Disclaimer: Nada relacionado con Sailor Moon es mío
Nota preliminar: Esta es la continuación de "Lo que hay detrás de la cortina", por lo que, si no has leído ese fic, es posible que no entiendas lo que aquí va a ocurrir. Por lo mismo, recomiendo encarecidamente que lean ese fic antes de dedicar su atención a éste. Dicho esto, no quiero que piensen que estoy obligando a que lo hagan. Ustedes deciden si hacer caso a mis sugerencias o no, pero es mi deber como escritor explicar estas cosas para que no se produzcan confusiones.
También quiero advertir al lector que mis actualizaciones no gozarán de la frecuencia con la que lo hacía con mi anterior fic, pues voy a dedicar mi tiempo a otros proyectos también, como mi primera historia de amor del Sailorverso y un fic de otro fandom.
Advertencia: Este fic contiene violencia, lenguaje grosero, una que otra escena sexual y un romance entre dos chicas. Si eres alérgico a la sangre o al lesbianismo, entonces no sigas leyendo, por tu propio bien.
Un saludo.
Cortejando el Apocalipsis
Prólogo
El hallazgo
Washington, 13 de marzo de 1964, 04:45p.m.
Darren Church tenía un refrán que siempre le gustaba recitar a sus colegas cuando estaba trabajando en algo importante.
Dormir es para los débiles.
Por eso era curioso que su mejor amiga fuese una neuróloga que trabajaba en Maryland, en el Hospital Naval de Bethesda, pues le insistía hasta el cansancio la importancia de dormir bien para el cerebro. Darren siempre recordaba sus pláticas con Moira Lewis, la neuróloga de la que hablé antes y, en su opinión, ella era más aguda que la punta de un alfiler. No obstante, pese a lo que pensaba Moira de él cuando se trataba de descansar, Darren tampoco era demasiado descuidado y descansaba cada vez que no hubiera algo relevante en su agenda.
No en aquella ocasión.
Darren era un arqueólogo, pero uno poco típico. Pese a que se había graduado con honores de Princeton, no se consideraba un académico que se la pasara leyendo libros. Él era un tipo que le gustaba la acción, la adrenalina de adentrarse en lo desconocido y buscaba la verdad en el lugar donde vivía.
Sin embargo, en ese preciso momento, estaba inmerso en un volumen antiquísimo y polvoriento que hablaba de algo que él llamaba "conflictos de marineros". Aquel era un nombre que usaba para encubrir que estaba investigando las Sailor Guerras, un tópico que todo arqueólogo evitaba, más que nada para no exponerse a ser arrestados por el FBI. Después de lo que había ocurrido en la madrugada del 15 de diciembre del año pasado, el FBI, por mandato del presidente Lyndon Johnson, calificó como un delito federal cualquier investigación relacionada, aunque sea remotamente, con las Sailor Senshi. Pero Darren era tozudo. Aparte de creer que la CIA había influenciado en la decisión del presidente Johnson, hallaba interesante el tema de las Sailor Senshi, de dónde provenían y qué las hacía tener esos poderes tan extraordinarios.
Darren leía unos viejos recuentos de una expedición en el Ártico, descripciones de los tripulantes de un barco que hace mucho que se había extraviado cerca del Polo Norte. No obstante, la mayoría de las narraciones hablaban de la fauna local, de cómo se fueron quedando sin alimento y de los reportes de canibalismo al capitán del navío. Pero Darren era un experto leyendo entre líneas, habilidad que la había adquirido cuando trabajó como negociador para el Departamento de Policía de Nueva Orleans, cosa que había hecho para costear sus estudios. De esa forma, supo que el objetivo de la expedición no era el descubrimiento del Polo Norte, sino que de algo más.
El Diamante Lieberman.
Era llamado así por el capitán del navío que se lanzó en su busca y se extravió en las aguas del Ártico. Sin embargo, tal diamante no tenía nada que ver con su obsesión con las Sailor Guerras. Darren solamente quería obtener la piedra y venderla a un museo para obtener financiamiento, pues tenía la impresión que investigar las Sailor Guerras le iba a costar mucho dinero, y tal vez unos cuantos años en una prisión federal.
Darren ya obtuvo lo que necesitaba. Guardó el libro en su morral y salió del hotel, rumbo al aeropuerto, ignorando que dos hombres ataviados con sombreros de ala ancha y gabardinas le seguían desde muy cerca.
