— ¡Coronel Moran! ¡Coronel! —Un hombre con mucho cabello blanco, gafas y una sonrisita bobalicona. Alzó la mano y agitó su sombrero para llamar la atención de aquel sujeto que sobresalía entre la multitud.
No era exactamente una multitud, en realidad eran apenas siete o diez personas. La estación de trenes de Braemar –un pequeño pueblo escoses- no era precisamente una estación sino más bien una pequeña parada con la típica construcción de un anden de madera húmeda y más tiesa que de costumbre debido al clima frío de la temporada.
Josh Collan ofrecía sus servicios como el informante, guía turístico y gran conocedor de Braemar. Según el propio señor Collan su familia formaba parte de la primer generación de colonos de Braemar y siempre tenía una historia que contar sobre cualquier casa, colina, ruina ancestral o vecino. No sabía de qué forma el coronel Moran había obtenido su contacto de "trabajo" por Internet, pero después de negociar un poco sobre sus necesidades como nuevo habitante del pueblo, había conseguido para él hospedaje indefinido en la casa de una viuda.
El coronel Sebastian Moran pensó en que no debía haberse reído en la cara de aquel empleado de la estación de trenes donde compro su ticket sencillo para Braemar.
"¡¿Braemar?!" Había dicho el joven mientras le expedía el boleto, "¿Esta completamente seguro? Braemar es como una mordida de hielo en el culo".
Moran pensaba que el sujeto exageraba. Navegando por Internet, había encontrado la referencia de aquel pueblito pintoresco, y sobre todo, solitario. Justo lo que necesitaba, soledad y aislamiento, un lugar donde nadie lo conociera, y por ende, lo despreciara. Un sitio remoto y apacible donde poder terminar el libro de memorias que escribiría, y con el cual purgaría su alma de tantos recuerdos de guerra. Pero cuando puso un pie en aquel resbaladizo y húmedo tablón congelado, pensó que quizá no era demasiado tarde para dar media vuelta, subir al tren y largarse de ahí. Sin embargo la vocecilla molesta de aquel hombre que lo llamaba lo hizo gruñir, apretar sus maletas hasta escuchar el crujir del cuero de sus guantes y caminar firmemente hacia él.
— Señor Collan, supongo —Fue el frío saludo del ex militar, que lo taladró con sus ojos grises, casi tan helados como el aire que le mordía las mejillas. Necesitaría urgentemente comprar una bufanda y algo más abrigador que lo que llevaba encima. Un sencillo abrigo de lana color gris, un suéter negro de cuello alto, y pantalones de mezclilla a juego— Por favor, solo dígame Sebastián—
El señor Collan se sintió tan halagado cuando su cliente le pidió aquella muestra de familiaridad, que sus rubicundas mejillas se colorearon aun más, acentuando su aspecto de hombre de mente simple — En ese caso Sebastián usted puede llamarme Josh. Venga, venga señor. ¿Sabe una cosa?, es usted mucho más joven de lo que pensaba —Le dio unas palmaditas y al sentir la firmeza de su espalda apartó la mano con una risita absurda que pretendía ser sumamente complaciente —Pero caramba, ¿qué tiene usted ahí detrás, chaleco antibalas? Bueno, siendo un coronel sin duda le quedaran costumbres muy arraigadas, sépase que una vez yo forme parte de la patrulla de vigilancia del bosque, tuvimos un lobo flaco y hambriento acercándose demasiado al pueblo. Pero no se preocupe, los lobos no suelen rondar mucho por aquí, aunque si lo hacen usted tendrá su chaleco antibalas, pero la verdad que no hay muchos lobos que usen pistola —Era tanta y tan banal la charla del señor Josh Collan, que Sebastián quizá no había notado que ya estaban frente a un auto clásico de color azul cielo que parecía tan antiguo como todas las casas del pueblo —Le ayudo con su equipaje Sebastián— Le ofreció abriendo la cajuela que crujió un poco porque estaba ligeramente congelada.
