Advertencias: Los personajes de Rurouni Kenshin no me pertenecen. Lo primero, perdón ya que hace mucho tiempo que no escribo nada y sigo sin beta. También quería dejar claro desde el principio cinco advertencias: es un AU, con todo lo que ello conlleva; y como no puede ser de otro modo, yo elijo el papel que juega cada personaje en esta historia; los capítulos serán cortos, no es negociable y en gran medida es por haber perdido la costumbre de escribir; dudo que sean más de seis o siete, sin una trama grandiosa o fuera de lo ordinario, puede que incluso sin final claro, atar cabos está bien, cerrar una puerta, no tanto; y por último, actualizo una vez a la semana.
Notas: Saludos. Después de estas advertencias no negaré que tengo miedo, aquí me encuentro de nuevo y misteriosamente, después de poco más un año, fuera de mi zona de confort, pero bueno,tengo que quitarme esta espina antes de plantearme irme del todo. Es mi primera aproximación al mundo de RK y aunque lo conozco desde hace mucho tiempo -creedme, mucho- aún estoy aprendiendo cómo son y cómo no son los personajes -de ahí que decidiera irme por la ruta fácil de hacer un AU-, así que cualquier apunte para mejorar la historia, la escritura, los personajes, lo que sea, es mucho más que bienvenido. Espero que no haya sido una desconsideración por mi parte querer compartir mis pequeñas locuras y que al menos llegue a buen puerto. Gracias por la oportunidad y espero que lo disfrutéis.
Una partida amañada
1. La torre
Miró a sus pies y suspiró. No. Nada había cambiado. Ahí estaba la prueba.
Era más tarde de lo habitual. Todo estaba hundido en un silencio que tampoco era extraño. Se agachó a recoger la carta, cerró la puerta con un golpe sordo y pasó refunfuñando por delante de la antigua mesa de la secretaría, por la sala de espera, por los pasillos a oscuras hasta la segunda puerta a la izquierda. El sonido de la llave abriendo la cerradura crujió en el vacío. Entró y se dejó caer sobre el sillón. En el silencio.
Golpeó la mesa con la carta arrugada y la observó indiferente. Nada había cambiado, y sin embargo todo sí que cambió cuando la primera carta llegó dos años atrás. En ese período de tiempo sus compañeros del bufete la habían ido dejando uno a uno al mismo ritmo que decaía el número de casos que entraban. O quizá había sido al revés. No importaba. Cerró sus ojos azules y suspiró. Lo único que se había mantenido impasible a lo largo de los pesados meses habían sido su cabezonería y aquella carta que pasaban por debajo de la puerta una vez a la semana. El silencio, el olor a vacío, todo se había convertido en una nueva constante a la que se había tenido que acostumbrar a fuerza de chocarse contra la misma pared.
Volvió a levantarse, se quitó la gabardina y la colgó en el perchero de la entrada, subió el maletín a la mesa, luego abrió la persiana del despacho y observó cómo unos tímidos rayos del sol invernal se colaban a través de los cristales dando luz a la madera, a las estanterías repletas de carpetas y a su pálido rostro incapaz de sonreír. Al frente, la bahía se desvelaba en el final del trabajo matutino dando paso al más plácido bullicio del paseo, el turismo y el ocio; un día a día que bailaba entre los mástiles de las pequeñas embarcaciones de recreo, las gaviotas, el olor a mal y el ruido de la vida. Porque al mismo tiempo, todo continuaba su curso natural.
Titubeó antes de sentarse y enfrentar de nuevo la carta, pero cambió de parecer. Algo, esta vez, le decía que no estaba preparada. Salió del despacho, siguió por el pasillo hasta el final donde se encontraba la cocina. Puso agua a hervir en la tetera mientras buscaba una taza limpia y un sobre de té. La carta, como pájaro de mal agüero, volvía a pesarle sobre los hombros, cada vez un poco más, y ya no estaba tan segura de si podría seguir adelante.
Desde que empezó, aquel era el tercer mes completo que no había recibido ningún tipo de ingreso, ¿cuánto tiempo más podría aguantar en esa situación? ¿hasta dónde llegaría su cabezonería? ¿tendría que dar su brazo a torcer? Quería negar y mirar a la vida con la furia que siempre bullía en sus ojos, pero hoy, esa mañana, por primera vez, ni siquiera estaba segura de tenerla.
Todo terminaría tarde o temprano. Alguna salía había.
No le quedaba más remedio que seguir mintiéndose. Vertió el agua caliente sobre la bolsita de té.
No iba a darse por vencida. Jamás. La encontraría.
Era algo pasajero. Se pasaría. Tarde o temprano. Pronto se olvidarán, se repitió, ella seguiría luchando, sino seguro que había un vacío legal al que aferrarse, lo encontraría, era cuestión de tiempo que la dejaran en paz, el mercado era así, y ella iba a agotar todas sus fuerzas en su defensa.
