Awwwwws. Mi primer fic xD ok ok, dejo de emocionarme.

Bueno, hello everybody, la verdad estoy algo nerviosa, no tengo demasiado confianza en mi capacidad escribiendo, solo espero que el fic guste. Claramente empecé con mi anime favorito y mi pareja favorita, no podía ser de otra forma.

Lo metí en calificación M porque tengo pensado meter lemmon, oh yeah 8D Todo llegará

Anyway, aquí va esto, esta vez no me enrollaré demasiado x3

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama. Todo se lo debemos a él!


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El día comenzaba a entrar por la ventana, ignorando completamente la presencia de las cortinas, pasando a invadir por completo la habitación inundándola de luz cegadora, demasiado para aquellos que trataban de dormir. Elizabeta abrió lentamente sus ojos, molesta por la repentina luminosidad de la habitación. Pestañeó varias veces y se frotó los ojos antes de despertarse por completo. Casi instintivamente miró hacia su izquierda, donde aún se hallaba durmiendo su compañero. Pasó su mano por el cabello de este, acariciándolo suavemente para no despertarlo, sin poder evitar sonreír levemente al ver su cara durmiendo, siempre pensó que esa era una de sus mejores expresiones.

Entonces tras mucho tiempo volvieron a su mente los recuerdos de hace algunos años atrás; recuerdos tanto dulces y tiernos como amargos y punzantes. Recordó todo lo que pasó ese año: cosas que salieron tanto mal como bien, sentimientos que cambiaron de forma inesperada, decisiones difíciles de tomar… Y uno a uno fue recorriendo en su cabeza todos esos momentos casi sin poder evitarlo.

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Una sola frase se repetía en su cabeza esa mañana, tan solo tres simples palabras una y otra vez girando en su mente: "¡Es muy tarde!". Bueno, la verdad es que tenía razón, esa mañana por algún extraño motivo no se había levantado cuando debía, y recordaba perfectamente haber puesto el despertador a la hora de siempre. Apenas abrir los ojos había visto delante de ella a su madre gritando histérica señalando al reloj. Por un momento le costó reaccionar, pero una vez se dio cuenta comenzó a vestirse tan rápido como le permitía su cuerpo, en momentos como ese era un alivio llevar uniforme y no tener que pensar qué ropa ponerse, y sin desayunar si quiera, salió corriendo de su casa despidiéndose antes de sus padres desde la puerta ignorando completamente las llamadas de su madre.

Ahora estaba corriendo por la calle, casi desesperadamente y sin descanso alguno, camino de su instituto, pidiendo perdón a todas las personas con las que tropezaba sin darse cuenta, sin pararse a recoger algunas cosas que tiró de un puesto de fruta y repitiendo las mismas palabras una y otra vez desde que había salido de su casa. Escuchaba vagamente algunas quejas hacia la juventud tras haber pasado por en medio de un grupo de mujeres de avanzada edad, pero obviamente no tenía tiempo para disculparse.

Su mirada seguía fija en el frente esperando ver de un momento a otro la gran valla que marcaba la entrada al instituto y rogando que no estuviera cerrada ya. Por suerte para ella, sus plegarias se cumplieron y tanto la valla como la puerta principal estaban abiertas.

Apenas era su primer día como delegada de la clase en la que le había tocado, no es que estuviera preocupada por las labores que ese cargo conllevaba, el delegado también era alguien muy responsable y seguro que se ocuparía. Más bien estaba preocupada por cómo afectaría a su imagen. ¿Pensarían que era irresponsable y despreocupada? Llegar a ser delegada junto a su amado Roderich y así acercarse más a él era lo que más anhelaba conseguir en sus años de instituto y al fin lo había logrado, ¡no podía fastidiarlo por haberse dormido una mañana!

En el fondo, lo que más le dolía reconocer era que se había quedado dormida por haberse pasado toda la noche pensando en todo el tiempo que ahora ella y Roderich pasarían juntos después de clases. Si él supiera eso seguro que pensaría que era una tonta… No pudo evitar taparse la cara con ambas manos para ocultar lo avergonzada que se sentía en ese momento mientras seguía avanzando, bajando un poco la velocidad para recuperar el aire. De todas formas ya estaba en la entrada principal, y no le había parecido ver a nadie, así que posiblemente no se enterarían de su retraso.