Durante un segundo Sebastian Moran cerró los ojos y se debatió mentalmente, ¿acaso era su condena? Salir de un infierno de dunas ardientes, horas bajo el sol sin una gota de agua, y balazos zumbando por sobre su cabeza, para ir a parar por voluntad propia a un segundo infierno, congelado y lleno de retrasados mentales. "Si, Sebastian, es tu jodida culpa, por dejar que esos puñeteros moralistas anti cazadores furtivos te atraparan". Se contestó a sí mismo y apretó los labios para no dejar salir un improperio.
No contestó a la cháchara de su guía más que con gruñidos y asentimientos de cabeza, imaginaba colocar las manos al rededor de ese flácido y pálido cuello y apretar hasta que se callara, pero en cambio caminó por la senda pedregosa y se paró frente a la cafetera que el otro hombre pretendía llamar auto.
Algo que hizo brillar sus ojos con entusiasmo y lo animó a hablar, fue la mención de aquel lobo famélico — Entonces... —Comenzó, interesándose repentinamente en la fauna del lugar —Si hay lobos...debe haber ciervos ¿No? —Quiso saber, arrojando su maleta al compartimiento, sin dejar que el otro hombre tocara nada de sus cosas.
Sintiéndose la persona más importante de todo el lugar, el señor Collan se apresuró a responder —Y ya lo creo, hay unos ciertamente magníficos aunque es difícil verlos, suelen estar en los terrenos más elevados. También dicen que hay unos osos enormes. No es bueno andar por lugares muy alejados del pueblo, ese bosque de ahí es más espeso y profundo que el mar. Créame —Hubo algo de cierta advertencia en su voz mientras batallaba con la puerta de su auto que se abrió crujiendo como toda la carrocería —Suba, la señora Moriarty ya debe tener todo listo para recibirlo.
Le informó dejándole la puerta abierta mientras rodeaba con paso torpe el vehículo para ir al lado del chofer, entrando con poca gracia y dejándose caer en su asiento.
Puso el motor en marcha cuando Sebastián estuvo arriba. Y enfilo por el camino empedrado hacia el pueblo que se encontraba a algunos kilómetros de distancia.
— Encontrara que Braemar es un lugar del que no querrá irse jamás. Así como lo ve, no hay mejor lugar para vivir, no señor. Y la señora Moriarty es una dama de conducta impecable con una casa demasiado grande para ella sola. La pobre mujer aun guarda el duelo por su marido. Le parece muy beneficioso el tener un hombre en casa, hay algunas cosas que una dama no puede hacer por si misma y verá usted que habitación más agradable le tiene preparada —El auto daba saltitos sobre las piedras del accidentado camino.
Verdes y fríos paisajes abarcaban todo lo que la vista permitía, incluso colándose entre las estructuras aisladas de aquí o allá.
—Todo suena realmente encantador —Ironizó el rubio, mirando el paisaje pasar ante sus ojos, después de todo, parecía que no sería tan mala su estadía. Había hecho un trato bastante beneficioso con la viuda. Por un buen par de Libras al mes, y la ayuda necesaria en los desperfectos de la casa, él podría quedarse como invitado de la mujer y siendo únicamente ella, no tendría molestia alguna a la hora de redactar su libro.
Aunado a eso, cuando el aburrimiento lo asaltara, podría internarse en aquel bosque y cazar incluso un oso, una buena piel de oso seguramente calentaría bien su cama.
El paisaje comenzó a tornarse realmente rústico, y dejaron atrás rápidamente las casitas que conformaban el pueblo, al cual solo echó una breve mirada mientras lo atravesaban, tomando dirección a la carretera que lo llevaría colina arriba, donde estaba la residencia Moriarty.
No cabía duda que aquel caserón que comenzaba a perfilarse había conocido mejores épocas. La iluminación gris y apagada lo hacia verse más imponente. Las ventanas oscuras debido a las cortinas eran como bocas abiertas hacia el cielo pálido. La pintura estaba descascarillada y botada en ciertas partes, y por lo que notaba del ala sur, el techo necesitaría reparaciones. Sonrió, los viejos hábitos jamás se iban, no había lugar al que fuera donde no revisara el terreno, y las estructuras altas, buscando el mejor ángulo de tiro, la mejor trinchera, y el mejor nido donde esconderse.
