Arthur tenía un buen presentimiento aquella mañana. El día era radiante, después de cinco días seguidos de lluvia y era el momento para ir de caza al bosque, la población de venados había vuelto a crecer y tan vez encontrara un buen espécimen. Había decidido salir solo, incluso le había dicho a Merlin que se quedara en palacio arreglando sus aposentos. No es que quisiera ir solo por ningún motivo especial, pero de alguna forma necesitaba tiempo para pensar en su futuro.

Llevaba días pensando en ello, si su padre moría ahora, si de repente Uther desaparecía, él se encontraría en el trono de Camelot, teniendo que reinar a todo su pueblo, hacerlo tal y como lo había hecho su padre, aunque no le hacía gracia tener la misma mano dura, pues no tenía el mismo odio que él a la religión antigua, pero al mismo tiempo deseaba impedir que brujos y hechiceros intentaran hacer daño a ninguno de sus súbditos.

Todo era muy complicado y por mucho que dijeran algunos, ser príncipe no era fácil, no con todas las complicaciones que tenía encima, no sabiendo todo lo que no podía hacer o decir por lo que el resto de la gente pudiera pensar. Quería ser el mismo, deseaba hacer tantas cosas, ser libre al fin y al cabo. Al menos aquella mañana lo podría ser, él solo en el bosque, escuchando tan solo sus propios pensamientos y haciendo caso únicamente a sus sentimientos. Porque si había algo que tenía claro entre la tremenda locura que era su vida, era unos sentimientos que poco a poco habían comenzado a crecer en su corazón, que desgraciadamente no podía expresar.

Por fin, se internó en el bosque y el bullicio que hasta hacía un momento todavía se escuchaba desde la ciudad, desapareció por completo. Respiró profundamente, se trataba de un aire limpio, alejado del olor a animales o al mercado. Sonrió, no era fácil conseguir ese tipo de tranquilidad en el castillo. Incluso podía escuchar el canto de los pájaros. Realmente todo era tranquilo.

Miró a su espalda, dispuesto a decirle a Merlin que buscara un poco de leña por si había que hacer una hoguera, pero se dio cuenta que su criado no estaba allí, que él mismo le había dejado en casa y por primera vez en mucho tiempo se dio cuenta que realmente le echaba de menos.

Se sentía extraño cuando Merlin no estaba con él. Tenía claro que su criado era torpe como pocos, que no era el que mejor le hacía la cama o el que mejor podría lavar y recoger su ropa. Como criado no tenía buena aptitud, pues le contestaba demasiadas veces y se metía con él cuando quería, como si del mejor amigo se tratara.

Pero la verdad era que Arthur estaba bien con él, podía comportarse con total naturalidad, no tenía que ser el príncipe, no tenía que ser alguien a quien tener respeto por el simple hecho de quien era su padre. Con Merlin todo era sencillo o al menos, su criado así se lo hacía ver todos los días.

La próxima vez que se le ocurriera ir al bosque a cazar, le diría que le acompañara, ya no tenía ninguna duda de eso.

Un ruido entre los árboles llamó su atención y se puso en guardia había oído hablar sobre las leyendas sobre ciertos fantasmas, por llamarlos de alguna manera que deambulaban por allí. También se oían rumores sobre hechiceros que de vez en cuando se acercaban a Camelot y se quedaban el bosque. De nuevo se repitió el ruido, las hojas del suelo al ser aplastadas por unos pies que se movían rápidamente. Definitivamente no estaba solo allí. Sacó la espada, pero no bajó del caballo, si se trataba de alguien realmente peligroso regresaría rápidamente a la ciudad y volvería con sus hombres.

El ruido se repitió delante de él y por fin pudo ver una sombra. Sin duda se trataba de una persona, parecía una mujer, pero no podía estar seguro.

"¿Quién está ahí?" Dijo en voz alta y grave, tratando de imponer algún temor en la otra persona. Sin embargo, no obtuvo respuesta, tan sólo vio que esa persona se acercaba un poco más a él. "¿Quién eres? No te muevas de donde estás y dime quien eres."