En ese momento sintió un fuerte golpe en la frente que hizo que retrocediera apenas un par de pasos. Pasó su mano sobre la zona dolorida mientras se quejaba en silencio, nada parecía salir bien esa mañana.

— Uh… Lo sient- — Gilbert se giró para ver quien había chocado contra su espalda con la intención de disculparse, pero al ver que era ella, Elizabeta Héderváry, cambió rápidamente de opinión. — Vaya, vaya… Me pregunto a que vienen tantas prisas a estas horas de la mañana… Deberías estar contenta de encontrarte con mi asombrosa presencia tan temprano. — Dijo sonriendo de lado con ese aire de prepotencia que tanto le caracterizaba.

— Creo que directamente te voy a ignorar por hoy, Gilbert — respondió la castaña intentado no hacer demasiado caso al chico, mirando por encima de su hombro para ver que algunas clases ya estaban cerradas. —No será demasiada sorpresa que tú llegues tarde a clase, pero yo tengo prisa.

Dicho esto, Elizabeta comenzó a andar camino de las escaleras que le llevaban a su aula, bajo la atenta mirada de Gilbert, el cual lucía una expresión de desacuerdo que poco a poco fue transformándose en una amplia sonrisa debido a las ideas que circularon rápidamente por su mente. Seguramente el profesor no tardaría en llegar para comenzar a dar su clase, si conseguía entretenerla un poco… no llegaría a tiempo.

Sin esperar ni un segundo corrió detrás de ella logrando alcanzarla rápidamente, haciendo que se girara de forma brusca mirándolo extrañada. Tomó una de sus delicadas muñecas entre su fuerte mano impidiendo que se pudiera soltar y tiró de ella hacia el lado opuesto a las clases, ignorando por completo sus intentos por huir y sus gritos e insultos.

— No creo que debas gritar tanto, como delegada deberías saber que no está permitido. — le advirtió sonriendo entre dientes, mirando alrededor, buscando algún sitio donde esconderse y sin darse cuenta de que era observado de lejos.

Ante eso ella no tuvo otra que callarse, parecía que Gilbert le hubiera leído la mente y supiera que ser delegada le importaba más de lo que parecía. Pero no por ello dejaría de resistirse, aunque fuera en vano. Atizando también fuertes puñetazos a lo largo del brazo del chico, por lo que este hacía constantes muecas de dolor.

Al fin, el albino encontró uno de los armarios de material abierto, el sitio perfecto para que nadie los encontrara y comenzó a pensar una forma de ridiculizarla, convencido totalmente de que se lo merecía, ella llevaba años pegándole grandes palizas, ahora era su turno.

Abrió del todo la puerta con su mano libre y entró arrastrando a Elizabeta detrás de él, que seguía insultándole en voz más baja que antes. Cerró la puerta y le soltó la mano para agarrarla por la espalda, atrayéndola hacia él y tapándole la boca con la otra mano.

Elizabeta comenzó a dar golpes en el pecho del chico en un último intento por escapar, pero desistió al darse cuenta de que no serviría de nada. Se paró a pensar por un momento, él no le haría nada, seguro que solo trataba de desesperarla para divertirse un rato, como siempre. Soltó un pequeño suspiro ante la idea de que nunca cambiaría y lo predecible que era y dejó de intentar oponerse a su resistencia por completo.

Gilbert sonrió complacido, todo estaba saliendo como él quería; y con poco esfuerzo se acercó a la pared más cercana, aprisionando a Elizabeta entre su cuerpo y la sólida pared y colocando sus brazos a ambos lados de ella, eliminando toda salida de nuevo. Aún así seguían separados a demasiada distancia para su gusto, así que se inclinó un poco hacia ella mirándola fijamente a los ojos, sintiendo todo el odio que estos le transmitían.

— ¿Cuándo vas a dejar que me vaya? — preguntó Elizabeta intentando mantener la calma.

— Pero si ni siquiera hemos empezado… — respondió Gilbert riendo levemente, acortó un poco más la distancia entre ellos y acercó su boca a su oído derecho. — Ya verás, después no te vas a querer ir. — le susurró, haciendo que ella se estremeciera al sentir su respiración en el cuello.

