¡Okay, okay!
Proyecto nuevo. Fandom no tan nuevo. Pareja infravalorada y que no tiene el amor que merece. Un AU de inmortalidad que se me ocurrió gracias a un sueño, ¿qué podría salir mal?
Dedico la totalidad de este proyecto a una amiga que adoro con toda mi alma y que merece todo el amor del mundo, mi hermosa Sam (AhtnamasLockedLatthios). Sin ella no habría tomado el coraje necesario como para escribir este fic, porque la trama en verdad es demasiado complicada para su propio bien y me caga. (?)
¡Pero bueno! Espero les guste.
Y espero sí terminar este fic y no dejarlo abandonado *cofcofcofcofonlineinlovecofcofcof*
¡Disfruten la lectura!
Disclaimer: Hetalia no me pertenece, todos los créditos van hacia su creador Himaruya Hidekaz. Lo que sí me pertenece es este AU y todo lo que esté escrito a continuación. Por favor, di no al plagio.
Capítulo uno:
El recuerdo del que huye.
Aún puede recordar el dolor en su pecho y sus piernas luego de correr durante tanto tiempo.
Aún puede recordar las lágrimas bajando sin descanso por su rostro.
Aún puede recordar las palabras de aquel hombre que sólo se encargó de hacerle miserable la vida, de dejarle sin esperanzas.
El hombre que quiso atormentarlo por toda la eternidad.
El hombre que había matado a la mujer que amó durante medio siglo frente a sus ojos sin piedad alguna.
Y aún puede recordar ese cálido toque que buscaba reconfortarlo, con un olor a especias y café.
Una sonrisa amable y unos ojos dorados como la miel.
… Miel.
«… Esta autoproclamada Generación Dorada sigue siendo un enigma para la ciencia actual. Individuos que pueden vivir eternamente y regenerar cualquier parte de su cuerpo que les sea destruida, incluyendo órganos internos. Durante siglos se ha estado buscando una respuesta a este extraño síndrome, una razón de porqué existen y por qué son tan pocos en el mundo.
A pesar de que viola todos los derechos humanos que existen en nuestra actualidad, cuando se conoce de la existencia de una persona que pertenece a la Generación Dorada ésta de inmediato es capturada y puesta bajo rigurosa observación para así descubrir los secretos tras su inmortalidad.
Los científicos Alfred F. Jones, de treinta y cuatro años y Oksana Tishchenko, de veintinueve años, son quienes cuentan con el más amplio arsenal de sujetos de prueba, contando con dieciséis individuos de distintas nacionalidades. Ahora mismo estamos aquí con la doctora Tishchenko, quien nos ofrecerá una entrevista para-».
Feliciano apagó el televisor, mirándolo con reproche como si éste fuera a sentirse arrepentido por haberle hecho ver algo tan inhumano. Él ya sabía de la existencia de dichas personas, además del hecho de que los trataran como simples conejillos de indias que no tienen voz ni voto cuando se trata de hacer experimentos con ellos. Incluso las organizaciones mundiales se hacían las ciegas con este tema, alegando que no ha habido denuncias formales que traten tales experimentos de inhumanos.
Porque toda la humanidad temía de esas personas inmortales. Temían que, al no haber forma alguna de matarlos, fueran a hacer una revuelta y tomar el control de todo el mundo para hacerles sus esclavos. La sola idea era tan absurda que hacía a Feliciano reír, ¿qué clase de ideas sobre las relaciones humanas tenían ellos?
Negó con la cabeza, debía dejar de pensar en eso si no quería ponerse de mal humor. A pesar de que el documental que habían pasado en la televisión era de hace seis meses y no habían noticias desde que se hizo le seguía dejando un mal gusto en la boca. No le cabía en la cabeza que las personas pudieran ser tan crueles como para hacerles cosas así a cualquiera que fuera diferente a ellos.
Estaba profundamente decepcionado de la sociedad.
— ¡Romeo, espero que ya estés listo!
Ningún sonido le respondió, haciendo que rodara los ojos. No entendía por qué últimamente su hermanito menor estaba tan rebelde, pero a este paso le sacaría canas a temprana edad.
