia, simplemente le quemaba los ojos. Un recuerdo tan vívido que florecía de más profundo de su ser y clamaba por cada centímetro de él, le consumía hasta volverlo quien una vez hubo sido.
El mar a su alrededor jamás le dejaría y los recuerdos permanecerían en su mente por siempre, pero tenía que verle. Temía que la nostalgia que le invadía quedara enterrada en su alma, pesándole con el dolor. Debía verle, solamente su encuentro sería capaz de volver elevar su espíritu de la misma manera que una vez hubo volado en la libertad del océano. Debía verle, para que su mirada volviera a vivir con la voracidad flameante de antaño.
Porque tan sólo un recuerdo, de lo que fuera que éste se tratase, es capaz de revivir en la mente de uno sin previo aviso y marcharse con la misma velocidad, dejando un sabor inexplicable que va más allá del placer o el desagrado.
A Inglaterra le sabía a melancolía.
—Señor, ya lo hemos encontrado. ¿Desea verlo?
—Por supuesto.
Poseía los recursos y el tiempo necesario para emprender su búsqueda. Una cámara especializada en el océano fue capaz de hallarle. Le condujeron hasta la sala en la que se encontraba la pantalla, y fue allí cuando le vio nuevamente. Por muchos años que pasaran, sin importar cuantas cosas sus ojos hubieran conocido, aquella imagen seguía siendo única, y él jamás podría dejarle.
Un sentimiento de pureza tal que le resultaba indescriptible. Perdía conciencia de cuanto a su alrededor hubiera, era solamente él y la imagen. Quebraba toda barrera y le volvía sensible a su recuerdo. Transportaba su ser hasta el interior de su memoria, toda pesadumbre era dejada atrás y nada más existía. Por mucho dolor que le hubiera ocasionado, no era hasta ese momento en que verdaderamente daba cuenta de cuánto le había extrañado.
No se trataba de la época y situación que representaba, ni de los logros y fracasos correspondientes, sino del viento del pasado que soplando se le escapaba entre los dedos.
Con la avanzada tecnología que poseía era capaz de volver a recorrerlo como antes lo hubo hecho, podía sentirle como si fuera la primera vez, y volvía a enamorarse, porque su desgastada y maltrecha figura seguía siendo la misma para él. A pesar de encontrarse hundido en el océano podía proyectar su perfil, lleno de vida, navegando gloriosamente, volviéndolo pleno una vez más. En su juventud, en su soledad, en la libertad del agua era aquél su fiel compañero, el que terminaba de completar la escena que desbocaba su corazón.
Tenía que permitirse ese momento y volver a verle; aunque fuese a través de una pantalla, percibir su implacable energía afectándole. Era el irreemplazable recuerdo de sí mismo siendo uno con el navío, era la imponente presencia del barco y el sentirse dueño de él, era la desesperación del mar al atacar y la textura de la madera húmeda sobre sus manos cuando éstas se hallaban desnudas. Es que al verle, ya fuera en su mente, cara a cara, o por medio de una pantalla, el irresistible sentimiento de pertenencia avasallaba con toda razón y le ataba a aquel barco. Sin remedio u oposición alguna, eran el uno para el otro.
