Summary: Rin tenía una fiel compañera a su lado que siempre lo acompañaría durante toda su vida; su ira. Este escrito participa en el ritual de iniciación del foro "El abrevadero"】

Disclaimer: Ao no Exorcist le pertenece a Kazue Kato.

N/A: Aquí mi aportación al reto de iniciación del foro "El abrevadero".

Rin Okumura nunca había sido un alumno ejemplar. Dormía mientras el profesor explicaba y siempre durante la semana tenía varios altercados con alguno de los matones de turno al que se le ocurría molestarle.

Por esto último, en innumerables ocasiones había sido regañado por su padre adoptivo, Shiro Fujimoto. Él entre suspiros, que en un pasado hubiera combinado con caladas a su cigarro, solía repetirle incansablemente que se relajara y mantuviera sus ataques de ira a raya.

El problema era que, a pesar del aprecio y respeto que Rin le tenía a su tutor, aquellos consejos nunca eran puestos a prueba. La ira siempre lograba imponerse sobre sus pensamientos racionales y le hacían cometer errores de los que acababa arrepintiéndose. Su pelea contra Amaimon, que desencadenó en su juicio en el Vaticano; su disputa con Reiji Shiratori, que ocasionó su posesión por Astaroth; las numerosas discusiones que tuvo con su hermano Yukio tras comenzar a estudiar en la Academia Vera Cruz; tan sólo eran ejemplos de esos errores provocados por su ira.

Aunque del que más se lamentaba era, sin duda, la muerte de su padre. No había pesadilla en la que no lo viera siendo poseído por Satán y momentos después suicidándose para mantenerlo a salvo del Rey de Gehenna. Incluso a veces podía escuchar las dolorosas palabras de su hermano echándole la culpa por su muerte.

Siempre que recordaba aquella escena, tal vez como una ironía cruel del destino, su cuerpo se tensaba y la furia por la impotencia de no haber podido hacer nada se avivaba en su interior. Y claro, para añadirle más sal a la herida, estaban ellas. Las llamas azules que lo envolvían todo a su alrededor cada vez que se enfurecía y que lo hacían todo más complicado, porque no sólo corría el riesgo de cometer errores con su ira, sino que además los que los rodeaban corrían el riesgo de salir heridos por culpas de la agresividad del fuego que desprendía su cuerpo.

Miró con detenimiento la vela que había frente a él, alejando sus pensamientos pesimistas por unos instantes. Si bien había aprendido a no incendiarla y también a no producir una llama lo suficiente grande como para derretir la cera de ésta, seguía sin poder encenderla con la precisión y exactitud que necesitaba. Shura no le permitiría usar su espada a no ser que prendiera dos velas a la vez, y el no poder hacerlo lo irritaba. Era irónico que realizara ese entrenamiento para controlar su ira, cuando su frustración por no conseguirlo se transformaba en aquello que tanto quería evitar.

Desvió su mirada hacia la joven pelirroja que lo acompañaba en la mayoría de sus entrenamientos. Una mueca de aburrimiento se asomaba en sus labios, producida por las horas, eternas para ambos, que llevaban realizando aquel entrenamiento. Shura, al ver que la atención del hijo de Satán recaía sobre ella, le dedicó una sonrisa burlona. Gesto que, si bien le sorprendió al principio, no tardó en corresponder.

Controlar su ira era todo un reto, pero al menos podía contar con personas como Shura que lo apoyaban en todo momento y por personas como ella merecía la pena el esfuerzo. Sería el mejor alumno que Shura pudiera tener y se convertiría en un exorcista. Eso seguro.