Disclaimer: Digimon Adventure y sus personajes respectivos no me pertenecen, sino que la franquicia es pertenencia de Akiyoshi Hongo.
"…sólo recuerdan el pobre y el solitario". –H. P. Lovecraft.
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Prólogo
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La alteración no es involuntaria. Cada paso dado vislumbra un círculo de posibilidades que necesariamente engendrarán consecuencias. Si bien, es cierto que no podemos saber cuán fuerte ha de ser la superficie del suelo que nuestros pies tocarán, el mismo sentido que nos lleva a mover nuestros extremos nos advierte de las futuras reacciones. No somos tan incapaces.
Quizá la rutina nos lleve a actuar sin percatarnos de ello, mas hemos de ser honestos al reconocer nuestra voluntad en cambiar los hechos, palabras y pensamientos de acuerdo a nuestros deseos. Somos culpables y no somos capaces de cambiarlo.
En nosotros está el deseo de colocarnos en el papel de víctima. Negarlo nos hace hipócritas, reconocerlo nos hace imperfectos.
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Llagas abiertas
Capítulo 1
高石 大和
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Mi nombre es Yamato. La razón de que lo sea conlleva numerosas discusiones de carácter animoso, y ciertamente esperanzadoras, sobre el futuro, intercambios que trataban sobre mi anhelada aparición, sobre mi idealizada gran persona y mis ya supuestas características y personalidad.
Al momento mi edad corresponde a los 17 años, y en este instante mi vida impetuosa maniobra dando giros difíciles en una carrera que disputo al solitario. Al ser menor de edad en mi cultura madre, es claro que no soy apto para escoger mi apellido –el cual es Takaishi–, y esto tomaré como raíz del problema en esta historia. No obstante, para poder abarcarla de la mejor manera, necesitaré comenzar de dónde creo todo surgió. Aunque desconozco varios detalles, por lo cual quizá encontrarán incongruencias en mi relato.
No obstante, sea consciente el lector que aunque el relato estará discretamente idealizado por su propia percepción, no haré más que relatar la verdad; Si les disgusta el hecho, no finjan ni pretendan que no sucedió porque todo tiene su sentido y al final del camino demostrará que tengo razón. Y a pesar de que no me guste reconocerlo, el punto de vista no altera la realidad del hecho, sólo confirma una verdad en porciones discriminadamente apreciadas.
Por lo tanto, he de proceder.
El encuentro, creo yo, dio presencia en una reunión de estudiantes de periodismo. Copas de alcohol y pequeños bocadillos se compartían en un edificio que pertenecía a la universidad de Tokio. El ánimo en el ambiente era amigable, camaradas y compañeros discutían felices sobre sus planes para el futuro, sobre el comienzo de otro ciclo de estudio y para algunos el comienzo de su empleo en ámbito laboral. La joven Natsuko Takaishi, una estudiante de primer año reconocida y popular por su impecable belleza, conocería en esa noche al estudiante de un año avanzado, el joven Hiroaki Ishida, quien no se incluía en un grupo de estudiantes sobresalientes, pero quien demostraba aptitudes únicas para algunos profesores.
La presión de sus compañeros y amigos ofrecerían escenas en las que quedaran solos y el furor y el calor del alcohol provocarían en ellos una sensación cálida y excitante.
Una amistad surgió luego de una charla trivial entre ellos, donde bromas y preguntas incomodarían mas también darían confianza. Se conocieron hablando sobre su pasado, sobre sus gustos y la razón de estudiar periodismo, y dio interés a ambos el hecho de que sus razones fuesen similares, sino iguales. Pero la atención que se esforzaban mantener sería ofuscada progresivamente, y a lo largo de su conversación, por la biológica reacción de la atracción. Sus ojos azules se conectarían y comunicarían lo inefable y poderoso. Podían entenderse, lo cual generó confusión en ambos, mas al ser la primera vez en que intercambiaban la palabra, lograron calmarse y esperar. Por lo cual su intercambio duró menos de lo que deseaban.