Gilbert deslizó una de sus manos hasta la cintura de la chica y comenzó a bajar lentamente hacia la falda, sonriendo al sentir como la respiración de Elizabeta comenzaba a agitarse y esperando una respuesta por su parte pronto. Separó su cara de su cuello volviendo a la posición anterior, justo en frente de ella, mirándola fijamente, pero esta vez un poco más cerca que antes, de manera que con un mínimo movimiento sus labios se pudieran llegar a tocar. De esa manera sus alientos comenzaron a entremezclarse. Y sin decir nada, se quedó así, mirándola fijamente, dudando por un momento si seguir el plan inicial o no, queriendo dejarse llevar por lo que le decían sus instintos. Bastó un leve roce de sus labios contra los suyos para volverlo loco por un momento, temía que la situación se le estuviera yendo de las manos.

A Elizabeta se le estaba comenzando a hacer un nudo en la garganta, no quería estar con él allí, no de esa manera. Incluso algunas lágrimas luchaban por salir cuando sintió su mano descender por sus caderas. Ya no estaba tan segura de saber qué estaba circulando por su mente, de si iba en serio o solo intentaba reírse de ella. Su respiración cada vez estaba más agitada y sentía el corazón latiendo a más velocidad de la normal dentro de su pecho. Llevó una de sus manos a la manga de la camisa del chico, agarrándola con fuerza para que las lágrimas acumuladas no salieran, se negaba a llorar delante de él.

Gilbert pensó en parar, de todas formas desde un principio no quería llegar muy lejos, aunque algo dentro de él le dijera en ese momento que siguiera. Tragó saliva, se separó unos centímetros de ella y rió sonoramente. — ¡Já! ¿De verdad te lo has creído? ¿Por qué iba yo a… — no pudo terminar la pregunta ante la interrupción de Elizabeta.

— P-para… — susurró entre sollozos, con los ojos fuertemente cerrados y el cuerpo tenso. — Por favor… d-déjame… — algunas lágrimas consiguieron escapar de sus ojos, dejando al albino sorprendido y sintiéndose algo culpable, al principio había pensado que sería divertido desesperarla un poco pero verla así no le entretenía en absoluto.

— Vamos, no te iba a hacer nada, solo era una broma. Eso, eso, una broma. — intentó excusarse algo avergonzado, secando rápidamente las lágrimas de la chica con sus dedos. — Lo siento, de veras. — Siguió disculpándose.

Pero las lágrimas no se detenían, Elizabeta se mordió el labio también avergonzada, nunca había llorado delante de alguien y la primera persona tenía que ser justo Gilbert, quien menos deseaba que fuera.

Y para sorpresa de ambos, la puerta se abrió bruscamente haciéndolos mirar hacia la persona que había entrado de repente a la pequeña habitación. Sus expresiones eran muy diferentes, una mueca de desprecio y disgusto en Gilbert y por parte de Elizabeta mostraba todo el alivio y la poca alegría que podía sentir en ese momento tan incómodo.

— Grandísimo idiota. ¿Qué te crees que estás haciendo? — preguntó el siempre sereno Roderich caminando lentamente hacia ellos hasta colocarse delante de Gilbert, desafiándolo con la mirada. — Apártate, Elizabeta querrá volver a clase.

— ¡Roderich! — exclamó Elizabeta con una gran sonrisa en los labios, mucho más tranquila.

El albino rodó los ojos al contemplar la escena, y mirando con odio a Roderich se retiró de delante de la joven, tirando del brazo de ella para colocarla delante del chico. — Aquí tienes a tu señorito. — Dijo de mala gana, marchándose sin ni siquiera despedirse, decepcionado o más bien… desilusionado. De todas formas no era la primera vez que se sentía así y ya no le importaba demasiado.

— Gilbert. — Llamó Roderich desde el interior de la habitación aún. — No creas que no informaré de esto a los profesores.

— Haz lo que quieras… — respondió Gilbert mientras se alejaba camino de su respectiva clase, donde seguramente más tarde se volvería a encontrar con esos dos, eso era lo que menos le apetecía.

Elizabeta miró a Roderich sonriente, pensando en cómo podría agradecerle que hubiera llegado justo a tiempo. Y sin poder evitarlo, también pensaba en cómo de diferente hubiera sido si en vez de Gilbert hubiera sido él quien estuviera allí minutos antes con ella. —Muchas gracias, Rod. De verdad. — dijo de todo corazón. — Es una suerte que hayas llegado. Pero, ¿cómo has sabido que estábamos aquí?

