Anhelo.

Él era diferente. Había nacido así y lo había aceptado con el tiempo. Ser como era tenía sus pros y sus contras, y Teddy finalmente entendió que era posible aferrarse incondicionalmente solo a los aspectos positivos.

Atesoraba su capacidad de cambiar a gusto y su herencia licántropa; para él eran los invaluables regalos de despedida de Nimphadora y Remus. No los había conocido, pero estaba seguro de que habían sido personas maravillosas. Eran sus héroes, su gran ejemplo a seguir; jamás negaría entonces la sangre que corría por sus venas.

Sin embargo, a veces, durante unos instantes deseaba no ser él.

Teddy, el que siempre hacía reír a los demás con su inevitable sentido del humor.

Teddy, el que inspiraba la compasión de sus queridos, y no tan queridos, cada luna llena.

Teddy, el muchacho desalineado siempre dispuesto a ayudar.

Porque aunque ella lo saludara con una radiante y sincera sonrisa, y aunque siempre estuviera ahí para él, besaba a otra persona. Dedicaba sus caricias y abrazos a un joven alto y elegante, serio y formal, educado y escrupuloso. Jean, el novio de Victoire, era todo lo que él jamás sería.

Pero Teddy no lo envidiaba, ni renegaba de su propia identidad. Tan solo, a veces, cuando lo observaba apenas rozar la piel de Victoire, deseaba estar en su lugar. Únicamente anhelaba su innegable derecho a tocarla.