Al pasar los días, las semanas y algunos meses, las reuniones entre ellos se harían más frecuentes. Comenzarían como una excusa de recibir asesoramiento mutuo en materias que compartían, mas al haber un claro interés del uno hacia el otro, cada reunión terminaría convirtiéndose en algo privado y grandemente vergonzoso. La torpeza de ambos al no saber cómo tratarse generaría incluso más interés, por lo que en una ocasión decidieron reunirse, pero esta vez no para estudiar.
Quien hizo la invitación fue la joven, que alterada no sabía cómo organizar su vida al sentir ese fuerte apego hacia Hiroaki. Ya era algo claro para ella el hecho de sentir un gran interés y afecto por él. Por lo cual se lo confesó en una cafetería y le propuso ser una persona especial y privada para él, lo cual recibió una prepotente aceptación y una repetición en la propuesta.
— ¡Prometo tratarte como lo mereces y ser todo lo que necesitas! —la alegría escapaba de su joven voz.
Eventualmente sus reuniones dejaron de ser reuniones para convertirse en citas, encuentros y noches juntos, mas cuando la compañía pasó de ser algo deseable a algo de lo cual necesitaban y no podían esperar, decidieron unirse. Entonces la impetuosa propuesta salió a la luz; En una noche, en la cual compartían la cena en casa de los padres Takaishi, Hiroaki buscó algo en su bolsillo de repente e inclinándose a un costado de donde Natsuko se encontraba sentada, extendió el anillo a la vista de ella y pronunció la petición, sino ruego, ante los ojos extasiados de emoción y lágrimas que lo observaban.
— Por favor, dame el honor de ser tu esposo.
La devoción y el fervor conmoverían a los padres de la joven, los cuales al conocer a Hiroaki darían su clara aceptación y apoyo luego de escuchar el "sí" de su hija. Se abrazaron, lo celebraron y se abrazaron nuevamente. Por lo cual, dos meses después se casarían. Y habiendo tenido tres años de novios, y luego de haberse conocido hace cuatro años, la boda se celebró y alquilaron un piso humilde en el barrio de Nerima, Tokio.
— Te amo tanto...
Esperanzas y sueños se vislumbraban al ver pasar a la joven pareja.
Transcurrieron dos años y yo, su primer hijo, nací. Lo que en su momento pareció distanciarlos parcialmente a causa de la rutina, con la llegada de un bebé, desapareció. Estuvieron más unidos que nunca. Consecuentemente, pasados tres años más, el segundo hijo, Takeru, nacería y propondría algo impactantemente diferente en el ambiente del hogar. Como producto, inesperada y extrañamente el matrimonio se dividiría al tratar temas como los planes hacia sus hijos y decisiones para el futuro. Diferencias triviales los dividiría a causa del orgullo y llegarían a reñir al desafiarse y poner en juego su palabra. Pasadas las semanas, no lograban llegar a un acuerdo, por lo cual se evitarían y procurarían no verse simplemente para no pelear.
La soledad y la necesidad de compañía que había en ambos los forzaría a unirse nuevamente, a disculparse y pedir perdón por las ofensas, sin embargo, al no tolerar un mínimo cambio en sus puntos de vista, las discusiones reaparecían constantemente. La posición que creían debían mantener los forzaba a negarse a aceptar una opinión diferente, y el enfado al notar presión por parte del otro, los incitaría a rememorar y echar en cara errores pasados. Finalmente, el orgullo del hombre y el dolor de la mujer los separaría. Luego de haber tenido una fuerte discusión, la cual provocó que sus hijos lloraran, logró que se indignaran a causa del otro y se separan por una noche. Natsuko le ordenó a mi padre que se marche y él, ofendido, lo hizo.
Si hubiese considerado siquiera la debilidad que tenía Hiroaki y su poca fuerza de voluntad, nunca le hubiese permitido marchar. Pero así fue, y la infidelidad surgió y se reprodujo entre las sombras. La pena y la vergüenza de mi madre provocaron que llorase amargamente por varias noches. Al darse a luz la falta de mi padre y el ya sabido rechazo por parte de Natsuko, hizo que se separaran de manera oficial y anularan su contrato de matrimonio luego de un largo proceso. Consecuentemente, pasados cinco meses del triste episodio estaban divorciados y gracias a un acuerdo, y la atención de numerados abogados, yo quedé a la custodia de mi madre y Takeru de mi padre. Y poco a poco nos distanciaríamos como familia y perderíamos el rastro de lo que ambiguamente fue una unión.