—Simplemente os vi cuando bajaba a entregar unas cosas en la sala de profesores y decidí venir antes de volver a clase. La verdad no me fio demasiado de Gilbert. — respondió caminando por los pasillos del edificio. — Espero que no te haya hecho nada.

— N-no… y creo que todo gracias a que tú llegaste — dijo Elizabeta sonrojándose levemente caminando al lado de Roderich, armándose de valor para agarrarse del brazo de éste, y sonriendo satisfecha al ver que parecía no importarle.

Una vez llegaron a la clase y tras algunas preguntas por parte del profesor acerca de su tardanza y miradas intimidantes de Gilbert, la primera parte de la mañana transcurrió rápidamente, en clase todo era como siempre para cada uno: algunos pocos atendían interesados al profesor, otros se dedicaban a hablar por notas con los compañeros, otros miraban por la ventana cualquier cosa que le pudiera distraer para escapar mentalmente de ese lugar…

Y al fin ese sonido tan deseado: la campana que marcaba el comienzo del descanso para comer.

Rápidamente todos se agrupaban en pequeños grupos dentro de clase y sacaban la comida de casa, o corrían desesperados hacia la cafetería para así comprar rápidamente su almuerzo. Gilbert se levantó de su asiento haciendo sonar estrepitosamente la silla al arrastrarla contra el suelo, haciendo que algunas miradas se posaran momentáneamente sobre él, a las que respondía con la misma mirada amenazante que había mantenido toda la mañana.

Gilbert sintió una mano posándose en su hombro, dando fuerte golpes una y otra vez, no le hizo falta darse la vuelta para saber quién era, recogió su comida de lo más profundo de la mochila, quién sabe cómo acabó ahí y se giró para mirar de frente a su amigo Antonio.

—Han sido unas clases realmente aburridas, ¿no lo crees? Este hombre debería jubilarse ya… — bufó su compañero mientras comenzaban a andar saliendo del aula para dirigirse a la de enfrente. — ¡Eeeey! Francis, deja de ligar y vayamos a comer. Tengo demasiada hambre. — llamó Antonio desde la puerta del aula mientras Gilbert se quedaba algo al margen.

Rápidamente Francis se quitó de encima a un par de chicas con las que estaba hablando, seguramente de nada bueno y despidiéndose de ellas lanzándoles un beso se dirigió hacia donde sus amigos esperaban impacientes.

Los tres comenzaron a caminar hacia las escaleras que llevaban a la azotea, el lugar donde usualmente comían, allí no solía ir nadie y podían hablar libremente de cualquier tema y hacer lo que querían. Muchas veces cosas que mejor no ver…

Una vez allí entraron y esparcieron la comida por el suelo: cosas preparadas por sus madres, patatas fritas, algunos dulces… y sin esperar ni un minuto, el primero en empezar a comer fue Antonio. Francis sin embargo, se fijó antes en la actitud de Gilbert, que llevaba un rato largo sin decir ni una palabra y con cara de pocos amigos. Francis suspiró antes de decidirse a preguntar.

—Y dime Gilbo, ¿qué te han hecho que te ha jodido tanto? — preguntó Francis directamente sin andarse con rodeos, esperando que la respuesta fuera tan rápida como su pregunta.

Gilbert le miró de reojo mientras comía las salchichas que le habían preparado y movió la cabeza de un lado para otro, en señal de que no había pasado nada. Antonio levantó la cabeza para mirar a sus amigos preguntándose también que le pasaba al albino y decidió intervenir, esperando que lo contara de una vez.

— No puedes engañarnos, es obvio que te pasa algo — comentó masticando algunas patatas. —Vamos, suéltalo.

—Seguro que es sobre una chica, si no ya lo hubieras dicho. — Dijo Francis totalmente convencido de sus palabras, de ellos tres era el más experimentado en temas del amor.

— ¿Qué? ¿Una chica? Gilbooooooooo, ¡cuéntanos! — insistió Antonio zarandeándole de un lado a otro, más interesado que antes. Era raro ver a Gilbert preocupado por algo relacionado con las chicas, solía ser más bien indiferente la mayoría de las veces.

Gilbert frunció el ceño, de veras sus amigos le estaban molestando. ¿Tan obvio era que estaba molesto por Elizabeta? Pensó que no debía menospreciar a Francis y Antonio, en el fondo eran los que mejor le conocían. Así que tras mucho pensarlo decidió contarles el porqué de su cabreo. Omitiendo algunos detalles que harían ponerse a Francis demasiado pesado.

