Lo que ve Erika en esa ciudad la alegra siempre. Un simple gesto de parte de ellos y ella siempre ve una segunda intención. Un leve roce y ella sabe que se aman mutuamente. Una simple mirada y descifra que sus corazones se pertenecen el uno al otro.

O al menos así lo ve ella. Y le encanta ver todos los días lo que ocurre ahí, jamás se aburre.

Porque ella sabe que, cuando dos chicos están sentados en alguna banca, recién salidos de la escuela, charlando alegremente y bastante cerca, ella sabe que se aman. Que en ese mismo momento están deseando poder acariciarse y besarse, que están deseando que el mundo desapareciese y estuviesen sólo ellos dos.

Sabe que cuando dos chicos, como Izaya y Shizuo, pelean, es simplemente una forma de llamar su atención e intentar ocultar los sentimientos que cada uno alberga por el otro. Y, aunque todos lo nieguen, ella sabe que es cierto.

Sabe que en cada roce, cada mirada, cada gesto, cada sonrisa, cada todo, hay más amor del que ellos quieren admitir.

La ciudad, para Erika, está pintada de un interesante color. "El color del amor", como ella lo llama. Nadie la entiende y sin embargo, a ella no le importa.

Porque ella sabe que es cierto, lo sabe porque lo ve.

Y que las otras personas no quieran ver la realidad... pues, eso es otra cosa.