Nada más poner los pies fuera de la estación encendió el cigarro que ya llevaba preparado desde hacía minutos en su boca. Tras un par de caladas observó todo lo que le rodeaba. Pocos eran los que también habían bajado y todos, a excepción de él, tenían a alguien que les estaba esperando para llevarlos a su destino. Una situación lógica teniendo en cuenta que era pleno invierno y una de las zonas de Japón en las que el frío y la nieve más presente estaban. Se subió un poco más el cuello de la cazadora para protegerse del frío aire, cogió su macuto y se internó en los bosques en vez de seguir la carretera.
Yukio se había ofrecido a ir a recogerlo, pero él se había negado en redondo. Simplemente necesitaba la localización de la cabaña, él ya haría por encontrarla. Sabía que recorrer los kilómetros que le quedaban hasta su destino a través de los bosques le iban a sentar genial, es más, lo necesitaba. Necesitaba volver a reencontrarse con la naturaleza, con su yo interior, alejarse del mundanal ruido de las ciudades y alejarse de cualquier otro ser humano. Sólo así encontraba la paz tanta veces perdida. Y solo Dios sabía que hacía mucho que no la encontraba. Los últimos meses habían sido duros y su creciente enemistad con Cíclope no había hecho más que empeorar las cosas. Alejó rápidamente estos pensamiento de su mente y se concentró en el viaje. En esos momento estaba en su elemento. Centenarios árboles le rodeaban y la nieve virgen crujía bajo sus pies. Se detuvo un segundo y llenó los pulmones del limpio y frío aire. En ese momento una familia de monos surgió de entre unos arbustos cercanos. Seguramente se dirigían a su refugio tras haber pasado la mayor parte del día sumergidos en un cálido manantial. Le observaron con indiferencia y continuaron su camino. Siguiendo con su ejemplo reanudó la marcha.
Llevaba cerca de dos horas caminando y el sol empezaba a ocultarse, así que calculó que no le quedaba mucho hasta llegar al lugar de la cita. Por lo que Yukio le había indicado era la más alejada de todas, en una zona apartada y por tanto de poca afluencia. También le había preguntado que a quién pertencía. "Es de un amigo", se había limitado a contestar. ¿Un amigo? No sabía que Yukio tuviese muchos "amigos", y menos que pudiesen permitirse una cabaña en una zona como esa. Pero era Yukio, mejor no preguntar. Hacía mucho que la japonesa y él no se veían en persona, y aunque de momento no tenía pensado volver a Japón, la muchacha se había mostrado tan insistente en que fuese a verla que no pudo negarse.
Ya había oscurdecido cuando las cálidas luces de la casa le dieron la bienvenida a lo lejos. Se acercó por un lateral y pudo ver unas marcas de coche alejándose por el camino, así como un hueco limpio de nieve donde debía de haber estado aparcado. Agudizó el oido y comprobó que efectivamente la casa estaba vacía.
-Bueno,-se dijo.-Ya volverá. Continúa hacía la puerta principal cuando una ténue ráfaga de viento le lleva un nuevo olor. No está sólo. Instintivamente suelta el macuto y se vuelve hacia el bosque con todos los sentidos alertas. Tras unos segundos detecta un movimiento casi impercetible a sus espaldas, una suave brisa. Apenas le da tiempo a girarse sobre sí mismo y a sacar las garras. Y al mismo tiempo que su cerebro reconoce el olor (¡cómo podría no haberse dado cuenta antes!) y vuelve a guardar velozmente las cuchillas, se ve rodeado por unos brazos y cubierto por una espesa y húmeda melena blanca.
-¡Logan!
-Ro,cariño. ¿Pero qué haces aquí?- consigue decir el sorprendido Lobezno abrazándola a su vez.-¡Te podría haber matado!
-Yukio nos invitó a Kitty y a mi a pasar unos días con ella, pero no me dijo nada de que venías.- Ríe Ororo mirándole a los ojos sin soltarse de su abrazo mútuo. -¡8 meses, Logan!-le riñe divertida.- 8 meses sin vernos y casi la mitad sin hablar. ¡Y tenemos que vernos en Japón! Él la mira a su vez. En esos momento su rostro muestra una felicidad auténtica, relajada, sin la tensión propia de mantener sus emociones a raya. Y ve más allá, su preciosa sonrisa, el largo cabello blanco enmarcando su piel canela, sus ojos azules que le teletransportan a tiempos felices y a los recuerdos dormidos de lo que significa tener un hogar y una familia.
Le devuelve la sonrisa.
-Lo siento Roro, tenía cosas que hacer.- Suelta una de las manos de su cintura para apartala distraidamente un mechón de pelo de la cara. En ese momento la idea de estar solo ya no le parece tan agradable.-Siempre hay cosas que hacer, ya lo sabes.
Ella sonríe sin decir nada dándole a entender que comprende, y vuelve a esconder el rostro en su hombro. No son conscientes del tiempo que siguen abrazados, en silencio, cuerpo contra cuerpo. Nutriéndose de la calma y la seguridad que da la complicidad de tantos años. Saben que estar sólos ya no es una obligación, no para ellos, ya tan acostumbrados a estarlo. Y que cuando quieran o lo necesiten ahí estarán el uno para el otro. ¿Cómo lo podían haber olvidado?
Él continúa acaraciándola inconscientemente el pelo, siguiendo su camino hasta la cintura, para atraerla más a él. Ella suspira y también pega su cuerpo desnudo al cuerpo de su amigo. ¿Desnudo? Y no sólo está desnuda, si no también empapada.
-Veo que venías de probar los manantiales naturales de agua caliente- confirma Logan quitándose la cazadora y poniéndosela galantemente a su compañera por los hombros.-¿Qué te han parecido?
-¡Maravillosos!
Y riendo entran en la cabaña justo en el momento en el momento en el que Kitty y Yukio vuelven con el coche.