Los jardines de la entrada tenían una cerca, pero el señor Collan no tuvo ningún problema para estacionar el auto — ¿Ve a ese hombre? —Le señaló a un moreno encorvado que barría las hojas secas de debajo de un árbol —Es el viejo Clement, es el jardinero de la casa y reparador de cosas, ya sabe, las mujeres son un poco inútiles —Le guiñó un ojo y se rió mientras se le atoraba la panza con el volante para bajar del auto —Venga, Sussy ya debe tener algo caliente listo para ofrecerle. ¡Ah! Sussy es la criada de la casa, la pobre señora Moriarty no puede con todo ella sola.
Abrió la cajuela para que el coronel sacara sus pertenencias y comenzaron a andar por el camino hacia la entrada principal.
La señora Moriarty era una belleza, de cintura imposiblemente estrecha, largos rizos negros atados en su nuca con un listón de color rojo. Usaba zapatos de tacón dentro y fuera de la casa y tenía los ojos verdes y luminosos, aunque tenía que alzarse las pestañas con rimel. Estaba sentada en la sala, hojeando una revista de vanidades sin verdadero interés. Se encontraba nerviosa por la llegada de su inquilino, pero no se daba la libertad de espiar por la ventana. En cambio, le pedía a Sussy que ella lo hiciera en su nombre.
Sebastian miró al pobre anciano que barría las hojas y le pareció que más que limpiar el suelo, solo las esparcía de un lado hacia otro una y otra vez.
—Lo dicho, un cúmulo de imbéciles por doquier... —Masculló irritado después de la charla de su guía personal.
Tomo sus maletas acomodándolas en sus brazos y manos, no llevaba mucho equipaje y la mayoría de su ropa no le serviría en aquel clima, así que bien podía empezar a preveer una visita al pueblo en cuanto estuviese instalado.
Miró la casa una vez más y comenzó a andar por el sendero. La idea de un buen plato caliente de lo que fuera lo reconfortaba. Después de servir en el ejército de su majestad, cualquier potaje medianamente comestible era bueno para él, así que no tendría problema en comer lo que le ofrecieran.
—Buenos días señor —El viejo Clement lo saludó llevándose una temblorosa mano a la ajada gorra de lana a cuadros, quitándosela en una señal de respeto, dejando su calva y arrugada cabeza al descubierto, llena de manchas hepáticas.
Mientras tanto en el salón de la casa, Sussy, una rolliza mujer con el uniforme de la servidumbre retiraba los cortinajes con disimulo para asomar un ojo castaño y bondadoso por la abertura — ¡Madre de Dios! —exclamó pegando el cuerpo hacía la pared sobresaltada — ¡Señora...el inquilino ya viene por el sendero y es lo que dirían "fine thing"! —Habló entusiasmada, usando aquella curiosa expresión irlandesa que se refería a un hombre sumamente guapo.
— Oh Sussy por el buen señor, pero que cosas dices mujer. Apártate de ahí, ¡Corre, corre a la cocina! —La mandó, pero entonces se dio cuenta de que ella tendría que abrir la puerta y dejar en evidencia que había estado ahí sentada esperando —No, no, regresa aquí mujer, regresa, déjalos tocar dos veces, cuenta hasta diez y después me llamas —Le dictó mientras subía las escaleras a la carrera para simular que había estado arriba durante todo aquel tiempo.
Tal como la señora Moriarty había ordenado. El señor Collan tuvo que tocar dos veces aquella puerta y esperar un poco, antes de que la servicial Sussy les abriera — Mire Sussy, él es el señor Sebastián Moran —Los presentó con la calma de las personas del campo que no encuentran mayor complicación en señalar quien es cual y tal. Sussy saludó con respeto y fue a llamar a su señora.
La viuda Moriarty bajó las escaleras sin prisa, dejando que su bonita mano resbalará por el apoyo de las escaleras, del que se sujetaba superficialmente. Tenía una sonrisa tranquila que se volvió radiante al pararse frente a aquel hombre rubio de helados ojos grises —Señor Moran —Extendió la mano hacia él —Espero que haya tenido un buen viaje hasta aquí.
