El sonido frío, chirriante y casi inconstante de las cadenas se arremolinan a su alrededor como si chocaran por todas partes. Sin embargo, siente el frío hierro en sus tobillos y muñecas. Toma aire, con un escalofrío en todo su abdomen desnudo. ¿Cuánto tardará? La oscuridad de su antifaz la aburre y el satén de las sabanas en su piel la hace sentir el frío en su cuerpo cálido. ¿Donde está su cabello? Se sentía tan acostumbrada a sentir sus rizos, siempre acomodados sobre sus hombros y cayendo por su espalda, hasta llegar al final de su cintura. Los tenía atados, pensó, como a él le gustaría que lo llevase en ese momento.

Oh, bueno, a él le gustaba que nada le interrumpiese. Cuando ese pensamiento llega a flote en su mente, la puerta de la habitación se abre con lentitud, y con unos cuantos pasos (cerrando la puerta a su paso, no vayan a ver lo que pasaba en esa habitación) se dirigía a la cama.

Y entonces su respiración se vuelve rápida y silenciosa, y la carne se le pone de gallina al sentir el aliento a fuego del hombre que se cernía sobre ella.

— Sientes frío... —susurra la persona que ella no puede ver, sus ojos están cubiertos por negro.

De repente él toca su estomago, y la sensación fue tan sorpresiva que la hizo dar un jadeo. Parecía que su piel estaba cargada de energía, que su sangre estaba cargada con adrenalina, y las caricias de ese hombre eran las descargas eléctricas más terribles.

Demoledoras, placenteras, aterradoras. Una agonía.

— No tengo frío — Jadea otra vez al sentir como él pasa suavemente la punta de uno de sus dedos por la cintura de ella, hasta llegar a sus caderas. El estremecimiento es inevitable—. Solo es... la fría atmosfera...

Dos labios ocuparon los suyos cuando intentaba tartamudear las palabras que tenía pensado decirle al insistente joven que la acariciaba. Instantáneamente corresponde el beso y deja que él lleve el beso hasta los cielos, y perderse en lo profundo de su mente. Su lengua recorre el contorno del labio superior, juega con la suya y vuelve a acariciar cada recoveco de su boca.

Era un simple beso de amantes, de amo y de sumisa. Sin embargo en sus venas avanzaba su pulso a un ritmo loco, acelerado, concentrándose solamente en el movimiento sensual de sus bocas y sus lenguas entrelazándose en un baile oscuro e intimo entre sus besos. El calor inunda su pecho, donde debajo de su estomago los estremecimientos son inevitables.

Quería poder zafarse, liberarse de las cadenas que ataban sus extremidades y abrazarse a su cuello con sus piernas enredadas a su cintura. Sentir la piel ser acariciada por la ropa suave de él y como sus manos, blancas como la nieve, acariciaban los puntos más íntimos de su cuerpo. Pero, cuando pudo desear algo mucho más que eso, él se zafó de su beso y se alejó considerablemente. Dejándola, sin más, completamente sin reservas.

Pero esto estaba comenzando, quien sabría qué planes tenía Reiji para la chica que estaba atada a la cama, o más bien encadenada.

Reiji la mira desde donde se encuentra, satisfecho por el efecto que producían sus caricias a ese cuerpo humano, a ese cuerpo con la sangre demasiado caliente. El cuerpo desnudo de la joven, sus pechos de piel rosada y coronados con pezones pequeños, ya endurecidos por la excitación y la frialdad de su piel. Bajaba la mirada hasta sus caderas amplias y a sus muslos fuertemente apretados, conteniendo el placer interior que pedía a gritos su cuerpo. Sus piernas son llenas, pero esbeltas. Su color trigueño a causa del bronceado natural le produce una sensación de calor mucho mejor que otros soles que haya probado. Deseaba acariciarla toda, desde las puntas de sus pies, detenerse en cada parte sensible de su cuerpo y besar todos los rizos de su cabello caoba.

Sonríe, elevando sus labios y soltando un suspiro divertido. La criatura aquella era sorprendente. Las cosas que podría hacerle, como causarle daño y placer a la vez. Volverse un sádico y un amante a la vez.

Aprieta el látigo de tiras que trae en su mano izquierda, relamiéndose los labios después de ese beso que la hizo perder el control. Había llegado la hora de satisfacer su vista y sus instintos. Camina hacia la cama nuevamente, sin dejar de mirar el cuerpo desnudo que yacía encadenado en ella.

— ¿Todavía quieres seguir con esto? —le pregunta, ahora pasando suavemente las tiras del látigo por la suave piel del vientre de la joven. La siente estremecer y un jadeo se escapa de sus labios.

Ella parpadea detrás del antifaz, y reprime una sonrisa burlona. Ella seguiría con eso, como así lo había afirmado días atrás. Se removió un poco en la cama y siente de nuevo las tiras de tela… ¿Acaso era cuerina? Recorrer su torso y su seno derecho. Es cálido, pero aún así la piel se le eriza como si estuviese cubierta de pelaje.

— Si —murmura, sabiendo que si habla siquiera más fuerte gemiría, mientras Reiji la acaricia con el artefacto desconocido.

Reiji sonríe nuevamente, y la mueca en su boca se convierte en una oscura seducción en su voz. Se acerca hasta el oído de la encadenada y le besa el lóbulo, antes de hablarle:

— ¿"Si" qué?

Acto seguido deja caer con cierta fuerza las cuerdas contra el vientre de la mujer.

Jadea fuerte, con un sonido estremecedor cruzar su garganta y emanar de su boca con estridente exigencia. Vuelve a respirar, ahora agitada, sorprendida por el ataque repentino y la sensación extraña que producía a su piel. Un cosquilleo recorre los lugares donde las tiras de cuerina han chocado, pasando a un calor extraño y luego a un anhelo. La respiración vuelve a ser normal y escucha, a pesar de las risas invisibles de Reiji, su corazón latiendo fuertemente contra su pecho.

— Si… señor.

Para ellos dos, la noche apenas estaba comenzando.

Fin: Parte 1

Continuará