Disclaimer: Digimon no me pertenece.


Desbordarse

Un fic sobre Taichi Yagami


I

Él era valiente. Fuerte y decidido. Impetuoso y hasta temerario. Sus pasiones eran violentas, su vida emocional siempre lo hacía subir y bajar sin descanso, envolviéndolo en una vorágine de tormentos y dichas. Adoraba a su familia y amigos por sobre todas las cosas. Nunca haría nada que lastimara a sus seres queridos, porque Taichi era como de esos cachorritos que ves en la calle y que, una vez acaricias, no te dejan de mover la cola y se pegan a ti con un cariño infinito que raya en la devoción, y que con el pasar de los años se transforma en el sabueso más fiel, que te acompaña, consuela y protege por el resto de una existencia que él ha dedicado sólo para ti, porque de esa forma él encuentra la felicidad.

Es también de esos cabeza dura que nunca te dejan tranquilo, por mucho que lo grites, por muchos golpes que les des; Tai es ese perrito fiel que soportará todos tus maltratos, porque sabe que con eso pides a gritos un poco de cariño y atención, y él siempre estará dispuesto a dártelo.

Sora y Matt lo sabían muy bien.

Porque a pesar de lo horriblemente gritona que se ponía la pelirroja, Tai siempre regresaba, una y otra vez, con una disculpa, prácticamente pidiendo perdón por existir. Porque Tai sabía que Sora era estricta con él sólo porque lo que ella sentía hacia él era intenso, tan intenso como lo que él mismo sentía por ella. Ella siempre desbordaba cariño para todos, y él adoraba cuando ella se deshacía en sonrisas. Le gustaba cuando esas sonrisas eran para él, y por eso se limitaba a vivir así, siempre anhelando ese cariño que Sora mantenía tan restringido para con él, pero Tai era paciente, porque ese era su cariño, su amor, y algún día tendría acceso a todo.

Y a pesar de lo terriblemente indiferente y frío que era el rubio, Tai no se alejaba ni siquiera cuando el rubio se lo ordenaba con golpes, porque el castaño sabía que Matt era puro amor por dentro, un amor líquido y caliente que le corría como lava por las venas, de ese amor que quemaba, que dolía, que te dejaba sin aliento, pero que era incondicional e intenso, lleno de una pasión y devoción tan violentas como el mismo Tai. Pero el rubio se ponía hermético porque le daba terror desbordar todos sus sentimientos y emociones. Y Tai lo sabía, lo supo desde la primera vez que lo vio, solo, bajo un árbol, viendo jugar al resto, sin intensiones de acercarse, aunque en ese momento nunca lo pensó de esa forma porque apenas era un niño, pero de todas formas lo supo. Y quiso acercarse para romper la coraza, a fuerza de puños si fuera necesario, porque Tai era de esas personas con esos ojos que podían ver a través de todo, y el castaño veía, con esos ojos chocolate que vivían en un gesto de despiste, toda la belleza del alma de Matt.

Y Tai lo obligó a ser su amigo, a esperarlo para que regresaran juntos a casa después de la escuela y después de cada práctica de fútbol, a que fuera a su casa y compartiera con su familia, y a recibirlo casi todos los fines de semana y los días festivos en su departamento a quedarse a dormir. Tai lo obligó a que fueran como hermanos, a que fuesen siempre los dos, unidos frente a lo que sea que se les atravesará en el camino, siempre fieles, leales el uno al otro. Los mejores amigos. Y el rubio no se arrepentía de haber cedido. Nunca lo haría.