Sebastián maldecía a la gente de aquel pueblecillo que no parecía tener otra cosa que hacer que perder el tiempo con nimiedades, deteniéndose aquí y allá a señalar lo obvio.
Cuando aquella puerta de roble macizo se abrió, y les dio paso finalmente a la calida estancia interior, dejó sus maletas en el piso y se frotó lentamente los miembros helados, hasta que sus ojos se posaron en la ninfa de negros cabellos que bajaba con todo porte y elegancia del piso superior.
Al principio pensó que se trataba de la hija de la viuda o algo parecido, su juventud, aunada a su belleza no le permitió pensar otra cosa. Más cuando fue presentada como la viuda Moriarty, su nueva y flamante anfitriona, un brillo malicioso se instaló en las grises y frías pupilas.
— Señora, el viaje ha sido todo lo esperado — "un reverendo infierno", pensó, pero sonrío guardándose su opinión. Tomó aquella delicada mano para inclinarse y depositar un beso de sus fríos labios en ella, confortándose por la calidez de la piel contra la suya, sin despegar la mirada predadora de aquella joven dama —No esperaba encontrarme con una belleza como la suya escondida en un lugar tan apartado — Murmuró contra la piel y dejo que aquellos dedos se deslizaran de entre los suyos, irguiéndose de nuevo. Con suerte la viuda no sería difícil de llevar a la cama, y así tendría más que una piel de oso para calentarse el lecho.
Sebastián no estaba equivocado. La viuda Moriarty llevaba demasiado tiempo sola. Complaciéndose ante la ausencia de un hombre. Y es que en Braemar no había tantos candidatos como se podría esperar y tener una aventura con cualquier hombre del pueblo supondría su ruina moral. Sin embargo, ahora estaba ahí aquel caballero que sabía soltero, ex militar y por lo que veía tan solitario como ella misma —Josh hazme un favor y lleva arriba las maletas del señor Moran —La mujer le pidió al amable guía que no dudó en obedecer.
La casa tenía un toque muy hogareño aunque por algunos lados se notaba algo desordenada, no era a falta de limpieza sino de interés. Había tanto espació que algunos rincones se desperdiciaban. El comedor era una de las partes más agradables de toda la casa, estaba calido y habían servido un plato de estofado caliente con trozos de carne.
La comida de Sussy era muy buena y había dos copas de vino, una para el invitado y otra para la dueña de la casa —Espero que no le moleste que nos hayamos tomado el atrevimiento, pero como ahora es usted mi responsabilidad... —La mujer lo condujo hasta su silla —Me encargare de que se alimente apropiadamente... dígame señor Moran, ¿puedo llamarlo simplemente Sebastián? Si le complace a mi puede llamarme Lucy.
Una risilla despectiva brotó de los fríos labios del rubio, cuando vio que el hombre obedecía como un criado bien entrenado, y caminó despreocupado al lado de la viuda dejándose conducir. La casa sin duda era tal y como había dicho Collan, demasiado grande para una sola mujer.
Sebastian abrió con caballerosidad la silla de la dama, y después tomó asiento en la suya, satisfecho de tener algo caliente con que terminar de desprenderse de aquel terrible frío que calaba hasta los huesos. Al estar caldeada la estancia, se permitió desprenderse de su abrigo de lana, y dárselo a Sussy, quien presta lo tomó y corrió a colgarlo en el armario que estaba justo al lado del recibidor. Dejando a Moran, con su sencillo suéter negro, que permitía admirar su bien formada estructura, la espalda amplia y los brazos musculosos, y el porte inconfundiblemente militar de postura recta.
— Lucy, dejemos al lado todas esas tonterías formales —Sonrío predador mientras se inclinaba hacia la casera y colocaba su mano sobre la de ella —Me encantaría que me consideraras más que un invitado o alguien a tu cargo, un simple amigo que ha venido a aliviar su soledad con tu radiante presencia —El militar hacia gala de sus bien aprendidas artes de seducción, esperando implantar la semilla del deseo, en tan evidente suelo fértil.
