Disclaimer: Todo lo reconocible pertenece a J.K. Rowling.

N/T: ¡Hola! He decidido salirme un poco de mi zona de confort dramionera para traeros un Lumione (Lucius x Hermione) que leí hace un tiempo y que me encantó. Espero que seáis buenas conmigo, porque es mi primera vez traduciendo y además el fic contiene muchas escenas lemon (guiño, guiño), lo que siempre le añade dificultad al proceso de traducir. En fin, allá vamos :)

N/A: ¡Hola, gente! Este es mi primer fic smut. ¡Hurra! ¡En principio solamente iba a ser un one-shot, pero la idea sigue creciendo! El tono se ha vuelto más cómico a medida que escribía: empezó como Drama/Sexo, pero cada vez se vuelve más Romance/Humor/Sexo. Me encantaría que me dierais vuestra opinión sobre el estilo. Me he decantado por «Literatura erótica elegante» en vez de por un PWP (¿trama? ¿qué trama?) explícito y desagradable, y juro que nunca, nunca usaré las palabras «salpicar» o «chorro», porque es muy asqueroso.

Una última advertencia: Si no eres mayor de edad o no te gustan las escenas de sexo, no lo leas, pero si lo haces, espero que disfrutes de este pequeño y tierno bocado.

Beteado por mi gran amiga StoryWriter831.

Los personajes y los derechos de la historia pertenecen a J.K. Rowling. Me reservo la autoría de los diálogos originales, pareados, modismos, aforismos y epigramas* ;) *N/T: Por motivos lingüísticos, puede que en la traducción se pierdan alguno de esos elementos.


Esta historia es una traducción autorizada del fic «Play Cissy For Me», de la maravillosa autora the artful scribbler. Nada de lo que leeréis a continuación me pertenece. Thank you for letting me translate this amazing story.


Capítulo 1: Play Cissy For Me

El plan había trascurrido sin incidentes hasta el momento en que la puerta del despacho se abrió de golpe y una figura intimidante oscureció la habitación.

«Dios mío», pensó Hermione, «es él. Es el puto Lucius Malfoy. ¡Mierda, mierda, mierda!».

Y empezó a sudar.

―Narcisa, querida ―dijo el mago rubio arrastrando las palabras con una voz suave como la seda, mientras se acercaba a ella de forma elegante a través de la habitación poco iluminada―, ¿qué haces aquí, por Salazar? ¿Acaso no tenemos un salón de baile lleno de invitados a los que atender?

Hermione soltó el aire contenido con alivio. No la había descubierto. Todavía no. Pero tenía la mano metida en el primer cajón de la cómoda del despacho de Lucius, y no sabía exactamente qué explicación iba a dar.

―Hola, Lucius ―dijo con voz temblorosa; él siempre había sido intimidante, hasta desde la distancia, y en ese momento, acechando desde las sombras, endiabladamente atractivo con su traje de fiesta, la hizo sentirse mareada por el miedo. Miedo… y algo más a lo que no pudo poner nombre, y que tampoco tenía prisa por averiguar―. Solo estaba… Hum. Buscaba… ―tragó saliva con dificultad― algo ―terminó diciendo sin convicción.

Sus ojos se encontraron con la mirada plateada de él en el espejo dorado que colgaba encima de la cómoda… y un sonrojo se extendió desde el cuello de Hermione hacia su cara y el nacimiento del pelo. «Seguro que ella nunca se sonroja así», pensó, preguntándose cómo era posible que él no viera el pánico y la confusión que había en los ojos de color zafiro de su esposa.

La boca de Lucius se curvó hacia arriba en una sonrisa lenta y desconcertante. Se acercó a Hermione por detrás, cogió sus brazos y los sacó del cajón con sus manos grandes y repletas de joyas. Los sentidos de ella se llenaron inmediatamente con una combinación de aromas: colonia dulce y cara, la esencia ligeramente más ácida de un buen vino y cigarros, y la esencia oscura y afilada de una marcada masculinidad.

―Te has equivocado de cajón, Narcissa ―gruñó él en su oído; el aliento cálido sobre su piel hizo que su cuerpo se estremeciera involuntariamente. Lucius cerró el cajón superior con delicadeza y abrió el que estaba debajo―. ¿Creo que estos son los que estaba buscando, mi señora?

