¿Que no que Rowling ya ganaba bastante pasta?


Delicatessen... O de cómo Albus Dumbledore NO conoció a Gellert Grindelwald

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—Vaya. Vaya —exclamó Albus Dumbledore y luego le dio un codazo a su hermano—. Mira lo que ha traído la marea —añadió señalando con la cabeza.

Aberforth apartó la vista dos milésimas de segundo de la puerta de la taberna del puerto por la que Bathilda Bagshot se había llevado al baño a su hermana, para mirar a dónde le señalaba.

Era un chico que debía tener la edad de Albus, estaba sentado en una caja de madera de mercancía. Las robustas botas que calzaba le colgaban sin tocar el suelo y algunos rizos rubios sobresalían del la gorra de pana que llevaba enfundada.

Tenía un gran baúl y varias bolsas de viaje a su alrededor.

—Alemán, sin duda, tal como dijo Miss Bagshot —aseguró Albus con una sonrisa—. Apuesto a que es rapidísimo y hace un montón de cosas impresionantes. Míralo, solo hay que verlo.

Aberforth volvió a mirar al chico.

Estaba jugando con su varita con aspecto aburrido. La lanzaba al aire haciéndola hacer una cabriola y cuando estaba a punto de caerse volvía a recogerla con chulería.

Una sola palabra cruzó la mente de Aberforth: "imbécil".

—Vamos a acercarnos —propuso Albus tomando a su hermano de la manga.

—¿Qué? —preguntó Aberforth sorprendido—. Albus, Ariana...

—Cálmate. Esta ahí mismo, solo vamos a echar un vistazo, no iremos lejos.

—Pero... ¿Estás seguro de que es...?

—¿Acaso ves a muchos más alemanes por aquí? —le cortó paternalmente. Aberforth volvió a mirar a toda la gente del puerto, habían encontrado a Bathilda Bagshot ahí mientras estaban a comprando pescado en la subasta, les había dicho que había ido a recoger a su sobrino Gellert no-recordaba-qué que llegaba hoy en el ferry.

—No, pero no le conocemos ¿y si luego resulta que no es?

—Aberforth, ¿pero cómo no va a ser? Y si resulta que no es pues... Nada. Está bien, no vengas si no quieres —se rindió el mayor, soltándole y con paso decidido se encaminó hacia el muchacho rubio.

Gellert Grindelwald lanzó su varita al aire más alto de lo que la había lanzado hasta ahora y casi podía verse la escena en cámara lenta.

La varita dando vueltas cortando el aire. Swoof, swoof, swoof.

Albus Dumbledore acercándose con determinación y sus zapatos golpeando las maderas del suelo. Tap, tap, tap.

Cinco metros.

Swoof, swoof.

Tres metros.

Tap, tap.

Dos metros.

Gellert Grindelwald recogiendo la varita con elegancia y una altiva sonrisa de suficiencia.

Un metro.

Aberforth Dumbledore teniendo un terrible presentimiento, el universo conteniendo el aliento...

Y Albus Dumbledore pasando de largo andando con determinación mientras el Gellert Grindelwald vuelve a lanzar la varita al aire, sin hacerse puto caso uno al otro.

—¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Tecnología punta alemana! Lo último en ingeniería naval —gritó Albus a su hermano señalando al ferry atracado y luego se volvió para observar el casco con detenimiento.

Aberforth levantó las cejas y entonces se abrió la puerta de la taberna dejando salir a Bathilda Bagshot y Ariana Dumbledore.

—¡Ah! —exclamó Aberforth volviéndose y haciendo un gesto con la mano para que su hermana le agarrara—. Gracias, Miss Bagshot —añadió bajando la cabeza mientras la niña obedecía el gesto de su hermano.

—De nada, querido, no te preocupes. Ariana está hecha toda una señorita —contestó la anciana sonriendo y luego levantó la cabeza hacia el puerto.

Gellert estaba recogiendo sus cosas para acercarse.

—Hola, cariño. ¡Pero que mayor te has hecho! ¿has tenido un buen viaje? —preguntó cuando el muchacho se hubo acercado, mientras le pellizcaba las mejillas y tomaba una de sus bolsas para ayudarlo.

—Hola, tía —saludó en respuesta—. Bastante cansado, no he podido dormir muy bien.

—Ah, no te preocupes, querido, ahora aviso a un carruaje para que nos lleve a casa y podrás dormir cuanto necesites —aseguró ella dulcemente y luego se volvió a los otros dos niños—. Bueno, Alb... —empezó buscando al mayor de los tres—, ¿dónde está vuestro hermano?—preguntó confundida al no verlo.

Aberforth levantó la vista hacia el ferry, Bathilda le imitó. Albus estaba hablando con el que parecía ser el capitán.

Gellert bostezó sin prestar atención.

—¡Pero bueno! este muchacho es incorregible —protestó Bathilda negando con la cabeza con desaprobación—. Querido, por favor, despídenos de él —le pidió al niño.
Aberforth asintió mientras Bathilda se llevaba a Gellert con ella conduciéndolo hacia la calle mayor de la ciudad.


¿Hay alguien ahí además de las plantas del desierto y el viento estremecedor?