Disclaimer: Cómo entrenar a tu dragón pertenece a DreamWorks, Valiente es propiedad de Disney Pixar. Esta historia sí es de mi completa autoría.
Primer fanfic que escribo de esta pareja. XD Quería una historia bien completa de ellos y, pues, esto resultó. Pasará a categoría M un poco más adelante, ya se han de imaginar las razones del por qué.
Espero sea de su agrado.
El caballo y el dragón
Rizos y escamas
Chimuelo gruñó, mostrando sus dientes una vez estuvo en su lomo, se echó a los cielos sin camino fijo en un intento de distraerlo. Su rostro pegado a las escamas, sus manos empuñándose. Mantenía estable el vuelo a cielo abierto, notando cómo su amigo giraba la cabeza para observarlo de reojo.
Días sin poder mantener su mente en blanco, días sin poder dormir tranquilo por las noches. Observar a su padre ocupado con lo que a futuro debería hacer él, a Astrid sin poder mirarlo a los ojos, a sabiendas ambos que lo que ocurrió en algún momento ya había caducado. Tiempo sin que nada fuera liviano y todo le pesara en los hombros como tres bloques gigantes de hielo.
Diecinueve años y no tenía idea de qué hacer para sentir algo de tranquilidad. Por eso estaba allí en primer lugar, alejándose de Berk lo más rápido que el vuelo de su buen amigo podía, intentando que las lágrimas frenasen o el dolor en el pecho parase. Allá atrás dejó a Estoico en medio de una charla motivacional y a su primer amor dando una mirada triste, como queriendo que entendiese en ese gesto que nada era lo mismo ni volvería a serlo, que ya no sentía por él lo que sí por otra persona.
Había acabado.
Se irguió, mirando al frente un momento. Las nubes blancas y esponjosas, el sol escondiéndose más allá, pintándolas del naranja y rojo más bellos que pudo alguna vez apreciar. Tragó saliva para pasar el nudo, ocultó la visión tras sus párpados y suspiró, notando el viento golpearle las mejillas, enfriando sus lágrimas y su piel con ellas.
El dolor comenzaba a apaciguarse cuando volvió a mirar. Los últimos rayos del sol les eran regalados de frente, ignoraba si Chimuelo había desviado el camino hacia allá o él lo hizo sin intención, en medio del trance. La bola de fuego color púrpura se extendió más al frente, explotando y regalándole una mirada diferente.
Finalmente no pensaba en sus males o preocupaciones. Pero le bastó con descender y mirar a sus alrededores para notar que no estaban ya por los dominios vikingos.
El océano aún se extendía al horizonte, donde distinguió tierra y donde tuvo la curiosidad de ir. Tierras con bosques, acantilados y verde, mucho verde, uno vivaz y colorido, donde se notaba que no nevaba medio año para granizar lo que quedaba.
—Parece un bello lugar, amigo.
Un sonido de aprobación por parte del dragón.
Entonces la vio.
Los murmullos del viento aguardaban la canción que las luces mágicas emitían. El trote de Angus era rápido y decidido. Un traqueteo que le producía un cosquilleo en la espalda, la sensación de algo nuevo a la vuelta de la esquina. Fue saliendo del castillo que se topó la primera luz azul, débil y emitiendo suaves señas para que se acercara.
Para que la siga.
Llevaba un rato persiguiendo el rastro, horas que había salido de su hogar y cabalgaba. Las olas del mar chocando uno metros más abajo, al pie de los acantilados, le hicieron notar lo lejos que había llegado, el puerto de DunBroch estaría cerca o en dirección contraria a la que iba, siguiendo la misma línea. Hasta que las patas del caballo se hundieron en un terreno más inestable, haciéndole detenerse.
Sujetó las riendas para comenzar a avanzar por la costa. Las olas ahora daban contra la playa, una pequeña entrada que se daba naturalmente y se perdía entre los acantilados, como si marcara el final de uno e inicio de otro. En vez de arena, la piedrilla lograba que Angus se quejara de dolor y prefiera quedarse antes del inicio de tal contacto.
Justo frente al camino por el que llegaron había otro camino en subida. Al frente, mirando al mar, el sol se notaba oculto y las nubes despintándose de sus colores de atardecer, detrás de esto los árboles se elevaban. Mérida supo enseguida que por allí también se ascendía y que quizá nadie antes había pisado aquel lugar.
Angus relinchó y la muchacha reacomodó un rizo tras su oreja antes de recordar el rastro de luces que seguía. Giró sobre sí misma antes de verla allí, junto a la entrada del otro acantilado, pequeñita y llamándola. Perdió los zapatos y levantó su vestido para acercarse, al estirar su mano se deshizo y no apareció la siguiente.
