Se llama a sí mismo débil. No por humildad ni compasión. Simplemente no siente que tenga algo sobre qué agachar la cabeza y agradecer tímidamente, ruborizándose; ni mucho menos se siente digno de misericordia, de algo que le dispense por sus faltas, que le seque las lágrimas. Se llama a sí mismo débil sino para recordarse lo cruel que es el mundo, lo cruel que es la vida y lo cruel que él debe ser consigo mismo por ser tan endeble, por ser tan como es.

Se llama a sí mismo débil cuando despierta en las mañanas y no puede abrir los párpados, porque sigue atrapado en pesadillas, porque la realidad en sí misma es una. Por creer lo que cree, que la vida es una pesadilla, por querer despertar, por creer que vale más así: despierto, porque cuando duerme solo chilla y grita, llora, depende, fastidiando el sueño de otras personas.

Se llama a sí mismo débil cuando extiende la mano y alguien le brinda la suya, o pide una cuchilla y le llevan en brazos. Porque se le ahoga la voz al ofrecer su única arma para pelear, sin orgullo, con anhelo, tiembla porque no cree que sea lo suficientemente buena, porque ve lo que el resto no ve y sabe de probabilidades y razones. Se llama a sí mismo débil cuando ruega por vivir.

Se llama a sí mismo débil cuando está dispuesto a abandonar su vida, a abandonar al mar, que se quedará sin verlo. Porque si hay un cordero para sacrificio, mejor nadie que él. Por la humanidad que lucha, perder la suya misma, con una capucha y sin el corazón; porque niega su vida y alma con un disparo y humo a su alrededor. Se llama a sí mismo débil cuando ruega por morir.

Se llama a sí mismo débil cuando calla, no denuncia, justifica, guarda información y espera, observa. Porque la realidad debe golpearlo de arriba y definitivamente; porque duda y apuesta y decide ocultar su mirada mas mira de frente; porque la encuentra y se escapa, porque busca respuestas para perdonarla y cuestiona. Se llama a sí mismo débil cuando se endurece como un cristal.

Se llama a sí mismo débil cuando dispara y no deja ir a un camarada y se aferra a una cuchilla y a un cuerpo inconsciente. Porque le pide vivir, porque tiene el poder de salvarle y salvarse de la oscuridad, un corte limpio en lugar de arrancarle las entrañas por completo; porque sabe nada curará esa herida y está en él que sane o infecte. Se llama a sí mismo débil cuando llora por su egoísmo.

Se llama a sí mismo débil cuando es humano.

Armin, ¿cuánto tiempo piensas seguir gritando en un bosque, ocultando tu llanto?

¡Hombre!, planifica salvación con tu zurda.

¡Soldado!, acaricia promesas con tu diestra.


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Escribo esto en una noche tras diez horas de estudio de corrido y un almuerzo que me hará fallecer más temprano de lo que debo.

¡Feliz cumpleaños, Armin Arlert!

Las anáforas suenan kúl en mi cabeza, lo siento. Y obviamente sonaba más kúl cuando lo escribí hace un año atrás en la parte de atrás de un examen de Neurociencias, ahora que lo releo que me muero de vergüenza.

Para el Armin de sus 15, sí, ese del año que acaba de pasar.

Y esto es para ti también, quien también cumplió 16 en algún momento de su vida y se sorprendió de haber llegado tan lejos.

Créeme, hay un mundo que puedes salvar. Ese es el tuyo. Tú eres tu propio mundo.