Oh, por…. Oooh, mierda. Eran esposas. Esposas de verdad. ¿Qué clase de hombre guardaba esposas en su despacho? Hermione no tuvo tiempo de deliberar sobre el tema durante mucho tiempo, porque con un movimiento imposiblemente rápido él ya le había doblado las manos a la espalda y la había esposado. Y en ese momento supo que se había metido en un gran lío.

Se quedó congelada. ¿Qué podía decir ahora? «Lo lamento mucho, señor Malfoy, ha habido una confusión. En realidad he quebrantado todas las leyes del Ministerio: he lanzado un Desmaius a su esposa y la he suplantado, me he infiltrado en su casa, entrado en su despacho y buscado pruebas que puedan incriminarlo…». Se le revolvieron las tripas por la ansiedad repentina que le entró. Malfoy podría hacer que la arrestaran; había varios altos rangos del Departamento de Seguridad Mágica bajo el mismo techo que ellos en ese preciso momento. Hermione podría perderlo todo: su trabajo, su impecable expediente, su reputación. O peor: podría chantajearla el resto de su vida… ¡No! Confesar no era una opción. Pero claro, ¿qué demonios iba a pasarle si no lo hacía?

―Pensándolo bien ―murmuró el brujo con los brazos deslizándose por el cuerpo de ella y apretándola contra él―, creo que el mundanal ruido puede apañárselas solo durante una hora o así.

Hermione podía sentirlo a través de su fino vestido; una alarmante y caliente rigidez presionaba contra su coxis. De repente, él la giró y medio la levantó, medio la empujó contra el borde satinado de la cómoda, poniéndola en posición con un brusco movimiento de caderas. Incapaz de mantener el equilibrio con las manos esposadas a su espalda, Hermione estuvo a punto de caer hacia atrás, pero Lucius la sujetó con la mano derecha mientras colocaba la izquierda en su nuca, por debajo de la mata del largo pelo.

El corazón de Hermione empezó a martillear contra su pecho cuando el pulgar de él acarició su garganta. Tenía la mano tan grande que casi podía rodearle el cuello con ella. Podía sentir su mirada ardiente, pero era incapaz de enfrentarla.

―Me duele la cabeza ―dijo Hermione de repente, desesperada―. Tal vez… podríamos…. luego…

―Ah, no, querida, no estoy de humor para jugar a tus pequeños juegos caprichosos ―la interrumpió él con voz ronca. Su boca estaba de repente muy cerca de la de Hermione―. No esta noche.

«¿Dónde coño he dejado mi bolso? ¿Mi varita?» pensó ella con frenesí. Entonces lo recordó: lo había dejado en el escritorio enorme que había en medio de la habitación, con su varita guardada dentro. Mierda.

―Pero... pero… Yo… Quiero ponerme algo especial… Lucius ―tartamudeó―. ¿Por qué no quedamos en el dormitorio en diez mi…?

Sus palabras se vieron interrumpidas de nuevo, esta vez por la boca del hombre. No era un beso delicado: era demandante, exploratorio. Profundo, duro y caliente. De una manera que nunca antes había experimentado. Cuando él se separó de sus labios, Hermione se quedó sin aliento; su pulso había aumentado alarmantemente.

―Uf ―no pudo evitar jadear.

Estuvo a punto de retroceder cuando sintió la mano cálida de él acariciarla rodilla arriba, subiendo su vestido hasta que no fue más que un montón de tela de seda arrugada en la parte alta de sus muslos. Hermione empezó a retorcerse con furia.

―¡Para, Lucius, por favor! ―siseó―. ¡No me apetece… aaah!

Con un movimiento rápido y habilidoso de mano, Malfoy apartó con los dedos la barrera que era su ropa interior de seda, y Hermione soltó un aullido cuando él empezó a acariciar con su pulgar su intimidad. «¡Que Merlín me ayude!». Hermione se inclinó hacia atrás, doblándose sobre su amarre en indefensa desesperanza, no, indefensa desesperación, no, indefenso placer, mientras él la tocaba con sutil experiencia, deteniéndose para atrapar sus labios de nuevo.

Claramente sabía cómo manejar a una mujer. Su toque era ligero y seguro, nada de golpes dolorosos, solo caricias insinuantes y una presión aplicada con tanta lentitud y profundidad que Hermione se derritió en sus manos, sumiéndose en un éxtasi creciente. Gimió contra su boca.