Las luces la habían enviado allí. Se puso en pie arrugando el cejo, era un descubrimiento lindo y todo, pero…
—¿Es todo? —se quejó. Escuchó entonces a Angus relinchar fuerte y golpear sus patas delanteras en el suelo, queriendo advertirle de algo, aún desde el final del camino por el que llegaron. Suspiró resignada y se voleó, topándose entonces con un par de ojos negros y enormes, la piel escamosa rozándole la nariz.
Trastabilló hacía atrás, cayendo sentada al suelo y todavía así intentando alejarse más, tanteando su espalda para sujetar las flechas que, naturalmente, olvidó amarradas a Angus. La extraña criatura se acercó más, logrando que quedara recostada en el suelo y sus ojos se abrieran a la expectativa. Su nariz entonces fue presionada por la que, supuso, sería la del animal y los ojos aún la miraban con una profundidad que le atemorizaba.
¿Las luces acababan de enviarla a su lugar de muerte?
Fue cuando pasos desconocidos se acercaron donde ella, haciéndose oír por hundirse en las piedras, y tantearon la cabeza de la bestia. Ésta se alejó, sentándose a medio metro de distancia como buena mascota entrenada. Mérida le recorrió entero antes que la voz de alguien la despertara.
—No te hará daño —dijo, extendiendo la mano hacia la muchacha que ahora le estudiaba a él.
—¿Es un dragón de verdad? —indagó, sujetando su mano para poder levantarse. Una vez estuvo sujeta en sus piernas no despegó la mirada de Chimuelo, que mantenía la cabeza inclinada a un lado y la miraba con ojos grandes e inocentes. El cabello de Mérida estaba más despeinado debido a la caída y los nervios, sus ojos azules estaban bien abiertos y hasta se notaba a la curiosidad, al fondo del temor, presionándole el pecho.
Hiccup le miró con una leve sonrisa ante el gesto, logrando con eso apreciarla a ella. Se le veía joven y enérgica, sus rizos rojos que le recordaron a los colores que el sol deja en el cielo al esconderse. Sus ojos curiosos y su sonrisa motivada al acercarse con la mano extendida a su amigo, quien extrañamente se estiró al frente para que lograra tocarlo, cerrando los ojos por el contacto.
Le miró con reproche. Él tenía que hacer toda una bailanta para poder tocarlo y con ella solo así se dejaba hacer. La mirada del dragón, insinuantes sobre los ojos de él, le hicieron preguntar por puro instinto.
—¿Te gustaría volar? —En medio del contacto entre su mascota y la recién conocida, se ganó una expresión atónita de la última, que dirigió la mirada de él a Chimuelo y otra vez a él, pero con una sonrisa mayor al último movimiento, asintiendo.
Le sujetó la mano con apuro y se montó al dragón, sin soltarla ella logró subirse. El bufido de Angus ante la acción le hizo mirar atrás para notarlo cada vez más pequeño, parándose en sus patas traseras como queriendo alcanzarla. Al regresar la mirada al frente observó el cielo venírsele encima.
Abrazó la cintura del muchacho y recargó entonces su mentón en el hombro, asegurando así a su mente que no caería y que todavía podía apreciar la vista. La playa se hizo pequeña y de pronto las estrellas parecieron ser lo único en toda la extensión del horizonte. Él se giró a verla, notando la admiración. No supo entender, en ese momento, cómo fue que con tanta soltura su amigo le pidió, con aquella mirada, que la llevara.
Se afirmó en su pie malo, haciendo que giraran en el aire, quedando de cabeza. Los rizos de Mérida cayeron volando al viento, haciéndole reír por saber cómo terminarían una vez bajase. Estiró su mano para rozar el agua, fría por la noche, oscura y cerca como no la había visto antes.
Observó la espalda del muchacho, de quien todavía no sabía el nombre y con quien estaba experimentando un mar de sensaciones nuevas. Rió abiertamente, sintiendo su espíritu liberado de todas las presiones posibles, acarició el agua con ambas manos y hasta dejó ir un grito de triunfo.
El muchacho sonrió con más énfasis antes de volver a estabilizar a Chimuelo, que cada tanto elevaba la mirada para notar a la pareja que apenas se conocía. Sus ojos negros se abrieron de par en par cuando regresó la mirada al frente, notando cómo su cola no respondía al estabilizarse y perdía el equilibrio necesario para mantenerse en el aire.
Hiccup se dio la vuelta para observarla al mismo momento, olvidando que tenía que llevar el control del dragón en ese instante. La mirada azul de ella y la suya verde se encontraron, una agradecida y la otra embelesada.
El gruñido del dragón los trajo de vuelta al mundo. Y el agua helada rodeándolos también.
Regresaron a la playa donde se encontraron. Angus saltó a la zona donde el agua endurecía la superficie y entre relinches pedía a su dueña que se le acercara. Pegó su cabeza a la mejilla de ella, húmeda, lanzando una mirada fea a Hiccup y Chimuelo que iban en iguales condiciones.