La risa de Lucy era un sonido casi musical. Ella se relajó en su silla, levantó la copa de vino e hizo un gesto amable con ella hacia él
—Sebastián, espero que encuentres aquí el espacio que necesitas. Se que tenemos que hablar aún sobre algunos pormenores pero no hay nada de lo que tengas que preocuparte. Braemar es un gran sitió para escribir, además debes desear descansar un poco de la vida militar, ¿no es así?
Los ojos verdes arrojaron un profundo brillo de sensibilidad. La mujer imaginaba las terribles cosas que aquel coronel había afrontado en la guerra. Aunque desde luego su imaginación no alcanzaba para abarcar la verdad. Su mano pequeña y caliente acarició la del rubio antes de apartarla fingiendo una terrible timidez —Come algo por favor. Te mostrare tu habitación después y la casa. Oh, hay algo que quizá debas saber... —Lucy y el señor Josh habían omitido a propósito, cierta información importante que temían que ahuyentara al caballero y consideraban inofensivo que se enterará una vez que ya estuviera en la casa —Hay alguien más que vive conmigo.
La risa de la viuda le irritó levemente, a Sebastian no le gustaba el romance, y el cortejo que implicaba llevarse a las mujeres a la cama, prefería a las prostitutas. Ellas sabían hacer bien su trabajo, se movían tal como él ordenaba y al terminar se largaban con el dinero en la bolsa, simple, práctico y efectivo. Pero en aquella situación no tenía mucho de donde escoger y sin duda seria bueno para su economía tener a una mujer dispuesta a abrir las piernas sin tener que pagarle, a cambio el solo tenía que idear unos cuantos halagos tontos. Por lo que acompañó la risa de aquella beldad con una de sus características sonrisas torcidas, y dio un sorbo largo a su copa, deleitándose con el buen vino.
Tomó un bocado del estofado que humeaba caliente, y la carne prácticamente se deshizo en su boca, haciéndolo salivar de gusto, cuando escucho aquel "pero" que le amargo el bocado, tragó como pudo, y sonrío mecánicamente —Ya veo...¿Otro inquilino quizá? —Cuestionó, tomando un trozo del pan que estaba frente a él, fingiendo no estar molesto por tan repentino aviso, si había alguien más en la casa, seria conflictivo, no solo para sus planes con la viuda, sino para la tranquilidad que buscaba, a fin de terminar su libro.
—Bueno no, no precisamente —Lucy intentó mantener el buen nivel de la conversación, abrió la boca para aclarar la situación.
Y entonces, entró él.
Como un respiro profundo a la mitad del otoño, con algo toxico y perfumado en su presencia. Jim, el pequeño James Moriarty, de trece años. Con su cabello oscuro muy bien peinado y sus ojos enormes y castaños que parecían ser limpios pozos llenos de inocencia. Miró la mesa antes que a Moran o a su madre y cuando vio el plato de comida, sonrió y fue a sentarse sin pedir permiso ni saludar.
— ¡James! —Lucy se escandalizo de inmediato. Levantó la voz pero se apresuró a bajarla y disimular —Jim... querido, ¿es que acaso no has visto a nuestra visita? —Lo presionó la mujer.
—Si, lo vi —Respondió con un aire de indiferencia, pero apoyó la mejilla en su mano y miró hacia Sebastián sonriéndole con gesto infantil- Hola.
Una noche, hacia mucho tiempo, Sebastián había escuchado a un soldado hablar de la inevitabilidad del destino, hablaba de que somos simples piezas de un algo mucho más grande que no logramos comprender, vagando hasta encontrar el lugar en el cual encajamos a la perfección. El chispazo de claridad en el momento indicado, en el segundo preciso que nos revela el motivo por el cual hemos venido a esta tierra.
Aseguraba que cada hombre tenía un destino trazado, y solo tenía que esperar a ese segundo de éxtasis para descubrir que no importaba lo que hicieras, tu historia estaba dicha. Lo llamaba "lo inamovible".
Aquella noche, el destino de ese soldado fue una bala en el cráneo, bien incrustada. Sebastián se permitió reír sobre su cadáver, pensando en lo ridículas de sus palabras.