«¡No, no, esto no puede estar pasando!». El cerebro de Hermione era un desastre, su pensamiento racional secuestrado por sus sentidos, y no había nada que pudiera hacer excepto ceder a las dulces demandas de su cuerpo. «Esta no puedo ser yo, y… ah… ah… por favor, dime que este no es Lucius Malfoy…».

―Tú, zorrita ―la voz de Lucius rechinó contra su oreja―, ¿en quién has estado pensando para estar tan mojada? ―Y con la más exquisita precisión, la pellizcó con sus uñas perfectas. Hermione gritó cuando su cuerpo se retorció ante el pinchazo repentino, pero él hizo desaparecer el dolor con más caricias. Sonreía de forma perversa―. ¿Eh? ―siguió con malicia―. ¿Era uno de esos perros rastreros de la galería o uno de esos fanfarrones del club?

Quitó la mano que la sujetaba e inmediatamente ella cayó hacia atrás, dándose en la cabeza contra la pared. La espalda se le arqueó de forma rara contra las sujeciones de las muñecas, pero apenas se dio cuenta del malestar, porque Lucius la estaba tocando ahora con ambas manos. Hermione emitía una serie de gritos jadeantes y gimoteos.

Él se inclinó hacia delante, sus ojos grises clavados en ella.

―Dime en quién estás pensando ahora mismo, Narcissa.

―EN TI ―jadeó―. Oh, dios… en ti… ―Una explosión de puro placer la sacudió; sus músculos se contrajeron alrededor de los dedos que tenía profundamente enterrados en ella, y ya no sabía ni quién era, pero no le importaba, porque su mundo se había vuelto oscuro y giraba y zumbaba, y también lo hacía ella…

Cuando abrió sus ojos finalmente (no se dio cuenta de que los había cerrado), Lucius la observaba con expresión de triunfo; una sonrisa de satisfacción consigo mismo adornaba sus facciones.

La apartó de la cómoda, sujetándola con fuerza contra él hasta que recobró el equilibrio. Hermione se apoyó en su amplio pecho, intentando juntar sus pensamientos dispersos en algo parecido a la racionalidad, pero con poco éxito. Aquello debía de ser un sueño. No podía ser posible que hubiera sucumbido a que Lucius Malfoy, el hombre al que más detestaba en el mundo, le diera placer. Oh, no, no, no…

Se puso recta ―aunque le temblaban las piernas― y se apartó el pelo de los ojos. Tenía rozaduras en las muñecas y le dolían las articulaciones de los hombros.

―¿Puedes quitarme las esposas ya, por favor? ―graznó débilmente.

Lucius la miró con diversión.

―¿Por qué querría hacer eso? ―murmuró.

Hermione lo miró con perplejidad y se estremeció por la intensidad de su mirada. El iris de sus ojos brillaba con una fiereza líquida, como plata derretida, y parecía… hambriento. Parecía un depredador hambriento a punto de lanzarse sobre su presa. En ese momento Hermione fue consciente de que algunas partes de él seguían presionando sobre ella con rigidez, tan duras y calientes como antes, y se le ocurrió que apenas habían completado la obertura. La sinfonía todavía no había empezado.

No sabía si reír, llorar, gritar o pelear, o simplemente morir. «¿Qué haría Narcissa?, pensó con desesperación. Intentó respirar con normalidad y asumir una pose de desdén altanero.

―Soy tu esposa, no una de tus putas baratas ―dijo con tanta frialdad como fue capaz, maldiciéndose por temblar―. Y no me gusta que me trates como a una.

Lucius hundió una mano en el pelo de Hermione y dio un tirón hacia atrás, obligándola a arquearse contra él. Su sonrisa denotaba una ligera irritabilidad.

―Ya sabes que mis putas nunca son baratas, querida ―gruñó con suavidad―. Y dejaré de tratarte así cuando dejes de comportarte como una.

«¿Quién es esta gente?», pensó Hermione, atacada, cuando Lucius empezó a arrastrarla hacia el gran escritorio. «¿Qué tipo de matrimonio tienen?».

Un poco de esperanza la embargó de nuevo al ver su bolso en la esquina más alejada del escritorio. ¡Si tan solo pudiera convencerlo de soltarle las muñecas!

