Disclaimer Dragon Ball Z no me pertenece, es propiedad de Akira Toriyama.

Advertencia Este fic dará a lugar a temas muy fuertes, por lo que sugiero discreción en capítulos futuros.


Finale

? — Prólogo


Caminaba, impaciente, buscando una forma de huir de aquél gran salón donde se encontraba prisionera. Acababa de comenzar una fiesta, a la cual habían sido invitadas todas las familias más influyentes de la capital Oeste. Por supuesto, la suya no iba a ser la excepción.

Fue obligada a ir, a pesar de que las mujeres no podían asistir a dichos eventos sin ser acompañadas por sus maridos o prometidos.

Le extrañó que su padre irrumpiera ese día en su habitación, con un bello vestido de seda turquesa muy recatado y elegante, como no había visto otro en su vida.

Le sorprendió aún más, cuando besó su mano antes de cerrar la puerta tras de sí, para permitirle cambiar su desgastado atuendo más cómodamente.

Le dijo "serás la invitada de honor esta vez". Y se marchó.

Sí, la situación de Bulma Brief era complicada.

Hija del científico más famoso de la época, poseedor de una de las fortunas más grandes de todo el país, y la ama de llaves de la esposa de éste. Una bastarda ilegítima, la cual su madre abandonó en el umbral de la mansión al ser despedida por la señora Brief. Siempre pensó que la mujer de rostro desconocido lo hizo creyendo que sería lo mejor para su retoño, pero simplemente no fue así.

Su padre aceptó a regañadientes la tarea que, para la época retrógrada en la que le tocó nacer, no le correspondía. Nada más por el deseo (o quizás fetiche) de su cuernuda esposa, que deseaba tener una hija pero no podía concebir, la bebé nombrada Bulma fue aceptada por la familia.

Era bien sabido por toda la capital que la mujer no amaba a la pequeña de cabellos turquesa. A medida que fue creciendo, y que sus facciones de bebé e infante fueron desapareciendo, la realidad se mostraba frente a los ojos de los Brief. Esa niña no poseía ningún rasgo de su padre, y obviamente tampoco de su "madre".

La aristocracia y la plebe no tardaron en sacar sus propias conclusiones, dejando el honor del escudo Brief por los suelos.

A medida que crecía, todo empeoraba. Su madre constantemente le levantaba la mano, tratando de descargar su furia contra el fruto de la pasión desmedida de su marido, le gritaba qué de cosas, y la encerraba en su cuarto por días.

A veces las criadas, apenadas, colaban por debajo de su puerta unos pedazos de pan. Lamentablemente, nunca era capaz de comerlos, puesto que la deshidratación que sufría se lo impedía.

Así pasaron los años, escondida bajo las cuatro paredes de la injusta sociedad en la que su vida se veía sumergida.

Ella formó su carácter, aunque escondido en lo más recóndito de sus ser. Su cuerpo cambió: se convirtió en mujer. Se había llenado de curvas, de hoyuelos, de pequeños lunares. Su rostro se había alargado, lo notaba a pesar de los años que llevaba sin mirarse frente a un espejo.

Y, bueno.

Lo único que quería era huir de allí.

Y esta estúpida fiesta era la oportunidad que Bulma había estado esperando toda su vida.

Recorrió, por ya novena vez en aquella noche, el amplio salón de una familia equis que no conocía. Las ventanas estaban seguras y no pretendía causar un escándalo al romperlas. Las puertas estaban vigiladas por guardias, quiénes obviamente no la dejarían irse hasta que la fiesta llegara a su fin. Se estaba quedando sin opción alguna, ¿acaso notarían su ausencia si iba al baño y se escapaba por alguna pequeña ventanilla?

— Padre, ¿hay cuarto de baño en este lugar? — trató de sonar lo menos sospechosa posible con aquella pregunta. Observó la reacción del hombre por el rabillo del ojo.

— Una dama no va al baño en la mitad de una fiesta — declaró tajante.

Puso los ojos en blanco, no sabiendo qué hacer.

En todo caso, ¿qué más daba? Iba a escaparse, no era como si tuviera que pedir permiso para eso.

Se dijo a sí misma que todo iba a estar bien, y en vez de optar por la nada glamorosa huída desde el baño, decidió persuadir a uno de los guardias para que la dejara salir.

Avanzó con paso seguro, moviendo elegantemente su esbelta figura. Mientras más se acercaba a la mole que impedía la salida del gentío, más se arrepentía de lo que estaba a punto de hacer.

El hombre de robusta figura y tosca mirada la observó con ojos inquisitivos.

— ¿Qué desea, señorita?

Ella tragó saliva.

— Me gustaría tomar algo de aire fresco. Estos lugares llenos de gente no me dejan respirar — exclamó, soltando una suave risita.

El guardia enarcó una ceja.

— ¿Cuántos años tiene usted?

Se dio una palmada mental al recordar que las mujeres solteras menores de edad necesitaban autorización para salir de una fiesta.

¿Cómo podía ser tan estúpida?

—Veinte años, caballero.

La miró de arriba abajo. Su figura aparentaba edad, pero su rostro en absoluto.

— ¿Está segura? Preferiría llamar a su padre para que le permitiera.

La consciencia de Bulma gritó: ¡Alerta! Esto no estaba yendo de la forma en que la adolescente quería.

— Oh, señor, no creo que sea necesario. Sólo será por unos minutos y, ya sabe, no creo que le agrade que ésta bella señorita se desmaye porque usted no la dejó salir. Eso causaría un revuelo mayor.

El robusto hombre la miró dubitativo por unos segundos, pero terminó por suspirar y abrir la puerta cuidadosamente, como si de un secreto se tratase.

— Vuelva pronto, señorita.

Con ese pensamiento absolutamente descartado de su mente, Bulma Brief por fin pudo salir a hurtadillas de toda esa pesadilla que llamaban comúnmente oligarquía.

Se quitó sus tacones, y comenzó a correr hacia su destino, su libertad.

Después de todo este tiempo encerrada, por fin podría vivir su vida como siempre quiso hacerlo.

O eso fue lo que creyó, hasta que vio aquél auto pasar a toda velocidad delante ella.

En ese momento, algo en su cabeza le dijo que debía seguir su camino, que no se detuviera, que algo malo iba a pasar; mas la sorpresa le ganó y detuvo su carrera para observar al impertinente hombre que manejaba esa máquina.

Su ceño cambió drásticamente al ver que el auto se detenía frente a su figura y la puerta del acompañante se abría lentamente. Retrocedió, espantada, buscando un lugar adónde huir, pero en cuanto lo hizo, sintió una presencia tras ella, quién tapó su boca con un trapo empapado de un líquido sin olor que hizo que su cabeza diera vueltas, hasta desmayarse por completo.

Y, lo último que pudo recordar antes de sucumbir en los brazos de su captor, fueron las palabras que su madre le dedicó al abandonar la mansión aquella tarde.

— Espero que disfrutes tu primer gran vals.