De nuevo en el despacho observó la carta. Igual que siempre. Otra vez sus hombros se hundieron. El sobre de un blanco impoluto no había pasado por el sistema de correos, lo habían traído específicamente hasta su puerta, se habían molestado en ello. Esta vez tampoco perdería el tiempo en buscar huellas, no las necesitaba y sabía que no las tenía. La tomó entre sus manos y observó su nombre escrito en una caligrafía cuidada de trazos limpios, debajo, la dirección del bufete y el remitente vacío, de esa forma sólo quien leyera la carta sabría quiénes eran los implicados. Rasgó un lateral dejando que cayeran sobre el escritorio las dos piezas de papel que contenía: la carta y el cheque. Siempre igual.
Tomó el último entre sus manos, fulminó con la mirada su nombre escrito y cómo la cantidad doblaba a la del cheque anterior; y suspiró mientras lo partía por la mitad una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, sintiéndose débil porque ni así podía deshacerse de la furia que la carcomía. Lo tiró a la papelera y se dejó caer sobre el sillón extenuada.
Se tomó su tiempo en alzar la mano para buscar la carta, la desplegó y paseó los ojos por encima encontrándose con el mismo vocabulario especializado, frío y distante de siempre, qué forma más elegante de esconder aquel delito de extorsión. Abajo, junto a un «Quedando a su entera disposición, reciba un cordial y afectuoso saludo», la firma y datos del enemigo. O una tercera parte que trabajaba para él.
–Y una mierda –masculló cerrando los ojos.
No, ya no le quedaban fuerzas para reír, y alegremente se hubiera dejado caer en el caos de sus pensamientos si el teléfono no hubiera comenzado a sonar estridente en la estancia vacía. Ahí se recordó que días atrás se había prometido descentralizar las llamadas del teléfono de la secretaría, a la entrada, y conectarlo directamente con el de su despacho, pero no lo había hecho y ahora debía ir hasta allá para ver si habían decidido cambiar de estrategia y amenazarla, ahora también, de viva voz.
–Kamiya al habla –respondió cansada antes del último tono, no perdía nada en probarlo.
–¿Kamira Kaoru-san, servicios de abogacía? –titubeó la voz al otro lado de la línea.
–Sí, la misma –intentó no sonar sorprendida, no, por supuesto que no eran ellos, pero tampoco parecía que fuera un cliente–, ¿en qué puedo ayudarle?
–Le llamo desde la jefatura de policía, tenemos un detenido que ha solicitado sus servicios como abogado defensor.
–¿A mí? –preguntó inconscientemente mientras buscaba una explicación–. Debe ser un error–
–No, nos ha facilitado su nombre, dirección y teléfono, Kamiya-san, no es un error.
¿Un antiguo cliente? No era una opción descabellada, excepto porque los últimos meses le habían obligado a verlo todo con otros ojos. ¿Podían ser ellos mismo? ¿podía ser este el nuevo método para atacarla? ¿con la policía de por medio? ¿qué estaban tramando ahora?
–¿Kamiya-san, sigue ahí?
–Sí, disculpe, ¿puedo saber quién es, cómo ha llegado ahí, de qué se le acusa…?
–Lo siento, ruego me disculpe pero es información reservada y–
–A menos que acepte no puedo saberlo. Entiendo –se masajeó las sienes, tendría que aceptar el juego, pensó, al menos algún que otro contacto tendría, podría tirar de ellos cuando llegara para saber qué sucedía, podría–. Está bien, al menos iré a ver qué sucede, ¿en qué comisaría se encuentra?
–Estamos en la comisaría central. –Premio, pensó la chica, al menos eso era una buena señal–. Cuando llegue a recepción pregunte por el comisario Saitou, la estarán esperando.
O no.
–Gracias.
Colgó. Saitou. No había otro comisario libre, no. Bueno, se masajeó las sienes de nuevo, tampoco eso tenía por qué ser una mala señal, abría una nueva puerta a saber quién era el misterioso cliente que la quería y de qué lado giraba el destino… ¿No llevaba toda la mañana pensando en que encontraría la forma de solucionar esto? ¿Y si…? Volvió a su despacho, no quería pensar más. Iba a ir. Mejor no pensar. Sí. Era lo mejor. Apuró el té, se puso la gabardina, cogió el maletín y cerró el despacho.
Que fuera lo que tuviera que ser.
N/A: Si os apetece, no os olvidéis que podéis comentar, poner en favoritos/alert y todas esas cosas que me hacen sonrojar y que agradeceré hasta la eternidad, porque aunque tarde en responder, siempre lo hago.
También acepto amenazas, pero sólo si están recubiertas de chocolate :3
¡Muchísimas gracias por leer!
PL.