―Creo que ya es hora de que volvamos con nuestros invitados ―insistió en un tono demasiado agudo y nada convincente. Mientras hablaba, podía notar la futilidad de sus palabras―. En serio, Lucius, deberíamos seguir con esto luego…

La respuesta de él fue quitarse la túnica, extenderla en la superficie dura de caoba y empujar a Hermione sobre ella boca abajo. El lujoso terciopelo era cálido y exudaba un concentrado de la esencia del hombre, haciendo que se sintiera mareada. La estrechez de su vestido impidió que él pudiera separarle las piernas con las suyas, y Hermione sintió cómo Lucius se sacaba la varita del chaleco.

Divestio ―murmuró.

Hermione se sintió de repente tremendamente expuesta y vulnerable: sus pechos desnudos se aplastaban contra la suave tela, la calidez de la mano de él entre sus omoplatos y la excitante sensación de la madera rozando sus muslos y presionando deliciosamente la húmeda calidez entre sus piernas.

Observó con impotencia cómo la mano derecha de él arrojaba su varita apenas a medio metro de ella. ¿Pero podría haberla cogido, de haber podido? No lo sabía. De hecho, resultó que Hermione ya no sabía nada de sí misma. Ni en diez millones de años habría imaginado que estaría doblada sobre el escritorio de Lucius Malfoy, a punto de gritar por la anticipación de su tacto.

Gimoteó cuando él recorrió sus caderas y trasero con las palmas de las manos. La embestía de forma superficial y provocadora, y Hermione se encontró intentando echarse para atrás para encontrarse con él, para sentirlo.

«Lo deseo». La verdad le cayó encima como un cubo de agua fría, sobrecogedora, indiscutible, irrefutable. «Lo quiero dentro de mí».

Como si pudiera leerle la mente, Lucius hizo una pausa en la que se quitó de encima de Hermione momentáneamente. Ella tembló de placer cuando escuchó el sonido de una hebilla al desabrocharse, el de un cinturón al aflojarse y el de una cremallera siendo bajada con prisa. Estuvo a punto de desmayarse de puro deseo.

Instintivamente, se inclinó, lista para recibirlo, y lo oyó gruñir suavemente en respuesta. Él cogió una de sus rodillas y puso su pierna encima del escritorio, exponiéndola todavía más; usó los dedos para separar sus labios. Hermione jadeó con el primer contacto ardiente de su miembro hinchado cuando se restregó contra su humedad, recorriendo sus partes de arriba abajo con la cabeza su polla, haciéndola retorcerse.

Pero no había terminado de torturarla.

―¿Qué dices, Cissy? ―Su voz era burlona y seductora a la vez.

Por favor, ¡por favor! ¡POR FAVOR!

―Por favor ―susurró suavemente entre jadeos.

―Por favor… ¿qué?

―Por favor… ―¿Podría decirlo?―. Por favor… fó…

Él la cogió por el cabello y retorció su cabeza hacia atrás para mirarla a la cara. Se acercó a ella por arriba, enorme y amenazador, como un dios vengativo.

―Por favor… ¿qué?

―Por favor, fó… ―No podía creerlo― fóllame…

La boca de Lucius se curvó en una sonrisa victoriosamente despiadada.

―Con mucho gusto, señora.

Y con una embestida repentina y salvaje, se hundió completamente en ella.

A Hermione se le escapó un grito, mezcla de dolor, placer y la sensación de estar demasiado llena ―era muy, muy grande―; oh, Dios, dolía, pero era un dolor maravilloso que nunca antes había experimentado ―ni siquiera la primera vez, la cual había sido todo dolor y cero placer.

Lucius pareció complacido con las expresiones en conflicto de su cara. Salió lentamente, con la mirada todavía clavada en la suya y las manos sujetando fuertemente su pelo. La segunda embestida fue tan brutal como la primera, y ella gritó de nuevo, sumida en un éxtasis agónico, o en una agonía extasiada, preguntándose cómo iba a acogerlo, cómo su cuerpo (¿o era el de Narcissa?) iba a poder aguantar semejante «paliza» sin romperse en mil pedazos…

Pero no solamente pudo aguantarlo, sino que la resistencia se convirtió en consentimiento, y después en aceptación… y después en un placer indefenso e incomprensible.