Y no iba a permitir eso, apenas tenía veinticinco años.
Fue a la habitación de su hermano, entrando sin siquiera tocar para encontrarlo mirando a su celular sin verdaderas intenciones de prepararse para su entrenamiento de fútbol.
Feliciano por poco quiso gritar.
—Romeo Ludovico Vargas, ¿por qué no te has alistado?
— ¡Te dije que no quería ir!
—Ah… Fratellino, entiendo que sea difícil el crecer, pero mamá y papá te inscribieron al entrenamiento para que pudieras hacer amigos. ¿No te está yendo bien?
—No me gusta el fútbol…
— ¿No te gusta?
— ¡No me gusta! Hubiera preferido que me inscribieran a algo más que sí me gustara… No sé, dibujo o el club de historia que abrieron en la biblioteca.
—Mañana habláremos de eso. Por ahora mejor prepárate si quieres tener un buen record de asistencia para convencerlos.
— ¿Podemos comer helado cuando vengamos?
—Claro que podemos.
Con una sonrisa hacia su hermano menor que sí le fue correspondida esta vez salió de la habitación a la sala, sentándose en el sofá mientras veía la hora en el reloj de la pared. Esperaba que pudieran llegar a tiempo para que él pudiera ir al teatro a tiempo, realmente no quería que el director se molestara otra vez con él por no ser responsable y no llegar a tiempo. Ya le había pasado demasiadas veces antes, que se agregara otro strike sólo le dificultaría notablemente las cosas cuando se tratara de interpretar papeles mayores.
Feliciano Massimiliano Vargas, recién graduado de Artes Escénicas y un actor en entrenamiento en el Teatro Eliseo. Veinticinco años, hermano mayor de un adolescente de catorce. Realmente no se podía quejar de la vida que estaba llevando, podía estudiar la carrera que siempre soñó, tenía la aprobación de sus padres, un hermano menor que lo veía como ejemplo a seguir y un buen lugar de trabajo donde se le daba la oportunidad de actuar cuando lo solicitaba. Claro que en el plano aún le faltaba una linda novia, pero con lo que tenía por el momento era más que feliz.
Alzó la mirada cuando Romeo lo llamó, tomando las llaves de su auto de la mesita de café y su mochila del sofá. Debía dejar a Romeo en su entrenamiento de fútbol y después apresurarse en ir al teatro si quería llegar a tiempo y no enojar al director, quien ya se estaba poniendo un poco sensible gracias a sus retrasos.
En serio, estaría jodido si no fuera un buen actor.
Ni Feliciano ni Romeo notaron al salir un par de ojos olivos mirándolos desde la distancia.
Cuando ambos hermanos volvieron a la casa, siendo ya casi las diez de la noche, se encontraron con la sorpresa de que la puerta estaba abierta pero ninguna luz estaba encendida.
Feliciano dejó a su hermano afuera, indicándole que llamara a la policía si él no le avisaba que todo estaba bien.
El hermano mayor entró a la casa con el corazón casi en la garganta, encendiendo la luz de la sala sólo para encontrarse todo en su lugar.
Bueno, casi todo.
En el sofá estaba alguien dormido, alguien que jamás había visto antes. Con cabello castaño oscuro y una piel ligeramente más oscura que la suya. Podía notar que era casi parecido a él, pero eso no tendría sentido. Romeo era su único hermano.
… Lo era, ¿cierto?
— ¿Feli?
Volteó a la puerta, notando a su hermano menor asomando su cabeza y luciendo preocupado. Le sonrió para intentar tranquilizarle, haciendo un sencillo gesto con su mano para que entrara a la casa y fuera directamente a su habitación. Así lo hizo, sin dejar de sentirse preocupado acerca de quién era esa persona durmiendo en el sofá.
Una vez que Feliciano estuvo solo con ese desconocido respiró profundamente, tomando valor para moverlo y así poderlo despertar.