Pero aquel día, el coronel Moran, conoció lo inamovible de su destino. Cada decisión tomada en el pasado, cada acierto y cada error, lo habían guiado con cuidado paso a paso hasta ese día, en esa casona perdida en un pueblucho olvidado, donde lo conoció a él. James Moriarty, el pequeño Jim.
—Hola... —Graznó más que hablar. Su voz estaba repentinamente rasposa, y la garganta tan seca que inmediatamente tendió la mano para tomar la copa y beber todo el vino que en ella quedaba.
Necesitó un instante, recuperándose de aquel golpe de sensaciones que había sido ver a aquel chiquillo. Maldiciéndose mentalmente por dejar que un mocoso lo perturbara con aquella sonrisa infantil, y su irreverente comportamiento.
—Perdónalo Sebastian, como verás, la ausencia de su padre es evidente en su crianza, aunque Dios sabe que trató de hacer todo aquello que está en mis manos —Lucy hablaba de James como si él no estuviera ahí, sentado frente a ella.
Por otro lado, James en realidad no estaba prestándole atención. Amplió su sonrisa al escuchar el curioso sonido de la voz del soldado.
El pequeño mascaba goma de sabor fresa, seguía mirando hacia Sebastián y con profundo entretenimiento estiró ese chicle sobre su lengua y sopló para formar una burbuja que terminó por reventarse. Jim metió de nuevo la goma en su boca y siguió masticándola.
Sus ojos recorrieron a Sebastián de arriba hacia abajo sin consideración ni educación. Pero no se trataba de una mirada común, James parecía estar leyendo algo en aquel hombre, sus pupilas tan grandes y luminosas buscaron las de Sebastián y mantuvo ahí la mirada con una insolencia dominante que no debía tener un chiquillo de su edad.
—Niño por Dios.
—Si lo sigues nombrando tanto es posible que se aparezca, mamá.
— ¡Ja...! —Aquella respuesta le sacó una carcajada que no logro sofocar a tiempo, dejándole una sonrisa divertida ante la insolencia del mocoso —James, ¿no?, tienes una mente bastante despierta por lo que veo muchacho —El rubio levantó una ceja intrigado por aquel descaro y deslizó los ojos grises y penetrantes por aquellos labios ligeramente húmedos por la lengua que acababa de pasar sobre ellos al recoger la goma de fresa que mascaba, y sin darse cuenta de lo que hacia, él mismo relamió lentamente los suyos —¿Cuantos años tienes? —quiso saber el soldado, tomando un nuevo bocado de su plato aguantándole la mirada al muchachito, sin intentar siquiera reprenderle por la insolencia que había usado para con su madre.
Cualquier otro adulto habría fruncido el ceño y arrugado la nariz en franco reproche por su actitud. Los más santurrones solían sermonearle y reñir el descaro con que se refería a Dios padre, pero Sebastian simplemente ignoró aquello, y se centró en intentar entablar una conversación con el muchachito, buscando mantener la atención del moreno centrada en él.
Lucy intentó comprender el humor de Sebastian, pero su sonrisa se quedó solo en un miserable gesto que tuvo que borrar para que no fuera evidente — No le prestes atención querido —Lucy tocó la mano de Sebastian con la familiaridad con la que él había tocado la suya antes.
El pequeño Jim lo notó, pero no dijo nada al respecto, de hecho, aquel toque de manos despertó una idea dentro de él. Las ideas estaban constantemente despertando en su cerebro, matándose unas a otras intentando ser la idea dominante, de tal suerte que ahí adentro siempre era una carnicería. Pero nada de aquello se reflejaba en aquel rostro que bien podría tener un toque angelical.
—Tengo trece —Respondió la pregunta del soldado y le obsequió una nueva sonrisa. Estiró la mano y la metió dentro del estofado de Sebastian para robarle un trocito de zanahoria que se comió, chupando sus dedos con naturalidad.
— Suficiente James, ve arriba, y lávate para comer algo cuando el señor Moran haya desocupado la mesa. ¡Hazlo en este instante jovencito! —Las mejillas de Lucy se sonrojaron por la ira contenida. Pero James ni siquiera se opuso a aquella orden, con total obediencia y de muy buena gana, se puso en pie y caminó hacia la salida del comedor.