Durante lo que pareció una eternidad infinita, él se enterró en ella a un ritmo comedido, usando las manos esposadas de ella para sujetarla y su pelo pargo para controlarla. El mete y saca, la sensación de plenitud y de vacío eran las sensaciones innegables a las que Hermione se sometió con regocijo, sin importar que fuera su viejo enemigo y mayor oponente quien se las proporcionaba. Ya no era capaz de pensar o entender, solo podía sentir. Sentirlo a él.

Más de una vez Lucius se aplastó contra ella para gruñirle obscenidades al oído; más de una vez la levantó rudamente para recorrer la tierna piel de sus pechos con las manos, apretando sin piedad los sensibles pezones hasta que Hermione suplicaba de forma incoherente, aunque no sabía bien qué pedía.

Al final, los músculos de los muslos de él se tensaron y sus embestidas constantes se aceleraron e intensificaron a un feroz ritmo martilleante. Hermione ya estaba emitiendo un gemido agudo, pero se convirtió en gritos fraccionados cuando él llevó dos hábiles dedos a su intimidad; buscó el pequeño orbe pulsante de nervios hipersensibles, manipulándola hasta que se estremeció incontrolablemente contra él, sollozando incontroladamente, saturada por una ola tras otra de éxtasis.

Con un poderoso embiste y un gemido, Lucius llegó al clímax dentro de su interior palpitante, derramando su esencia en ella; la abundante viscosidad ralentizando los últimos pocos embistes. Se dejó caer sobre su espalda, respirando pesadamente contra su oído; su pelo se derramó sobre ella como una cortina blanca y sedosa.

Permanecieron unidos durante un tiempo, Hermione acorralada por el peso aplastante de Lucius, intentando respirar, con los ojos completamente abiertos. Se sentía aturdida, magullada, feliz y satisfecha. Y muy bien fo…

―Querida, esto ha sido de lo más gratificante. ―La voz ronroneante de Lucius interrumpió sus pensamientos; Hermione sintió un destello de arrepentimiento mientras él salía de su interior―. Qué maravillosamente receptiva has estado hoy… maravillosamente vocal… De hecho, no parecías tú.

El corazón de Hermione se encogió al oír sus palabras sutilmente remarcadas. ¿Lo sospecharía? ¿Lo sabría de alguna forma?

Lucius cogió su varita y murmuró un hechizo liberador. Removió las esposas ahora abiertas de las muñecas amoratadas de Hermione y la ayudó a ponerse en pie. Hermione no se atrevió a mirarlo a los ojos mientras el hombre se arreglaba y limpiaba la ropa, aunque de alguna manera sabía que estaba sonriendo, y que esa sonrisa era una versión mil veces mejorada de la sonrisilla triunfante que le había visto esbozar antes.

Se puso la túnica de terciopelo y se acercó lentamente al espejo, gastando unos momentos en arreglarse el pelo y el cuello de la camisa, hasta que quedó tan impecable como cuando había entrado en la habitación.

Y se fue con aire regio, sin mirar atrás.

Hermione se recostó débilmente en el escritorio, aún sin respiración, en una especie de trance estupefacto. Temblaba de arriba abajo, dentro y fuera. ¿Qué… demonios… acababa… de… pasar?

Puede que permaneciera allí durante unos minutos o puede que toda una vida. Había perdido cualquier sentido del tiempo y la realidad. Las campanadas de un reloj de pared la sacaron de golpe de su ensimismamiento. «Las once en punto», pensó, y corrió al espejo. En cualquier momento…

Observó, paralizada, cómo su blanca piel de porcelana se volvió más oscura, sus rizos rubios se rizaron más y se oscurecieron, sus ojos se tiñeron de marrón, su boca de muñequita se ensanchó, su nariz respingona acogió una forma más ordinaria… Y allí estaba, su cuerpo otra vez….

…Aunque tenía la sensación de que nunca volvería a reconocerse a sí misma.


N/T: Muchas gracias si habéis llegado hasta aquí. Es la primera vez que traduzco, y no ha sido tan fácil como pensaba, aunque lo he disfrutado mucho. Si leéis el original y luego mi traducción, veréis que hay cosas cambiadas y otras omitidas, pero así es cómo funciona la traducción (qué me voy a contar a mí misma, si estudio Traducción xD).

Intentaré volver a actualizar dentro de un par de semanas :)

¿Me dejáis un review?

MrsDarfoy