La caricia de unas vibrisas y un suave maullido despertaron a Yurio justo antes de que se activase la alarma del despertador. La desconectó mientras acariciaba la cabeza de Alekséi, su gato siberiano, y se levantó de un salto deseando ir a entrenar. Antes odiaba hacerlo pero el circuito senior era mucho más duro que el junior y quería mantener el oro. No tenía nada que ver con que Victor y el Yuri japonés practicasen con él y todo estuviese más animado.
Se lavó la cara y frente al espejo, observó su reflejo con el ceño fruncido y una mirada feroz, llena de fuerza y determinación… Estaba más motivado que nunca e iba a por todas.
«Si sigues poniendo esa cara, te saldrán arrugas antes de los veinte» resonó la voz de Lilia en su cabeza. Esa bruja pensaba que era como ella y que usaría toneladas de botox antes de los cincuenta. Aunque a Yakov eso no parecía importarle, tal y como la miraba. Entre esos dos y el cerdito y Victor, le daban ganas de vomitar cada vez que llegaba a los vestuarios.
Negando con la cabeza, volvió a su cuarto mientras el móvil vibraba. Pasó de él, seguro de que era Phichit colgando en redes sociales el desayuno, la ropa que se iba a poner hoy o cualquier otra tontería. ¿Cómo había llegado a la final de un Grand Prix dedicándole tantas horas a Instagram? Si algún día se quedaba sin internet, sería un rival imbatible.
Tras ponerse el chándal y una sudadera con estampado de tigre, desbloqueó la pantalla con desgana y se encontró con un mensaje de Otabek. «No olvides lo que deseas. Ya has despegado. Ahora, vuela» decía. Parco y directo, sin ñoñerías. Siempre sabía qué decirle para alegrarle la mañana. Yurio no contestó al momento, sabía que no hacía falta pero lo llamaría por la noche para ver cómo le iba. Con un gesto de felicidad, abrazó a Alekséi, disfrutando con sus ronroneos. También tenía un mensaje de Mila pero lo ignoró, estaba cansado de escuchar sus males de amor. No tenía ni idea de por qué había vuelto con el jugador de hockey. Si seguía así su carrera acabaría como la de Georgi. Demasiado drama para una pista de entrenamiento. ¿No podían centrarse en sus programas y dejar todo lo demás a un lado? A él le funcionaba.
Comprobó que el gato tuviese todo lo que necesitaba y se apresuró a salir de casa cerrando con un enérgico portazo.
«No sé para qué me molesto en ser puntual. Yuri y Makkachin llegarán tarde como siempre y tendré que esperar con Victor, que pondrá esa sonrisa embobada en cuanto los vea. ¿Por qué no salen los tres a la vez del piso? ¡Viven juntos! Victor debería obligarle a llegar a la hora de una vez. ¿No le molesta esperar siempre por Yuri? Más le vale al tazón de cerdo clavar el Salchow cuádruple hoy mismo para compensar. Menos mal que almorzamos con el abuelo después del entrenamiento porque como se retrase haré que se coma su estúpido anillo, la medalla de plata y de postre, las gafas. Nadie llega tarde al piroshki de mi abuelo» pensó mientras corría hacia el puente, tarareando Welcome to the madness, que sonaba en el reproductor.
