Astrid lo supo
Desde niña, Astrid se había negado a ser pisoteada por los varones de la tribu. Toda su vida había consistido en entrenamientos, formación y tenacidad, con el objetivo de ser independiente y respetada como la mejor guerrera de Berk. Incluso había soñado con la jefatura. Pero, Hipo había revolucionado las cosas y ahora era innegable que él era un líder natural y que él merecía ser llamado "Jefe".
Astrid odiaba eso.
Ella siempre había sido fuerte, siempre había sido rápida y no le temía ni a la mismísima muerte. Pero Hipo iba a ser el jefe. No iba a ser la "Jefe Astrid", iban a tener al "Jefe Hipo". Y Astrid detestaba la impotencia que sentía, porque, maldito sea, Hipo se merecía el puesto. Ni siquiera ella podía protestar.
Ella lo vio antes que cualquier otro. Ella lo vio, en los ojos de Hipo en la última redada de dragones. Él había enfrentado a su padre como sólo un jefe lo podría hacer. Ese día Astrid lo supo: no importaba qué tan duro entrenara ella o que tan inútil fuera Hipo, él tenía el talento natural de imponer sus ideas.
Ella no era así. Astrid no sabía cómo expresar todo lo que pensaba, a veces incluso salían palabras por su boca que no había analizado en su mente. A veces se consideraba tonta cuando hablaba con Hipo.
Y así fue como lo supo. Porque la inteligencia de Hipo la había cautivado. Porque aquel día, después de aquel primer vuelo con Chimuelo, Astrid se encontró atrapada por la naturaleza imponente de Hipo.
Y lo supo: ella le sería leal y lo seguiría por siempre.
Por sus palabras. Por sus acciones. Por su inteligencia. Por su terquedad. Por su determinación. Por su mirada. Por todo aquello que él pudo comunicar con un simple "Sí". Porque era confiable.