"Arthur Pendragon, el arrogante hijo de Uther, rey de Camelot." Aquella sombra tomó definitivamente la imagen de una mujer, su cabello rubio y ondulado, brilló con el sol que penetraba a través de los árboles. La mujer sonrió. "¿Por qué crees que el bosque es un sitio seguro para ti? No estás en tu castillo, Arthur, aquí habitan, brujas y hechiceros, todo tipo de criaturas a las que tu padre ha matado e intentará masacrar siempre."

"Identifícate."

Arthur cogió con fuerza las riendas de su caballo y se preparó para escapar del bosque, ya se había enfrentado a muchos brujos, como para saber que no se podía tomar a la ligera a ninguno de ellos.

"¿Qué importa quien soy yo, cuando hay tanta gente que desearía verte muerto?" El caballo de Arthur relinchó, como si hubiera sentido el peligro en el que se sentía su amo. "No te preocupes, no quiero matarte, eso sería demasiado fácil. Tengo preparado para ti algo mejor."

El sol por fin dio en la cara de la desconocida y Arthur la reconoció. "Tenía que haberlo visto venir." Dijo el príncipe al ver a Morgause. Ella sonrió complacida al ver que se ponía tenso en su presencia. "Todos tus planes ten han salido mal, has fracasado todas las veces que has intentado matarme a mi o a la gente que me importa. ¿Poruqe crees que ahora va a ser diferente?"

"Ya te he dicho que no quiero matarte. Prefiero que sea tu propio padre el que lo haga. Porque cuando haya completado mi trabajo, Uther verá en ti el poder de una magia malvada, como toda la que conoce el buen rey y entonces te querrá ver muerto."

"¿De que estás hablando?" Arthur sujetó con más fuerza todavía la espada, estaba dispuesto a usarla contra Morgaouse, no le iba a dar ninguna oportunidad de atacarle, pues ya había visto de lo que era capaz.

Sin embargo, todo pasó tan rápido, que no tuvo tiempo de reaccionar ni hacer nada. Morgause no llegó a pronunciar una sola palabra, tan solo miró al suelo, como si se estuviera dejando dominar por Arthur, pero el príncipe vio sus ojos iluminarse, con ese color amarillo intenso, que tan solo podía significar algo malo. El suelo comenzó a temblar, como si de un terremoto bajo sus pies se tratara. El caballo se asustó, quería salir despavorido, pero Arthur no se lo permitía, sujetaba las riendas con fuerza, si salía desbocado de allí, podría tirarle en mitad del bosque.

Entonces escuchó a Morgause hablar en voz alta, pronunciar extrañas palabras que el príncipe no había oído nunca y sin saber porque, se quedó paralizado. Pensó que tal vez se trataba del encantamiento de la hechicera o simplemente del miedo de estar solo frente a ella.

Se había visto en aquella situación muchas veces, pero era la primera que estaba a solas contra ella. Merlin había estado siempre con él y aunque no quisiera reconocerlo entonces, su sola presencia le hacía sentirse cómodo y capaz de cualquier cosa. Ahora sin embargo, el bosque parecía más sombrío de lo normal, más oscuro y silencioso con aquella mujer delante de él.

Intentó moverse, hacer que su caballo se moviera, pero lo único que logró fue ponerse mucho más nervioso todavía. Se hizo daño en las manos al sostener las riendas y tirar de ellas, pues de la misma forma que no era capaz de mover su cuerpo, el caballo parecía haberse quedado petrificado también por el encantamiento de la bruja.

"Ahora sabrás lo que se siente al estar en una posición mucho menos ventajosa que la tuya, príncipe Arthur, vas a ver el mundo de otro modo y te enamorarás, tendrás un amor imposible por el que pondrás tu futuro trono en Camelot y tu vida en juego, tu amante tal vez muera por ti y vuestros hijos no tendrán una vida fácil."

Arthur sintió que algo le apretaba el corazón. Aquello parecía realmente una profecía y una de las malas. No se había planteado todavía tener hijos, aunque sabía que los tenía; pero ahora una de sus peores enemigas, le decía que su descendencia estaría en peligro.

"¿De que estás hablando?" No se había enamorado, jamás había sentido algo tan fuerte como estaba diciendo Morgause por nadie. Jamás pensaba que alguien sería capaz de entregar su vida por protegerle a él, por el simple hecho de estar enamorado de él. "Si me haces algo, mi padre te lo hará pagar muy caro."

"Eso, siempre y cuando te reconozca."