Cuando actuaba de aquella manera, obedeciendo sin chistar y con tan buena voluntad, Lucy se sentía turbada. ¿Acaso era una histérica? No, Jim tenía un comportamiento inadmisible... pero, ¿acaso no obedecía siempre todo lo que ella le ordenaba? Si. Sacudió levemente la cabeza para alejar la confusión y de nuevo toda su atención y coqueteo fue a dar sobre Moran.
El rubio no se molestó en disimular su diversión, sin duda su estadía ahí seria de lo más interesante con semejante jovencito. El descaro con el que había metido el dedo en el estofado le resultó hilarante, y durante un breve instante, un arrebatador deseo de lamer aquel dedo manchado con el guisado lo asaltó. Tan fuerte, que incluso sintió la temperatura de su cuerpo elevarse ligeramente.
Cierto era que había pasado un tiempo desde que había compartido intimidad con nadie, en el ejército siempre había un compañero dispuesto a liberar la tensión, rápido y duro en el interior de su tienda, y las mujerzuelas jamás decían no a un buen fajo de billetes, pero eso no justificaba el deseo que cosquilleaba en su vientre.
No sabia si el pequeño James podría sentir su mirada recorrerle mientras se retiraba hasta que desapareció de su vista.
La presencia de Lucy le recordó dónde y con quién se encontraba.
Después de aquella fugaz presencia, la viuda ya no le parecía tan atractiva, su piel que antes le habría gustado tocar ahora se le antojaba avejentada si la comparaba con las rozagantes mejillas de James, Su cabello no era tan negro y brilloso, sino más bien delgado y algo opaco. Y sus ojos verdes no destilaban más que necesidad y soledad. Pero los de James ofrecían promesas y posibilidades infinitas.
Levantó la mano y le acarició con el pulgar el rostro, tratando que se relajara, no deseaba que volviese a regañar al muchachito — No deberías ser tan dura con él —Le dijo como si tuviese ya derechos sobre esa casa, y tratara de abogar por su hijo, y no por el pequeño que acababa de conocer — Es un niño aún, estas cosas son naturales en ellos, una etapa.
Se sintió sosegada de inmediato. Sussy que iba a ofrecer más estofado, fue muy prudente al regresar a la cocina y no interrumpir. ¡Que apuesto era el coronel! Aunque tenía cierto aire salvaje que le inquietaba un poco, la cocinera y asistente del hogar, pensaba que podría ser un efecto de la guerra. ¿Por qué otro motivo unos ojos tan claros destilarían tanto filo?
— Se que es una etapa. En realidad no es un mal chico —Admitió y sonrió porque aquello era verdad —Tiene las mejores notas de su clase y su profesor siempre habla sobre lo aventajado que es, dice que pronto no le quedará nada más que pueda enseñarle —Se mostró orgullosa un momento y después, relegó a James al fondo de sus pensamientos — ¿Quieres conocer tu habitación? —Tomó su copa de vino para llevarla en la mano mientras esperaba por Sebastián.
Él habría preferido quedarse en la mesa hasta que James volviera y poder charlar con él un poco, descubrir que era lo que se ocultaba detrás de su sonrisita inocente y un tanto altanera. Pero si algo no era Moran, era idiota. Era un buen estratega y olía el peligro como un animal huele la sangre a kilómetros. Por lo que sabía que debía mantener contenta y tranquila a aquella mujer.
Lucy como aliada era mucho mejor que una Lucy enfadada que le impidiese acercarse a su hijo, o aun peor, rechazar su presencia en aquella casa y echarlo sin ningún tipo de miramientos.
Sin dudarlo más, se levantó y miró desde su imponente altura a aquella belleza olvidada. No había amigo ni enemigo que pudiese negarlo, la viuda era hermosa en todo sentido, y un deleite para los sentidos aun si ya no le complacía como en un principio.
—Por favor, guíame —Le pidió sonriendo de medio lado, imponiéndose con su presencia, dispuesto a seguirla a donde sea que ella deseara llevarle.