Pero había algo que tenía Tai, y era un defecto tan gravísimo. Su hermana y Mimi siempre le reclamaban por eso, porque siempre terminaba haciéndose daño. Pero siempre ignoró los regaños de ambas castañas, porque a él le gustaba que los demás fuesen felices, y mejor si él podía contribuir. Por eso no se arrepentía de haberle regalado su balón de fútbol a ese niño que conoció en el parque cuando pequeño y que jamás volvió a ver. O de haberle cedido a la señora su puesto en la fila de la compra de unos cds; ella los quería para sus hijos y él los quería para él, y la señora fue la última en conseguir esos cds. Tampoco se arrepentía de haber vendido sus patines nuevos para poder comprarle ese vestido a Sora que tanto quería. No lo hacía a propósito, no lo hacía con afán de saberse a sí mismo altruista y desprendido, simplemente lo hacía porque le gustaban las sonrisas de la gente, como la que ese niño le dio, como la que la señora le dio, o como la que adornó maravillosamente el rostro de Sora cuando abrió la bolsa que contenía el vestido. Y había sido una de las sonrisas más bonitas del mundo, porque eran de esas donde la chispa se posaba hasta en los ojos, y la alegría emanaba por cada poro del cuerpo. Por eso lo hacía.

Pero había veces que esas buenas intensiones de ver al resto feliz lo herían profundamente. Pero él nunca haría nada que pudiese dañar a sus seres queridos. Por eso cuando vio a Sora aquel día de Navidad con un regalo hecho por ella misma para Matt, se obligó a sonreír y a infundirle valor, porque eso es lo que un verdadero amigo haría, y porque él siempre apoyaría a la pelirroja. Y ese día todo pasó tan rápido, que no tuvo tiempo de pensar en el asunto hasta que se vio a sí mismo en su casa, solo en su habitación. Fue en ese momento en que todas las emociones contenidas se desbordaron. Se sentía idiota por haber pensado que aquel cariño que Sora mantenía tan preciosamente escondido iba a ser algún día para él. Debía haberlo supuesto, haberlo visto venir. Sora y Matt se llevaban de maravilla, siempre habían tenido una buena relación y si se habían vuelto más cercanos había sido gracias a él. ¿Cómo no lo había visto? ¿Qué tan ciego y tonto podía llegar a ser? Por supuesto que terminarían enamorándose, si él a Sora le hablaba maravillas sobre Matt, y a Matt le hablaba maravillas sobre Sora.

Ese día se obligó a sí mismo a no lamentarse. Todo había sido muy repentino. No debía sacar conclusiones apresuradas. Apenas había visto a Sora con la intensión de darle un regalo a Matt. No sabía nada sobre lo que su amigo podría pensar o sentir al respecto. Quizás la pelirroja no era correspondida. Aún debía esperar a ver cómo las cosas de desarrollaban.

Pero Sora y Matt comenzaron a salir, y él no pudo más que sonreírles a los dos. Y pasó así, mucho tiempo, sonriéndoles, porque no quería que su sufrimiento les estropeara la felicidad. Se obligaba a sonreír y a mostrarse satisfecho con esa relación porque se sentía malo y mezquino, porque que sus dos mejores amigos estuviesen saliendo no le hacía cien por ciento feliz, y no podía evitarlo. Pero él sabía que ambos eran grandiosos, las mejores personas que él conocía, y sabía que ambos merecían a personas tan extraordinarias como ellos mismos, así que su consuelo era esa estúpida idea: que no había mejores personas para ellos dos que ellos dos.

Y fingía, y se sorprendió a sí mismo de lo bien que podía hacerlo, pero su hermana convivía con él y notaba todo, y no fue sorpresa para Tai que Hikari se fuera de bocazas con la castaña que estaba en los Estados Unidos.

Y cuando ella vino a verlo, él notó que no era el único que sufría en silencio la felicidad de sus amigos.

—No vine a que me consueles —le murmuró ella al acercársele para que ninguno de sus amigos lo escuchase. —Vine a decirte que eres un tonto —puntualizó.

Él sólo le sonrió. Y aquella noche, en la que todos se reunieron, ellos se fueron a charlar a fuera de la casa de Sora, porque lo que tenían que decirse no debía ser escuchado por nadie.

—¡Eres un tonto! —chilló ella, y gracias a la risa y a la música dentro de la casa nadie oyó nada. —¡No puedes dejar que te hagan esto!

—¿Dejar que me hagan qué? No hacen nada malo.

—No puedes hablar en serio —dijo ella, y los ojos comenzaban a brillarle. —Tú y yo lo sabemos. Todos lo sabemos, incluso ellos.