Morgouse se echó a reír, al mismo tiempo que levantaba la mano y la lanzaba contra Arthur. un rayó de luz blanquecina salía de la palma. Impactó contra Arthur y sin que el príncipe pudiera hacer nada, lo tiró del caballo. Algo le golpeó en la parte trasera de la cabeza, pero no fue capaz de ver que se trataba de una roca.

Quedó tendido en el suelo, la cabeza le retumbaba con fuerza, no podía escuchar nada y no era consciente de nada de lo que ocurría a su alrededor. Vio una sombra, aunque la vio doble, al igual que escuchó una voz en la lejanía que no reconoció. Intentó levantarse, pero las extremidades no le acompañaron. Quedó tenido en el suelo, respirando con cierta dificultad, preguntándose si aquella sombra le iba a matar.

Cerró los ojos, ya no podía aguantarlo por más tiempo, le dolía demasiado la cabeza y permanecer consciente era mucho más de lo que podía aguantar. Se dejó llevar por la pesadez de su cuerpo, tan solo esperaba poder despertar sin que aquella sombra le matara.

Morgause miró su trabajo desde arriba, sin dejar de sonreír. Por primera vez desde que había comenzado su guerra contra los pendragón sentía que podía ganar. Tal vez no sería algo inmediato, pero Arthur no tenía ninguna posibilidad, en cuanto despertara, se daría cuenta que había jugado con fuego y se había quemado por fin.

"Dulces sueños príncipe Arthur, porque cuando despiertes las cosas no serán tan fáciles."

Lo dejó allí tirado, en medio del bosque, tal vez con un poco de suerte para ella apareciera un lobo y lo matara. Uther encontraría su cuerpo despedazado por las alimañas. Sonrío, pensando que de una manera u otra ella ganaría. Sería muy sencillo matarlo en ese momento, prefería jugar con él y ver como se desarrollaban los acontecimientos.

Si Arthur despertaba, la impresión de lo que le había hecho la bruja le impediría volver hasta su padre y si moría en el bosque por si solo, entonces todos sus problemas terminarían.

Sin ninguna duda, Morgana estaría muy complacida cuando se lo contara.

o –

Despertó, miró a su alrededor, pero no sabía donde se encontraba. Como había llegado al bosque era una incógnita y porque le dolía tanto la cabeza también; miró sus ropajes y se preguntó por que estaba vestida de hombre, como si de un soldado se tratara. Contra más pensaba en todo ello, más le dolía, por lo que decidió dejar de intentarlo. No se movió, pues necesitaba recobrar las fuerzas. Sin embargo, había una pregunta todavía más importante que se había empezado a hacer.

Escuchó voces que se acercaban, internándose por el bosque, tenía que salir de allí cuanto antes. Intentó levantarse pero no fue fácil, estaba aturdida, todo el cuerpo le pesaba más de lo que podía soportar y aquella armadura realmente pesaba.

"Mirad lo que tenemos aquí." Era un hombre, al que le cruzaba la cara una terrible cicatriz. "¿Te has perdido?"

Ella no contesto, no solo porque le aterrara que aquellos hombres la estuvieran rodeando, si no porque además no sabía que contestar a eso. estaba perdida, sola y sin saber como había llegado allí. pero había algo mucho peor.

"¿Cómo te llamas preciosa?" El hombre se acercó a ella ante lo que la muchcha reculó por el suelo, tratando de alejarse de él. "No me digas que quieres ser uno de los famoso caballeros de Camelot. Lo siento guapa, pero por mucha armadura que lleves, nunca serás uno de ellos."

"¿Camelot? ¿Qué es Camelot?"

El hombre se arrodilló frente a ella le cogió de las piernas y la acercó a él. la chica forcejeó y luchó, pero por más que lo intentó, no encontró las fuerzas necesarias para liberarse. Los hombres, los cuatro que acompañaban al hombre de la cicatriz rieron mientras veían aquella lucha desigual.

"¿Dónde está ahora vuestro querido Arthur? No parece que vaya a venir a rescatar a una de sus vasallas."

"¿Arthur?" El nombre le dijo a la chica, pero no lo suficiente. Estaba agotada, pero si dejaba de luchar aquellos hombres harían lo que quisiera con ella. No lo podía permitir sin pelear.

"Creo que esto va a ser divertido."