—Uhm… Disculpa…
El desconocido despertó bruscamente, separándose del toque de Feliciano y luciendo aterrado. Su corazón se apretujó de forma dolorosa, lucía como un perro callejero asustado de que alguien le pudiera hacer daño.
Le sonrió como hacía con su hermano, tratando de calmarlo un poco.
—Está bien… No te haré nada…
—No, no. Yo entré a tu casa y… Mierda, entré a tu casa. Será mejor que me vaya.
—Espera, está bien. No estoy molesto por eso.
El extraño miró hacia Feliciano como si a éste le hubiera crecido una segunda cabeza, quizá preguntándose internamente si había hecho mal en entrar en esa casa.
Quién sabe, pudo haber entrado a la casa de un psicópata asesino, pero lucía demasiado inocente y protector con su hermano menor como para serlo.
— ¿Me estás diciendo que no estás molesto porque un extraño entró a tu casa, se comió las pastas del refrigerador y durmió en tu sofá?
—No, no estoy molesto por… ¿Te comiste las pastas?
El desconocido de repente enrojeció, quizás avergonzado por haber admitido algo así. Feliciano rió, restándole importancia.
—Realmente no creo que seas alguien malo… Siento que puedo confiar en ti. Lo puedo hacer, ¿cierto? —Parecía haber cierta pizca de esperanza en los ojos del chico, cosa que lo hizo sonreír más—. ¿Cómo debo llamarte?
—… Lovino. Me llamo Lovino.
Conocía demasiado bien esas paredes blancas. Conocía cada rincón de esa enorme y plana habitación. Conocía a cada persona que debía estar ahí con él, aguardando un incierto futuro por el cual nadie les preguntó si querían participar.
Abrazó más fuerte a Natalia, quien devolvió aquel abrazo con la misma desesperación. Podía ver las ojeras bajo los claros ojos de su novia, indicando que no había tenido una buena noche de sueño en días. Él tampoco lo había hecho. Podía asegurar que nadie en esa sala lo había hecho.
¿Cómo dormir si lo único que podían hacer en ese lugar era esperar a que encontraran una forma de matarlos?
Acarició la cicatriz en la mejilla de la rubia, causando que ésta temblara y se quejara por lo bajo. Incluso con esa enorme cicatriz en el rostro le seguía pareciendo la mujer más hermosa que haya visto jamás.
—Saldremos de esto, cariño, lo haremos.
Lovino sólo podía lucir devastado por decirle tal mentira a la mujer que amaba.
Incluso él sabía que no había esperanza alguna para salir de ese infierno.
Cuando volvió a bajar la mirada hacia Natalia todo lo que encontró fue un esqueleto con pedazos de músculo pegados a él, sujetándose a su cuerpo. Gritó, tirándolo al suelo y mirando a su alrededor.
Todos eran esqueletos.
Todos estaban muertos y la habitación blanca había pasado a ser roja.
Podía sentir la presión en su pecho mientras trataba de no gritar, mirando la sangre bajando por una de las paredes. Estaba… Estaba formando una frase, ¿cierto?
Cuando la pudo leer sintió ganas de vomitar.
Voy a encontrarte, Lovino.
Despertó con la respiración agitada, con lágrimas bajando furiosamente por su rostro. Había hecho su mejor esfuerzo en no gritar pues podría despertar a Feliciano o a Romeo, pero sí que tenía ganas de hacerlo.
Odiaba ese sueño. Lo odiaba. Era el mismo sueño que había tenido por los últimos seis meses y que lo hacía sentir un fuerte sentimiento de culpa aglomerándose en su pecho. Él había huido. Él los había dejado a todos atrás. Él…
Dejó salir un sollozo, presionando su puño contra su pecho y sintiendo una placa metálica que llevaba a modo de collar.
En ella podía leerse Sujeto de prueba #013.
Porque él, Lovino Benedetto Giacometti, era el último sujeto de prueba que había salido vivo de las garras de Alfred F. Jones y Oksana Tishchenko.
Él pertenecía a la Generación Dorada.
Y haría cualquier cosa para no haber pertenecido a ellos nunca.