—¿Saber qué? —sonrió él. —No te preocupes tanto, Mimi.

Pero a Mimi eso le sentó peor. Él la vio, temblorosa, con los ojos rebosantes en lágrimas y las mejillas rojas.

—Él es tu mejor amigo —sentenció ella con cierto desprecio.

Y le clavó justo en el lugar que a Tai más le dolía, porque se había rehusado a pensar en ello, pensar que su mejor amigo, su hermano, lo había traicionado, tomando a la chica que más adoraba en el mundo. Porque Tai sabía que Matt sabía de sus sentimiento por Sora. Nunca lo había dicho, jamás había pronunciado en voz alta lo que sentía por Sora y con qué intensidad, pero Tai sabía que Matt lo sabía, porque Tai era de esas personas facilísimas de leer, de esas personas transparentes que no te ocultaban nada, porque no temían mostrar su alma tal cual era.

Tai odiaba pensar en ello, pensar en Matt como un traidor, como un tonto frío y egoísta que no veló por los sentimientos de su mejor amigo. Porque era como pensar en otro Matt, un tipo totalmente distinto de ese que Tai había concebido en su cabeza y en su corazón. Quizás Matt lo había pasado mal, quizás había sido difícil para él el elegir entre su mejor amigo y la hermosa chica que era Sora. Tai no podía culparlo, Sora era fenomenal, y sabía que ella lograba sacar lo mejor del rubio a relucir, algo que ni siquiera él había podido hacer. Pero si hubiese sido Tai el que hubiese tenido que elegir, ¿qué hubiese elegido?

Bueno, ya lo sabemos, si ya había elegido: quedarse en silencio, no ser una molestia, darles vía libre para que disfrutaran de esa relación. Sí, prácticamente le entregó a Sora en bandeja. Ese pensamiento lo llenaba de rabia y de dolor, pero intentaba controlarse, porque si no, sería el fin de la amistad, no sólo de ellos dos, si no de los tres. Y él no quería perder a su mejor amigo ni a su mejor amiga.

Miró a Mimi. Había olvidado algo de suma importancia para ella, la razón fundamental por la que la castaña se sentía tan indignada por su situación, tan molesta y dolida, tan traicionada.

—Ella es tu mejor amiga —le dijo.

Mimi ahogó un sollozo y se cubrió la boca con ambas manos, y Tai vio en esos ojos caramelo, que eran tan sinceros como los suyos, la triste verdad que estaba carcomiendo a su amiga. Y no dudó e acercarse a ella y envolverla con sus brazos en ese abrazo protector que desde hacía un tiempo se había acostumbrado a darle. Se habían vuelto cercanos porque él había descubierto que Mimi se deprimía con suma frecuencia por haberse marchado a vivir lejos de ellos y peleada con su mejor amigo, que por fortuna o más bien por desgracia, era el mismo rubio que ahora salía con la mejor amiga de ambos.

—Soy tan mezquina —sollozó la castaña. —Debería darme alegría. Sora es… —hipó. —Ella lo hará muy feliz —lloró.

Tai veía su propio dolor reflejado en Mimi.

—Ambos lo somos —dijo en un susurro, porque era algo que le costaba demasiado admitir.

Y después de aquella conversación Tai no pudo soportarlo más. Sería mezquino y egoísta, pero necesitaba dar rienda suelta a todo lo que sentía.

—No puedo seguir aquí —dijo, y la voz le tembló. —No puedo regresar.

—Deberías hacerlo, y golpearlo —dijo ella, secándose las lágrimas.

—¿Quieres que lo haga? —preguntó, y ella se asustó de la seriedad de su voz, porque a veces Tai tenía ese tono y esa mirada, que lo volvía todo serio y atemorizante.

—No —negó ella. —No quisiera que lo lastimaras.

—Él te lastimó —le dijo.

—Sora también te lastimó —le dijo ella. —Y aún así no querrías que nada malo le pasase. Y yo tampoco quiero que nada malo le pase a ella… —terminó en un murmullo, siendo obvio que se pondría a llorar de nuevo.