— ¡Por favor, perdóname! ¡Te lo ruego!
Me alegraba de vez en cuando, he de admitir, cuando me enteraba que podía ir a visitar a mi padre y a mi hermano menor cuando niño, pero cuán cruel no sería lo porvenir al enterarme que nos mudaríamos aún más lejos, apartándonos. Nos iríamos de Narima, de Tokio, y finalmente de Japón. Completamente para sorpresa mía, la decisión de Natsuko nos instaló en Europa. Específicamente, en Francia. Un lugar frío, obscuro y lleno de etiquetas. Un lugar que me extrañaba y que nunca terminaría de conocer. Un lugar al que nunca me acostumbraría, con un idioma que nunca aprendería. Con una familia que desconocía, con padrastros que nunca aceptaría. Con una cultura con la que chocaría… con una casa de la que nunca saldría, y con una madre a la que nunca perdonaría por arrebatármelo todo.
— Ya estoy en casa, Yamato.
Pero así fue. Nos marchamos, quizá para nunca más volver, llegué a pensar. Abandonando mi hogar, mi lengua, mi padre, mi hermano… La vida en Francia fue un golpe fuerte para mí. Se suele decir que al tratarse de niños el cambio no es tan drástico, pues es entonces cuando se forma el carácter. Pero en mi caso no se trataba de eso. Sufrí reiteradas veces en la escuela por no poder aprender el idioma, me incomodaban las miradas curiosas de rostros diferentes al mío. Con rasgos tan exagerados que me hacían sentir extraño.
— Sólo tienes que darles una oportunidad, Yamato.
El escuchar tal consejo de mi madre repetirse por largos años llegó a enfadarme. No podía simplemente aplicarme una idea al verme aislado de los grupos. Era un hecho de que no me podía integrar, y no se trató de una lenta transición de semanas y meses. Fueron años en los que me negaba a pertenecer al lugar. Una fobia peculiar referente a mi entorno tomaría forma en mi mente y llegaría a alterar todos mis pensamientos. Mas llegado el momento en el que me acostumbraría a ser un extraño, en que las miradas curiosas serían el saludo de bienvenida que recibiría, ese fue el anuncio de nuestro fin como ciudadanos de Francia.
Por razones que hasta el momento ignoro, Natsuko me propuso viajar nuevamente a Japón. Había alegado que por razones de su trabajo nos convendría el cambio. Dijo que no iríamos a Narima, dónde solíamos vivir, por razones obvias pero que buscaríamos renta en un lugar en el centro de Tokio. En tal instante, me fue casi imposible restringir la alegría que buscaba manifestarse en mi rostro.
Acepté sin hablarle –como ya acostumbraba hacer– y comencé a preparar mis cosas, y al cabo de dos meses estábamos regresando al hogar que creí nunca cambiaría. Es interesante para mí ahora, cómo desde entonces se confabulaba el universo entero en echarme en cara lo ridículo de mi razonamiento.
La bienvenida, al bajar del avión, me la dio un hombre mayor, arrugado, sin afeitar y desaliñado junto a un niño que manifestaba un gozo peculiar al vernos. Al procurar darle sentido a la imagen que se mostraba ante mí, deduje que se trataba de mi hermano menor y mi padre. Me dolió sobremanera no poderlos reconocer, pero ahí estaban, Takeru corriendo a abrazarme y diciéndome lo mucho que me había me extrañado, con esa voz irreconocible por el paso de los años pero con la ternura que lo acompañaba desde bebé. No sé si llegué a responder a lo dicho o corresponder el abrazo siquiera, pero cuando me giré hasta mi padre no fue alegría sino amargura lo que vi en su rostro.
— Me alegra mucho verte, Yamato.
Una voz quebrada por el dolor escapó de sus labios secos acompañando la vehemencia de su declaración. Y me hubiese quedado pensando en eso si no fuese por la intervención de Natsuko. Se dirigió hacia Takeru, quien por poco estaba tan alto como yo a pesar de ser tres años menor. Vi que mi hermano –sí, mi hermano– no llegó a quitar el asombro de su rostro y educadamente, y para sorpresa mía, saludó a nuestra madre con una reverencia, tradición que por poco no reconozco. El saludo de nuestros padres no se dio. Natsuko hizo un trabajo excepcional en hacer como que mi padre no estaba, mientras que él parecía no reaccionar a lo que veía.