Minutos más tarde, estaban sentados junto al otro, con la Luna dándoles la luz necesaria y cada quien teniendo a su lado a su compañero de aventuras. Mérida retorcía su cabello y parte de la falda del vestido verde, mientras el muchacho intentaba lo mismo con sus pantalones y la piel de abrigo.
—Soy Hiccup, por cierto. —Le escuchó reír levemente, volteó a verla para observar cómo tiraba su pelo húmedo hacia atrás y dejaba sus pies al aire. Tuvo la mirada azul sobre la suya nuevamente.
—Mérida. —Un suspiro colectivo tuvo lugar antes que ella continuara hablando—. Nunca había visto un dragón, no se mencionan mucho en estos lugares. Escuché a un hombre decir que prefieren lugares más hostiles.
Chimuelo movió sus orejas ante la conversación.
—Sí, provengo de Berk, un lugar donde llueve nueve meses al año y graniza los otros tres. Estos últimos años nos acostumbramos a convivir con ellos y tenerlos como mascotas, pero antes intentábamos cazarlos porque se comían el ganado —comentó, pasando una mano por la cabeza del dragón que suspiró gustoso.
—Berk… —pareció meditarlo un poco—. Vikingos, ¿verdad? —Sus conocimientos sobre la historia, enseñados por su madre misma, abarrotaron su cabeza con la sola mención de aquel pueblo.
Hiccup asintió. Se relajó, dejándose caer de espaldas. Repentinamente todos sus males regresaban a su cabeza y realmente quería todo menos eso.
—¿Sabes? Aquí conocemos a los habitantes de Berk como los invasores del mar —dijo, copiando acciones de su compañero y dejándose caer a su lado. El castaño giró su cabeza para mirarla y ella le copió—. Hace décadas su gente llegó a invadirnos y, gracias a eso, los tres clanes se unieron para poder hacerles frente.
—Mérida, ¿dónde estoy? —preguntó quedo, ella sonrió divertida.
—Estás en las tierras del clan DunBroch, soy la hija del rey Fergus y la reina Elinor —suspiró hondo y fijó la vista en el cielo, borrando toda sonrisa y tranquilidad al recordar que, por más de haber pasado solo un año de su metida de pata su madre, en parte, aún intentase convencerla de una unión.
—Pues, si hablamos de familias, soy el hijo del gran vikingo Estoico el Vasto. Líder del clan. —Nuevamente sus miradas se encontraron, serias y sin ningún sentimiento muy patente.
—Parece que somos personas importantes. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Pues, mi padre quiere que me haga cargo del clan y la chica con la que estaba me está dejando en claro que todo acabó —bufó, llevando un brazo a cubrir sus ojos.
Era igual de complicado decirlo que pensarlo, pero al hablarlo se notaba más libre, en aquel momento, con la ropa húmeda, con el cielo sobre él, el sonido del mar y ella; aquella extraña que le miraba con sus ojos azules, llevando un cabello extravagante, hermoso… No le provocaba más que libertad.
—Hace un año me quisieron desposar, en realidad te comprendo —suspiró—. Hice muchas cosas para evitarlo y al final, por más de meter la pata hasta el fondo, logré que los clanes siguieran en paz sin que yo me case con uno de los primogénitos de los mismos. —Ella fue quien bufó ahora—. Hace unos días mi madre me dijo que volviera a pensar en contraer matrimonio, que sería necesario para cuando gobernase.
—Auch… —expresó—. ¿Te habló de hijos?
—Demonios, lo hizo.
—Qué horror.
—¿Puedo preguntar cómo has perdido el pie?
—Ya lo hiciste.
Las risas brotaron de ambos y duraron por un rato, perdiendo la respuesta. El silencio se hizo su espacio en medio de las respiraciones acompasadas de los animales a cada lado de sus dueños, quienes permanecían extendidos en el suelo sintiendo paz que no querían romper. Mérida cerró los ojos, incluso le parecían cómodas las piedras para dormirse allí.
Hiccup no lo notó, una sonrisa embobada admiraba las estrellas cuando la respiración femenina se sintió a su lado, tranquila y profunda. Entonces la curiosidad volvió a su rostro, se giró a mirarla.
Párpados suavemente cerrados, labios rosados, levemente entreabiertos, alguno que otro rizo rebelde cayendo por su frente, los demás esparcidos por las piedras. Cara al cielo, un brazo a un lado y el otro sobre su estómago. Se reacomodó para dejar su cuerpo de lado, teniendo esa visión de frente.
Por un momento deseó haberla conocido desde siempre, ver su sonrisa y escuchar su risa divertida desde hace tiempo, sentir la compañía y la confianza que siempre necesitó tener. Sentir la valentía de querer tener a alguien a su lado sin que el reconocimiento ganado importara.
Continuará…
Agradecería comentarios si les ha gustado el inicio de la historia.
Este capítulo es corto por ser algo como una introducción, los siguientes serán más largos.
Intentaré publicar un capítulo por semana si veo enriquecido al público. :D
Bye-bye!