— Veamos… hoy al llegar aquí me encontré con Elizabeta. Bueno, ambos sabéis quien es. —Hizo una pausa pensando como contar lo que pasó sin hacerlo demasiado largo, solo explicaría lo necesario. — El caso es que decidí gastarle una broma y me encerré con ella en uno de los almacenes de material de la planta baja. Y lo que más me molestó… — Comenzó a romper algunas patatas entre sus manos. —Es que se puso a llorar y no se calmó hasta que vino el señorito Roderich a por ella… —Contaba mientras poco a poco iba subiendo el volumen de su voz.

Tanto Antonio como Francis le miraban sorprendidos, estaba más cabreado de lo que imaginaban, ambos se mantuvieron callados, su amigo no dejaba de hablar y no se atrevían a interrumpirle.

—… y me parece algo estúpido que prefiera estar con él antes que con mi impresionante compañía, además no me creo que no tuviera ganas de que la besara y… — se paró al darse cuenta de que se había ido de la lengua. "Oh mierda" pensó.

Los ojos de sus dos amigos se abrieron como platos rápidamente y se inclinaron casi a la vez hacia el albino incrédulos. — ¿Pero qué estabais haciendo? — preguntaron ambos a la vez. — O mejor dicho… ¿qué le estabas haciendo? — corrigió Francis pasándose una mano por la barbilla con mirada y sonrisa de satisfacción.

— B-bueno… nada, ya os dije que solo una broma. — insistió Gilbert, sabiendo por la mirada que le dirigía Francis que se imaginaba que clase de broma.

— Si no me equivoco… llevas en la misma clase de Elizabeta desde muy pequeños, ¿no? — dijo Antonio pensando acerca de la relación entre los dos. — Pero aún así os soléis llevar bastante mal…

— Seguro que es porque le ignora por irse con Roderich — dijo Francis entre risas, mirando al albino.

— Sí, sobre todo eso. Yo no quiero nada con una chica como ella. Que se quede con el señorito si quiere. — Gruñó Gilbert ante el comentario de Francis. — Simplemente nos llevamos mal porque peleábamos mucho de pequeños. Pero a Roderich… a él sí que lo odio, con esos aires de la alta aristocracia que tiene siempre… — volvió a quejarse.

Antonio y Francis intercambiaron miradas de complicidad, y éste último se acercó al oído de Antonio diciéndole algo que hizo que asintiera con la cabeza y sonriera levemente mientras miraba a Gilbert.

— Maldita sea Francis, ¿de qué estáis hablando? — preguntó molesto el albino.

— Nada, solo comentábamos que no fuiste capaz de hacer que Elizabeta quisiera algo contigo. — respondió Antonio pensativo. — Y las cosas como son… será una bruta pero está muy buena.

— Bueno, Gilbo, una chica totalmente fuera de tu alcance. No puedes molestarte porque no te hiciera caso y prefiera al otro… — siguió Francis a Antonio, mirando fijamente al albino siguiendo cada paso de su cambio de expresión.

Gilbert sabía perfectamente que todo lo decían para molestarle, pero eso tocó lo más profundo de su orgullo hiriéndolo completamente. — No digáis tonterías, ninguna chica es capaz de resistirse a mí, soy increíble y cualquiera pagaría por estar a mi lado, solo es que se hizo la difícil.

— Aaah, ¿sí? Bueno, supongo que entonces no te importará demostrarlo… — sugirió Francis mirando a Antonio, todo estaba saliendo como habían planeado.

— ¿Demostrarlo cómo? — preguntó Gilbert entre dientes.

— ¿Qué te parece… — Francis fingió quedarse pensativo por un momento. — …ligarte a Elizabeta y conseguir llevártela a la cama? Si lo haces, nos creeremos que cualquier chica es capaz de caer a tus pies.

— Puedes tomarlo como un reto, un pequeño juego para pasar el curso. — Concluyó Antonio convincente.

— Está bien, vais a ver que Gilbert Beilchsmidt siempre gana en los juegos. — Aceptó mientras se levantaba, el timbre había vuelto a sonar.


Y aquí termina el capítulo :3

Espero comentarios, eso me daría aún más ánimos para seguir con la historia *-*

Dicho esto, me voy a dormir. Bye byee~