El segundo piso de la casa era un poco más oscuro que el primero, aquello se debía a la falta de ventanas en el largo pasillo —Tu habitación cuenta con su propio cuarto de baño pero si es necesario, la puerta al final del pasillo es otro baño —Le explicó con encantó mientras lo guiaba —Esa de ahí es mi habitación, quizá llegarás a necesitar algo a media noche y por no conocer aún la casa podrías necesitar mi ayuda, no dudes en acudir sin importar la hora —Dejó muy en claro cual era la puerta de su habitación incluso hizo una muy breve pausa para asegurarse de que a Sebastián le quedara muy en claro la información.
Lucy continuó el camino y pasó frente a otra habitación, esta, tenía la puerta abierta y dentro de ella, James estaba de pie sobre su cama acomodando una nueva pieza en un móvil de planetas que colgaba del techo. Cuando les escuchó, miró hacia ellos y le sonrió a Moran pero volvió a dedicarse a lo suyo y Lucy cerró la puerta como si considerara indebido que Sebastián tuviera que soportar la presencia constante de Jim.
—Y está es tu habitación
Bien iluminada pero con cortinas que podían bloquear por completo la luz del exterior. Esa parecía ser una habitación que siempre había sido pensada para invitados, tenia espacio para un pequeño pero agradable juego de sillones y una esquina con un escritorio y un librero casi vacío. Además de otra puerta que conducía al baño.
—Espero que no te moleste que la habitación de James esté al lado. Él, no será una molestia —Las maletas del soldado ya estaban ahí- Josh debió marcharse sin despedirse porque no quería interrumpir tu comida, es un hombre muy amable. Realmente conoce el pueblo como nadie. Me dijo que estás escribiendo un libro —Tocó la cama suavemente para asegurarse de que Sussy había cambiado toda la ropa — ¿Te parece adecuado para nuestro precio acordado?
-—Me parece más de lo que habíamos acordado —La voz de Moran provenía justo detrás de Lucy, el hombre se había movido por la habitación mientras la mujer hablaba de cosas que a él no le importaban. La información que requería ya la tenia, había visto a James parado sobre su cama, intentando colocar aquella pieza y había tenido que resistir la necesidad de ir y hacerlo por él, ofrecerle al jovencito su altura para evitar que tuviese que mantener precario equilibrio para lograr lo que deseaba.
Sin embargo, siguió su camino hasta la que sería su habitación, reconociéndola y asintiendo, en realidad era justo lo que él necesitaba.
Su mano grande y pesada se posó en la breve cintura de la dama, y se quedó ahí presionando mientras el hablaba a su espalda — Todo es perfecto, justo lo que buscaba...temo quedar en deuda contigo Lucy, ¿Hay alguna manera de recompensar tu generosidad? —Se inclinó levemente, dejándola sentir su imponente dominio —Yo también puedo llegar a ser un hombre muy...generoso —Aquellas últimas palabras casi las susurró a su oído.
La mujer sintió que se le cerraba la garganta, la mano de aquel hombre presionando su cintura y la manera en que se imponía sobre ella, le agitaban la respiración.
Llevaba demasiado tiempo sola, oscureciéndose como aquella casa. Con Sussy, el viejo Clement y con Jim. Ahora la presencia de aquel hombre nuevo, apuesto y territorial la ponía a temblar de anticipación —Estoy segura de que encontrare una forma de echar mano de esa generosidad Sebastián —Se rió. Porque eso era lo que sabía hacer, reír cuando no podía ser lo suficientemente lista para responder.
Se giró casi de manera precavida, como si detrás la acechara un depredador. Puso su mano abierta sobre el pecho de Moran y sintió sus fuertes pectorales —Debo comer con Jim y tú debes instalarte y descansar —Por favor, llámame si necesitas algo —Lo miró a los ojos y le sonrió como una boba. Pero escapó de su presencia, porque era una dama, acababa de conocerlo y no eran siquiera las seis.
— Lo haré —Respondió, apretando un poco el agarré, por la irritación creciente de aquella risita de idiota que comenzaba a odiar.
Dando un paso atrás liberó a la mujer y se dio la vuelta para arrojar las maletas sobre la cama, dispuesto a desempacar y comenzar a ordenar todo lo que necesitaría para instalarse en su nuevo hogar.