Takeru y mi padre nos ayudaron con nuestro equipaje. Mi hermano me acompañó hablándome sin parar, lo cual me sorprendió y alegró en cierta manera. No creí que tuviese tal personalidad cuando parecíamos ser unos completos extraños. Subimos nuestras pertenencias a un taxi y nos despedimos.
— Creo que te veré en la escuela —dijo de pronto—. No sé si lo recuerdas, pero ya estamos a finales de año escolar en Japón.
A mi hermano le resultaba imposible ocultar su sonrisa. Yo asentí no tan seguro, pero nuevamente me giré hacia mi padre. Al verlo sentí deseos de abrazarlo, pero me contuve. Los saludé a ambos y nos marchamos hacia nuestro nuevo hogar, si es que puedo llamarlo de tal manera.
Al ingresar en la vivienda, la cual se componía de un departamento grande con algunas habitaciones más bien pequeñas, dejamos nuestras pertenencias dentro y suspiramos luego de acabar, lo cual tomó bastante tiempo. Al notar que Natsuko me sonreía con intención de entablar una conversación, volteé el rostro y me propuse salir. Y frente las preguntas recurrentes de mi madre, alegué que saldría a caminar por un momento. Luego de eso, ignoré el resto de sus preguntas y crucé el umbral despreocupado, no obstante, al dar no más que un par de pasos al salir, el aire, gélido y extraño para mí, me embriagó fuertemente. Desconocí el panorama a primera vista, luego mi mirada se acostumbró a los carteles en un idioma y escritura que sí podía entender. Noté personas similares a mí, transeúntes, con rasgos parecidos, gestos, ademanes… Una impresión abrupta surcó mi mente. Recapacité cuanto estuvo en mi poder sobre lo que sucedía, mas me sentí perder al recorrer todo mi cuerpo una sensación de pertenencia, de encaje. Sentía que pertenecía a tal lugar, sentía que podía permanecer allí. Sentía… sentía que no había perdón por haberme arrebatado la oportunidad de quedarme. La despiadada decisión de quitarme mi hogar, mi familia, mi hábitat.
Lágrimas se agolparon en mis ojos y se precipitaron finalmente hasta una caída. Cuando fui consciente me encontraba conteniendo los sollozos.
— ¡Takeru! —una dulce voz se dejó oír detrás de mí.
Sentí entonces unos pequeños pero tibios brazos atraparme y abrazarme fuertemente desde atrás. Sentí una extraña sensación cruzar mi mente, pero alcancé a reaccionar esta vez y me giré extrañado por lo sucedido. Al hacerlo vi a una joven de cabello corto, tez blanca, de rasgos delicados y finos mirarme totalmente desconcertada mientras su rostro comenzaba a ruborizarse violentamente.
— ¡Eh…! ¡Lo siento! —se disculpó mientras se apartaba de mí horrorizada— ¡Te confundí con alguien más!
Rió incómoda y avergonzada, y rápidamente desapareció corriendo en dirección de dónde provino.
Yo permanecí de pie viéndola correr y chocar con algunas otras personas en su camino. Al procesar su rostro, mi mente me hizo creer que conocía a esa persona. Hice memoria y efectivamente se trataba de una niña que conocía antes de marcharme. No recordé su nombre, pero sí sabía quién era, y al parecer ella era más cercana a mi hermano. Tal recuerdo me hizo olvidar mi pena y sonreí por su torpeza.
Un momento. Dijo… ¿Takeru?
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Notas: Nuevo proyecto. A este proyecto lo noto bastante diferente a lo que comúnmente hago (o hacía, porque lo dejé hace tiempo), pero de igual manera debo aclarar que el crédito de esta historia debo dárselo a melia2, quien me propuso escribir una historia con estos personajes y una una problemática específica. Está claro que lo desarrollaré a mi manera, pero la totalidad de la idea se la debo a esta persona. Espero que les guste y si son tan amables, me hagan saber qué les pareció. Saludos!