Era verdad. Sora podría azotarlo y él aún así seguiría velando por su bienestar.

—Vámonos —propuso él.

—Necesito ir por mi bolso…

—Te espero aquí.

La castaña corrió hasta la casa, y no tardó en salir, pero detrás de ella venían Sora y Matt, y Hikari, y los demás.

—Pero Mimi —dijo Sora, intentando tomarla de la mano.

—Ya déjame por favor. Debo hacer algo importante —y se zafó de su amiga, intentando sonreír, pero sin atreverse a mirarla.

Sora se detuvo, junto a Matt, en la entrada de su casa, y miró a Tai, confundida.

—¿Tai?

El castaño evitó mirarlos, y se dio media vuelta para alejarse.

—¡Tai! —llamó el rubio.

—Hermano —la voz de Hikari, preocupada, le obligó a voltear.

—No se preocupen —sonrió, porque era lo mejor que sabía hacer. —No puedo dejar que Mimi ande sola por las calles tan tarde, así que la acompañaré.

—Iremos con ustedes —dijo Sora.

—No, cómo crees —su sonrisa estuvo a punto de vacilar. —No queremos arruinar la noche. Quédense y diviértanse.

—Pero Tai… —el moreno odiaba cuando ella ponía esa cara decepción. Y entonces la mano de Matt se hizo presente en el hombro de ella.

—Deja que se vaya —le dijo, con ese tono de voz cariñoso que empleaba sólo con ella. Y ella le sonrió, un poco tímida, pero le devolvió el gesto cariñoso.

Ya no podía más.

—Adiós —dijo, y se volteó, rápido.

—Hermano —llamó Hikari una vez más.

—Nos veremos en casa —dijo, y sin más, él y Mimi se alejaron hasta desaparecer de la vista de sus amigos.

Y no hicieron nada más que caminar y regodearse en su pena. Sentían lo mismo, sufrían de lo mismo. Tai sabía que no sería la última vez que compartirían un momento como ese.

Sentía rabia. Ira. La había reprimido tanto tiempo y ahora la sentía bullir dentro de él, quemándole las entrañas, la garganta, el corazón. Ya no era él, era sólo esa emoción violenta que necesitaba salir. Quería golpear, romper, despedazar. Quería abrirse el pecho y sacarse el corazón, porque su latir era insoportablemente doloroso, y quería cortarse la cabeza porque su mente estaba llena de pensamientos idiotas, pensamientos llenos de ellos dos. ¡De ellos dos! Sus amigos. ¡Sus mejores amigos!

La cabeza le estallaría en cualquier momento.

—Sora le hará mucho bien a Matt.

La voz de Mimi lo atravesó como un frío cristal, y sus palabras le dejaron la mente en blanco por algunos segundos. Porque ella tenía razón. Porque Matt era un chico que por dentro hervía de amor, y simplemente necesitaba de alguien que lo ayudase a sacarlo. Porque Sora era amor, cada gesto, cada palabra, cada mirada, cada sonrisa, desparramaba a su paso un amor infinito. Sora le haría mucho bien, y Matt era su mejor amigo. Uno se alegra cuando a los amigos les suceden cosas buenas.

—Soy mezquino —masculló para sí, apretando las manos y la mandíbula con fuerza, haciéndose daño.


A pesar de ser un one shot, decidí subirlo en tres partes más un epílogo. Y aquí está la primera entrega x3.

Esto es una secuela, o algo parecido xD, de Long Kiss Goodbye, aunque no es necesario leer ese fic para entender este.

Aviso desde ya que este no será un fic feliz en lo absoluto u_U, mi lado malvado salió y quiso hacer sufrir a Taichi muchísimo Dx.

También hago advertencia de que habrá Michi, o sí! x3, por lo tanto, irremediablemente habrá Sorato ¬¬ (sí sí, me he vuelto masoquista al torturar a mi castaño adorado y al poner a una pareja blasfema xP). Nada se Sorato así explícito, pero se deducen cosas...

Bueno, nos leemos en la próxima.

Lyls