LOS LABIOS

"A menudo los labios más urgentes,

no tienen prisa dos besos después" – Joaquin Sabina

Muchos creen, o tristemente suponen, que el beso es el mejor y más definitivo uso para los labios, una vez fue esta mi apreciación, pero como en muchos otros aspectos que antes consideraba definidos en mi vida, Selene a cambiado mi forma de pensar.

Ahora, después de horas, días y meses de distante anhelo, he podido comprender, no si maravillarme, que antes que el beso, en toda su deliciosa y turgente magnificencia, es la mirada el mejor uso para los labios. Creo que la frase anterior requiere una explicación más elaborada para tornarse algo comprensible para aquellos que no han tenido el placer, no sin dolor, de desear a Selene.

La mirada es, según la filosofía popular, la ventana al alma y cuando esa alma se encuentra dentro de la existencia de un ser tan magnifico y críptico como Selene, la mirada puede ser lo único con lo que un pretendiente desahuciado puede llenar sus días. Son sus ojos y esos microsegundos en los cuales se puede notar, o al menos se cree notar, un atención, un brillo o una entonación distinta en su fijación ocular, los que como gotas de refrescante liquido calman la insoportable sed del amor no correspondido o materializado.

¿Pero cómo puede la mirada, lejana e impersonal en ocasiones, superar como experiencia sensorial al intimo, húmedo y delicioso beso? El más fuerte de los deseos es aquel que no es satisfecho, esto porque se mantiene vivo, palpitante; cuando un deseo es concedido se pierde esa aura de necesidad, de insatisfacción que lo acompañaba, no importa lo exhilarante que pueda resultar el hecho de obtener lo querido, siempre llegara el punto en que la sensación se apacigua, el momento en que al ganar, realmente se pierde.

Es debido a lo anterior por lo cual la mirada supera al beso, porque es un deseo insatisfecho, una espina clavada en el alma que con su presencia hace palpable la existencia de la misma, un dolor que en un masoquista sentido de la vida genera el placer de sufrir, de sentir. Ese momento eterno, irrepetible, en que su mirada se posa en tus labios, y con esa clase de certeza que solo un corazón enamorado posee, sabes que piensa en tus labios, en la sensación que generaría un beso, en la textura, la temperatura, la delicadeza del roce, la fuerza del deseo concedido, todas esas infinitas posibilidades, permutaciones de duración, posición y demás, todo eso cruza por su mente en ese pequeño instante en que observa mis labios y ese conocimiento, esa intuición es ambrosía para los amores no concretados.

Por eso ahora soy un creyente, alguien que transita por la vida esperando esos cortos instantes en que su mirada acaricia ligeramente el contorno de mi boca y puedo imaginar todo aquello que pasa por su cabeza, puedo desear que ese momento se concrete, al mismo tiempo esperando que no sea así. Nada se compara a saber, sin certeza o prueba alguna, que su mirada esconde a plena vista un ansia por cubrir con sus labios los mapas que en su cabeza guarda de la anatomía de mi boca, por descubrir un sabor que por ahora solo puede adivinar, intuir.

Por eso y mucho más creo que los labios encuentran la culminación de su existencia cuando son observados a la distancia por una mirada que esconde, bajo infinitas capas de negación y autocontrol, una compulsión por poseerlos con primitivo deseo, por recorrerlos con desesperante parsimonia, es en ese momento que los labios ascienden, evolucionan, después de eso solo queda el beso y la muerte.